lunes, 3 de diciembre de 2012

Cayo Levantado y el vendedor de “bolitas adivinadoras”

César Medina
elroedor2045@hotmail.com

Es proverbial la facilidad con que los dominicanos se dejan estafar.

La memoria no alcanza a recordar a la primera víctima del engaño con el anillo de “oro puro” que se “encuentran” entre dos que nunca antes se habían visto.

O la historia del “brujo” que convierte “en papeletas de dos mil” los billetes de cien.

Las estafas con el “lingote” abundan en la Policía desde los años en que me inicié como reportero cubriendo precisamente esa fuente noticiosa.

Se hacen “vacunas masivas” cuando estos engaños adquieren categoría de escándalo público.

Y por años desaparecen estafas y estafadores.

Pero regresan siempre con mucho mayor brío, a veces en otras modalidades. Y cuando retornan con frescura y mayor depuración, arrasan en segmentos sociales de clase media, siempre en procura de oportunidades para ganarse “un dinero”.

La mayoría de los casos los estafados no formulan denuncia en la Policía. La primera razón es la vergu¨enza con conocidos, amigos y familiares por haber sido “tan bruto” dejándose estafar con una historia tan vieja...

Pero la razón de mayor peso para dejar “eso así” es la posibilidad de que al acudir a la estación de Policía el cabo que le recibe la denuncia es precisamente el que le vendió “el lingote de oro puro”.

Cuidado..¡las sucesiones! Hace ya unos años vino a verme un señor de hablar florido que de entrada lanzó sobre mi mesa de trabajo un manojo de “documentos probatorios” de que yo estaba en una escala privilegiada de una tal “Sucesión Medina”, heredera de una fortuna de varios miles de millones de pesos, dólares, euros y otras riquezas incuantificables.

Me costó mucho esfuerzo contener la risa, y como esa mañana estaba de buen humor y la agenda me lo permitía, le seguí el juego para ponerlo a hablar bonito.

El tipo trataba cada vez más de impresionarme con la historia de tres hermanos que llegaron de España, pero de procedencia árabe, en el siglo XV1, lo que por momento me hizo pensar que llegaron con Colón...

Insistía en preguntarme si mi padre se llamaba Carlos María y si era el último hijo de sus padres, como en efecto lo era .

Luego me recordaba que era yo el último vástago de mis padres...

“Ahí está... Mírelo aquí más claro...”, y buscaba entre aquel montón de papeles amarillentos la prueba de que esa enorme fortuna recaería por documentos testados en el último de la sucesión. Y ahí estaba yo, como el último de Carlos María.

Mostré una euforia inaudita aquella mañana frente a quien tal vez me habría convencido de no haber sido por el seseo en cada palabra. Porque se fue emocionando por el aparente interés que yo mostraba, quería hablar cada vez más bonito, metía la S en casi todas las palabras que pronunciaba y el nudo de la chalina se le fue de lado y comenzó a exhibir lo que realmente era: un ñame con corbata.

El fin es que lo cité con entusiasmo para la tarde de ese mismo día. Y cuando llegó estaba en mi compañía un general amigo, vestido de civil, que en cuanto lo vio entrar a la oficina lo reconoció y le dijo: “Pero Flamenco... ¿Otra vez en lo mismo? -No, coronel... El señor Medina me llamó para unos negocios con una tierra...”, pero el general no lo dejó terminar: “Ven conmigo, Flamenco, para que hablemos algunas cosas...

Lo primero que debes saber es que hace más de dos años que soy general” Días después me llamaron para que formulara una denuncia contra Flamenco. Le respondí que no iba a perder mi tiempo miserablemente.

...Y la bolita Por eso no dudo que entre los 217 “abogados” que subieron a estrado el viernes en representación de los tres mil y tantos miembros de la “sucesión Andrés Trinidad Mejá” en reclamo de Cayo Levantado, en Samaná, esté mi amigo “Flamenco”.

Porque aquí todavía hay quienes compran la bolita adivinadora, como en el cuento aquel: “Bolita Adivinadora... bolita adivinadora”, pregonaba, bandeja en hombro, aquel fortachón que parecía fisiculturista más que vendedor de dulces.

¿A cómo son?, le preguntó uno cuando cruzaba la Arzobispo Portes.

-A cinco cheles.

¡Sabe a mierda!, exclamó el comprador sorprendido cuando se llevó la bolita a la boca.. .

-Otro que adivinó!!!, le dijo el fortachón y siguió camino al malecón.

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