sábado, 26 de octubre de 2013

Haití en nuestros caminos

POR JOSÉ RAFAEL LANTIGUA
Tal vez resulte una necedad recordar que, en el principio, no fuimos haitianos y dominicanos los que poblamos nuestro común territorio insular, sino franceses y españoles. Allá: Saint Domingue, convertida en una colonia rica con activos ingenios azucareros. Aquí: el Santo Domingo español, la más pobre de las colonias en América.
Los franceses construyeron riqueza en su colonia, gracias a la importación de esclavos africanos, que para 1789 alcanzaba la cifra de 450 mil hombres dedicados día y noche al difícil trabajo de la producción de caña de azúcar en más de seiscientas plantaciones, aunque existían además casi dos mil campos de cultivo de café y más de trescientos de índigo y algodón. En ese Haití prehistórico -hablamos del siglo diecisiete- la esclavitud era un sino fatal: la explotación era intensa y la esperanza de vida de un bracero esclavo era apenas de siete años desde que se iniciaba en el infeliz oficio. Los barcos negreros llegaban constantemente a los puertos de Saint Domingue a descargar su mercancía humana para que las zafras fueran exitosas y se mantuviese el prestigio económico de la parte occidental de la isla en el mercado azucarero internacional de la época.
La población de Saint Domingue tenía una mayoría esclava que vivía en absoluta pobreza. Pero, la minoría blanca era la dueña de todas sus riquezas: las tierras, los ingenios y los esclavos, y una parte importante de esa minoría ni siquiera vivía allí, sino en París. Otra minoría era la mulata, una clase enfrentada a los negros que poseía libertad absoluta, que tenía una buena educación formal y que también era dueña de riquezas importantes.
Fue precisamente un mulato, el comerciante Vicente Ogé, que había estudiado en Burdeos, quien comenzó a crear las condiciones para que se produjese un levantamiento contra el estado de esclavitud existente en Saint Domingue. Como solía viajar mucho, le tocó estar en París cuando estalló la revolución francesa y esa situación le abrió el apetito de establecer en su tierra un canal de derechos y libertades. Con armas y dinero que obtuvo en Francia, logró penetrar a Saint Domingue y levantar con él a unos trescientos affranchis o negros libertos, fracasando en el intento. Huyó a la parte española de la isla, pero las autoridades francesas lograron extraditarlo y pasarlo por las armas, y no le dieron una simple muerte de fusileros sino que lo torturaron y descuartizaron, y expusieron sus restos de manera pública, mientras otros doscientos partidarios de Ogé sufrían igual destino.
Entonces, los negros esclavos, que eran mayoría poblacional, embistieron como fieras acorraladas -que tal cosa eran, en gran medida- a la minoría blanca, y a ritmo de vudú, jurando ser libres o morir, se fueron a una guerra que duró trece años y que terminó con la riqueza de aquella colonia. Los mulatos cerraron filas disparejas: unos se fueron con los negros y otros con los blancos. Los españoles que se habían olvidado de su colonia y que estaban dando por terminada una era de relativa paz con Francia, levantaron un nuevo pendón: recuperar el territorio occidental de la isla apoyando a los negros en su levantamiento y otorgándole grados militares españoles a los líderes de la revuelta, entre ellos a uno que luego sería clave en todo este proceso, el ex esclavo Toussaint Louverture.
Esta historia tiene muchas aristas, de modo que saltando etapas digamos que, debido a diferentes circunstancias, pero la principal: que los líderes negros -ya estaban en el cártel Dessalines y Henri Christophe- se volvieron contra sus aliados españoles, España terminó cediendo su colonia de Santo Domingo a Francia. La emigración ocurrió en grande. Salieron rumbo a Cuba, Venezuela y Puerto Rico no solo las antiguas autoridades, sino las familias acomodadas -que hasta sus esclavos se llevaban-, parte del clero y hasta los restos del Descubridor, según se afirma. Un grupo numeroso, en el Santo Domingo español, temía el regreso de los franceses.
Mientras tanto, influenciados por la revolución antiesclavista de Saint Domingue, los esclavos de Santo Domingo inician su propia revuelta en Boca de Nigua, quemando cañaverales y descuartizando las bestias. Pronto, se iniciaría la caza de estos negros sublevados, quienes finalmente vencidos sufrieron torturas inenarrables, sesiones de azotes que se iniciaban a las ocho de la mañana y terminaban al filo del mediodía.
Toussaint Louverture siguió avanzando en su carrera militar dentro del ejército francés, y luego de vencer en guerra interna a sus adversarios, su liderazgo se solidificó aún más, por lo cual decidió, contra el interés de Francia, ocupar Santo Domingo con un ejército de diez mil hombres. Nadie le puso resistencia cuando llegó a este lado de la isla y en la Fortaleza Ozama recibió las llaves de la ciudad. Fue aquí donde lanzó un grito de guerra que aún parece que perdura, de que la isla es "una e indivisible". Se armó el juidero nuevamente, y la emigración alcanzó cuotas relevantes. Unos dicen que se fueron dieciséis mil, y Moya Pons afirma que unos cien mil de todas las clases sociales salieron hacia el exilio con sus motetes al hombro. Toussaint fue un gran reformador, realizó importantes acciones renovadoras en la economía y en la participación política de negros y mulatos, al tiempo que se declaraba gobernante vitalicio, el mismo título que se daría más de un siglo después uno de su especie, el temible Papa Doc.
Pero, los franceses retomaron el control. Napoleón Bonaparte ordenó deponer a Toussaint y restablecer la esclavitud. Los dominicanos, que ya se denominaban como tales antes de la Independencia, decidieron aceptar a los franceses con el fin de quitarse de encima al general Toussaint a quien temían como el diablo a la cruz. Hicieron lo mismo en la parte occidental, y aunque Louverture fue apresado -algo que ambicionaban sus propios congéneres que le adversaban- Dessalines le plantó resistencia a los franceses durante dos años, hasta que, al fin, se establece la nación haitiana el 1 de enero de 1804 y Jean Jacques Dessalines se proclama emperador de la nueva república.
La memoria histórica dominicana, desde antes de la Independencia, no guarda gratos recuerdos de Dessalines y Henri Christophe, y en consecuencia de los líderes de las milicias haitianas que dirigieron este territorio. Hasta los negros dominicanos de entonces no tenía fe ni simpatía por los llamados libertadores de la parte occidental. Por esa situación, para imponer sus jerarquías estos dos dirigentes haitianos arribaron a esta parte de la isla arrasando con todo a su paso. Christophe asesinó a docenas en Santiago, quemó vivos a los fieles en la sacristía, eliminó incluso al cura párroco Juan Vásquez y colgó desnudos en el palacio consistorial a un grupo de ciudadanos notables, la misma acción que luego se repetiría en la iglesia de Moca donde degollaron hasta al pobre sacristán.
Los haitianos luego se dividirían entre sí, y Christophe se declara rey en La Citadelle, de Cabo Haitiano, al norte, mientras en el sur quien comandaba la república era Alexandre Petion, a quien sustituirá a su muerte su subalterno Jean Pierre Boyer, de padre francés y madre esclava africana. Cuando Boyer logró reunificar Haití, luego del suicidio de Christophe, lanzó otro grito de guerra que parece ahora perdurar allende los mares: la unificación de la isla, al derecho o al revés. No vayamos a creer que esta idea no germinó. Por el contrario, la apoyaron algunos dominicanos, sobre todo ante el fracaso de la Independencia Efímera de Núñez de Cáceres. En verdad, tuvimos ciudades donde se izó la bandera haitiana y en Santiago constituyeron una Junta Central Provincial para pedir la unificación isleña. Fue por esa debilidad de algunos dominicanos, que Boyer llegó a Santo Domingo con diez mil hombres y nadie le hizo resistencia. El propio Núñez de Cáceres le entregó las llaves de la ciudad, esta vez en la sala capitular del ayuntamiento -la misma historia que había ocurrido antes con Toussaint Louverture- no sin antes decirle frente a frente al general haitiano que la ocupación haitiana, que en ese momento se iniciaba, produciría resultados funestos ya que las poblaciones de ambas partes de la isla eran totalmente diferentes.
Este fue el primer acto de unificación de la isla. Ha de suponerse que no podrá ejecutarse una segunda. Boyer cerró la universidad, obligó a los jóvenes a inscribirse en el ejército, las escuelas también fueron clausuradas, se impuso el francés como idioma oficial, se prohibió el uso del español en la redacción de actos públicos, se imposibilitó la creación de medios de prensa, al tiempo que en Haití se lograba el asentamiento de miles de negros libertos norteamericanos. Durante veintidós largos años la isla fue "una e indivisible" y Boyer su amo absoluto. Muchos dominicanos sirvieron al régimen haitiano desde diferentes cargos en la burocracia gobernante. El ideario duartiano contiene las máximas que retratan fielmente la situación reinante, entre dominicanos que no mostraban fe en el planeamiento de la redención nacional y en el encauzamiento del ideal separatista, y los dominicanos que, desde las logias masónicas y los púlpitos, desde la valentía de su juventud trinitaria y la tenaz disposición de sus filorios, levantaron el pabellón de la pura y simple, hasta proclamar la independencia y terminar la dominación haitiana en febrero de 1844. Debemos conocer la historia en todos sus detalles para poder luego extraer de ella las conclusiones pertinentes.
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(Para la elaboración de este artículo fue imprescindible la lectura de "Historia Dominicana" de Orlando Inoa. Editora Letra Gráfica: 2013/ 705 pp. Recomendamos además la lectura de "La dominación haitiana 1822-1844" de Frank Moya Pons. 4ª edición. Librería La Trinitaria: 2013/ 178 pp.)
www.jrlantigua.com
La memoria histórica dominicana, desde antes de la Independencia, no guarda gratos recuerdos de Dessalines y Henri Christophe, y en consecuencia de los líderes de las milicias haitianas que dirigieron este territorio. Hasta los negros dominicanos de entonces no tenían fe ni simpatía por los llamados libertadores de la parte occidental.
Por esa situación, para imponer sus jerarquías estos dos dirigentes haitianos arribaron a esta parte de la isla arrasando con todo a su paso.

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