domingo, 16 de junio de 2013

TRADICIONES NAVALES Glorias de la historia naval

DELFINES QUE MUCHO SALTAN, VIENTOS TRAEN Y CALMA ESPANTAN


Homero Luis Lajara Solá
Especial para LISTÍN DIARIO

Un episodio heroico del glorioso 1844 fue protagonizado por nuestro primer comandante de La Armada, almirante Cambiaso, navegando en una goleta que patrullaba nuestras costas en prevención de posibles ataques haitianos. Con su insignia de almirante debajo de la Enseña Tricolor, desplegadas con orgullo en el palo mayor de su buque, en una época donde servir a los intereses de la Patria era casi hacerse sagrado (Sácris-Fácere), avistó una escuadra inglesa que cursaba las aguas protegidas por la recién nacida Armada Nacional.

La poderosa Armada Real, con sus majestuosos velámenes y potente artillería, iba rumbo a Jamaica. Los catalejos imperiales de cubierta avistaron con sorpresa y un dejo de curiosidad -por el tamaño de la embarcación- la insignia de almirante desplegada con gallardía en la nave dominicana, y continuaron su navegación, manteniendo la velocidad.

Al ver el almirante de la Armada Dominicana que a su señorío de mando en aguas territoriales dominicanas no le rindieron los honores que el protocolo y la tradición marinera mundial demandaban, de inmediato, ordenó arriar (bajar) un bote -de los pocos a bordo-, envió un mensajero con un pliego, dirigido al almirante inglés, con esta histórica advertencia: “Si usted no rinde en mis aguas a mi insignia los honores de ordenanza, yo tendré el honor de irme a pique con mi barco”.
“Vengo a abrazar al único almirante del mundo que ha detenido la escuadra de su majestad””
Dijo el Almirante de la Royal Abilón al almirante Cambiaso.

Sorprendido, el sofisticado almirante inglés de la poderosa Royal Abilón, al ver semejante osadía con rasgos de temeridad, pero brotando honor y dignidad, dispuso detener la marcha del numeroso convoy de guerra; engalanar los buques para ceremonia, y a la oficialidad vestirse de gran gala, para honores en formación; ordenó arriar un bote para ir a saludar personalmente- de almirante a almirante-, y decirle a nuestro jefe naval Cambiaso: “Vengo a abrazar al único almirante del mundo que ha detenido la escuadra de su majestad”.

Rugieron imponentes los cañones, y sus ondas expansivas desbordaron los mares, al rendirle por primera vez en la historia los honores a un Almirante Jefe de Flota, en altamar, de una nación que navegaba sus primeras singladuras, bajo la soberana utoridad de su propia bandera.

Goleta Leonor
Otro episodio sobresaliente de nuestra historia naval lo protagonizó el bergantín goleta Leonor, que tuvo la honrosa designación -bajo el mando del comandante Juan Alejandro Acosta-, el 1ro de marzo de ese histórico 1844, de transportar una comisión presidida por el prócer Juan Nepomuceno Ravelo, a Curazao, para traer de regreso a la república que forjó al exiliado Padre de la Patria, general Juan Pablo Duarte y Diez.

El histórico peregrinar de la Leonor no termina atracando en el puerto de Santo Domingo en marzo de ese glorioso año.

Después de que la nebulosa de la intriga y el deshonor se disipó -se tuvo que esperar que el sable opresor de la dictadura, cuatro décadas después, honrara al egregio Patricio- se nombró una comisión para recibir en Caracas, Venezuela, los restos del gran general Duarte.

Pero los planes de estar de regreso con el ilustre difunto, fueron frustrados; se contaba para tan solemne traslado con una compañía de vapores españoles que periódicamente efectuaba viajes intercoloniales, para que cuando la aurora de largos dedos repuntara el alba del 27 de febrero de 1884, los venerables restos del Patricio fueran depositados en el suelo que él con su sacrifico logró que fuera libre e independiente. Pero los azares del destino cambiaron los planes, los viajes se suspendieron, y la comisión quedó varada en Venezuela.

Los aprestos continuaron y se logró conseguir una goleta holandesa con bandera curazoleña. Dicha nave, rauda, con viento a barlovento, logró hacer la travesía del puerto de La Guaira al de Santo Domingo, y arribar al país con los venerables restos, en la fecha indicada. El nombre de la goleta era: La Leonor, que había sido utilizada desde la estrategia de Duarte apoyando La Reforma haitiana. El comandante Juan Evertz sirvió entonces de enlace marítimo en las comunicaciones desde Los Cayos, y condujo también al general Carrié, depuesto presidente haitiano, a su destierro en Caracas. 

Esa histórica goleta, inmediatamente cumplió la misión de traer a Duarte al país; se le cambio el nombre por San José y prestó innumerables servicios a la causa separatista.

A la goleta Leonor, se le cambió tres veces el nombre por: General Santana, 27 de Febrero y Capotillo. En el combate en las aguas sureñas haitianas de Los Cayos, en 1849, esta goleta fue uno de los buques nuestros que atacó en nuestra ofensiva naval, ordenada por el presidente Buenaventura Báez.

Fue transitoriamente buque de guerra venezolano, con el ilustre nombre de Mariscal de Ayacucho (en alusión al mariscal Sucre), precisando que cada vez que esa histórica embarcación volvía a manos de su dueño original (los dominicanos), se le designaba como Cleopatra; atracando a su puerto final con el nombre que hizo perpetuar la estela épica de la gloria en las páginas de nuestra historia: La Leonor.

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