domingo, 16 de junio de 2013

Mario Emilio Pérez: Grata equivocación

Pese a que ella surcaba los setenta él le pareció que era cincuentona
El matrimonio de mis viejos amigos está conformado por una mujer de sesenta y nueve años, y un hombre de setenta y cinco.

Ella luce muy bien pese a su añejamiento, debido a que practica largas caminatas, y come alimentos sanos con moderación.

Mientras tanto, él es un auténtico “jartón”, y no hay quien le hable de comida saludable ni de ejercicios físicos, por lo que posee una figura obesa, en la que ocupa lugar destacado un barrigón insolente.

Como la mayoría de los hombres dominicanos que han cruzado el pasado meridiano geriátrico, mi amigo es devoto de las damitas veinteañeras, y en el beisbol de la infidelidad su mujer lo ha atrapado varias veces fuera de base. Pero lo peor de este caso es que al tipo le ha cogido últimamente con burlarse de la vejez de su compañera, lo que ha provocado numerosos combates verbales. Recientemente, la atractiva dama acudió a una institución financiera, y estacionó su vehículo en el único parqueo desocupado, sobre cuya pared se leía: solo para personas mayores de 65 años.

El guardián del negocio, un joven de elevada estatura y físico robusto, se acercó rifle en mano, y con voz suave y ademán cortés le dijo que ese lugar estaba reservado para “mayores de edad”.

-Por eso me coloqué aquí- respondió mi amiga- pues dentro de poco cumpliré setenta años.

-Por favor, señora, no me relaje, que a usted se le nota a leguas que anda por los cincuenta- afirmó el vigilante, con expresión severa en el rostro.

Halagada, mi amiga mostró su cédula al encarado individuo, quien abrió la boca en gesto de asombro.

-Jamás lo hubiera creído, aunque sé que muchas mujeres con dinero se hacen cirugías, que no es su caso; la felicito por haberse mantenido joven, pese a su edad-dijo el sorprendido guardián.

El agradable incidente me lo relató mi vieja enllave mediante llamada telefónica, para decirme a continuación que si su marido continuaba con el jueguito de echarle en cara su ancianidad, le pondría una demanda de divorcio.

Y añadió que una vez recobrada la soltería, trataría por todos los medios de conquistar al atento vigilante, y si lo lograba, habría realizado el más placentero cambio de su larga existencia.

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