domingo, 15 de julio de 2012


50 años de la Conferencia Episcopal
Nicolás De Jesús Cardenal López Rodríguez

 Homilía pronunciada en la Catedral Primada  El viernes 6 de julio 2012, con ocasión de los 50 Años de la creación de la Conferencia del Episcopado dominicano.
Los miembros de nuestra Conferencia del Episcopado Dominicano hemos querido concluir la 50ª Asamblea Plenaria en la Catedral Primada de América como un testimonio de gratitud al Señor por todo lo que ha concedido realizar a la misma Conferencia a lo largo de estos cincuenta años.
1) Las lecturas escogidas para esta celebración expresan el sentido principal de la misma que, repito, es la gratitud. Queremos con San Pablo “ser agradecidos”, “cantar a Dios, darle gracias de corazón con salmos e himnos” y que todo cuanto hagamos sea para su mayor gloria en nombre de Jesucristo el Señor.
Sabemos que el Apóstol se dirige a una comunidad cristiana de Frigia, Colosas, en el Asia Menor, que de alguna manera estaba bajo el infl ujo de corrientes gnósticas y esotéricas, por eso San Pablo siente la necesidad de afi rmar la centralidad de Jesucristo y de la salvación que Él nos ha merecido.
A propósito de la gratitud, pocas páginas de los evangelios son tan elocuentes como la que hemos escuchado de San Lucas, la curación de los diez leprosos.
Todos recibieron el mismo benefi cio pero uno solo, el samaritano, reacciona conforme al reconocimiento de un favor gratuito, generoso y misericordioso de Dios. Los otros nueve, que representan a la mayoría del pueblo de la elección, no son capaces de percibir en este signo la cercanía de Dios y por tanto no hay un gesto de alabanza y gratitud para ellos (Cfr. La Biblia de nuestro Pueblo, Luis Alonso Schökel, comentario al texto de Lucas 17, 11-17).
2) Quiero recordar aquí algunas ideas que expusimos los Obispos dominicanos en nuestra Carta Pastoral del 21 de enero de este año.
“Desde los primeros siglos de la Iglesia, los Obispos que estaban al frente de las Iglesias particulares, movidos por la comunión de fraterna caridad y por el celo de la misión universal confi ada a los Apóstoles, aunaron sus fuerzas y voluntades para promover el bien común y el de la Iglesia” (Christus Dominus 36).
“La Conferencia Episcopal es como una asamblea en que los Obispos de cada nación o territorio ejercen unidos su cargo pastoral para conseguir el mayor bien que la Iglesia proporciona a los hombres, sobre todo por las formas y métodos del apostolado, aptamente acomodado a las circunstancias del tiempo” (Documento Citado, 38).
Según estas afi rmaciones del Concilio Vaticano II, la Conferencia Episcopal es una expresión del espíritu colegial y de la comunión que vincula a todos los Obispos.
No deja de ser providencial, sin embargo, que a pesar de las vicisitudes que la Iglesia Católica ha sufrido y de las terribles persecuciones a que ha sido sometida desde sus orígenes, el Episcopado ha mantenido la conciencia de formar un Cuerpo que tiene a Jesucristo por Cabeza y de continuar a lo largo de los siglos la obra que el Señor confi ó a sus Apóstoles. Y ciertamente no han faltado conatos por romper esa unidad, bastaría ver las herejías de los primeros siglos y en los posteriores, sin que hayan faltado intentos por debilitar, al menos, esa unidad en los tiempos modernos.
Agradecemos al Señor que nuestra Conferencia Episcopal, desde sus orígenes, haya sabido mantener la unidad sin desconocer la pluralidad de criterios que puede haber entre sus miembros.
3) Al llegar nuestra Conferencia Episcopal a sus cincuenta años, no puede faltar un agradecido reconocimiento a quienes conformaron la Comisión Nacional Episcopal de cara a la Conferencia del Episcopado Latinoamericano que se celebró en 1955, en Río de Janeiro.
Esa Comisión la conformaban el Arzobispado de Santo Domingo Mons. Ricardo Pittini Piussi, S.D.B.; Mons.
Octavio Antonio Beras Rojas, Arzobispo Coadjutor de Santo Domingo; Mons. Hugo Eduardo Polanco Brito, Obispo de Santiago de los Caballeros; Mons. Francisco Panal Ramírez, O.F.M. Cap., Obispo de La Vega y Mons. Thomas Francis O’Reilly, Obispo de la Prelatura nullius de San Juan de la Maguana (erigida en Diócesis en 1969).
Esa Comisión Episcopal tuvo un doble cometido: elegir al delegado a la I Conferencia del Episcopado Latinoamericano a que hice referencia anteriormente y redactar el aporte de la Iglesia dominicana a la misma.
Es motivo de satisfacción para nuestra Iglesia que el Arzobispo Coadjutor de Santo Domingo, junto al conocido Obispo brasileño Dom Helder Cámara y el Nuncio Apostólico en Colombia, Mons. Antonio Samoré, fuese elegido Secretario de aquella I Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, a la que siguieron la II Conferencia convocada en 1968 por Pablo VI quien presidió la Eucaristía de apertura en la Catedral de Bogotá, aunque los trabajos de esta Conferencia se llevaron a cabo en Medellín.
Correspondió al hoy Beato Juan Pablo II presidir la III Conferencia celebrada en el Seminario Palafoxiano de Puebla, México, en febrero de 1979.
Igualmente, el Beato Juan Pablo II se dignó visitar por tercera vez nuestro país con ocasión de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Santo Domingo en octubre de 1992.
A propósito de la creación de la Conferencia del Episcopado Dominicano debe registrarse como fecha ofi cial el 22 de septiembre de 1962 cuando los Obispos señalados constituyeron la Conferencia Episcopal cuyos estatutos serían aprobados posteriormente por la Santa Sede, con excepción de Mons. Ricardo Pittini, quien murió en La Vega en 1961, y de Mons. Juan Félix Pepén, Obispo de Nuestra Señora de La Altagracia de Higu¨ey, diócesis creada en 1959, razón por la que no fi guraba entre los mencionados en aquella Comisión Episcopal.
A aquellos grandes hombres que nos precedieron les han sucedido otros que ya están retirados y nos edifi can con su testimonio de vida, trabajo y oración, y que se mantienen vinculados a nuestra Conferencia porque ésta les ha confi ado alguna responsabilidad, como es el caso del querido Mons. Juan Antonio Flores, digno Obispo de La Vega y posteriormente primer Arzobispo de Santiago de los Caballeros; Mons. Fabio Mamerto Rivas, primer Obispo de Barahona; Mons. Francisco José Arnáiz, S.J., Secretario General de la Conferencia durante muchos años, y Mons. Príamo Pericles Tejada, Secretario General de la Conferencia y primer Obispo de Baní-San Cristóbal.
Recientemente falleció Mons. Jerónimo Tomás Abreu Herrera, primer Obispo de Mao-Montecristi, quien impulsó importantes obras en el noroeste dominicano y sentó las bases de esa querida Diócesis.
Es muy justo que a todos esos hombres ya retirados les agradezcamos su arduo trabajo en benefi cio de la Iglesia y del pueblo dominicano, conservamos de todos ellos una gratísima memoria.
Y a los ya fallecidos, desde los primeros hasta hoy, les ofrecemos el homenaje de nuestro recuerdo y sincero reconocimiento, con nuestra imperecedera gratitud. En esta celebración confi amos que el Señor les haya premiado sus muchos trabajos, su testimonio de vida y cuanto hicieron por la Iglesia dominicana.
Son acreedores a nuestra gratitud igualmente todos los que han trabajado en la Conferencia, comenzando por los Secretarios Generales, desde el querido P. Rogelio Roselle, fallecido en el accidente de Dominicana de Aviación en 1970, hasta los últimos Mons.
Dr. Ramón Benito Angeles, el R.P. Francisco Jiménez, hoy Rector del Seminario Pontifi - cio Santo Tomás de Aquino, y los RR.PP. Carmelo Santana, actual Secretario General y Joaquín Domínguez, Secretario General Adjunto. Así mismo el Reverendo Diácono Francisco Abreu, Tesorero de la C.E.D. y a los responsables del área de Comunicación Social y en particular a quienes dirigen La Voz de los Obispos.
También otros sacerdotes y diáconos que han colaborado junto a nuestras efi cientes secretarias y demás empleados que actualmente trabajan en la sede de la Conferencia.
4) Es justo que señalemos en este contexto celebrativo el crecimiento sostenido que ha tenido la Iglesia católica en nuestro país, comenzando obviamente por las mismas Diócesis que, desde 1953, hemos pasado en este momento a dos Arquidiócesis, nueve Diócesis y un Obispado Castrense.
Esta nueva realidad eclesial ha conllevado un promisorio fl orecimiento de parroquias en todo el país.
-Lo mismo habría que decir de las Ordenaciones sacerdotales con que el Señor ha bendecido a nuestras Iglesias gracias a la labor de la Obra de las Vocaciones y de la pastoral vocacional, de nuestros Seminarios Menores y de los dos Seminarios Mayores, el Pontifi cio Santo Tomás de Aquino y el Redemptoris Mater de Santo Domingo.
-También el Diaconado permanente, que el Concilio Vaticano II restableció, se ha descubierto como una auténtica vocación en nuestras Diócesis y ha crecido en número y en calidad.
-La vida consagrada, que ha estado presente en nuestra tierra desde hace quinientos años, como lo señalamos en la celebración del 5º centenario de la creación de las primeras diócesis, es otra gran riqueza de nuestras Iglesias, tanto por el número de los Institutos más antiguos que, además de los miembros nacidos en otras Naciones, han promovido vocaciones nativas, como por las nuevas fundaciones que han surgido en nuestro País y que han establecido comunidades en otras Iglesias hermanas.
-Mención muy especial merece la Pontifi cia Universidad Católica Madre y Maestra como obra de la Conferencia del Episcopado Dominicano y en particular de Mons.
Hugo Eduardo Polanco y de quienes le han sucedido en la Sede episcopal de Santiago de los Caballeros.
-Todos reconocemos que la Pontifi cia Universidad Católica Madre y Maestra es una de las Instituciones más prestigiosas de la República Dominicana y ha prestado eminentes servicios al país gracias al carisma de su Rector por cuarenta años el Ilustrísimo Mons. Agripino Núñez Collado con quien han colaborado varios sacerdotes, la Junta de Directores, los Vicerrectores y las Vicerrectoras, los Decanos, Jefes de Departamentos, Profesores y Empleados en todos los niveles.
-La Madre y Maestra se dispone a celebrar también sus Bodas de Oro con la Enseñanza y la Educación Superior el día 9 de septiembre del presente año, fecha en que comenzó su docencia. En esa fecha tendremos el placer de participar en estas celebraciones jubilares.
-Momento especial de gracia para la Iglesia dominicana fue el I Concilio Plenario Dominicano, cuya celebración se decidió en la XXII Asamblea Plenaria de la CED, tuvo su primera sesión en 1990 y concluyó sus trabajos en 1999.
Después de ser reconocido por la Congregación para los Obispos con el Decreto Prot.
No. 895/84 de fecha 10 de septiembre de 1999.
-No puedo dejar de mencionar en esta ocasión las Cartas Pastorales, los Mensajes, Declaraciones, Comunicados y Notas que a lo largo de estos años ha emitido la Conferencia del Episcopado como señal de su interés, solicitud y preocupación pastoral en determinados momentos de la vida de nuestro amado pueblo.
-Todos esos documentos han sido publicados en varios volúmenes que servirán para los estudiosos y los interesados en conocer el pensar de los Pastores de la Iglesia Católica en estas cinco décadas en las que no han faltado graves crisis sociales y políticas.
-Algo que debe señalarse a propósito de este aniversario es que la multiplicación de Diócesis en todo el país ha conllevado un fl orecimiento de muchas obras de carácter religioso o eclesial, pero también educativas, de promoción humana, de organización de las comunidades, de servicios de salud, medios de comunicación, etc.
-Todo esto es señal de que la Iglesia Católica se interesa por el desarrollo integral de la persona humana.
-Prueba de la vida de la Iglesia dominicana ha sido la presencia de los Obispos en los principales acontecimientos eclesiales de las últimas décadas comenzando por el Concilio Vaticano II, todos los Sínodos convocados por los Papas desde Pablo VI hasta Benedicto XVI, también en las cinco Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, igualmente en el mismo Consejo Episcopal (CELAM) en que varios de los Obispos dominicanos hemos desempeñado diversas funciones, varias de ellas de gran importancia.
-Creo que es nuestro deber hoy expresar la más honda gratitud a la Santa Sede por su interés en garantizar ese crecimiento a que me he referido.
-Todos los Papas del siglo XX han tenido elocuentes gestos de paternidad con la Iglesia dominicana. Ya mucho antes del Concilio el Papa Pío XI envió al Arzobispo Sebastián Leite de Vasconcelos para que coronase canónicamente la venerada imagen de Nuestra Señora de La Altagracia, acto que tuvo lugar en la Puerta del Conde el 15 de agosto de 1922. Se celebrarán 90 años en agosto próximo.
-Seguirían después los nombramientos del Arzobispo Ricardo Pittini en 1935 y por parte del Siervo de Dios Pío XII, del Arzobispo Coadjutor Mons. Octavio Antonio Beras en el año 1945 y del Obispo Auxiliar Mons. Felipe Gallego, S.J., hasta que el mismo Papa procedió a la creación de las diócesis de Santiago de los Caballeros y La Vega, y la Prelatura Nullius de San Juan de la Maguana, en 1953, a las que siguió la creación de la diócesis de Nuestra Señora de La Altagracia de Higu¨ey, por el Beato Juan XXIII en 1959.
-El Siervo de Dios Pablo VI tuvo la bondad de crear Cardenal de la Santa Iglesia Romana a mi querido y admirado predecesor el Arzobispo Octavio Antonio Beras Rojas, siendo el primer dominicano en ser distinguido con la Sagrada Púrpura y el Beato Juan Pablo II se dignó otorgarme la misma distinción en el Consistorio del 28 de junio de 1991.
-Finalmente, el Santo Padre Benedicto XVI ha tenido con varios de nosotros gestos de paternidad y cercanía, enviándonos su Bendición Apostólica con ocasión de onomásticos y aniversarios, y recientemente su condolencia al Señor Obispo de Mao- Montecristi y a su Diócesis por el fallecimiento del recordado Mons. Jerónimo Tomás Abreu, primer Obispo de esa Diócesis.
-Sentimos también la necesidad de testimoniar nuestra gratitud a Instituciones promovidas por Conferencias Episcopales hermanas como es el caso de Adveniat en Alemania que el año pasado celebró sus 50 años de colaboración con las Iglesias de América Latina, gracias a Adveniat nuestra Conferencia Episcopal y nuestras Diócesis han desarrollado innumerables proyectos de formación, construcción de capillas, casas religiosas, vehículos para instituciones de nuestras Iglesias.
-Lo mismo debe decirse de Misereor en lo que se refi ere a la promoción humana y a obras de carácter social.
-Debemos expresar un sincero agradecimiento a la Conferencia Episcopal de Italia y en el caso de la Arquidiócesis de Santo Domingo a la Arquidiócesis de Génova por sus reiteradas colaboraciones.
-También el Secretariado para América Latina de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos ha sido muy generoso con los proyectos que le ha presentado la Iglesia dominicana.
-Y naturalmente también debemos gratitud a la Iglesia de España que siempre se ha mostrado generosa en proporcionarnos sacerdotes, religiosas y laicos, sin que falten ayudas económicas para el sostenimiento de importantes proyectos.
-Al concluir estas palabras en nombre de mis hermanos Obispos de la República Dominicana, expresamos nuestro agradecimiento al Gobierno dominicano por las ayudas proporcionadas a muchas instituciones nuestras dedicadas a la educación, salud, promoción humana y parroquias, capillas y otros espacios destinados al servicio de nuestras comunidades.
-A los Representantes de los Poderes Legislativos y Judicial por sus colaboraciones.
-Hay también muchas empresas, instituciones, y personas que han sido generosas con nosotros. Que el Señor les recompense con abundantes gracias, bendiciones y salud.
-A los Representantes de los Medios de Comunicación Social, tanto escritos como radiales, televisivos y digitales vayan nuestras sinceras gracias por sus invaluables colaboraciones.
-En fi n, a todos nuestros hermanos Sacerdotes, Religiosos, Diáconos, personas consagradas, ministros laicos, responsables y miembros de movimientos apostólicos y nuevas comunidades, a nuestro amadísimo pueblo dominicano en general, gracias por su colaboración, apoyo y simpatía hacia cada uno de los Obispos que les servimos con total entrega desde nuestras respectivas Diócesis y como Conferencia Episcopal.

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