domingo, 17 de febrero de 2013

La Armada y la Independencia

HOY Y SIEMPRE DEBEMOS DIFUNDIR E INCENTIVAR EL CONOCIMIENTO DE NUESTRA HISTORIA



Homero Luis Lajara Solá
Santo Domingo

“El miedo a perder los apegos es como los fantasmas, te asusta más de lejos que de cerca. Cuando no te inclinas ante ellos van perdiendo su poder intimidatorio”

En sus afanes por reconquistar nuestro territorio después de la gesta independentista del glorioso 27 de febrero de 1844, mediante Decreto de fecha 8 de marzo de ese año, el Gobierno haitiano, encabezado por el general Charles Herard Ainé, ordena el primer bloqueo marítimo a todos los puertos de la naciente República Dominicana, desde la bahía de Neyba hasta Monte Cristi. 

Según apunta Emilio Rodríguez Demorizi en su obra, La Marina de Guerra Dominicana 1844-1861, publicada en 1958; el 13 de abril de 1844, en horas de la noche, salieron las goletas Separación Dominicana y la María Chica, desde Agua de la Estancia, y el 14 al amanecer divisaron fondeados en Tortuguero (Azua) un bergantín, una goleta y una balandra que parecía iban a entrar al puerto a llevar abastecimiento al enemigo.

Al anochecer las perdieron de vista; el día 15 a las 11 horas las avistaron en el puerto de Azua. El bergantín haitiano se hizo a la vela para entrar en combate, pero el volumen de fuego de la goleta Separación Dominicana fue tan nutrido que la obligó a vararse (encallarse) en tierra. Al entrar en combate la María Chica, las tropas enemigas que se encontraban atrincheradas en tierra, recibieron un as de fuego tal, que fueron destruidas, y los dos buques que quedaban en el puerto se vararon en medio del caos en las proximidades de tierra.

El comandante Juan Bautista Cambiaso, genovés, fundador de la Marina Nacional, comandaba la goleta Separación Dominicana, que en esa misión era el buque insignia (símbolo flotante de La Armada), la María Chica la comandaba Juan Bautista Maggiolo, italiano de nacimiento, que se unió a la causa dominicana con fervor religioso, poniendo al servicio de la República la goleta que poseía, la María Luisa, la cual fue embarrancada en las costas de Baní por el comandante Simón Corso, para evitar que cayera en manos enemigas. Le fue restituida con una de las naves haitianas que fueron capturadas en Tortuguero

Después de la aplastante derrota que sufrieron en la Batalla Naval de Tortuguero, los haitianos lanzaron la acusación de que la escuadra dominicana había hecho fuego contra un bergantín que enarbolaba bandera norteamericana. El 25 de enero de 1845, para esclarecer esta falacia, fue enviado a Santo Domingo el comandante americano J. S. Chauncey, en la fragata Vandalia, y en una entrevista con el presidente Santana, se comprobó que el caso era falso y todo quedó amistosamente resuelto. Este puede que sea el primer incidente diplomático entre la República Dominicana y los EEUU.

El presidente Pierrot, a pesar de los descalabros que sufrían sus tropas en nuestro territorio, volvía siempre sobre su proyecto de reconquista; en fecha 27 de septiembre de 1845, publicó un Decreto cerrando el comercio extranjero para los puertos dominicanos, y para hacer efectivo el bloqueo naval, ordenó al almirante Cadet Antoine comandar una flota para esa misión. 

Como el almirante Antoine había sido gobernador de Puerto Plata durante algunos años, él presumía que podría apoderarse de la ciudad. El 21 de diciembre de 1845, en horas de la noche, intentó accesar al puerto, pero en vez de enfilar sus barcos por el centro del canal de entrada, se equivocó de rumbo y se vararon los buques atascándose en La Poza del Diablo. Entre sus embarcaciones varadas destacamos: la Barca President , las goletas La Guerriere, Dieu, Protege, la Signifié y la Mouche, logrando salir de la errónea maniobra dos de éstas, una que comandaba el contralmirante Bastien, quien llevó a la ciudad de Cabo Haitiano la noticia de tan infausto desastre de la flota haitiana.

El general Villanueva, comandante de la plaza de Puerto Plata, desde la tarde anterior, reunió en la fortaleza a los habitantes de esa comarca, con el fin de precaver cualquier intentona en favor de los haitianos. El coronel Pelletier, recién llegado de Guayubín, se unió al general Villanueva en la defensa de la plaza. 

Al otro día, cuando el sol repuntó el alba, los puertoplateños percibieron con agradable asombro la escena de los buques enemigos encallados, y todos comenzaron a gritar de júbilo al ver al enemigo flotante indefenso. El coronel haitiano Vallon Simón , que espiaba por la vecindad, y escuchó las tropas dominicanas concentradas en la fortaleza, regresó a la playa y, visualizando su flota inocua, sin poder maniobrar, disuadió al almirante Antoine de no atacar; por lo que se rindieron ante el coronel Pelletier, quien comandaba a los únicos hombres que estaban armados.

Según anota el historiador Casimiro N. de Moya en su Bosquejo Histórico del Descubrimiento y Conquista de la Isla de Santo Domingo, Tomo 11, página 220, el número de prisioneros ascendió a 149, entre los que figuraba el almirante Antoine, coronel Jean Philippe, cuñado del presidente Pierrot, coronel Vallon Simón, comandantes, capitanes, médicos, y ciento veintiún marinos. Todos fueron enviados a la capital y encerrados en la Torre del Homenaje.

Al Este de la antigua población de Dajabón, abandonada por sus habitantes en la primavera de 1844, incendiada por el general Pierrot en su retirada después de la Batalla de Santiago, existía el Cerro del Coco o de Beller, donde los haitianos construyeron un fuerte o castillo, conocido como, “El Invencible”. En la mañana brumosa del 27 de octubre de 1845, desde las siete de la mañana hasta el medio día, los dominicanos, al mando del general Salcedo y como sub comandante al general José María Imbert, atacaron sin dar tregua al enemigo, que temblaba con el filo del machete libertador dominicano, el que se resistía a sangre y fuego a ser doblegado de nuevo por los haitianos. Aunque la victoria fue de los dominicanos, el costo en vidas fue elevado.

Como escribe el historiador R. Hungría Morel, en sus Calendas Históricas y Militares Dominicanas, la flotilla naval, bajo el liderazgo del almirante Juan Bautista Cambiaso, quien comandaba la fragata Cibao, con veinte cañones, junto a nueve buques de guerra más quienes partieron de la bahía de Manzanillo, jugó un papel preponderante, incursionando con fuego costero desde Fort Liberte hasta Cabo Haitiano en la toma del Invencible. 

Esta operación táctica-naval llevada a cabo por nuestra Marina de Guerra, así como su presencia frente a las costas haitianas, obligó a las autoridades de la parte Oeste a desplegar cañones de grueso calibre hacia su litoral y a detener el envío de refuerzos a sus tropas acantonadas en el fuerte de Beller, en prevención a un desembarco dominicano por las playas y puertos de ese lado. Los haitianos perdieron 400 hombres entre muertos, heridos y capturados, allí pereció la mayor parte de su otrora poderoso 28 Regimiento de Infantería de Línea.

Con los triunfos de La Estrelleta, Beller, y posteriormente con el naufragio de la escuadra haitiana frente a Puerto Plata en diciembre de 1845, se selló con laureles la segunda campaña de nuestro guerra de Independencia Nacional

Después de haber permanecido cinco años a la defensiva, los estrategas militares dominicanos, entendieron lo dificultosa de su posición, debido a los ataques reiterativos de los haitianos, con la ventaja táctica del factor sorpresa. Sin dudas, jamás se alcanzaría la paz si no se forzaba a sus enemigos a pedirla. Para eso, en milicia existe una sola palabra que logra ese objetivo militar: la ofensiva. Tal y como el patricio y general Juan Pablo Duarte, con su visión estratégica preclara, preconizó en Sabana Buey, iniciativa eclipsada por el sol de la envidia y los apetitos personales de ayer y de hoy, en perjuicio de la libertad y el progreso colectivos.

Siguiendo la estrategia Duartiana, que inserta el concepto doctrinal de operaciones conjuntas, (Ejército y Marina) aprovechando nuestra condición insular para atacar con la flotilla naval, en noviembre de 1849, el Gobierno Dominicano, con la amenaza de invasión latente en el oeste, ordenó preparar una incursión hacia territorio hostil, despachando para tales fines, a todos los buques de guerra disponibles de su flotilla, para recorrer las costas y litorales de la República de Haití. 

La flotilla nacional estaba comandada por el almirante Juan Bautista Cambiaso, al mando de la fragata Cibao (buque insignia), el bergantín 27 de Febrero, al mando del entonces coronel Juan Alejandro Acosta (quien posteriormente llega a ser el primer almirante dominicano), la goleta general Santana, al mando del comandante Simón Corso, y la goleta Constitución, comandada por Ramón González. 

Regresando de su patrullaje marítimo en la costa sur, el comandante Cambiaso y su convoy, se fondearon en Tortuguero, al no tener enemigos que combatir en el mar, pues la escuadra haitiana no había podido remontar hacia cabo Mongón, por lo que, con excelente visión estratégica, el avezado marino, resolvió colocar los buques en línea de batalla, frente a Playa Grande, en férvida vigilia, a distancia de tiro de cañón de la costa, a fin de impedir el paso a las fuerzas de Soulouque para Sabana Buey. Esta operación dio excelentes resultados tácticos y fue determinante en los triunfos obtenidos en el Número y Las Carreras, entre el 21 al 23 de abril, pues no atreviéndose los invasores a hacer uso del camino de la costa, fueron a probar fortuna por los desfiladeros de las montañas, la zona más inhóspita, con sus subsecuentes resultados desfavorables por el cansancio de la tropa, con largas y desmoralizantes caminatas y exposición al fuego naval dominicano.

El cuartel general de Sabana Buey era abastecido de manera constante con el apoyo logístico de la flotilla, que tenía su fondeadero en Boca de Palma. Por su vía, nuestras tropas recibían alimentos y pertrechos vitales para su sostenimiento y la constancia del indispensable poder de fuego. Según el prolífico historiador don Emilio Rodríguez Demorizi, en su obra citada, página 82, con datos extraídos del Archivo General de la Nación, narra que, el apoyo prestado por la Flotilla Naval al Ejército durante cuatro días de operaciones en la Batalla de Las Carreras, evitó la derrota de nuestras fuerzas, lo que hubiera ocasionado el colapso mortal de toda la defensa hasta los mismos muros de la capital.

Es propicio reconocer que, los veleros de la Marina Mercante Nacional, propiedad de armadores particulares, prestaron también su valioso concurso a la causa libertadora en el transporte de víveres, pertrechos y tropas, hasta los fondeaderos de la Bahía de Ocoa. Algunas de esas embarcaciones fueron ofrecidas voluntariamente. Se destacaron en esos aprestos navales: La Peregrina, de Pedro Ricart; Esperanza, de Chanceau y CIA; La María Luisa, de Pellerano y Maggiolo y las balandras de Mr. Durocher y Arriaga.

En octubre de 1849, el gobierno dominicano ordena enviar una flotilla a la costa sur de la isla, hasta Cabo Tiburón en Haití. La goleta 27 de Febrero al mando del capitán Charles Fagalde, de nacionalidad francesa, y la goleta Constitución, comandada por Juan Luis Duquela, iniciaron la operación táctica-naval.

El comandante Fagalde convino con el gobierno hacer por su cuenta los avances necesarios a la tripulación. El 28 de octubre entraron al puerto haitiano de Aquín, donde estaban atracados dos buques extranjeros, y navegaron frente a Los Cayos. El 29 estaban entre la ciudad de ese nombre y la isla Vache, donde se fondearon después de apresar una balandra y varios botes con pescadores. En la tarde se apresó una goleta de nombre Caridad, cargada con 100 barricas de aguardiente y otras mercancías con destino a Puerto Príncipe. El 4 de noviembre, en la madrugada, se efectuó un desembarco en Saltrú, y se dispararon 50 tiros de cañón, en apoyo a las fuerzas que desembarcaron en zona enemiga, quienes aniquilaron varios adversarios que se atrevieron a contestar el ataque por mar y tierra de la flotilla dominicana. Al día siguiente, 5 de noviembre, se efectuó otro desembarco en Anse a Pitre, se incendió la población y varios fueron hechos prisioneros. Según las crónicas de la época, no hubo ni una baja dominicana en esos aprestos ofensivos. En esa misión fue condenado a muerte por sentencia pronunciada por un Consejo de Guerra, el marinero Manuel Sordito, de la goleta Constitución, por promover un motín a bordo.
El 2 de enero de 1850, reforzando la ofensiva que frenaría los intentos de ataques haitianos, resistiéndose con aprestos bélicos a aceptar la idea de que ya nos independizamos definitivamente de ellos, se ordena una segunda salida táctica de la flotilla dominicana a costas haitianas, en maniobras de ataque y hostigamiento, otra vez bajo el mando del comandante Fagalde. Éste fondea la flotilla en Petite Riviere, desembarcan y atacan poniendo en fuga la guarnición haitiana y dispersan a cañonazos los habitantes de Dame Marie. A su retorno triunfal, los tres buques nuestros, el General Santana, la Constitución y el 27 de Febrero, dieron un combate desigual en la saga de Los Cayos; cinco de los buques enemigos sufrieron la vergüenza de verse acosados por dos buques de guerra dominicanos; la Constitución y el 27 de Febrero, con la salvedad de que, ni la Merced ni la Cibao llegaron a tiempo, por una calma chicha (ausencia de viento) que les impidió henchir las velas que le dieran propulsión para unirse al convoy de guerra dominicano que masacraría el haitiano. A pesar de ese respiro meteorológico a favor de la flota adversaria, nuestros bravos marineros, en lucha desigual en el mar, bajo la égida de Neptuno, le proporcionaron un elevado número de bajas a los buques haitianos, los cuales huyeron despavoridos al sentir el rugir de nuestros cañones navales, desplazándose escurridizos rumbo al puerto de los Cayos. Así finaliza un segmento de nuestras luchas por la independencia definitiva del yugo haitiano, destacándose las actividades bélicas y de apoyo logístico de nuestra incipiente flotilla naval, con el épico febrero como rosa náutica de inspiración dominicanista perenne.

Hoy y siempre, debemos difundir e incentivar el conocimiento de nuestra historia y la cultura cívica, maniobrando como buenos capitanes, bajo el oleaje de nuestros azares, proa al viento, utilizando adecuadamente la necesaria tecnología que a veces nos vara en el puerto de la inercia conceptual, teniendo como faro sagrado en nuestros corazones, esa luz gloriosa de nuestras luchas independentistas, y los prohombres que hicieron posible que, cada mañana, podamos ver con orgullo, en el palo mayor de la grandeza, esa dominicana bandera desplegada con aires de libertad, bajo el eco de un tambor, con Duarte y Luperón observando desde lontananza con el catalejo de la virtud y el honor, enseñándonos que, la mejor muestra de respeto hacia su gloria inmarcesible es otear siempre un horizonte de valores con el trabajo honrado como buque insignia.

El autor es Vicealmirante M. de G.

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