lunes, 15 de junio de 2015

LA MARSELLESA


Rouget y La Marsellesa
El autor del texto y la música de La Marsellesa, es decir, el himno nacional de Francia, fue el compositor  Claude Joseph Rouget de Lisle.
En los días de la Revolución francesa, Rouget de Lisle, oficial del ejército de Francia, un hombre modesto y casi desconocido, que jamás había creído ser un buen poeta, recibe el encargo de componer un canto de guerra.
Pablo Clase hijo
El autor del texto y la música de La Marsellesa, es decir, el himno nacional de Francia, fue el compositor  Claude Joseph Rouget de Lisle. Aunque fue también creador de romanzas para violín y piano, y de numerosas melodías, su nombre es conocido solo por esta pieza patriótica. Por eso lo llamaron “genio de una noche”. Ahora, ¿Cómo fue señalado para tan importante misión?
En los días de la Revolución francesa, Rouget de Lisle, oficial del ejército de Francia, un hombre modesto y casi desconocido, que jamás había creído ser un buen poeta, recibe el encargo de componer un canto de guerra.
En Estrasburgo, Rouget cumplía una misión, cuando el alcalde de la ciudad, Dietrich, le había solicitado la creación del himno. En un instante afluyen a su memoria los sentimientos desatados en aquel tiempo de guerra, las palabras oídas en un banquete, el odio a los tiranos, los temores por la tierra natal, la fe en la victoria, el amor a la libertad. Por fin, termina en aquella noche del 25 de abril de 1792 la que sería una marcha inmortal: “Canto de guerra para el ejército del Rhin”.
El canto empezó a difundirse rápidamente al ser entonado por el batallón de los marselleses, durante su marcha hacia París, en julio de 1792. Desde entonces fue rebautizado como La Marsellesa. El 14 de julio de 1795 fue convertido, hasta el día de hoy, en el himno nacional de Francia.
Desde la noche en que compuso su genial himno hasta el día de su muerte, el desgraciado Rouget vivió más de cuarenta años, una inmensa cantidad de días en que sobrevivió a la única jornada creadora de su vida. Lo bueno y verdadero  perdura; siempre acaba por triunfar sobre lo efímero.
Así sucede con la palabra de Dios. “Toda la gloria del hombre es como flor de la hierba ñdice San Pedro-. La hierba se seca, y la flor se cae, mas la palabra de Dios permanece para siempre”. 
Listin Diario

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