lunes, 17 de diciembre de 2012

Chávez, Venezuela y Petrocaribe



Oscar Medina
La salud del presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías, es complicada, de extrema gravedad. Informes oficiosos dan cuenta de que una metástasis le ha afectado la zona lumbar, siendo necesario extraerle dos vertebras.
Las señales que se emiten desde el Palacio de Miraflores confirman la gravedad de la situación. Por primera vez Chávez sugirió la posibilidad de verse inhabilitado, y al partir a Cuba propuso un sucesor, se despidió entre lagrimas de sus colaboradores y sus palabras y lenguaje corporal evidenciaron el temor a un desenlace fatal.
Todo luce indicar que Chávez no estará en condiciones de presentarse a jurar un nuevo mandato el próximo 10 de enero, lo que obligaría a convocar nuevas elecciones en los 30 días siguientes. Y que su ungido como sucesor, Nicolás Maduro, enfrentaría al líder opositor Henrique Capriles.
La lógica indica que Maduro vencería en esa eventualidad. No necesariamente por el liderazgo o las condiciones del actual Vicepresidente en ejercicio, sino porque en ese escenario el voto emocional primaria sobre el voto consciente, lo que catapultaría la opción chavista.
Esa es una condición muy particular de estos pueblos. Los dominicanos vivimos la experiencia cuando Peña Gómez murió faltando días para las elecciones de 1998, convirtiéndose en factor decisivo para que el PRD obtuviera una victoria hasta entonces sin precedentes.
Las condiciones que pueda tener Maduro para conducir la Revolución Bolivariana y mantener la gobernabilidad y la cohesión del partido ante una eventual ausencia definitiva del carismático líder, ya es harina de otro costal.
Pero sea cual sea el resultado, lo cierto que es que habrá cambios en Venezuela, y que los mismos pudieran alcanzar la visión internacionalista y solidaria que hasta ahora han caracterizado el régimen de Hugo Chávez.
Cuando en República Dominicana se analiza ese proceso, inmediatamente se piensa en Petrocaribe. Y se teme en la eventual desaparición de ese programa. Algunos proyectan serios problemas si el país dejara de recibir esos beneficios.
Sin embargo, esa no es la realidad. Petrocaribe es un programa que financia un porcentaje de la factura petrolera, sobre una cuota establecida y a partir del nivel de precio del crudo. República Dominicana tiene asignado 50 mil barriles diarios, lo que representa aproximadamente un tercio del consumo. Con los precios actuales se financia el 40 por ciento de esa cuota, a tasas muy preferenciales y con gracias en el pago.
Anualizado, Petrocaribe representa financiamientos entre 400 y 500 millones de dólares. Su impacto fundamental se verifica en la Cuenta Corriente de la Balanza de Pagos, ya que resta presión sobre el tipo de cambio y apoya la estabilidad macroeconómica.
Petrocaribe no tiene ninguna incidencia en los precios a los que el país compra el crudo, y mucho menos a los que llegan sus derivados al consumidor.
Y no olvidemos que se trata de una deuda. Blanda, pero deuda al fin, una deuda que ya supera los 2,600 millones de dólares.
Por tanto, y sin intención de subestimar su impacto en la economía ---y mucho menos su carácter solidario--- no es verdad que la economía dominicana sucumbe si Petrocaribe desaparece. Pues bastaría con establecer políticas agresivas que impulsen el crecimiento de sectores como el Turístico y la Agropecuaria en al menos un 10 por ciento para suplir con creces los efectos de este programa en las cuentas nacionales. Y sin deberle dinero a nadie.
De ahí que esta coyuntura se presenta favorable para plantear escenarios alternos fuera de la zona de confort que desde el 2005 nos ofrece este programa, e impulsar el crecimiento de sectores generadores de divisas en lugar de seguir acomodados al asistencialismo. Y es que independientemente del futuro de Petrocaribe, solo el nivel de la deuda que mantenemos con Venezuela, nos obliga a replantear ciertas cosas.
Por tanto, al tiempo que oramos por la salud de un presidente amigo y solidario como Hugo Chávez, y hacemos votos por su total recuperación, debemos prepararnos para un eventual cambio de política en Venezuela. Y asumir que el déficit de la Balanza de Pagos no se puede continuar financiando con deudas, ni con “buenas” como la de PetrocaribeÖ ni con ninguna otra.
La crisis europea evidenció que el “estado de bienestar” no se puede financiar con préstamos, ni mantener políticas intensivas en el endeudamiento por un tiempo indeterminado sin que eventualmente se paguen las consecuencias.
República Dominicana cuenta con el potencial para financiar su desarrollo a partir de sus propias capacidades productivas.
En consecuencia, estamos ante la oportunidad de hacer lo que nunca se ha hecho: políticas para aumentar la productividad y generar más dólares de los que gastamos ¡Manos a la obra!

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