sábado, 30 de junio de 2012

LA SOLIDARIDAD,PALABRA DE MODA HOY



Fco. José Arnaiz S.J.
Solidaridad es la palabra de moda hoy. Política solidaria, economía solidaria, globalización solidaria y mercado libre solidario, etc.
JUAN BOSCH COMPARTIENDO CON UNOS NIÑOS 
Palabras de moda las ha habido siempre, sintetizadoras de nobles ideales, de convicciones hondas y de acciones impostergables que han pretendido estimular y apuntar a una renovación profunda de la sociedad, o a una salida urgente de una situación ya insostenible. Primero fue la palabra libertad, después Revolución, después Justicia, a continuación Liberación, luego Desarrollo sostenido, luego Opción por los pobres y marginados, más cercanamente globalización y mercado libre y ahora, finalmente, Solidaridad.
Estas palabras de moda se gastan y, llegado un momento, resultan hueras y reclaman irremisiblemente su substitución. ¿Tendrá ese destino la palabra solidaridad? Lo tendrá ciertamente si esa palabra se torna hueca porque los que la usan carecen de una comprensión honda de lo que entraña y exige, y en la práctica la traicionan con egoísmo manifiesto y rampante. Para que esto no suceda, quiero adentrarme en lo que esa palabra encarna y reclama.
El fenómeno de la solidaridad, para que sea genuino, debe incluir una donación generosa y desinteresada de uno mismo, que se traduzca en comprensión de la vida como servicio al otro, con acogida cálida y respetuosa de él. De lo contrario, antes de florecer, se agostará.
Debe, pues, tornarse, ante todo un estilo de vida que reclama una mentalidad específica frente a los acontecimientos y un modo constante de proceder en todas las situaciones concretas que se vayan presentando.
Esa mentalidad incluye, ante todo, reconocer la igualdad fundamental de todo ser humano y su alteridad, superando de esta manera toda posible discriminación y una inadmisible masificación.
La solidaridad incluye también una opción preferencial por los pobres, marginados y excluidos. En esta opción se mostrará su autenticidad como empatía real y como voluntad real de compartir.
Debe buscar la eficiencia en el servicio a los demás y la superación de sus males. De lo contrario, la solidaridad se quedará en un mero sentimiento por los problemas de tantas personas, cercanas o lejanas. La Encíclica Social “Sollicitudo rei socialis” de Juan Pablo II, con la que abordó el tema de la solidaridad, puntualiza: “La solidaridad no es un sentimiento, sino la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, por el bien de todos y cada uno para que todos seamos verdaderamente responsables de todos” (n.38).
Frente al reto de la espesa pobreza vigente la solidaridad debe ser una respuesta comunitaria, pluridimensional y que no se reduce a lo asistencial, sino que es también eficazmente promocional. Esto reclama una ardua labor educativa.
Todo esto no es poco, pero no basta. Hay que pasar de una cultura fuertemente insolidaria, como es la actual, a una cultura solidaria. Por cultura entendemos el modo como un pueblo enfrenta la vida en todas sus dimensiones. Su alma, su estilo dependiendo de los valores objetivos que lo fortalecen y de los falsos valores que lo debilitan.
Una genuina cultura solidaria incluye una preocupación sincera y eficaz de todos los miembros de la sociedad por aquellos ciudadanos que no participan del bienestar común ni en las decisiones importantes que se tomen. Esto significa que la opción preferencial por los pobres debe ser de todos.
En el cristiano esta opción nace, ante todo, de su fe, pero es al mismo tiempo exigencia ética que obliga a todos. La fe lo único que ayuda es radicalidad por ser opción de Dios, manifestada en la persona de Jesús, lo cual explica que el evangelio sea una “Buena Noticia” para ellos. Dios, hecho hombre, al hacer su aparición en la tierra, asumió el rostro de los pobres. “Encontrarán ustedes un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2, 12). La pobreza del Salvador denunció así, desde el primer momento, la ausencia de Dios en la realidad social de la humanidad y encarnó con su presencia la esperanza de los pobres. El dolor y las lágrimas de los pobres son dolor y lágrimas de Dios y Dios se hizo hombre para enjugarlas. Por eso, asumir su causa y sus sufrimientos es medio necesario para implantar el Reino de Dios en la tierra.
De todo esto se deriva teológicamente que la opción por los pobres ñentresijo de la solidaridad- es para el creyente instrumento eficaz de salvación. Lo contrario, perdición. Sería negar con las obras lo que profesamos por la fe, como nos lo dice textualmente el apóstol Santiago: “Hermanos míos ¿de qué vale a uno decir que tiene fe si no tiene obras? ¿Es que esa fe podrá salvarlo? Supongamos que un hermano o hermana no tiene que ponerse y anda falto de alimento diario y que uno de ustedes le dice: vaya con Dios, caliéntese y buen provecho, pero sin darle lo necesario para el cuerpo. De qué sirve esto. Lo mismo en la fe, si no tiene obras. Ella sola es un cadáver.” (Sant 2, 14-17).
San Juan, en su primera carta, insiste en lo mismo: “Hemos comprendido lo que es el amor, porque Cristo Nuestro Señor se desprendió de su vida por nosotros y ahora también nosotros debemos desprendernos de la vida por nuestro hermano. Si uno posee bienes de este mundo, y viendo que su hermano pasa necesidad le cierra sus entrañas. ¿Cómo va a estar en él el amor de Dios? Hijos, no amemos con palabras y de boca, sino con obras y de verdad. De este modo sabremos que estamos de parte de la verdad y podremos apaciguar ante Dios nuestra conciencia y eso, aunque nuestra conciencia nos condene, pues por encima de nuestra conciencia está Dios que lo sabe todo” (1 Juan 3, 16-20).
Es evidente que la opción por los pobres, desde el mero imperativo ético y mucho más desde la radicalidad evangélica, exige eliminar toda mentalidad paternalista y entrar en una dinámica solidaria de caminar junto con el pobre en la superación de su pobreza y de las causas profundas que la producen. La presencia de la pobreza injusta deshumaniza la persona, hiere al mismo Dios y destruye la sociedad.
El fenómeno de la opción por los pobres ha recibido diversos adjetivos: preferencial, especial, muy especial, no excluyente, solidaria. Todos estos adjetivos, en modo alguno, pretenden debilitar su contenido. Lo que quieren es precisarlo y profundizarlo. Resaltan la universalidad del sujeto (opción de todos) y la particularidad del objeto (los pobres). Subrayan que los pobres son una realidad concreta, individual y colectiva, de modo que la opción por los pobres es solamente preferencial porque prioriza ese sector de la sociedad, aceptando que hay otros sectores que tienen también su importancia bajo otros puntos de vista. Nos recuerdan también que tal opción es por la inclusión del pobre dentro de la sociedad de la que está marginado, y que por lo tanto no puede ser excluyente ni respecto a la universalidad del sujeto ni a la finalidad del compromiso. La universalidad del sujeto de la opción incluye a los mismos pobres como protagonistas de su destino y al resto de la sociedad como solidarios de ella.
Apuntan a que se comprenda que la opción es en contra de la pobreza y que la acción liberadora, por tanto, debe abarcar la totalidad del fenómeno de la pobreza, desde el hambre de pan, por ejemplo, pasando por otras privaciones, hasta la ausencia del sentido de la vida, que puede experimentar el pobre y lo experimenta no pocas veces.
Aclaran, también, que el compromiso a favor de los pobres no se dirige contra la persona de los ricos sino contra el peligro de las riquezas. Peligro de esclavizar a las personas o ser fruto de la explotación. Más aún, el compromiso incluye a los ricos al llamarlos a ser justos, generosos para su propio bien como seres humanos.
La opción por los pobres, asumida de este modo, como expresión de solidaridad, apunta no sólo a una sociedad nueva sino a una nueva humanidad. Compromete a la persona y a toda persona en su totalidad, es decir, en la estructuración profunda de todas sus relaciones intra e interpersonales.
La relevancia política de una solidaridad así es evidente al transformarse en una perspectiva fundamental desde donde debe ser pensada toda la sociedad en su integridad; desde donde deben tomarse todas las decisiones verdaderamente importantes; y desde donde debe medirse el éxito o fracaso de cuanto se hace políticamente. El sujeto de la política son las personas con vocación de servicio público. El objeto, el bien común. Y el bien común no es la simple suma de los intereses particulares sino que implica su valorización y armonización, hecha según una equilibrada jerarquía de valores, y en última instancia según una exacta comprensión de la dignidad y de los derechos de toda persona.
El auténtico empeño por el bien común reclama siempre del político un fino discernimiento de cuáles son las necesidades de todos los miembros y grupos de la sociedad y cómo priorizarlas según la dignidad de todos sus miembros. Y en este discernimiento, la erradicación de la miseria y la disminución de la pobreza son prioridades ineludibles que deben estar presentes en todo proyecto político que pretenda ser genuino y provocador.
Listin Diario

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