Al cumplirse... (...) años de la última intervención armada de Estados Unidos en
la República Dominicana, que se inició el 28 de abril de 1965, los dominicanos
que luchamos por la liberación de nuestro país debemos hacernos una pregunta
que hasta ahora nadie ha hecho.
Al formularla la concibo así: ¿Qué fines perseguía en verdad el gobierno del
presidente Lyndon B. Johnson cuando éste dio la orden de iniciar la operación
intervencionista? ¿Qué había detrás de la agresión militar de que fue víctima
el movimiento constitucionalista iniciado el día 24 de abril de ese año? ¿Qué
llevó a los altos funcionarios del gobierno de Johnson y al propio Johnson a
decir que habían resuelto enviar tropas a la República Dominicana porque el
levantamiento militar y popular del 24 de Abril era comunista y Estados Unidos
no podía tolerar la implantación de otro gobierno como el de Cuba en América
Latina, y sobre todo en la región del Caribe? ¿Era cierto que los altos
funcionarios del gobierno estadounidense y el propio jefe de ese gobierno creían
en la naturaleza comunista del levantamiento constitucionalista de una parte de
las Fuerzas Armadas dominicanas o actuaron con ese pretexto pero por otras
razones?
En el libro Dictadura
con Respaldo Popular (Publicaciones
Max, Santo Domingo, segunda edición, febrero de 1971, pp. 78 y siguientes), yo
hacía referencia a los muchos años de la lucha antitrujillista y daba nombres
de personas que se habían destacado en ella, “sin embargo”, decía, “esa lucha
sólo tuvo éxito cuando el gobierno de los Estados Unidos, en tiempos del
presidente Eisenhower, decidió organizar a la todavía dispersa oligarquía
dominicana a fin de que ésta matara a Trujillo y tomara el poder”.
Con un salto sobre un párrafo que no tiene nada de documental, copio a seguidas
lo que seguía, que eran datos precisos nunca antes dichos en el país y nunca
desmentidos a pesar de que fueron publicados en julio de 1969 en la revista
Ahora, que era en esos años la más importante y en consecuencia la publicación
no diaria de más circulación en el país; y lo que seguía era esto: “El
encargado de realizar ese trabajo fue un coronel retirado de apellido Reed,
quien llegó a Santo Domingo y se puso en contacto con algunos comerciantes
importadores de artículos norteamericanos e ingleses. A través de uno de esos
comerciantes, Reed alquiló una casa en las vecindades del hipódromo Perla
Antillana; desde esa casa se dominaba el palco donde se sentaba Trujillo cuando
iba a presenciar alguna carrera. En esa ocasión el dictador iba a ser cazado
con un rifle de mira telescópica, pero el plan fracasó porque por alguna razón
desconocida Trujillo dejó de ir al hipódromo”.
“A través de Antonio Martínez Francisco, el coronel Reed le propuso al general
Rodríguez Reyes que encabezara un complot cuya finalidad sería matar a
Trujillo. El general Rodríguez Reyes se negó a organizar el complot o a
participar en cualquier tipo de acción contra “el jefe”, y Reed y sus amigos
dominicanos temieron que Rodríguez Reyes los denunciara; sin embargo, el hombre
que poco más de dos años después iba a caer en Palma Sola no los denunció”.
“Los trabajos de Reed en la República Dominicana se prolongaron hasta muy
avanzado el año de 1960. En ese tiempo el coronel retirado norteamericano
conoció a mucha gente, y de una manera o de otra fue conectando a esa gente, de
modo que cuando salió del país ya estaba prácticamente formado el núcleo de lo
que iba a ser el sector llamado a dirigir a la oligarquía nacional en el campo
político”.
“Lo que podríamos llamar “el plan Reed” operaba a favor de una ola
antitrujillista que estaba siendo estimulada por la crisis económica que se
había desatado en los Estados Unidos en 1957 y se había profundizado en Santo
Domingo debido a los gastos suntuosos de la Feria de la Paz y se agravó a causa
del bloqueo del régimen trujillista acordado en San José de Costa Rica en
agosto de 1960. En el orden político, la crisis se manifestaba al nivel de
todas las capas sociales. La juventud de la mediana y la alta pequeña
burguesía, impresionada por el asesinato de los invasores del 14 de Junio, se
organizaba clandestinamente; la escasa burguesía nacional estaba asustada por
la magnitud de la crisis económica; los obreros y los campesinos pobres sufrían
por la falta de trabajo y el encarecimiento de la vida; una parte de la baja
pequeña burguesía y del proletariado de las ciudades comenzó a ser organizada
por los líderes del MPD, que habían llegado de Cuba. Trujillo reaccionó con
violencia ante esa ola de actividades contra su régimen que se extendía por
todo el país; mató a centenares de luchadores, entre ellos a las hermanas
Mirabal; llenó de presos la cárcel de La Victoria, inició la persecución del
sacerdocio católico; apretó de manera despiadada las tuercas de su régimen,
cuya estabilidad confió a la maquinaria de terror que dirigía Johnny Abbes
García”.
“El coronel Reed se fue del país y, al mismo tiempo que él, se fueron a los
Estados Unidos algunos de los oligarcas que habían estado trabajando con él.
Pero el plan norteamericano no quedó abandonado. La Radio Swan fue puesta a la
orden de algunos dominicanos; periódicos y revistas de Norteamérica recibieron
instrucciones de destacar las noticias desfavorables al sistema de Trujillo;
algunos jóvenes de los que trabajaban en Santo Domingo fueron protegidos y
sacados del país cuando se tuvieron pruebas de que Abbes García había ordenado
su detención, y los funcionarios del consulado general de los Estados Unidos en
el país –pues las relaciones diplomáticas habían quedado suspendidas después de
la Conferencia de San José de Costa Rica– siguieron haciendo contacto con los grupos
oligárquicos. Esta situación duró, por lo menos, hasta el día en que el
gobierno norteamericano abandonó completamente el plan de organizar el
asesinato de Trujillo”.
Pueblo y soldados patriotas en un pasaje de la guerra patria
“Ese abandono se produjo cuando ya Kennedy estaba en el poder. La invasión de
Cuba había terminado en el fracaso de Bahía de Cochinos y era altamente
peligroso sumarle a ése un nuevo fracaso en la explosiva zona del Caribe. En el
caso de Bahía de Cochinos, Kennedy había salvado la cara diciendo que él
cargaba con la responsabilidad de los hechos, ¿pero cómo hubiera podido
salvarla de nuevo si Trujillo salía inesperadamente diciéndole al mundo que
había descubierto un complot para matarlo y presentaba pruebas de que ese
complot estaba dirigido desde Washington? ¿No había sido una acusación similar
—la de que él había tratado de matar a Rómulo Betancourt, presidente de
Venezuela— la que se había usado para acordar en la Reunión de Costa Rica el
bloqueo de la República Dominicana? Dada la naturaleza policíaca del gobierno
de Trujillo la conjura podía ser descubierta en cualquier momento y la Casa
Blanca podía quedar ante el mundo como un nido de mentirosos empedernidos que
al mismo tiempo organizaba expediciones contra Fidel Castro porque era
comunista y planes de asesinato de Trujillo porque era un fanático
anticomunista”.
“La retirada de Reed no detuvo, sin embargo, la marcha de los acontecimientos
que iban a desembocar en la muerte de Trujillo. Hasta el momento no se han
presentado pruebas de que los que intervinieron en el atentado del 30 de mayo
de 1961 tuvieron contacto con Reed o con los norteamericanos que permanecieron
en Santo Domingo después de la salida del coronel retirado. Sólo se sabe que un
norteamericano, el dueño del colmado Wimpy —si es así como se escribe el nombre
de ese comercio—, introdujo en el país algunas de las armas que se usaron en
esa ocasión. De todos modos, si los conjurados tuvieron esos contactos, el
hecho no le resta méritos a lo que hicieron, pues enfrentarse al dictador para
matarlo no era un juego de niños. Por otra parte, cualquiera persona puesta en
su lugar habría actuado de manera insensata si hubiera rechazado la ayuda que
podían ofrecerle los yanquis. En la situación en que se encontraban ellos y el
país, toda ayuda era buena aunque procediera del infierno”.
“Desde el punto de vista político, lo que tuvo importancia trascendental en esa
ocasión no fue que los conjurados del 30 de mayo contaran con la ayuda
norteamericana, si es que la tuvieron; lo realmente importante fue que el
gobierno de los Estados Unidos, encabezado entonces por el demócrata John F.
Kennedy, se aprovechó de la profunda crisis económico-política del país —la más
seria que había conocido el país desde el año 1916— para darle a la oligarquía,
que todavía era políticamente incapaz de tomar los mandos del país, la
consistencia organizativa necesaria a fin de que a la muerte de Trujillo
pudiera tomar el poder y lo usara en perjuicio del pueblo y en beneficio, sobre
todo, de los intereses norteamericanos”.
“En los sucesos que se han dado en Santo Domingo a partir de la muerte de
Trujillo puede verse con claridad absoluta y con detalles nítidos cuál es el
papel que juegan los Estados Unidos en la formación y la consolidación de los
frentes oligárquicos. Fueron ellos los que formaron el frente oligárquico
dominicano entre 1960 y 1961, y en ese frente, como en todos los de América
Latina, ellos pasaron a ser, desde el primer momento, el miembro más poderoso.
Como representante político de ese frente formaron la Unión Cívica Nacional,
cuya organización fue planeada en Washington con la participación de Donald
Reid (Cabral) y (José Antonio) Bonilla Atiles. El primer vehículo de propaganda
de la Unión Cívica fue una estación de radio de New York que estaba al servicio
del gobierno norteamericano”.
Lo que dije desde París en artículos escritos en el mes de julio de 1969 vino a
ser confirmado por el periodista Víctor Grimaldi al darles publicidad en el
diario La Noticia del 19 de abril de este año (1985) a documentos oficiales del
gobierno de Estados Unidos que consultó en la Biblioteca John F. Kennedy de
Boston y en los archivos del Consejo Nacional de Seguridad de Lyndon B.
Johnson, en Austin, Texas. En esa publicación Grimaldi dice que “el presidente
demócrata John F. Kennedy estaba de acuerdo con su antecesor, el presidente
republicano Dwight Eisenhower, en el sentido de que la tiranía trujillista
podría provocar una resistencia que diera paso a un movimiento revolucionario
similar al de Fidel Castro (en Cuba). Por tanto, tal como lo revelan los
documentos oficiales norteamericanos, Kennedy también comprometió al gobierno
de su país en los planes para eliminar a un “anticomunista a ultranza” como
Trujillo con el propósito de que el fanatismo de ultraderecha no facilitara los
planes de los simpatizantes de Fidel Castro que pudieran haber en el país
(República Dominicana) por aquella época”.
Entierro de un combatiente constitucionalista muerto en combate con tropas invasoras |
Trujillo fue muerto el 30 de mayo de 1961, y Víctor Grimaldi halló en la
Biblioteca John F. Kennedy documentos que “revelan que el 5 de mayo (de ese
año) se reunió el Consejo Nacional de Seguridad para analizar la situación de
la República Dominicana, Haití y Cuba”. Ese día, refiere Grimaldi, el teniente
general Earle G. Wheeler le envió al mayor general Chester Clifton Junior,
ayudante militar del presidente Kennedy, un memorando —el número DJSM-546-61—
que decía: “Si las circunstancias de la República Dominicana requieren el uso
de fuerzas de los Estados Unidos, los planes requeridos están en las manos de
las unidades que participarán, y las fuerzas están listas. Los comandantes
apropiados de las fuerzas asignadas del Comando del Atlántico han sido
alertados de que puede haber problemas en la República Dominicana”, y luego
describe esas fuerzas diciendo que incluían 14 destructores, un Phibron con un
batallón menos una compañía y un escuadrón de aviones de combate.
Esos documentos revelan que veinticinco días antes de que Trujillo fuera muerto
a tiros mientras salía de la ciudad de Santo Domingo en dirección hacia San
Cristóbal el presidente Kennedy estaba listo para actuar militarmente en la
República Dominicana si los acontecimientos que esperaba se darían en este país
requerían de una intervención armada de Estados Unidos, y revelan también que
lo que haría el demócrata John F. Kennedy seguía la misma línea de acción que
había establecido su antecesor inmediato, el general Dwight Eisenhower, cuyo
gobierno dirigió el acuerdo de San José de Costa Rica mediante el cual el
gobierno de Trujillo fue económica y diplomáticamente aislado del resto de los
Estados de las dos Américas por haber tramado el asesinato del presidente de
Venezuela, Rómulo Betancourt. El 3 de junio, tres días después de la muerte de
Trujillo, el gobierno de Kennedy envió a las costas dominicanas nada menos que
40 unidades navales; y en noviembre de ese año, cuando Ramfis, el hijo de
Trujillo, y un grupo de altos oficiales de su confianza se negaban a salir del
país tras haber dado muerte a los sobrevivientes de la conjura que culminó en
la muerte del dictador, John F. Kennedy envió otra flota a la cabeza de la cual
se hallaba nada menos que el portavionesIntrepid.
Lo que un observador, que no tiene que ser necesariamente muy sagaz, puede
sacar en claro de la identidad de actuación ante el caso dominicano de un
gobierno estadounidense republicano y otro demócrata se resume en pocas
palabras; esos dos gobiernos, el de Eisenhower y el de Kennedy, fueron en su
política exterior, por lo menos en la región del Caribe y hasta cierto punto en
el Sudeste Asiático, partidarios de la aplicación de la Doctrina Truman pero no
pudieron ejecutarla como lo haría Johnson lo mismo en el Caribe que en Viet
Nam. Kennedy trató de aplicar esa llamada doctrina en Cuba y fue derrotado por
la decisión de los cubanos, no porque dispusieron de más elementos de guerra que
los invasores llevados por el gobierno norteamericano a Bahía de Cochinos;
Johnson la puso en práctica en la República Dominicana pero fracasó de manera
humillante cuando quiso ejecutarla en Viet Nam, y fracasó a tal punto que su
empeño en mantener la guerra en la antigua Indochina le costó el poder puesto
que no se atrevió a presentar su candidatura presidencial para un segundo
período dada la oposición del pueblo de los Estados Unidos a esa guerra y al
gobernante norteamericano que la llevaba a cabo. Conviene tener presente que
también Nixon fue partidario de la aplicación en la política exterior de su
país de la Doctrina Truman, que ha sido en resumen la de llevar la guerra sin
limitación alguna a cualquier país que se proclame socialista lo mismo si está
situado en tierras del Nuevo Mundo, como sucedía con Chile, que si se halla en
los confines de África, como es el caso de Angola y Etiopía; y naturalmente, el
más empecinado en la aplicación de lo que dictaminó Harry S. Truman cuando
proclamó, el 12 de marzo de 1947, la llamada Doctrina de la Guerra Fría, nombre
con que la bautizaron los periodistas de varias partes del mundo, es Ronald
Reagan, para quien la misión de Estados Unidos es destruir el socialismo
dondequiera que se establezca o se tema que lo haga, y destruirlo mediante el
uso del poderío militar, tal como hizo él en Granada.
De este breve resumen con que expongo, no juicios sino hechos, brota una
comparación con lo que estuvieron haciendo los gobiernos norteamericanos antes
de la Segunda Guerra Mundial y desde fines del siglo pasado cuando usaban sus
fuerzas armadas para arrastrar a países militar y económicamente débiles a su
hegemonía económica; esto es, lo que varias generaciones de latinoamericanos
han conocido con el nombre de imperialismo. En la etapa imperialista los
gobiernos estadounidenses usaban su poder militar para explotar las riquezas
naturales y el trabajo humano de países pequeños, lo mismo si estaban cerca de
su territorio —Cuba, Nicaragua, Haití, la República Dominicana, Puerto Rico,
Panamá—, como si se hallaban a distancias de varios días de navegación, que era
el caso de Guam, Hawai y Filipinas. La explotación requería previa ocupación
militar, que en algunos casos acabó siendo ejercida por una mezcla de tropas
metropolitanas y policías o soldados naturales del territorio ocupado como
sucedió en Puerto Rico, territorio español en el Caribe que ha sido convertido
en una colonia aunque toda su población tenga la ciudadanía norteamericana,
incluyendo entre los ciudadanos al gobernador de la isla, o en un Estado de la
Unión, como es el caso de Hawai.
Soldados Americanos entran a la ciudad de Santo Domingo mansillando el suelo patrio
Tenemos, pues, que en los años del imperialismo llegaban primero los soldados,
casi siempre miembros de la Infantería de Marina, y tras ellos los banqueros,
los comerciantes; los agentes económicos de la intervención militar, a los que
seguían los agentes religiosos, pastores de iglesias protestantes, y los
agentes culturales que tenían a su cargo demostrar que en ningún pueblo de la
Tierra se vivía con más holgura y seguridad que en Estados Unidos, el paraíso
de los ambiciosos donde cualquiera podía hacerse millonario.
Ahora, en la época de las empresas transnacionales no hay necesidad de tomar
por medio de las armas un territorio dado porque los llamados inversionistas de
dólares tienen a su servicio gobiernos interesados en que se instalen en sus
países; ahora la agresión militar se lleva a cabo por miedo, un miedo pavoroso
a que el comunismo se expanda por las porciones del mundo desde las cuales
puede penetrar en Estados Unidos o puede cercar la tierra del dólar y
esterilizarla de tal manera que en ella se acaben los multimillonarios.
Ocurre, sin embargo, que la intervención se ejecuta por miedo al comunismo pero
se afirma mediante la instalación de empresas industriales, bancarias,
comerciales que se hacen al favor del poder militar interventor y del
debilitamiento del poder político del país ocupado. Ese es el caso de la
República Dominicana, que fue ocupada por las Fuerzas Armadas estadounidenses
por miedo a que en el país se estableciera el comunismo y acabó siendo
convertida en una neocolonia suministradora de trabajo asalariado barato, de
facilidades para montar negocios, lo mismo industriales como la Gulf and
Western o la Falconbridge que financieros como el Bank of America, el City Bank
o el Chase Manhattan Bank.
En la etapa que podría denominarse de invasión de empresas capitalistas
norteamericanas en un país que ha sido agredido militarmente el gobierno
estadounidense se convierte en el agente introductor de las empresas, y en
algunos casos ese gobierno es representado por los funcionarios más altos. Así,
por lo menos, sucedió en la República Dominicana, donde la Gulf and Western
Incorporated, que figura en la conocida lista de Fortuneen lugar destacado entre las 500 multinacionales más
importantes de Estados Unidos, fue introducida por recomendación directa del
presidente Johnson ante el presidente Joaquín Balaguer cuando los dos jefes de
Estado se reunieron en Punta del Este, Uruguay, en el mes de abril de 1967. La Gulf
and Western inició sus negocios en el país comprando las instalaciones del
Central Romana a su propietaria, la South Porto Rico Sugar, y en menos de diez
años se había convertido en una potencia industrial, comercial y financiera
dueña de negocios de todo tipo entre los cuales estaban, además de la
producción y venta de azúcar y furfural, de frutos tropicales, de cemento,
grandes instalaciones turísticas con aeropuerto propio, zonas francas y una
firma financiera.
La Gulf and Western Industries es un ejemplo de empresa neocolonial establecida
mediante el uso del poder estatal de su país de origen, pero es necesario decir
que el poder estatal norteamericano no se mantiene en la República Dominicana
alimentado únicamente por el peso en la economía de Estados Unidos que tienen
empresas como ésa; se mantiene primordialmente por la autoridad que impone el
poderío militar de aquel país sobre las Fuerzas Armadas dominicanas. Para la
generalidad de las personas, tanto en nuestro país como en los de Europa, América
Latina y Estados Unidos, la intervención armada de 1965 terminó cuando las
tropas norteamericanas retornaron a sus cuarteles en Puerto Rico y
Norteamérica, y sin embargo no sucedió así porque la reorganización de las
fuerzas militares dominicanas fue impuesta por los interventores y los que
quedaron en las posiciones de mando de esas fuerzas fueron hombres escogidos
entre los que habían demostrado lealtad a los principios ideológicos del
Pentágono cuyos representantes aquí serían los miembros de la Misión Militar
norteamericana. Naturalmente, en casos similares hay siempre excepciones y las
hubo también en la República Dominicana, pero en número muy limitado.
El ejercicio de la autoridad militar de Estados Unidos en nuestro país ha
tenido muchas manifestaciones y a seguidas vamos a exponer algunas de las más
ostensibles porque las que se han hecho de manera encubierta aparecerán en
público sólo cuando sea posible examinar sin limitaciones los documentos
secretos que se guardan en los archivos del Pentágono y del Consejo de
Seguridad Nacional estadounidense.
De las actuaciones conocidas, la más importante fue la misión encabezada por el
general Dennis McAuliffe, jefe del Comando Sur (Zona del Canal, Panamá) del
Ejército de Estados Unidos, formada por él y por varios coroneles que llegaron
al país a cumplir órdenes del presidente Antonio Guzmán, quien, tomó posesión
de la presidencia de la República el 16 de agosto de 1978 y se proponía retirar
a los numerosos jefes militares que en la noche del 16 al 17 de mayo de ese año
habían puesto en ejecución un plan para sustraer la documentación de las
elecciones que se habían celebrado el día 16. Los documentos habían sido
llevados a la Junta Central Electoral donde estaba haciéndose el conteo de los
votos emitidos y las noticias en que se daba cuenta de ese conteo eran
transmitidas por estaciones de radio, razón por la cual pasada la media noche
empezó a conocerse que los resultados estaban siendo favorables al candidato
presidencial del Partido Revolucionario Dominicano, el señor Antonio Guzmán, y
a eso de las 3:30 de la mañana entraron al local de la Junta Central Electoral
fuerzas militares que se apoderaron de la documentación y la llevaron a lugares
controlados por ellos.
A raíz de ese hecho se declaró en la jefatura de la Policía que el ganador de
las elecciones había sido el presidente Joaquín Balaguer, quien mantenía el
poder desde hacía años con apoyo político, económico y militar de cuatro
gobiernos norteamericanos: los presididos por Johnson, Nixon, Ford y Carter. El
Dr. Joaquín Balaguer había sido elegido presidente en el año 1966 con el
beneplácito del gobierno de Johnson, quien le dio toda suerte de respaldo
incluyendo el envío desde Miami en aviones que aterrizaban en la base aérea de
San Isidro, a 15 kilómetros de la ciudad de Santo Domingo, cargados de urnas
llenas de votos falsos; en las elecciones de 1970 no figuró el Partido
mayoritario de la oposición, el Partido Revolucionario Dominicano, debido a que
el gobierno no ofrecía garantías de ninguna especie a los activistas
electorales de ese partido, y en las de 1974 el PRD se retiró 24 horas antes
por la misma razón; pero en las de 1978 la situación había cambiado porque el
PRD había abandonado del todo, desde fines de 1973, su línea de oposición a la
Gulf and Western y en general a la política de entrega de las tierras y las
minas del país a empresas norteamericanas, y con ese abandono pasó a ser la
organización política favorita del gobierno de Estados Unidos, que estaba
encabezado en 1978 por Jimmy Carter. Carter en persona dirigió el operativo
político y militar destinado a sacar del poder al Dr. Balaguer y llevar a él a
Antonio Guzmán y en poco tiempo consiguió que el Dr. Balaguer accediera a
reconocer la victoria electoral de Guzmán si a él se le atribuía la victoria en
cuatro provincias donde su partido había perdido las elecciones, con lo cual él
pasaba a tener mayoría de un asiento en el Senado.
En el orden político, Carter aceptó la propuesta de Balaguer y con él la aceptó
Guzmán, pero tanto Carter como Guzmán se reservaron el uso del poderío militar
norteamericano para mostrarlo en el momento mismo en que Guzmán pasara a ser
presidente de la República Dominicana, y así se hizo con el envío del general
McAuliffe y varios coroneles del Comando Sur del Ejército de Estados Unidos
cuya misión fue ejecutar, pidiéndoles a los afectados que las aceptaran, las
órdenes de retiro de varios generales y coroneles dominicanos considerados
políticamente adictos al Dr. Balaguer, Posiblemente con esa operación se inició
una nueva etapa en el uso del poderío militar estadounidense en condición de
instrumento de dominación política en países neocoloniales.
La supervisión de la situación militar y política del país por parte del
Pentágono ha estado a cargo, desde agosto de 1978, del propio general
McAuliffe, quien volvió a la República Dominicana poco después de su primera
visita; del general Robert B. Tanguy, comandante de la División Aérea Sur de la
Aviación y vicecomandante en jefe del Comando Sur con asiento en Panamá. El
general Tanguy se reunió con el presidente Guzmán el 9 de septiembre de 1979.
El 29 de enero de 1980 llegó el mayor general Robert L. Schweitzer, director de
Estrategias, Planes y Políticas del Ejército, quien en declaraciones a la
prensa dominicana dijo que había venido a brindar apoyo para combatir la
subversión comunista y para “fortalecer con nuestros amigos de la República
Dominicana las acciones políticas, sociales, económicas y militares que podamos
hacer juntos frente a esa amenaza comunista”, y afirmó que Estados Unidos “sabe
bien la posición estratégica que tiene la República Dominicana, especialmente
porque está ubicada entre el Canal de la Mona y el Paso de los Vientos y ésa es
una razón por la que todos los barcos que se dirigen al Canal de Panamá
necesitan pasar por aquí”.
Apenas mes y medio después, el 14 de marzo, llegó el almirante y general de
cuatro estrellas Harry D. Train, jefe de la flota, y también él hizo
declaraciones sobre el peligro del “avance del comunismo”; el 12 de mayo vino
el teniente general Wallace Nutting, nuevo jefe del Comando Sur del Ejército
con sede en Panamá; el jefe de la Fuerza Aérea del mismo Comando, el general
James Walters, se reunió el 30 de septiembre con el presidente Guzmán; el 1º de
junio de 1981 llegó, en condición de enviado especial del presidente Reagan, el
teniente general retirado Vernon Walters, conocido como agente político-militar
al que se le atribuye estar muy versado en los problemas políticos y militares
de la región del Caribe.
El general Robert L. Schweitzer volvió al país al comenzar el mes de agosto de
1983 en calidad de presidente de la Junta Interamericana de Defensa y se
entrevistó con el presidente Jorge Blanco; menos de dos meses después, el 27 de
septiembre, vino acompañado de varios oficiales el mayor general William E.
Masterson, vicecomandante en jefe del Comando Sur y comandante de la División
Aérea de ese Comando en Panamá; el 19 de marzo de 1984 llegó el almirante Ralph
Hedge, jefe de la Fuerza Naval de Estados Unidos en el Caribe, y un año
después, el 19 de marzo de 1985, llegó el jefe de la Flota Atlántica y del
Comando Naval de Estados Unidos, almirante Wesley McDonald, quien declaró en
rueda de prensa que Estados Unidos intervendría militarmente el país si el gobierno
dominicano lo solicitaba y si las circunstancias del momento lo aconsejaban;
reafirmó el respaldo militar norteamericano a la República Dominicana e hizo
los consabidos señalamientos anticomunistas. El presidente Jorge Blanco, a
quien el militar estadounidense no había visitado, por lo menos públicamente,
visitó el portaviones Nimitz, en el cual viajaba el almirante McDonald.
Aunque parezca innecesario, debo decir que las visitas de los jefes militares
mencionados en estas páginas fueron acompañadas de exhibiciones de poder naval
y aéreo porque en la mayoría de los casos vinieron al país en transportes de
guerra que eran aviones o portaviones, fragatas y destructores armados de
cohetes, todo lo cual se ha estado haciendo para dejar en el ánimo de los
militares dominicanos, y por lo menos de una parte de nuestro pueblo, la idea
de que el poderío militar de Estados Unidos es invencible.
En resumen, lo que surge de un análisis de las causas que dieron origen a la
intervención armada de Estados Unidos en la República Dominicana iniciada el 28
de abril de 1965 con el pretexto de que en nuestro país se había producido un
levantamiento comunista es la convicción de que con esa acción Estados Unidos
dejó atrás la etapa del imperialismo impulsado por razones económicas que había
sido su política de penetración y dominación mundial desde fines del siglo
pasado hasta mediados del actual y pasó a actuar en el terreno militar en forma
de agresión armada defensiva por miedo a la instauración del comunismo en territorios
que el capitalismo norteamericano consideró desde los tiempos de Monroe
reservas destinadas a ser usadas por él.
La Revolución Rusa no alarmó a los capitalistas estadounidenses mientras no
apareció en uno de esos territorios que habían sido considerados reservas para
ser explotadas por ellos. La alarma primero y el miedo después a ese sistema
social, político y económico que reemplaza al capitalismo apareció en Estados
Unidos cuando quedó instalado en Cuba, y aun desde antes, puesto que fueron las
sospechas de que la Revolución Cubana era comunista lo que provocó la formación
de la fuerza expedicionaria llamada a penetrar en Cuba por Bahía de Cochinos.
El miedo del gobierno de Eisenhower al establecimiento de un régimen comunista
en Cuba llevó al gobierno revolucionario cubano a apoyarse en la Unión
Soviética, primero económicamente y después en la ayuda militar, única manera
de sobrevivir a las amenazas políticas y las medidas económicas que le llegaban
de Estados Unidos y por fin a la convicción de que por órdenes del presidente
Eisenhower la CIA estaba organizando una fuerza armada de cubanos que habían
pasado a vivir en Estados Unidos.
La expansión del llamado comunismo, que en realidad es socialismo y puede
tardar hasta cien años en pasar a ser comunismo, aterra a los capitalistas de
Estados Unidos y con ellos a sus representantes políticos a tal punto que una
isla minúscula del Caribe como es Granada le pareció al gobierno del presidente
Reagan un continente gigantesco lleno de cohetería y toda suerte de armas
imbatibles destinadas a aniquilar no sólo el poderío sino la población entera
de Norteamérica. En la República Dominicana, donde el año 1965 no había cien
comunistas, el miedo de Johnson y de todos los altos funcionarios de su
gobierno dio lugar a la intervención armada cuyas causas se estudian en estas
páginas, pero esa intervención creó una fecha histórica, y con ella una bandera
de lucha por la liberación nacional alrededor de la cual se organizan los
mejores hijos del pueblo.
En el escudo de esa bandera figuran los mártires de 1965 y dos nombres de jefes
militares que entraron en la historia nacional: Francisco Alberto Caamaño y
Rafael Fernández Domínguez.
A ellos dedica el autor estas páginas.
Santo Domingo, R. D.
18-19 de abril, 1985.
Editora Alfa y Omega, 1985, primera edición.
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