lunes, 16 de julio de 2012

El verdadero secreto del libre comercio.


                  Contra la promesa neoliberal de un mundo sin pobreza ni desempleo

Bajo un esquema de libre comercio, un país que no es suficientemente competitivo en el mercado global terminará cubriendo su persistente déficit comercial con endeudamiento externo, terminará como un deudor internacional. A la inversa, un país muy competitivo poseerá un superávit comercial y se transformará en un acreedor internacional. Practicar el neoliberalismo en los lugares más pobres del mundo es un deporte cruel.

Vivimos en un mundo caracterizado por enormes riquezas y elevados niveles de pobreza. Ese escenario se repite en la mayoría de los países. El neoliberalismo domina el mundo. Se trata de una práctica aparentemente justificada por un conjunto de supuestos que tienen su raíz en la teoría económica convencional.
Los mercados están representados por estructuras sociales óptimas y autorregulables que, si se las dejara funcionar sin restricciones, permitirían atender en forma óptima las necesidades económicas, utilizar eficientemente los recursos y generar automáticamente el pleno empleo para todas las personas que deseen trabajar. Por extensión, la globalización de los mercados sería el mejor mecanismo para extender los beneficios a todo el mundo.
La teoría y práctica del neoliberalismo generaron, con razón, una importante oposición de activistas, hacedores de política y académicos. Sin embargo, el neoliberalismo continúa siendo una importante influencia en las ciencias sociales, el sentido común y en los círculos políticos.
En la práctica, las naciones poderosas y las instituciones que sostienen y difunden esta agenda fueron exitosas para expandir la ley del mercado. En consecuencia, por todo el mundo persisten enormes bolsones de pobreza y profundas desigualdades y las crisis siguen estallando. Acabamos de ingresar en la primera Gran Depresión del siglo XXI.
La base del neoliberalismo reside en la teoría ortodoxa del libre comercio, cuyo argumento central es que el libre comercio competitivo beneficiará a todas las naciones. Algunos críticos señalan que hoy en día el mundo está muy lejos de exhibir las condiciones de competitividad asumidas en la teoría económica estándar del libre comercio. Señalan que, si bien las naciones ricas predican el libre comercio, cuando ellas estaban subiendo por la escalera del desarrollo utilizaron ampliamente el proteccionismo y la intervención estatal. Incluso remarcan que ahora los países ricos ni siquiera siguen al pie de la letra sus prédicas.
Los defensores del neoliberalismo ya respondieron a esas acusaciones: en el pasado no existían las condiciones de mercado competitivas que son necesarias para el libre comercio, por lo tanto el pasado no sirve como comparación. Sin embargo, argumentan que, con la ayuda de los organismos internacionales, se pueden alcanzar esas condiciones en todo el mundo. Cuando esto suceda, el libre comercio funcionará como prometieron y la pobreza mundial, el desempleo y las crisis económicas desaparecerán.
El libre comercio entre naciones funciona prácticamente de la misma manera que la competencia al interior de un país: favorece al (competitivamente) fuerte sobre el débil. Es esperable que la globalización genere daños colaterales. Esto también nos dice que los países desarrollados tenían razón al advertir, cuando estaban subiendo por la escalera, que el comercio internacional irrestricto era una amenaza a sus propios planes de desarrollo. Aquello que hoy el mundo desarrollado niega tan enérgicamente, era verdad entonces: el gran poder del mercado se utiliza mejor cuando está asociado a una agenda social más amplia.
En los libros de texto de economía, las introducciones a la teoría del libre comercio comienzan con una tergiversación deliberada. Esos manuales nos piden que analicemos a dos países como si fueran individuos que participan libremente de un trueque. Los individuos, nos dicen, entregarán lo que tienen a cambio de otra cosa solamente si cada uno considera que va a ganar algo en ese proceso. Y, si sus expectativas son correctas, efectivamente ganarán. Así, el libre comercio beneficiaría a todos los que participen de él. El resto son detalles.
Pero como en cualquier truco de magia, este razonamiento incluye un engaño fundamental. En un mundo capitalista, el comercio internacional está guiado por empresas. Los exportadores locales les venden a los importadores extranjeros que luego venden esos productos a sus residentes, mientras que los importadores locales compran bienes a los exportadores y después nos los venden a nosotros. La rentabilidad es lo que motiva las decisiones empresarias en cada punto de la cadena.
La teoría del libre comercio tradicional descansa en el supuesto de que en un libre mercado financiero los flujos de dinero que surgen de un déficit comercial reducirán el precio real de la moneda del país (devaluarán el valor de la moneda). Así se achicará el déficit, ya que las exportaciones serán más baratas para el resto del mundo y las importaciones más caras, hasta que en un momento el balance comercial y la balanza de pagos encuentran el equilibrio. Un superávit comercial generaría el recorrido contrario hacia el mismo resultado.
Tanto Karl Marx como Roy Harrod ofrecen un contraargumento convincente: en un mercado financiero libre, las salidas de dinero disminuyen la liquidez y elevan las tasas de interés, mientras que el ingreso de capitales baja las tasas de interés. Ninguno de estos efectos altera el balance comercial. En cambio, inducen flujos de capitales de corto plazo que conducirán al balance de pagos a un equilibrio cubriendo un déficit comercial existente con endeudamiento externo y un superávit comercial impulsando una posición de acreedor externo.
Bajo un esquema de libre comercio, un país que no es suficientemente competitivo en el mercado global terminará cubriendo su persistente déficit comercial con endeudamiento externo, terminará como un deudor internacional. A la inversa, un país muy competitivo poseerá un superávit comercial y se transformará en un acreedor internacional.
Este es el verdadero secreto del libre comercio: se necesitan políticas económicas especialmente diseñadas para desarrollar la industria de un país a un nivel donde sea globalmente competitiva. Esto explica por qué los países occidentales y luego Japón, Corea del Sur y los tigres asiáticos resistieron con tanta fuerza la teoría y las políticas del libre comercio cuando estaban subiendo por la escalera.
Pero también nos permite darles sentido a las verdaderas políticas que utilizaron en su proceso de desarrollo: utilizando el acceso a los mercados internacionales, el conocimiento y los recursos como parte de una agenda social más amplia. El objetivo no debe ser equilibrar la cancha, sino más bien elevar el nivel de los jugadores desventajados. En este sentido, practicar el neoliberalismo en los lugares más pobres del mundo es un deporte cruel. www.ecoportal.net
Anwar Shaikh, Profesor de Economía, New School for Social Research.
¿Quién es Anwar Shaikh?
Por Tomás Lukin
Anwar Shaikh es considerado uno de los economistas marxistas más prestigiosos del mundo. Nació en 1945 en Pakistán, pero estudió y vive en Nueva York, donde es profesor de la New School for Social Research. “La teoría económica dominante está en quiebra”, sentenció durante una entrevista con el suplemento económico Cash en 2009. A lo largo de los últimos cuarenta años sus publicaciones han cubierto desde una visión crítica un amplio espectro de temáticas, como el comercio internacional, la demanda efectiva y el crecimiento, los ciclos económicos, la determinación de los precios relativos, la movilidad del capital y el cambio tecnológico. “La preocupación central de mis trabajos ha sido la de intentar comprender los procesos fundamentales en funcionamiento en el capitalismo avanzado. Cómo funcionan los mercados, por qué el crecimiento en ese sistema atraviesa periódicamente crisis generales, por qué es tan desigual el desarrollo capitalista en los distintos países, regiones e individuos –explica Shaikh–. Mi formación en la teoría económica convencional me convenció de que ni la teoría neoclásica ni la keynesiana ofrecen las bases suficientes para analizar esas cuestiones. Por otro lado, mi exposición a los trabajos de Harrod, Leontief, Kalecki, Sraffa, Joan Robinson y Pasinetti me ofreció inspiración y consuelo. Ellos me llevaron de regreso a los grandes economistas clásicos: Smith, con su profunda comprensión de los poderes ocultos de las fuerzas del mercado; Ricardo, con su poderoso análisis de las leyes de la política económica, y Marx, con su mordaz análisis de los intrínsecamente conflictivos orígenes, estructura y reproducción del sistema. Yo me propuse demostrar que era posible construir una base coherente a partir de la síntesis de esos autores.” El economista visitará el país a mediados de mes para participar, junto con otros economistas heterodoxos, de una conferencia. En su sitio web de la New School for Social Research es posible acceder a muchos de sus trabajos recientes así como sus producciones más viejas: http://homepage.newschool.edu/~AShaikh/
Página12, Marzo de 2012

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