En América Latina se ha acuñado un nuevo concepto para intentar describir un fenómeno que se está dando en algunas de las democracias de la región.
En este continente, la característica fundamental de los regímenes surgidos de la independencia fue el presidencialismo, es decir, el relativo mayor poder de la presidencia sobre los demás poderes del Estado dentro de la división clásica de funciones estatales preconizada por Montesquieu.
Nuestros presidentes eran “reyes republicanos”, o como Loewenstein los llama, “regímenes de absolutismo disfrazado”.
Pero en los nuevos tiempos, algunos tratadistas afirman que el concepto ha evolucionado a un “hiperpresidencialismo”, en el cual el Ejecutivo controla a los demás poderes y, con ellos, toda la estructura del Estado.
La característica esencial con relación al antiguo presidencialismo, sin embargo, es que este control lo logran por medio de elecciones libres, lo que no hacían los viejos caudillos.
Los nuevos caudillos latinoamericanos (Chávez, Correa, Morales y, hasta cierto punto, Leonel Fernández), han sido reelegidos por el voto más que mayoritario de sus pueblos, otorgándoles mayorías plenas en el Congreso que les ha permitido aprobar constituciones y leyes, designar tribunales, y organizar el Estado de manera tal que parecieran ser inevitables en el futuro cercano.
Al menos, eso piensa de Fernández la oposición política local. Quizás es un fenómeno más amplio. Piénsenlo.
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