domingo, 31 de diciembre de 2017

¿En dónde nos quedó la esperanza?


Qué año. Lo sobrevivimos, apenas. El 2017 ha estado lleno de ansiedad, tensión, traición, fuertes conflictos y mucha rabia del norte al sur. No hay casi país alguno que se escapara de las garras intensas y destructivas del 2017. La venganza de la Madre Tierra nos inundó en huracanes, nos quemó en incendios salvajes, nos tragó en terremotos, nos congeló en temperaturas frígidas y nos deshidrató en calores que nos hizo sudar nuestras últimas gotas de paz.  Los extremos eventos climáticos apenas están comenzando y justo cuando contamos con un mal llamado 'líder del mundo libre' que niega hasta la tierra que lo vio nacer.
Es inevitable hablar del 2017 sin mencionar al monstruo que renació de las cenizas más grotescas, inhumanas y vergonzosas del capitalismo. El charlatán siniestro que nos roba el futuro, solo para satisfacer su frágil ego y sus manos grasosas. Ese emblemático 'americano feo', vulgar, sin empatía, estúpidamente arrogante y racista que, en lugar de dos dedos, tiene solo billetes en la frente. No ve nada que no le traiga riqueza vacía y falsa admiración para acariciar a su ego y masturbar a su egoísmo, lo que lo ha dejado peligrosamente ciego y sordo ante el mundo. Destruye familias y generaciones enteras que han dado su sangre y alma a construir el país, simplemente porque su color de piel o país de origen no le agrada. Encarcela a infantes y niños luego de quitarlos violentamente de los brazos de sus madres y padres, que solo buscaban refugio de sus pasados tormentosos. Él es un psicópata con el poder de la vida y la muerte en sus desproporcionadamente reducidas manos, una aberración ilustrativa de su existencia.
Sobrevivimos (por ahora) la escalada de amenazas mortales y provocaciones infantiles entre el trastornado ser en la Casa Blanca y el lunático en Pyongyang (y lo llamo así porque cualquiera que sigue lanzando misiles y amenazando con atacar con bombas atómicas a ciudadanos inocentes está peligrosamente loco). Ah, y es importante mencionar que muchas de esas amenazas que hubieran podido acabar con las vidas de millones de personas y posiblemente resultar en la destrucción total de la humanidad, fueron realizadas POR TWITTER.
Y, justamente en 2017, Twitter se convirtió en la herramienta preferida de déspotas y dementes, entre ellos los supremacistas blancos, fascistas, violadores, abusadores y Donald Trump, para diseminar su odio, sus mentiras y su "fake news". La guerra mediática se intensificó alrededor del mundo, con todos intentando adueñarse de la verdad, y pocos logrando hacerlo. De hecho, el 2017 es quizás el año en que la Verdad, como principio básico de la sociedad y la moralidad, murió. Y si aún no se ha muerto, está moribundo.  ¿Estamos a tiempo de rescatarla?
La ola pesimista del año saliente no solamente encubrió al norte, pues también América Latina sufrió grandes tragedias y traiciones. La fuerza devoradora de la corrupción infectó y penetró casi toda la región, sin color de partido o ideología. Las sórdidas peleas internas, las purgas entre grupos de poder, los flagrantes engaños y traiciones  y los saqueos indignantes en las filas más altas del poder contaminaron los países, gobiernos y movimientos que solo hace poco fueron las bastiones del moralismo y las inspiraciones para revoluciones optimistas a nivel mundial.
Y entonces, ¿el 2017 fue un año maldito? ¿O una lección merecida? Seguro que hubo momentos bonitos y felices, esos pequeños tesoros que podemos apreciar en nuestras vidas y familias que nos sirven de motivación para seguir día tras día. Pero, ¿en dónde nos queda la esperanza del futuro? ¿Han fracasado los liderazgos, los movimientos sociales, las revoluciones, las luchas por un mundo mejor? ¿O es 2017 un símbolo de que nunca podemos estar cómodos, de que siempre hay que estar luchando en contra de las adversidades? No podemos complacernos. No se puede bajar la guardia ni ceder espacios a quienes se guían por el egoísmo y la avaricia. 
Sería fácil vivir con los ojos cerrados y encerrarse en una vida acolchada, intencionalmente al margen de los acontecimientos más allá de tu puerta. Esa clase de ceguera selectiva nos ha llevado a este momento crítico que todos estamos sufriendo. Los ricos pueden seguir haciéndose más ricos, pero nos les va a salvar cuando la Madre Tierra tome su venganza, o cuando el loco allá o acá apriete el botón atómico.
No solo somos humanos, somos una humanidad. Quien solo piensan en sí mismo jamás entenderá una lucha colectiva. Que el 2018 sea el año del colectivo y el despido del egoísmo. Esa es mi esperanza.
¿Cuál es la tuya?

Putin Mensaje de año a su pueblo y a los pueblos del mundo

Vladímir Putin se dirige al país con su tradicional mensaje, retransmitido en vivo minutos antes de la llegada de 2018, en el que felicita a sus compatriotas.


Queridos amigos:

El año 2018 está a punto de empezar. Por supuesto, esta fecha la festejamos todos los años. Pero, sin embargo, la llegada del año nuevo siempre es algo que deseamos y esperamos con ilusión. Tenemos fe en que todo lo que pedimos en estos minutos, todas nuestras esperanzas, se cumplirán.

Para nosotros el año nuevo es, sobre todo, una celebración familiar. Lo festejamos como cuando éramos niños, con regalos y sorpresas, con un cariño especial y a la espera de cambios importantes que, sin duda, llegarán a nuestra vida si cada uno de nosotros recuerda a sus padres, si los cuidamos y apreciamos cada minuto vivido a su lado. Si tratamos de entender mejor a nuestros hijos, sus aspiraciones y sueños. Si apoyamos a los que nos rodean, a los que necesitan nuestra presencia y generosidad de espíritu.

El saber ayudar, ser sensibles y sembrar bondad hace que la vida sea auténtica y nosotros más humanos. Estemos donde estemos, a la mesa con nuestra familia, acompañados de amigos o en las calles vestidas de gala, nos une el espíritu alegre del año nuevo. Y las nuevas tecnologías nos permiten compartir estos sentimientos con nuestros seres queridos a cientos o, incluso, miles de kilómetros.

Como de costumbre, mis más especiales felicitaciones a aquellos que están trabajando, cumpliendo su deber profesional y militar, a aquellos que hacen guardia en los hospitales, están al mando de trenes y aviones. Estamos todos juntos en esta mágica noche de año nuevo, estamos todos juntos en nuestro quehacer diario. La unidad, la amistad y el amor incondicional por Rusia nos fortalecen para realizar buenas obras y conseguir grandes logros.

De todo corazón, quiero agradecer a todos por creer en sí mismos y en nuestro país, por su trabajo y sus resultados. Que la confianza y la comprensión mutua siempre estén presentes en nuestra vida.

Queridos amigos: para la llegada del año 2018 quedan tan solo unos segundos. Es el momento de expresarnos mutuamente las palabras más importantes, perdonarnos los errores y las ofensas, abrazarnos y decirnos "te quiero", ser afectuosos y atentos. Y que en el año que empieza la vida de cada familia, de cada persona, cambie para mejor, que todos gocemos de buena salud, que nazcan niños que nos hagan felices.

De todo corazón les deseo éxitos y bienestar, paz y prosperidad a nuestra, única y querida, gran Rusia.

¡Que sean felices! ¡Feliz año nuevo! ¡Feliz año 2018!

sábado, 30 de diciembre de 2017

La crisis civilizatoria y el papel de la ética

Frei Betto, Alai

En griego, ethos significa casa en el sentido amplio de hábitat del ser humano, tanto en lo relativo a la naturaleza como a la vida social. Ethoses una casa en construcción, y en ella el ser humano se pregunta por el sentido de sí mismo, por el rumbo y el objetivo del proyecto que asume. La ética es, pues, un proceso mediante el cual conquistamos nuestra humanidad y construimos nuestra casa, o sea, nuestra identidad como persona (ser político) y como clase social, pueblo y nación.

La humanización de sí, de los otros y del mundo es un permanente “llegar a ser”, según el punto de vista apuntado por Teilhard de Chardin: cuanto más nos espiritualizamos, más nos humanizamos. Y nuestra espiritualización es una cuestión ética antes que una opción religiosa.

El ser humano tiene dos actitudes posibles ante la vida: vivir de la tradición o de la innovación. Vive de la tradición quien se somete al mundo en el que se inserta sin cuestionarlo ni cuestionarse en él. Es la tendencia predominante en este mundo globocolonizado en el que vivimos hoy. El modo de la tradición es propio de los animales, incapaces de innovar su hábitat. Son atávicamente presos de la naturaleza.

Al ser humano le es dado el poder de innovar, de distanciarse de la naturaleza y de sí mismo, de preguntarse por el sentido de la vida y los valores a asumir ante el abanico de opciones que se abre a su libertad. Porque somos esencialmente seres históricos llamados a hacer historia.

La libertad no es dar rienda suelta a los deseos. Añádase que, con frecuencia, nuestros deseos no son propiamente nuestros. Son deseos de otros infundidos en nosotros por la publicidad y la trivialidad. Libre es quien se distancia de la tradición, de las presiones circundantes y, al indagar por el sentido, actúa de acuerdo con la inteligencia. La modernidad prefiere decir: actúa de acuerdo con la razón. Pero “la razón es la imperfección de la inteligencia”, alertó Santo Tomás de Aquino. El conocimiento no se adquiere solo mediante la razón; involucra la intuición, los sentimientos, las emociones, el sentido estético, etc. Así, la ética no nace del logos, sino del pathos, allí donde reside la emoción. Nace de la tierra fértil de la subjetividad, en la que se fortalecen las raíces de nuestros valores y principios.

La razón es la estancia intermedia entre el pathos y la contemplación, la forma suprema de conocimiento, el que nos hace vivenciar lo Real. Si no percibimos esa diferencia, somos capaces de reconocer la miseria y analizarla (razón), pero no siempre somos sensibles a ella o nos produce indignación, hasta el punto de actuar para erradicarla (pathos).

Ética social

Sócrates fue condenado a muerte por herejía, como Jesús. Lo acusaron de predicarles nuevos dioses a los jóvenes. En realidad, la iluminación de Sócrates no le abrió los ojos para ver el Cielo, sino la Tierra. Advirtió que no podía deducir del Olimpo una ética para los humanos. Los dioses olímpicos podían explicar el origen de las cosas, pero no dictarles normas de conducta a los seres humanos.

La mitología, repleta de ejemplos nada edificantes, obligó a los griegos a buscar en la razón los principios normativos de nuestra buena convivencia social. La promiscuidad reinante en el Olimpo podía ser objeto de creencia, pero no convenía que se tradujera en actitudes; así, la razón conquistó autonomía frente a la religión. En busca de valores capaces de normar la convivencia humana, Sócrates apuntó a nuestra caja de Pandora: la razón.

Si nuestra moral no dimana de los dioses, entonces somos nosotros, los seres racionales, quienes debemos instituirla. En Antígona, la pieza teatral de Sófocles, Creonte le prohíbe a Antígona sepultar a su hermano Polinice en nombre de razones de Estado. La protagonista se niega a obedecer “leyes no escritas, inmutables, que no datan de hoy ni de ayer, que nadie sabe cuándo aparecieron”. Es la afirmación de la conciencia sobre la ley, de la ciudadanía sobre el Estado, del derecho natural sobre el divino.

Sócrates sostenía que la ética exige normas constantes e inmutables. No puede depender de la diversidad de opiniones. Platón aportará luces a la razón humana, al enseñarnos a discernir entre realidad e ilusión. En su República, recuerda que, para Trasímaco, la ética de una sociedad refleja los intereses de quienes detentan el poder en ella. Concepto que sería retomado por Marx y aplicado a la ideología. ¿Qué es el poder? Es el derecho concedido a un individuo o conquistado por un partido o clase social de imponer su voluntad a los demás. Y Aristóteles nos apartará del solipsismo al asociar felicidad y política.

Más tarde, Santo Tomás de Aquino, inspirado en Aristóteles, nos dará las primicias de una ética política, al priorizar el bien común y valorizar la conciencia individual como reducto incorruptible, y la soberanía popular como el poder por excelencia. Maquiavelo, por el contrario, despojará la política de toda ética, al reducirla a mero juego de poder y comercio de intereses, en los que los fines justifican los medios.

Lo moderno y lo posmoderno

La crisis civilizatoria es un fenómeno singular que nos sitúa en la frontera entre dos proyectos civilizatorios: el moderno y el posmoderno.

Hoy en día experimentamos algo que nuestros bisabuelos no conocieron: un cambio de época. Ellos conocieron períodos de cambios. No fueron, como nosotros, contemporáneos de un cambio de época.

Durante los últimos dos milenios, la historia de Occidente estuvo signada por dos grandes épocas: la medieval y la moderna. La primera se prolongó durante mil años. La segunda, la mitad que la primera.

Lo que caracteriza a una época es su paradigma. El de la época medieval era la religión. La centralidad de la fe cristiana favoreció la hegemonía política de la Iglesia. Toda la cosmovisión de la Edad Media estaba marcada por factores religiosos y nociones teológicas.

Esa religiosidad infundió en las personas una ética basada sobre la noción del pecado, el miedo al infierno y la esperanza de alcanzar una vida eterna feliz después de la muerte. Eso no significa que los medievales estuvieran exentos de actitudes antiéticas. Por el contrario, la carencia de libertad de expresión y pluralismo político favoreció la intolerancia religiosa manifestada por la Inquisición en la ejecución de supuestos herejes y en empresas colonialistas que, travestidas de Cruzadas, saquearon tierras y riquezas de pueblos tenidos por impíos o enemigos de la fe cristiana.

La época medieval se desplomó entre los siglos XIII y XV debido a la influencia de la nueva cosmología de Copérnico, que desbancó la de Ptolomeo; los viajes marítimos emprendidos por la Península Ibérica; el descubrimiento del Nuevo Mundo; la introducción en Europa de las obras de Platón y Aristóteles; y el acervo científico aportado por los árabes. Esos fueron algunos de los factores que pusieron en jaque el paradigma medieval y, al cabo de poco tiempo, introdujeron el nuevo paradigma que sustentaría la modernidad: la razón y sus dos hijas dilectas, la ciencia y la tecnología.

Con Kant, la modernidad buscó escapar de los parámetros religiosos basando la ética sobre valores subjetivos y universales. No obstante, algunos de sus filósofos más importantes, como Husserl, Heidegger y Whitehead no le concedieron importancia a la cuestión ética. Excepciones notables son Bergson y Scheller.

Para Kant, la grandeza del ser humano no reside en la técnica, en subyugar la naturaleza, sino en la ética, en su capacidad para autodeterminarse a partir de su libertad. Existe en nosotros un sentido innato del deber, y no dejamos de hacer algo porque sea pecado, sino porque es injusto. Y la ética individual debe complementarse con la ética social, ya que no somos un rebaño de individuos, sino una sociedad que exige, para la buena convivencia, normas y leyes y, sobre todo, la cooperación de los unos con los otros.

Hegel y Marx recalcaron que nuestra libertad es siempre condicionada, relacional, porque consiste en una construcción de comuniones con la naturaleza y nuestros semejantes. Aun cuando la injusticia convierte a algunos en desemejantes.

En las aguas de la ética judeo-cristiana, Marx resalta la irreductible dignidad de cada ser humano y, por tanto, el derecho a la igualdad de oportunidades. En otras palabras, somos tanto más libres cuando más construimos instituciones que promuevan la felicidad de todos.

La filosofía moderna hará una distinción aparentemente avanzada que, de hecho, abre un nuevo campo de tensión, al subrayar que, respetada la ley, cada quien es dueño de sus actos. La privacidad como reino de la libertad total. El problema de ese enunciado es que traslada la ética de la responsabilidad social (cada quien debe preocuparse por todos) a los derechos individuales (cada quien que cuide de sí).

Esa distinción amenaza con hacer ceder a la ética frente al subjetivismo egocéntrico. Tengo derechos, prescritos en una Declaración Universal, pero, ¿y los deberes? ¿Qué obligaciones tengo para con la sociedad en la que vivo? ¿Qué tengo que ver con el hambriento, el oprimido y el excluido? De ahí la importancia del concepto de ciudadanía. Las personas son diferentes y, en una sociedad desigual, se les trata según su importancia en la escala social. Pero el ciudadano, pobre o rico, es un ser dotado de derechos inviolables y deberes para con el bien común, y está sujeto a la ley como todos los demás.

La crisis de la modernidad

Todos los contemporáneos de este inicio del siglo XXI somos hijos de la modernidad. Su advenimiento, entre los siglos XV y XVI, hizo brotar un gran optimismo en cuanto a su futuro. Se creyó que pondría fin a las guerras, la peste, el hambre y tantos males que afectaban a las personas en el Medioevo. Ese optimismo se expresó en las obras de Voltaire, Tomás Moro, Campanella y otros.

La modernidad produjo una escisión entre la ética y la política. Se privatizó la ética, que se limitó a las virtudes asumidas por el individuo, y en cuanto a la política, se estableció como un campo que prescindía de la eticidad. Y se convirtió en mera herramienta de búsqueda del poder y permanencia en él, como si fuera un fin en sí mismo.

Somos la última generación moderna. Podemos mirar atrás y hacer un balance de la modernidad. Hay que reconocer que en los últimos 500 años la humanidad logró grandes avances, desde el saneamiento básico hasta la comunicación digital. Llegamos a posar los pies sobre la superficie de la Luna, pero seguimos siendo incapaces de aportarle nutrientes esenciales al organismo de millares de niños cuyas vidas se ven segadas precozmente por el hambre.

La modernidad fue atropellada por el capitalismo. La “ética” de los resultados sustituyó a la ética de los principios. En nombre del desarrollo, el progreso, el crecimiento económico y la paz, se implantaron el colonialismo y el neocolonialismo; se diseminaron las guerras; se acumularon arsenales nucleares; se distribuyó de manera piramidal la riqueza del mundo; se le impuso al planeta, mediante la globocolonización imperialista, un único modelo de sociedad, el del consumismo hedonista, que induce a las personas a trocar la libertad por la seguridad.

Hoy, los habitantes de la Tierra somos 7 mil 200 millones, de los cuales casi la mitad carece de condiciones dignas de vida. Baste recordar los datos divulgados por la ONG británica OXFAM en enero de 2017: 8 individuos tienen en sus manos la misma renta de 3,6 mil millones de habitantes del mundo, ¡la mitad de la humanidad!

En materia de ética estamos, como diría Guimarães Rosa, en la tercera margen del río. Abandonamos la ética religiosa de la época medieval, fundada sobre la noción del pecado, y aún no hemos logrado alcanzar la ética socrática basada sobre la razón. Es ese vacío el que le permitió al capitalismo desfigurar los cimientos de la modernidad, deshacer los grandes relatos, proclamar el “fin de la historia” y propalar la falacia que intenta imponernos la idea de que la democracia y el capitalismo son connaturales. Ese vacío creó un espacio para que se proclamara la competitividad como valor y virtud, descartando la solidaridad.

¡Hay que hacer la crítica de la razón monetarista! Es ella la que pretende que todos seamos consumistas y no ciudadanos; meros juguetes entregados a la mano invisible del mercado y no protagonistas sociales; y adeptos de la fe en el fin de la historia, o sea, la inmaculada concepción en que el capitalismo está dotado de calificativos divinos: eterno, omnipresente, omnisciente y omnipotente.

La pregunta fundamental que se nos plantea hoy es cuál será el paradigma de la posmodernidad. ¿El mercado, la mercantilización de todos los aspectos de la vida humana y la naturaleza, o la globalización de la solidaridad?

Temo que prevalezca el mercado, a menos que seamos capaces de aglutinar fuerzas para una poderosa movilización en torno a una nueva propuesta ética, fundada sobre dos principios básicos: la irreductible sacralidad de toda vida humana y el compartir de los bienes de la Tierra y los frutos del trabajo humano.

La vida humana extrapola toda ideología, filosofía o teología. Es un milagro de la naturaleza, si consideramos las excepcionales condiciones ambientales que permitieron su aparición, y para nosotros los cristianos, es un don de Dios. Hay que subrayar que hoy esas condiciones están amenazadas por la devastación de la naturaleza. Como advierte James Lovelock, la “venganza de Gaia” puede anticipar el apocalipsis.

Solo la firma convicción de que todos sin excepción, incluido el criminal más incorregible, tenemos derecho a la vida, puede llevarnos a superar todo tipo de prejuicio o exclusión. La ética exige justicia y, por tanto, que se castigue al delincuente en nombre de la defensa de los derechos de la comunidad. Pero la vida del delincuente es el límite de la ley. Esa vida no debe ser extinguida, ni debe negársele al delincuente su dignidad humana por medio de la tortura o de condiciones abyectas de encarcelamiento.

Lo mismo se aplica a todas las demás relaciones sociales y, por tanto, implica el fin de toda forma de opresión, desde la relación interpersonal y de género, como en el matrimonio, hasta las relaciones institucionales de trabajo, en las que debe prevalecer la dignidad humana sobre la ambición de lucro, y se debe sobreponer la solidaridad a la competitividad.

Esa dimensión relacional debe complementarse con la dimensión social de la ética. La humanidad no tiene futuro si no se comparten los bienes de la Tierra y los frutos del trabajo humano. Se trata de una cuestión aritmética que depende de un desafío ético: o les aseguramos a todos medios suficientes para una vida digna, incluidas las condiciones socioambientales, o, como alertara Thomas Piketty, caminaremos rumbo a la barbarie, esto es, la concentración de la renta en manos de un número cada vez menor de afortunados conducirá a la humanidad a un colapso, porque los pueblos de las naciones periféricas afectadas por la guerra, la falta de trabajo, vivienda y alimentación suficiente, tratarán cada vez más de refugiarse en los países ricos. Y los recursos naturales, como el agua potable, serán cada vez más escasos y estarán monopolizados por grandes empresas transnacionales. En resumen, el efecto de la progresiva privatización de los recursos naturales será la exclusión progresiva de grandes contingentes humanos del acceso a los bienes esenciales para la vida.

Joseph Schumpeter explicitó en 1912 la naturaleza antiética del capitalismo, al insistir en que su motor era la “destrucción creativa”, o sea, que le cabe al mercado descartar las actividades y las personas que no son suficientemente productivas, y obligar así a los débiles a cederles su lugar a los fuertes. Ese darwinismo social abrió un espacio para el surgimiento de la competencia desenfrenada. Y sirve para justificar las guerras.

En 1980, la suma de los activos financieros mundiales equivalía al PIB global, unos 27 billones de dólares estadounidenses. En 2007, poco antes de que estallara la primera gran crisis financiera del siglo XXI, el PIB mundial era de 60 billones, y los activos financieros de 240 billones, ¡cuatro veces mayores! Esa es la famosa “burbuja”, que se sigue hinchando…

Por tanto, sin ética no habrá avance civilizatorio. Sin ética, el hombre se convertirá, de hecho, en lobo del hombre. Sin ética, el capitalismo se fortalecerá, y la ambición de lucro y apropiación privada de la riqueza cobrará más importancia que la defensa y la preservación de los derechos humanos.

No habrá sociedad ética mientras haya capitalismo.

La izquierda y la ética

La credibilidad de la izquierda depende, sobre todo, de su actitud ética. Fidel insistía en ese principio: “Un revolucionario puede perderlo todo, la libertad, los bienes, la familia, hasta la vida, menos la moral”.

En el siglo XX era costumbre entre los integrantes de la izquierda la práctica de la autocrítica. Guardando las proporciones, esa práctica tenía su origen en el acto penitencial de los cristianos al reconocer sus pecados. Al escalar al poder en la Unión Soviética, Stalin se erigió en único señor de la crítica. La autocrítica se hizo obligatoria y se tradujo en purgas y asesinatos.

Hoy en día, la carencia de mecanismos que propicien la autocrítica frecuente hace que muchos grupos progresistas pierdan el sentido crítico. Sobre todo cuando asumen el gobierno y se dejan cegar por la ilusión de que ejercen el poder. Lo cierto es que el poder no siempre ocupa el gobierno, pero ejerce una presión sobre él –económica, social, política e ideológica– que solo puede contenerse y vencerse mediante otra instancia que lo supere: el poder popular.

Los avances conquistados en las últimas décadas por gobiernos progresistas en América Latina son significativos en cuanto a sus dimensiones económicas, sociales, políticas y ambientales. Pero no se puede afirmar lo mismo en cuanto a su dimensión ética. Ciertas fallas han comprometido la credibilidad del proceso de cambios y de algunos de sus líderes. Tal vez Jesús, Gandhi, Luther King y Mandela no hayan tenido, históricamente, el éxito que esperaban. Pero sus testimonios éticos perduran como referencia ejemplar de conducta militante y del valor de las causas que encarnaron.

Por tanto, el desafío futuro para la emancipación de América Latina consiste en asociar un profundo proceso de cambios estructurales que la libere progresivamente de la hegemonía capitalista, con actitudes éticas que pongan de relieve la diferencia con los enemigos de clase. Pero eso no puede depender exclusivamente de virtudes personales. Urge crear mecanismos institucionales que impidan los desvíos éticos. No hay que esperar una ética de los políticos, sino una ética de la política, o sea, una institucionalidad gubernamental que inhiba todos los procedimientos que favorezcan los privilegios personales, lesivos a los intereses y derechos de la colectividad.

Ser ético, por consiguiente, es una opción revolucionaria, capaz de engendrar el hombre y la mujer nuevos soñados por la utopía comunista.

Buenas noticias para rejuvenecer

Científicos rusos crean un gel que prolonga la juventud de la piel humana

En Rusia, un laboratorio investiga la manera de rejuvenecer la piel, una cuestión que va más allá de la cosmética, y que abre nuevas posibilidades en el campo de la medicina.
 
Foto ilustrativa / freepik.com


"A partir del 2009, para alcanzar efectos más rápidos en la terapia a nivel celular, comenzamos a utilizar componentes activos que se extraen de las células cultivadas y a aplicarlos directamente en el área para así obtener un mayor efecto", explica Evgueni Shuman, director del centro de innovación de la Universidad Estatal de Medicina de Ural, donde han desarrollado un producto llamado Aversgel, un gel cosmetológico con propiedades rejuvenecedoras.

Esta tecnología consiste en tomar la sangre del paciente, de la cual después de un detallado proceso de centrifugado, es separado el plasma que contiene células madre, con la más alta seguridad en cuanto a la sanidad de los componentes.

Según señala María Desiátova, especialista de tecnologías celulares y moleculares del bloque genético, la metodología consiste en extraer el ADN de las culturas celulares, provocar reacciones en cadena de la polimerasa e identificar las distintas mutaciones que puedan surgir en los genes de estas células.

"Es una etapa de control durante el desarrollo del Aversgel, donde nosotros tomamos esas células que se utilizan en este producto y evaluamos su seguridad", especifica Desiátova.
Resultados positivos

Durante 2 años de ensayos clínicos, que ahora están en la etapa final, participó un grupo grande de pacientes en el proceso y de esta forma se logró demostrar que el gel tiene las propiedades para restaurar los daños atribuidos a la exposición diaria al medioambiente.

"Las pruebas clínicas de la formula elaborada en gel comenzaron a partir del año 2015 y en más de 100 participantes dieron positivos resultados", indica Shuman.
La longevidad activa

Los investigadores del centro planean comenzar la producción del gel en pequeña escala, este producto se utilizará en cosmetología y también se ha comprobado en la fase experimental que ayudará a muchos pacientes con quemaduras, úlceras y daños ocasionados por las bajas temperaturas en el invierno ruso.

La tarea del Centro de Innovación de la Universidad Estatal de Medicina de Ural también busca apoyar a jóvenes especialistas en el desarrollo de nuevas investigaciones que a futuro ayudarán a pacientes con enfermedades crónicas.

"El interés principal consiste en la prolongación de la longevidad activa, que es lo que aspiran a alcanzar la mayoría de los seres humanos", subraya Oleg Makéyev, jefe del laboratorio de terapia celular y genética de la universidad.

viernes, 29 de diciembre de 2017

Dicen Jesús no nació el 25 de diciembre, ni en Belén


Una talla de Jesucristo (archivo)

Jesús no nació el 25 de diciembre, ni en Belén, y tampoco era ese su nombre

CC0 / Julián Iglesias / Clavado en una cruz
INCREÍBLE PERO CIERTO
URL corto
21243
Cada 25 de diciembre, millones de personas alrededor del mundo celebran el nacimiento de Jesús, una de las fechas más importantes del cristianismo. Sin embargo, el nombre de Jesús, el día y el lugar de su nacimiento, no son los que se creen.
De acuerdo con un artículo de The Telegraph, su nombre verdadero era Yeshu'a. Sus primeros biógrafos escribían en koiné —variedad de la lengua griega utilizada en el período helenístico- y el nombre se convirtió en Ἰησοῦς (Iesous). La versión latina fue Iesus, de la cual obtenemos Jesús. La traducción moderna de Yeshu'a al inglés es, en realidad, Joshua.
El año, el lugar y la fecha de nacimiento de Joshua son desconocidos. Solo hay dos registros, ambos escritos mucho tiempo después por personas que nunca lo conocieron, destacó el medio británico.
El Evangelio de Mateo (escrito probablemente entre los años de 75 y 85 d.C.) dice que Joshua nació "en los días del rey Herodes". Herodes murió en el 4 a.C. Entonces, si Mateo tiene razón, Joshua nació antes del año 4 a.C.
El Evangelio de Lucas (escrito probablemente entre los años de 80 y 85 d.C.) no dice quién era el rey cuando nació Joshua. Sin embargo, dice que Herodes era rey cuando Isabel, que afirma era la prima de María, concibió a Juan Bautista un poco antes.
En cambio, Lucas registra que mientras María estaba embarazada "salió un decreto de César Augusto que decía que todo el mundo debería pagar impuestos". Tal impuesto se aplicó por primera vez cuando Cirenio era gobernador de Siria. Este pasaje plantea varios cuestionamientos históricos, ya que los césares no ordenaban censos fiscales, los cuales eran un asunto administrativo, organizado localmente.
El único censo conocido que se llevó a cabo en la región en el período fue ordenado por Cirenio en el año 6 d.C. Así que Mateo y Lucas no pueden tener razón: hay una disparidad de 10 años entre los dos relatos.
En relación al lugar del nacimiento de Joshua, Lucas dice que María y José eran de Nazaret en Galilea, pero viajaron al sur, a Belén en Judea, para registrarse para el censo de impuestos.
Sin embargo, históricamente se sabe que la tributación era pagada por las personas en los lugares donde vivían. No existe un fundamento económico o administrativo para viajar al lejano lugar de nacimiento de un ancestro remoto para registrarse para el pago de impuestos. Y no hay registro de que tal requisito haya sido exigido alguna vez en el imperio romano.
El día del año en que nació Joshua tampoco es algo exacto. La Biblia no informa el día, o la estación en que ocurrió. Desde una perspectiva histórica, los judíos y los primeros cristianos no solían celebrar la fecha del nacimiento de alguien, así que no es sorprendente que la información sobre el nacimiento de Joshua sea escasa. De hecho, era algo tan poco importante que los Evangelios de Marcos y Juan no hablan de eso en absoluto, y simplemente comienzan sus narraciones cuando Joshua ya era un adulto.
Es muy probable que se haya establecido el aniversario de Jesús el 25 de diciembre porque ya era un día festivo tradicional en la iglesia primitiva. En el calendario romano, el 25 de diciembre era el día del solsticio de invierno. Durante el Imperio Romano, ese día se celebraba la fiesta 'Natalis Solis Invicti' (Nacimiento del Sol Invicto).

"Cómo funciona el capitalismo"

"Cómo funciona el capitalismo"

(Documental que revela sus leyes interna...