sábado, 26 de enero de 2013

BREVES NOTICIAS INTERNACIONALES




Texto completo en: http://actualidad.rt.com/actualidad/view/84750-mujica-celac-chile-latinoamerica-europa

sábado, 19 de enero de 2013

JOSE MARTI EN SANTO DOMINGO


JOSE MARTI POR LOS CAMINOS DE LA PATRIA GRANDE

Santo Domingo (PL) La Unica Verdad de ESTA vida, y la Única Fuerza, es el amor. En El está la Salvación, y en eL está el mando, escribio el Héroe Nacional cubano, José Martí, en Su Primera Visita a Dominicana.Entonces República, el almanaque de 1892 dejo caer la hoja Correspondiente al 12 de Septiembre, y el insigne patriota Pensamientos Propios estampó en el álbum de autógrafos de Clemencia, la UNA de las Hijas de Máximo Gómez....  palabras más

La resaca: sus nombres y sus curas



La resaca: sus nombres y sus curas, según diferentes países + curiosos remedios caseros.





Babalas, Sudáfrica

El término procede de la palabra en Zulú para ebrio. La cura que se aconseja es cubrir los ojos con jitomate (Mal llamado tomate. Hortaliza mexicana por antonomasia, junto con el chile).

Gueule de bois, FranciaLa expresión significa, literalmente, hocico de madera, y al parecer se originó en las barricas de cognac y los vasos donde se sirve esta bebida. La cura es una bebida un tanto vampiresca: vino tinto mezclado con ajo.

Kater, AlemaniaLa palabra en alemán para Gato, que es también la marca de una conocida cerveza. Huevos fresco de búho como remedio a los excesos del alcohol.

Resaca, EspañaMovimiento en retroceso de las olas después que han llegado a la orilla: en sentido figurado, eso que sucede cuando las aguas de alcohol han dejado al ebrio. En España la resaca se cura frotándose mitades de limón en las axilas.

Tømmermand, DinamarcaCarpintero, porque la denominación se originó en ceremonias de trabajadores de la construcción especializados en techos y carpinteros. La cura es Smut/Lamp, una mezcla de leche con otra bebida de color negro.

Krapula, FinlandiaYa en latín crápula está ligada, como palabra, a la borrachera y la resaca, de donde pasó íntegro al finés. El remedio en estas latitudes boreales es un tanto sorprendente para lo que comúnmente asociamos con esta cultura: 13 tachuelas sobre el corcho de la botella por la cual te emborrachaste.

Pochmeliye, RusiaEstupor del ebrio. El pueblo ruso no decepciona: para curarse una resaca, cigarros y café y más vodka.

Suri, BavariaSuri signifca Perdón pero también se usa para expresar la sensación de mareo. En la región, la cura es una sopa de fideos con dos yemas de huevo y un chorro de cognac.

Hangover, Estados UnidosEl término surge de las lenguas nativas estadounidenses y se refiere tanto a una bebida fuerte en sí (Firewater) como a la expresión Hanging around, Dando vueltas. El remedio, el pene de una golondrina y mirra.

Baksmälla, SueciaReversión: acción y efecto de recaer o sufrir un revés, algo que usualmente sucede después de beber de más. En Suecia el remedio es ánguila fresca y almendras.

Remedios para la resaca 







Hacer una infusión de jengibre, tomarla y luego apretar la parte carnosa existente entre el pulgar y el índice (en ambas manos).

Tomar, antes de acostarse, un jugo de naranja donde se haya disuelto una cucharada de azúcar.

Comer mandarinas, el melón, las fresas o gazpacho.

Comer dos plátanos le puede ayudar a que se sienta mejor más rápidamente.Elaborar un cocimiento de ortigas en un ¼ de litro de agua, un limón y un puñado de hojas de ortiga. Se hierven las hojas de ortigas en el agua durante 5 minutos y a continuación se cuela. El zumo de limón se añade en el momento de tomarlo. Se recomienda tomar este cocimiento en las mañanas de resaca, en ayunas.

Mezclar lechuga, kiwi y pomelo en la licuadora . Beber un vaso de este jugo.

Preparar un jugo con los siguientes ingredienes: una rebanada de papaya, un vaso de leche descremada, cuatro hielos molidos, un trozo de canela en polvo. Para ello se debe licuar todos los ingredientes con excepción de la canela que será añadida al final. Se debe tomar un vaso cada cuatro horas hasta que se retire los síntomas de la cruda

Preparar un jugo con 3 tomates, un pepino sin cáscara picado y una cucharada de aceite de oliva. Licuar hasta desaparecer los grumos y se bebe de inmediato.

Lavar y cortar en pedacitos una berenjena pequeña. Colocarla en una licuadora junto con un vaso de agua. Licuar por unos instante. Colar y tomar tan pronto se regresa de la fiesta.

Hacer un caldo vegetal donde se incluyan dos papas apio, calabacín, remolacha y zanahorias lo cual regresará la energía. Verter dos cucharadas de hojas de menta en 1 taza de agua que esté hirviendo. Tapar y dejar refrescar. Tomar una taza añadiendo, si se desea, 1 cucharadita de miel biológica con lo cual se aliviará el dolor de cabeza y, a la vez, que activará el proceso de rehidratación.

Extraer el jugo de dos naranjas y luego agregar 1 cucharadita de zumo de lima y una pizca de comino molido. Tomar un vaso de este jugo

Verter 2 cucharadas de ajenjo en una taza de agua hirviente. Tomar una taza de esta infusión para evitar la resaca del día siguiente.






viernes, 18 de enero de 2013

El primer coche de la historia fue eléctrico


El primer coche de la historia fue eléctrico. Autos eléctricos, los pioneros.

Convencido de que la electricidad era el motor del futuro, Thomas Edison aprovechó su amistad con Henry Ford para persuadirle de la necesidad de desarrollar un coche eléctrico. Aunque se hicieron diferentes ensayos y se destinó una partida presupuestaria, el proyecto no llegó a la cadena de producción. Sí sirvió para que Ford desarrollara los primeros sistemas de iluminación eléctricos y de arranque automático de la historia. Abría así la puerta al Ford T, y con ello a la hegemonía de los coches propulsados por motores de combustión. Eso sí, con los eléctricos siempre dispuestos a realizar un rápido adelantamiento.

La eficiencia energética todavía no estaba entre las prioridades de los fabricantes. El primer coche de la historia, un eléctrico, tenía una batería de usar y tirar. Tuvieron que pasar 50 años para que se comercializaran los primeros acumuladores recargables de la historia. Eran de níquel-cadmio y permitían recorrer 80 km. Hoy, la autonomía y la velocidad punta han mejorado, pero sin que las marcas puedan todavía mostrar la señal del triunfo definitivo.

1832. Nace el primer coche eléctrico
Hace casi 200 años, Robert Anderson creó el primer coche eléctrico. Llevaba pila de energía ¡no recargable! Cuando se acababa, había que sustituirla por otra.

1881. Velocípedo Coventry-Rotary
Gustave Trouvé presentó el primer triciclo eléctrico ante la Academia Francesa de las Ciencias. Se trataba de un velocípedo Coventry-Rotary con un motor marino aligerado. 

1883. Primer vehículo diésel
Nacieron los motores diésel, con un consumo menor que los de gasolina y sin los inconvenientes de los repostajes de los eléctricos. Rudolf Diesel, su inventor, murió arruinado 30 años después, en 1913. 

1922. Aumenta la autonomía
El Detroit Electric, fabricado en esa ciudad estadounidense por la Anderson Electric Car Company, fue el más popular, con cerca de 5.000 ejemplares vendidos, uno de ellos a Thomas Edison. La autonomía empezaba a crecer y la publicidad de este coche prometía más de 130 km entre recargas.

1954. Eficiencia en motores de gasolina
La inyección directa llegó a los motores de gasolina. Mercedes, en colaboración con Bosch, incorporó esta solución por primera vez en un coche de serie, el 300 SL. El ahorro de combustible rondaba el 16%.

1959. Dauphine eléctrico
El automóvil francés viajó a EEUU, y de la mano de la National Union Electric Company se convirtió por arte de magia en coche eléctrico. El milagro se logró acoplándole un motor de aspiradora. El Dauphine eléctrico se vendió en EEUU como Henney Kilowatt. 

1967. Aprovechamiento de la energía
American Motors Corporation montó en su prototipo Amitron un sistema de recuperación de la energía de frenado. Evolucionada, la Fórmula 1 incorpora esta solución a partir de 2009 bajo las siglas KERS: Kinetic Energy Recovery System. 

1974. Urbanos con chispa
El vehículo urbano comenzó a hacerse un hueco entre las grandes berlinas. El Centro de Estilo de Fiat presentó el prototipo Citicar con un motor eléctrico. 

1982. Aerodinámica al poder
La crisis del petróleo obligó a plantearse en serio el consumo. La revolución vino de la mano del Audi 100. Por primera vez ofrecía importantes soluciones aerodinámicas: enrasamiento de los cristales, sellado de juntas, carenado de los bajos...

1988. El Golf eléctrico
Con la segunda generación del Golf, Volkswagen desveló sus intenciones en materia de vehículos eléctricos. Ahora, en la séptima versión, anuncia que pondrá a la venta un modelo eléctrico a lo largo de 2013.



10 asombrosos hechos sobre el fin del mundo.


¿Se acabará el mundo el próximo 21 de diciembre o no? Tu opinión al respecto dependerá de si crees, o no, en una interpretación desacreditada y excesivamente publicitada del calendario maya. Para ir calentando el debate dejamos 10 hechos tan asombrosos que podrían romper el continuo espacio temporal.

1 – Según una encuesta realizada por Ipsos a comienzos de este año, uno de cada cinco estadounidenses cree que el mundo se acabará durante su ciclo de vida. En la consulta participaron 16.000 adultos de 21 países. Solo los turcos y los sudafricanos fueron tan pesimistas como los norteamericanos. En cuanto al asunto del calendario maya, el 12% de los estadounidenses cree que marca realmente la fecha del fin del mundo; curiosamente solo el 9% de los encuestados se mostraban intranquilos al respecto.

2 – El 19 de mayo de 1780 se dio un fenómeno al que hoy llaman “El día oscuro de Nueva Inglaterra”. Aquel día los cielos permanecieron oscuros, sin señal alguna de la luz diurna normal, lo que hizo que los habitantes de la zona temieran la llegada del fin del mundo. Algunos historiadores atribuyen el fenómeno a una combinación de niebla e incendios forestales. Se cuenta la anécdota de Abraham Davenport, legislador de Connecticut, quien de forma genial insistió para que los abogados se reunieran en torno a la luz de las velas. “Si no es el día del juicio, tenemos trabajo que hacer. Pero si lo es, prefiero que me me encuentre cumpliendo con mi deber”.

3 – El LHC cerca de Ginebra, Suiza, entró en funcionamiento en 2008, acelerando partículas atómicas y agitando las preocupaciones de muchos, que pensaron que aquello podría generar un agujero negro que tragaría a la Tierra. Los científicos rebajaron dichas preocupaciones, pero como explicó Kannan Jagannathan, físico del Amherst College, se opusieron a decir que semejante probabilidad era igual a cero. Jagannathan no obstante afirmó que la probabilidad de que el colisionador de partículas acabara con la vida en el planeta no eran mayores que las de que su colega, el presidente, abriera un grifo de agua en su cocina y viera salir a un dragón por él.

4 – La predicción más antigua sobre un día del fin del mundo es posiblemente una tablilla asiria de arcilla fechada en el 2.800 a.C. A pesar de tener casi 5.000 años suena asombrosamente actual: “Nuestra Tierra ha degenerado en estos últimos días. Hay señales de que el mundo se acerca aceleradamente a su fin. El soborno y la corrupción son comunes. Los niños ya no obedecen a sus padres. Todo hombre desea escribir un libro, y el fin del mundo evidentemente se acerca”.

5 – La apocalíptica letra del tema de R.E.M. “It’s the end of the wolrd as we know it (and I feel fine)” cita al compositor Leonard Bernstein, al líder soviético Leonid Brezhnev, al comediante Lenny Bruce y al crítico de rock Lester Bangs. El cantante de la banda, Michael Stipe dice que incluyó a todas esas personas con iniciales L.B. después de tener un sueño en el que él era el único invitado a una fiesta cuyo nombre no respondía a esas dos letras. (Bonus: Esa canción fue radiotransmitida durante 24 horas por la estación de radio de Cleveland WENZ, cuando esa emisora cambió su formato al rock alternativo y comenzó a llamarse “107.9 The End.”)

6 – El astrólogo alemán Johannes Stoeffler predijo en 1499 que el mundo sería engullido por una gran inundación el 20 de febrero de 1524. Mucha gente le creyó; entre ellos el Conde alemán Von Iggleheim, quien como Noé, construyó un arca de tres plantas. Llegado el día señalado, las multitudes se agolparon en la orilla del río para burlarse del buen conde. En ese momento comenzó a llover, la multitud entró en pánico e irrumpió en el arca. El conde protestó, así que la gente lo apedreó hasta matarlo. Tras todo ese asunto Stoeffler dijo que había cometido un error con los cálculos, y que en realidad el fin del mundo llegaría cuatro años después. La corrección llegó demasiado tarde para el conde.

7 – Algunos cristianos anticipan una serie de eventos cataclísmicos que conducirán a la segunda venida de Cristo y al fin del mundo tal y como lo conocemos. Una web llamada raptureready.com intenta demostrar lo cerca que estamos del “final de los tiempos” manteniendo un índice de arrebatos de éxtasis en los que se evalúa numéricamente el clima, la inmoralidad y la geopolítica. El índice, descrito como un “velocímetro profético”, permanece en 186, su nivel más alto y récord.
8 – La novela “Cuna de gato” de Kurt Vonnegut Jr. presenta una sustancia llamada Hielo Nueve que puede transformar el agua en hielo a temperatura ambiente, lo cual amenaza a todas las formas de vida de la Tierra. Vonnegut afirmó que el investigador de General Electric Irving Langmuir le sugirió el concepto al escritor de ciencia ficción H.G. Wells en 1930, a quien no pareció interesarle. Vonnegut escuchó hablar de la idea más tarde, cuando trabajaba como publicista para la misma compañía eléctrica, y pensó: “quien encuentra, atesora” así que se dijo: “la idea es mía”. (No fue el único que aprovechó una idea ajena, el grupo musical Grateful Dead creó su propia compañía discográfica y la llamó “Ice Nine” en referencia a la novela de Vonnegut).

9 – Resulta sencillo burlarse de la histeria que provocaban las profecías del fin del mundo hace siglos, pero tened en cuenta que a Hal Lindsey, abuelo de la profecía moderna y autor del best seller de los 70 “La agonía del gran planeta Tierra”, le invitaron a dar charlas en el Pentágono y en el Air War College.

10 – ¿Sufrirá la Tierra el impacto mortífero de un cometa o asteroide? La NASA está lo bastante preocupada como para rastrear “objetos cercanos a la Tierra” y planificar misiones encaminadas a investigar al asteroide 1999 RQ36, el cual supone una remota amenaza de impacto en el año 2170. Hace un siglo, el cometa Halley llamó la atención del público, especialmente después de que el New York Times informase sobre la visión de un científico que alertaba de la posibilidad de que los gases tóxicos de la cola del cometa pudieran “probablemente apagar toda la vida del planeta”. Las ventas de aire embotellado y de “píldoras para el cometa” se dispararon, pero en 1910 el Halley pasó sin provocar daños. Un titular del Chicago Tribune anunciaba entonces: “Seguimos aquí”, bajo el encabezado podía leerse “El mundo es exactamente el mismo”.


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¿Por qué los masones han sido clandestinos en tantos países?


La masonería, que comenzó con la asociación de albañiles durante la construcción de catedrales, se ha convertido en un potente símbolo del poder oculto. El carácter liberal de la organización, unido a la influencia económica y política de sus miembros, desligada del catolicismo, motivaron que el papa Clemente XII iniciara su persecución con la bula In eminenti en 1738. Algunos reyes, como Fernando VII, los declararon ilegales. Su ideología también los enfrentó con regímenes de extrema izquierda y derecha del siglo XX.

 Tiene como objetivo la búsqueda de la verdad a través de la razón y fomentar el desarrollo intelectual y moral del ser humano, además del progreso social. Los masones se organizan en estructuras de base denominadas logias, que a su vez pueden estar agrupadas en una organización de ámbito superior normalmente denominada "Gran Logia", "Gran Oriente" o "Gran Priorato".

Aparecida en Europa entre finales del siglo XVII y principios del XVIII, la masonería moderna o "especulativa" ha sido descrita a menudo como un sistema particular de moral ilustrada por símbolos. Se presenta a sí misma como una herramienta de formación, con un método particular que, basado en el simbolismo de la construcción, permite a sus miembros desarrollar su capacidad de escucha, de reflexión y de diálogo, para transmitir estos valores a su entorno.

La historia institucional de la masonería presenta numerosas disidencias, cuyas principales causas, con importantes matices y derivaciones, están relacionadas con la admisión de la mujer en la masonería, la cuestión de las creencias religiosas o metafísicas, la naturaleza de los temas tratados o la forma de trabajar de las logias, así como con las bases sobre las que se fundamenta la regularidad masónica. La existencia de distintos puntos de vista sobre estos y otros temas ha dado lugar al desarrollo de distintas ramas o corrientes masónicas, que a menudo no se reconocen entre ellas.
Francmasón inglés del siglo XIX.

Una de las leyendas más importantes de la francmasonería atribuye a Hiram Abif, mítico arquitecto del Templo de Salomón en Jerusalén, la fundación de la orden masónica. Algunos textos retrotraen el origen de la masonería a épocas de aún mayor antigüedad, y llegan a considerar como fundadores a distintas figuras bíblicas, como Tubal-Caín, Moisés, Noé o el mismísimo Adán. Más realistas, pero todavía en el ámbito de lo mítico o de lo pseudohistórico, diversos autores han atribuido este origen a los constructores de las pirámides en el antiguo Egipto, a los Collegia Fabrorum romanos, a la orden de los Templarios, la de los Rosacruces o a los humanistas del Renacimiento.

La hipótesis más aceptada afirma que la francmasonería moderna procede de los gremios de constructores medievales de castillos y catedrales (la llamada masonería operativa1 ), que evolucionaron hacia comunidades de tipo especulativo e intelectual, conservando parte de sus antiguos ritos y símbolos. Este proceso, que pudo iniciarse en distintos momentos y lugares, culminó a principios del siglo XVIII.

Los constructores o albañiles medievales, denominados masones, disponían de lugares de reunión y cobijo, denominados logias, situados habitualmente en las inmediaciones de las obras. Era común a los gremios profesionales de la época el dotarse de reglamentos y normas de conducta de régimen interior. Solían también seguir un modelo ritualizado para dar a sus miembros acceso a ciertos conocimientos o al ejercicio de determinadas funciones. Los masones destacaron especialmente en estos aspectos.
Los tres grados de la masonería son:
Aprendiz – es el primer grado, el de los iniciados, con el que una persona se vuelve masón;
Compañero – es un grado intermedio, donde el masón se dedica a aprender;
Maestro – es el tercer grado, en el cual se requiere que el masón participe en la mayor parte de los aspectos de la logia y de la masonería.

Si bien en los inicios de la masonería las actividades de las logias se mantenían en secreto para protección de sus miembros (sobre todo por seguridad, pues eran organizaciones prohibidas por las leyes de entonces), quedan actualmente aún dos tipos de secreto, uno de ellos asociado con el reconocimiento. Las palabras de pase, los toques al saludarse y las respuestas a preguntas específicas para poder ingresar a la orden forman parte del conocimiento esotérico que sólo se transmite en el interior de la institución y a quienes han alcanzado el conocimiento para llegar ahí. El otro tipo de secreto es ritual y es personal: es el conocimiento que cada miembro de la logia va adquiriendo de sí mismo conforme aprende. Es una experiencia personal que no se puede transmitir a nadie.


Cuando el autor de La Marsellesa, estuvo a punto de ser decapitado.

La Marsellesa (Himno de Francia) como todos sabemos, es uno de los himnos más famosos del mundo. 
Ubiquémonos en 1792. Eran ya algunos meses que la Asamblea Nacional Francesa debatía sobre si debía o no debía declarar la guerra a la coalición de emperadores y reyes. Los girondinos (moderados) insistían en la guerra para mantenerse en el poder. Robespierre y los jacobinos (radicales) luchaban por la paz para que no peligre la asamblea ya que aspiraban a tomar el poder en sus manos. Luis XVI, por su parte, tampoco estaba decidido pero temía una revolución interna. Francia era una olla de presión, los periódicos creaban polémica con artículos nacionalistas, se discutía en cada esquina y circulaban los rumores más diversos. Por fin, el 20 de abril, el rey de Francia declaró la guerra al emperador de Austria y al rey de Prusia.

La tensión dominante en París se trasladó a las ciudades fronterizas y en todos los pueblos se fueron alistando voluntarios, se equipó a los guardias nacionales y se acondicionaron las fortalezas. En la provincia de Alsacia la tensión era mayor porque al ser frontera con Alemania es lógico que allí sería el primer encuentro, concretamente en la ciudad de Estrasburgo que se encuentra a las orillas del Rin.

La mañana del 25 de abril de 1792, cuando el correo de París oficializa la declaración de guerra, en Estrasburgo la gente se vuelca a las calles y plazas. Pasan desfilando marcialmente todas las guarniciones cercanas y sus regimientos. En la Plaza Mayor les espera el alcalde, Dietrich y saluda a los soldados. El alcalde lee la declaración de guerra en francés y en alemán. Al terminar sus últimas palabras, la multitud se dispersa y vuelve a sus casas con el entusiasmo patriótico propio de tal acontecimiento. En los clubes y en los cafés se pronuncian enardecidos discursos. Se reparten proclamas: Aux armes, citoyens! L’etendard de la guerre est deployé! Le signal est donné! Y así, por todas partes, en los discursos, en los periódicos, en las pancartas y en las conversaciones de la gente, se repiten las mismas palabras: Aux armes, cito yens! Qu’ils tremblent donc, les des potes couronnées! Marchons, enfants de la liberté!
Claude Rouget

El alcalde de Estrasburgo, el barón Federico Dietrich, acude esa misma tarde a una fiesta pública. Manda repartir vino y comida a los soldados que marchan al frente. Por la noche reúne en su casa a los generales, a los oficiales y a todos los funcionarios, en una fiesta de despedida, en la que con entusiasmo les augura la victoria. Los generales, seguros del triunfo presiden la mesa. Los oficiales jóvenes, enardecidos agitan en alto los sables, se abrazan, brindan... El vino los impulsa a pronunciar discursos cada vez más fogosos y electrizantes. Y de nuevo asoman las palabras estimulantes de los periódicos, de las proclamas, de las arengas: «¡A las armas, ciudadanos! ¡Salvemos a la patria! ¡Adelante! ¡Qué tiemblen los déspotas coronados! ¡Ahora que hemos enarbolado la bandera tricolor de la victoria, ha llegado el momento de pasearla por el mundo! ¡Todos debemos contribuir a la victoria, por el Rey, por nuestra bandera y por la libertad!». De pronto, entre los brindis y los discursos, el alcalde se dirige a un joven capitán de ingenieros llamado Rouget, que está sentado a su lado. Justamente se acuerda entonces que este simpático oficial, medio año antes, a raíz de la promulgación de la Constitución, había escrito un bonito poema a la libertad. ¿No sería ahora ocasión, con motivo de la declaración de guerra y de la marcha de las tropas, de escribir algo igual? Le preguntó el alcalde al capitán Claude Rouget. El modesto capitán, deseoso de complacer al alto funcionario y amigo, se muestra dispuesto a acceder a sus deseos.

Pasó el 25 de abril. Estamos en el 26. Reina la oscuridad en las casas, pero el bullicio y el jolgorio prosiguen aún en las calles. Dentro de los cuarteles, los soldados se preparan para la marcha. Ya en su casa, inquieto, Rouget se pasea de un lado a otro pensando en cómo empezar la composición. Aún resuenan en sus oídos las frases vibrantes de las proclamas, los discursos, los brindis: Aux armes, citoyens! Marchons, enfants de la liberté! Écrasons la tyrannie! L’étendard de la guerre est deployé: Pero también recuerda las otras palabras oídas por la calle al pasar, las charlas de las tabernas y las voces preocupadas de los labradores, que temen por los campos de Francia, que serán asolados y abandonados con sangre si llegan a ser invadidos. Inconscientemente escribe las primeras líneas, que no son más que un eco, una repetición de aquellos recuerdos:

Allons, enfants de la patrie,le jour de gloire est arrivé!


Entonces interrumpe su trabajo. El principio suena bien. Ahora falta dar con el ritmo debido, que la melodía corresponda al texto. Echa mano de su violín y ensaya en él unas notas. Continúa escribiendo apresuradamente, arrastrado ya por la poderosa corriente que le impulsa. En un instante afluyen a su memoria todos los sentimientos desatados en aquella hora decisiva, las palabras oídas en el banquete, el odio a los tiranos, los temores por la tierra natal, la fe en la victoria, el amor a la libertad. Claude Rouget no necesita inventar ni discurrir; sólo le falta rimar cuanto ha escuchado aquel día. Ni necesita componer, sólo recordar. el latido del corazón de todo un pueblo. Va escribiendo apresuradamente, y siempre con brío e ímpetu crecientes, las estrofas, las notas. Tiene dentro de sí la fuerza de un desconocido huracán. Escribe como si un viento impetuoso lo empujara.

Las palabras casualmente escuchadas al pasar entre la gente o casualmente leídas en los periódicos, se convierten en el tema de su creación y forman la letra de una estrofa que acompañó con una sencilla melodía que jamás imaginó serían universales:

Amour sacré de la patrie,conduis, soutiens nos bras vengeur;liberté, liberté chérie, combats avec tes défenseurs.

Luego escribió la quinta estrofa, la última, que, enlazando las palabras con la música, constituye el final del impresionante himno.Casi al amanecer Rouget apagó las velas y se echó a dormir. No sabe que ha compuesto un himno inmortal. Sobre la mesa quedó la obra terminada.

Las mañana del 26 trae el eco de los primeros disparos. Ha empezado la guerra. Rouget se despierta con una fuerte resaca. Sabe que le ha ocurrido algo, pero no se acuerda. De pronto mira sobre la mesa y contempla su obra. «¿Versos? ¿Cuándo escribí yo estos versos? ¿Música, y con anotaciones mías? ¿Cuándo la compuse? ¡Ah, sí, es la canción que me encargó Dietrich, la marcha para los tropas del Rin!» Lee sus versos, tararea su melodía, pero, a pesar de todo, no se siente demasiado seguro de su obra.

Con la natural impaciencia de todo autor y satisfecho por haber cumplido tan rápidamente su promesa, se encamina a casa del alcalde, al que encuentra dando su habitual paseo matutino por el jardín.




—¿Ya está compuesta? —se asombra el alcalde al entregarle la obra—. Pues vamos a ensayarla ahora mismo. Y ambos pasan al salón de la residencia. Dietrich se sienta al piano para acompañar y Rouget canta. Atraída por la inesperada música matinal, entra en la estancia la esposa de Dietrich y promete hacer varias copias de la canción, e incluso, gracias a su excelente preparación musical, procurarle el acompañamiento para que en la tertulia de aquella misma noche pueda ser estrenada. El alcalde, como buen tenor, se encarga de estudiar el himno, y por fin, esa misma noche lo canta por vez primera ante una escogida concurrencia. El auditorio aplaudió tibiamente por cortesía, y claro, no faltaron las consabidas felicitaciones al autor.

Lo que pasa es que «La Marsellesa» no fue compuesta para oyentes que estuvieran tranquilamente sentados, sino para ser coreada por soldados y guerreros. No se compuso para que la cantara una soprano o un tenor, sino una ingente multitud, como marcha, como canto ejemplar de victoria, de muerte, como algo que recordara a la patria, que fuera el himno nacional de un pueblo. Fue el entusiasmo lo que tenía que darle vida, antes de que su melodía llegase al alma de la nación, que la conocieran las tropas, que la Revolución la adoptara como suya.
                        



Como todos, ni el mismo Rouget sabía lo que había creado aquella noche. Se alegró, claro está, de que los invitados la hubieran aplaudido y le agasajasen como autor. Los siguientes días se limitó a cantar su himno a sus camaradas en los cafés y envió copias a los generales del Ejército del Rin. Entre tanto, por orden del alcalde, la banda de música de Estrasburgo ensayó «La canción de guerra para el Ejército del Rin» (ese fue su primer nombre), hasta que, cuatro días más tarde, la interpretó en la Plaza Mayor despidiendo a las tropas.

Para tristeza de Rouget y del alcalde, todo terminó en eso, en un buen momento y nada más. El efímero éxito de salón obtenido por Allons, enfants de la patrie, parecía quedar reducido a eso mismo, al triunfo de una noche, a un acontecimiento provinciano, que pronto sería olvidado. Sin embargo, una obra de arte puede quedar olvidada cierto tiempo, puede ser prohibida, enterrada, pero lo perdurable siempre acaba por triunfar sobre lo efímero. Durante un par de meses deja de escucharse la «Canción de guerra para el ejército del Rin» y los ejemplares impresos y manuscritos quedaron abandonados o fueron pasando por manos indiferentes.
Partitura con el nombre original: 
"Canto de guerra para el ejército del Rin"

El milagro ocurrió en el otro extremo de Francia, en Marsella. Cierta noche el «Club de los Amigos de la Constitución» daba un banquete de despedida a los voluntarios que se habían alistado para ir a la guerra. Eran más de quinientos jóvenes uniformados y todos tenían esa misma fiebre patriótica que tuvieron los de Estrasburgo aquella memorable noche del 25 de abril, pero con más ardor y más apasionamiento, como es propio del carácter de los marselleses. De repente, en pleno banquete, un tal Mireur, estudiante de Medicina, levantó su copa. Todos callaron y le miraron, esperando un discurso, una arenga, pero en vez de ello, empieza a entonar una canción, una nueva canción, desconocida por todos, que no sabían cómo ni dónde la había aprendido: elAllons, enfants de la patrie. Y como si fuera una chispa que prendiera en un polvorín, todos se sintieron embargados por una inenarrable emoción. Estos quinientos jóvenes dispuestos a morir por la patria, por la libertad, que debían marchar al otro día al frente, encuentran en aquellas palabras sus más íntimos anhelos, sus más determinantes ideas. El ritmo de aquel himno los arrebató en un entusiasmo sin límites. Son aclamadas delirantemente una estrofa tras otra. Con las copas en alto cantan todos repetidamente: «Aux armes, citoyens! Formez vos bataillons». En la calle, la gente se detiene curiosa para oír aquel himno que se canta con tanto entusiasmo, que acaba prendiendo en ellos también, hasta que finalmente unen sus voces al coro de los voluntarios. Al día siguiente, el himno ya era conocido por miles de franceses.

Los quinientos voluntarios que el 2 de julio fueron a la guerra, llevaron el himno impreso en su mente y en su corazón. Cuando la marcha los fatigaba, bastaba con que alguno de ellos se ponga a entonar el nuevo himno para que todos marchasen con nuevos bríos. En cada pueblo por el que pasaban, los campesinos los escuchan maravillados y coreaban el himno con ellos. «La Marsellesa» se convirtió en su canción. Han adoptado aquel himno anónimo que fue creado para el Ejército del Rin y sin tener siquiera idea de quién es su autor. Lo adoptaron como bandera, como algo propio de su batallón, como una profesión de fe que los debía acompañar hasta la muerte.

El primer éxito rotundo que tuvo «La Marsellesa», porque así fue bautizado el himno de Rouget, fue el 30 de junio en París. El batallón de voluntarios marselleses entraba por los suburbios parisinos, con la bandera desplegada y entonando el himno. Miles de personas que los esperaban en las calles para aplaudirles y rendirles homenaje, quedaron estremecidos cuando escucharon aquel himno acompañado por trompetas y redobles de tambores. ¿Qué significaba aquel grito de «Aux armes, citoyens»? Unas horas más tarde, la canción de Rouget se escuchaba por todas partes. Se la cantaba en los banquetes, en los teatros, en los clubes. En pocos meses, «La Marsellesa» se convirtió en la canción del pueblo y de todo el ejército. Luego, Servan, el Ministro de Guerra, reconoció la fuerza tónica y exaltadora de tan extraordinaria canción de guerra y ordenó que se envíen cien mil ejemplares a todos los cuarteles generales. Al cabo de pocas noches, «La Marsellesa» estaba más difundida que todas las obras de Moliére y Voltaire.

No había fiesta ni batalla que no empiece o acabe con «La Marsellesa», el himno de la libertad. 
Mientras tanto, en una pequeña guarnición de Hüningen, Claude Rouget, su creador, se ha olvidado ya del himno que compuso aquella memorable madrugada del 2 de abril de 1792. 
Cierto día lee en los periódicos que hay un nuevo himno llamado «Canción de los Marselleses». Ni siquiera se le pasa por la cabeza que aquella pudiera ser su creación.

Nadie en Francia sabe quién es el autor, y de hecho, en los miles de ejemplares que se imprimen consta con autoría anónima. Pero lo irónico de todo esto es que Rouget, su autor, el creador del himno de la Revolución no tenía ni le quedaba nada de revolucionario. Los excesos de quienes se arrogaron el poder lo decepcionaron. Cuando en agosto los marselleses y el populacho de París, asaltan las Tullerías y hacen abdicar al Rey, Rouget ya está harto de tanto horror. Se decepcionó al enterarse que el himno que se utilizaba con violencia y para cometer excesos, fuera el suyo. Eso fue algo que lo deprimió profundamente y se negó a prestar juramento a la República. Prefirió abandonar su carrera militar antes que servir a los jacobinos.

La amada libertad, la liberté chérie de su himno, no eran palabras huecas para este hombre sincero: llegó a despreciar a los nuevos tiranos y déspotas de la Convención igual que a las monarquías extranjeras. Expresó abiertamente su desprecio al Comité de Salud Pública cuando su amigo Dietrich, alcalde de Estrasburgo, el padrino de «La Marsellesa»; y todos los demás oficiales y aristócratas que fueron sus primeros oyentes, fueron conducidos a la guillotina. Entonces sucede lo inaudito: él mismo fue detenido como contrarrevolucionario y procesado. El autor de la Marsellesa es acusado de traidor a la patria y condenado a muerte. Providencialmente y gracias a la apertura de las cárceles que se dio en 1794 cuando cayó el Régimen del Terror, Rouget salvó su cabeza de la «navaja nacional».
Igual, el destino que la vida le tenía deparado al poeta, no fue nada halagador. Tuvo que arreglárselas durante cuarenta años más en la indigencia ya que fue despojado de su uniforme y de su pensión. Pasó el resto de su vida entregado a pequeños negocios y acosado por sus acreedores.

Llegó a ver como «La Marsellesa» irrumpía por todos los países europeos con el ejército victorioso, y también cómo Napoleón, apenas convertido en emperador, la hizo borrar de todos los programas por considerarla demasiado revolucionaria, siendo los Borbones, por último, quienes la prohibieron completamente. Sin embargo, hubo una pequeña luz al final de su vida cuando la revolución de julio de 1830 hizo resucitar su letra y su melodía en las barricadas de París y el rey burgués, Luis Felipe, le otorgó una pensión como autor de la misma, treinta y ocho años después de haberla creado. Le parece un sueño que se acuerden de él, y cuando, a la edad de setenta y seis años, fallece en Choisy-le-Roi en 1836, ya nadie lo nombra ni conoce su nombre. Tiene que pasar de nuevo toda una generación para que se desencadene la Primera Guerra Mundial, y entonces, cuando «La Marsellesa» era ya el himno nacional de Francia, se ordena que el cadáver del desconocido capitán Rouget sea exhumado y enterrado nuevamente en la Catedral de los Inválidos. 
Triste final del olvidado autor de un himno inmortal, que no pasó de haber sido sólo el poeta de una noche.


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