LO QUE NO SE VE EN LOS CONFLICTOS DEL MEDIO ORIENTE
De cómo el gas natural de Gaza se ha convertido en el epicentro de una lucha internacional de poderes
El Gran Juego en Tierra Santa
¿Lo adivinan? Casi todas las guerras,
levantamientos y otros conflictos actuales en el Oriente Medio están conectados
por un único hilo, que también representa una amenaza: estos conflictos son
parte de una competición cada vez más frenética para encontrar, extraer y poner
a la venta combustibles fósiles cuyo consumo está garantizado que va a provocar
en el futuro toda una serie de cataclísmicas crisis medioambientales.
Entre los numerosos conflictos en la
región alimentados por los combustibles, uno de ellos, que rebosa de todo tipo
de amenazas, grandes y pequeñas, ha pasado en gran medida desapercibido, y es
Israel quien está en su epicentro. Sus orígenes pueden rastrearse hasta los
primeros años de la década de 1990, cuando los dirigentes israelíes y
palestinos empezaron a discutir sobre los rumoreados depósitos de gas natural
en el mar Mediterráneo frente a las costas de Gaza. En las décadas siguientes,
el conflicto ha ido creciendo y manifestándose en múltiples frentes implicando
a varios ejércitos y a tres fuerzas navales. De paso, ha infligido ya la más
espantosa de las miserias a decenas de miles de palestinos, amenazando con
añadir futuras capas de penuria a las vidas de los pueblos sirio, libanés y
chipriota. Finalmente, esa miseria podría acabar afectando también a los
israelíes.
Por supuesto que las guerras por los
recursos no son nada nuevo. Prácticamente, toda la historia del colonialismo
occidental y de la globalización posterior a la II Guerra Mundial ha estado
animada por los esfuerzos por encontrar y vender las materias primas necesarias
para construir o mantener el capitalismo industrial. Esto incluye la expansión
de Israel y su apropiación de las tierras palestinas. Pero los combustibles
fósiles sólo ocuparon el centro del escenario de las relaciones
israelo-palestinas a partir de los años noventa del siglo pasado,
circunscribiendo inicialmente el conflicto, que fue extendiéndose a partir de
2010 hasta incluir a Siria, el Líbano, Chipre, Turquía y Rusia.
La emponzoñada historia del gas natural
de Gaza
Allá por 1993, cuando Israel y la
Autoridad Palestina (AP) firmaron los Acuerdos de Oslo que se suponía iban a
poner fin a la ocupación israelí de Gaza y Cisjordania y crear un Estado
soberano, nadie pensaba mucho en la costa de Gaza. En consecuencia,
Israel acordó que
la recién creada AP controlara totalmente sus aguas territoriales, a pesar de
que la marina israelí seguía aún patrullando la zona. Los rumores sobre los
depósitos de gas natural le importaban poco a nadie porque los precios eran
entonces muy bajos y abundantes los suministros existentes. A nadie le
sorprendió que los palestinos se tomaran su tiempo para reclutar a British Gas
(BG) –uno de los principales actores en los concursos mundiales de gas natural-
para averiguar qué había realmente allí. Fue sólo en 2000 cuando las dos
partes firmaron un
modesto contrato para desarrollar esos ya confirmados campos.
BG prometió financiar y gestionar su
desarrollo, correr con todos los gastos y poner en marcha las instalaciones a
cambio del 90% de los ingresos, un acuerdo abusivo aunque típico de “reparto de
beneficios”. Egipto, con una industria del gas natural ya en funcionamiento,
acordó ser el enclave costero y el punto de tránsito del gas. Los palestinos
iban a recibir el 10% de los ingresos (estimados en alrededor de mil millones
de dólares en total) y se les garantizaba que tendrían el gas suficiente para
atender sus necesidades.
Si este proceso hubiera ido más rápido,
el contrato se habría cumplido de acuerdo con las escrituras. Sin embargo, en
2000, con una economía en rápida expansión, escasos combustibles fósiles y unas
relaciones terribles con sus vecinos ricos en petróleo, Israel se encontró
enfrentando una escasez energética crónica. En vez de intentar responder al
problema con un esfuerzo dinámico y factible para desarrollar fuentes
renovables de energía, el primer ministro Ehud Barak inició la era de los
conflictos de los combustibles fósiles en el Mediterráneo oriental. Impuso el
control de la marina israelí sobre las aguas costeras de Gaza, despreciando el
acuerdo firmado con BG. Por otra parte, exigió que fuera Israel, y no Egipto,
quien recibiera el gas de Gaza y quien controlara también todos los ingresos
destinados a los palestinos para impedir que el dinero se utilizara para
“financiar el terrorismo”.
Con esto, los Acuerdos de Oslo quedaban
oficialmente condenados. Al declarar que no pensaba aceptar el control
palestino sobre los ingresos del gas, el gobierno israelí se decantó por no
aceptar siquiera ni la modalidad más limitada de autonomía presupuestaria
palestina, menos aún la plena soberanía. Ya que ningún gobierno ni organización
palestina podría aceptar tal imposición, quedaba asegurado un futuro lleno de
conflictos armados.
El veto israelí hizo que interviniera
el primer ministro británico Tony Blair, que trató de
mediar en un acuerdo que satisficiera a ambos, al gobierno israelí y a la
Autoridad Palestina. El resultado: una propuesta en 2007 que habría suministrado gas
a Israel, no a Egipto, a precios por debajo del mercado, con el mismo recorte
del 10% de los ingresos llegando finalmente a la AP. Sin embargo, esos fondos
tenían primero que entregarse al Banco de la Reserva Federal en Nueva York para
su distribución futura, a fin de garantizar que no se utilizaran para ataques
contra Israel.
Este acuerdo siguió sin satisfacer a
los israelíes, que señalaron la reciente victoria del partido militante Hamas
en las elecciones de Gaza como motivo de ruptura. Aunque Hamas había mostrado
su acuerdo a que la Reserva Federal supervisara todos los gastos, el gobierno
israelí, entonces dirigido por Ehud Olmert, insistió en
que “no se iban a pagar royalties a los palestinos”. A cambio, los
israelíes entregarían el
equivalente a esos fondos en “bienes y servicios”.
El gobierno palestino rechazó esa
oferta. Poco después, Olmert impuso un bloqueo draconiano sobre Gaza, que el
ministro de defensa de Israel llamó “una ‘forma de guerra económica’ quegeneraría una
crisis política que iba a provocar un levantamiento popular contra Hamas”. Con
cooperación egipcia, Israel se apropió entonces del control de todo el comercio
dentro y fuera de Gaza, limitando gravemente incluso las importaciones de
alimentos y machacando su industria pesquera. La forma en que el asesor de
Olmert, Dov Weisglass, resumió esta agenda fue diciendo que el gobierno israelí
estaba poniendo “a dieta” a los palestinos (lo cual, según la Cruz Roja,
produjo pronto “desnutrición crónica”, especialmente entre los niños gazatíes).
Cuando los palestinos siguieron
negándose a aceptar las condiciones israelíes, el gobierno de Olmert decidió
extraer el gas de forma unilateral, algo que creían sólo podría suceder cuando
Hamas hubiera sido desplazado o desarmado. Como ex comandante de las fuerzas
armadas de Israel y ministro de asuntos exteriores en aquel momento, Moshe
Ya’alon explicaba:
“Hamas… ha confirmado su capacidad para bombardear las instalaciones estratégicas
de gas y electricidad de Israel… Está claro que si no llevamos a cabo una
operación militar general para arrancarle a Hamas el control de Gaza, no podrá
realizarse ningún trabajo de perforación sin el consentimiento del movimiento
radical islámico”.
Siguiendo esta lógica, se lanzó la
Operación Plomo Fundido en el invierno de 2008. Según el viceministro de
defensa Matan Vilnai, se trataba de someter a
Gaza a una “shoah” (el término hebreo para holocausto o desastre). Yoav
Galant, el general al frente de la operación, dijo que se había diseñado para
“hacer retroceder a Gaza en varias décadas”. Como explicó el
parlamentario israelí Tzachi Hanegbi, el objetivo militar específico era
“derrocar al régimen terrorista de Hamas y apoderarse de todas las áreas desde
las que se lanzaban cohetes sobre Israel”.
La operación Plomo Fundido “envió en
efecto a Gaza al pasado en varias décadas”. Amnistía Internacional informó que
en los 22 días de ofensiva, Israel asesinó a 1.400 palestinos “incluidos 300
niños y cientos de civiles desarmados, dejando áreas inmensas de Gaza arrasadas
hasta los cimientos, con miles de seres sin hogar y la ya maltrecha economía en
ruinas”. ¿Cuál fue el único problema?
Que la Operación Plomo Fundido no consiguió su
objetivo de “transferir la soberanía de los campos de gas a Israel”.
Nuevas fuentes de gas = nuevas guerras
por los recursos
En 2009, el recién elegido gobierno del
primer ministro Benjamin Netanyahu heredó el
punto muerto alrededor de los depósitos de gas de Gaza y una crisis energética
israelí que se agravó aún más cuando la Primavera Árabe en Egipto interrumpió y
después anuló el
40% de los suministros de gas al país. El aumento de los precios de la
energía provocó pronto
las mayores protestas de los israelíes judíos en muchos años.
Sin embargo, el régimen de Netanyahu
heredó también una solución potencialmente permanente al problema. Un campo
inmenso de gas natural recuperable fue descubierto en
la cuenca levantina, una formación situada principalmente en alta mar bajo el
Mediterráneo oriental. Las autoridades israelíes proclamaron de inmediato que
la “mayor parte” de las recién confirmadas reservas de gas se extendían “dentro
del territorio israelí”. Al hacer esas declaraciones ignoraban las afirmaciones
en sentido contrario del Líbano, Siria, Chipre y los palestinos.
En cualquier otro tipo de mundo, ese
inmenso campo de gas podría haber sido eficazmente explotado de forma conjunta
por los cinco demandantes y podría haberse puesto en marcha un plan de
producción que aliviara el impacto medioambiental que supone liberar en la
atmósfera del planeta alrededor de 130 billones de pies cúbicos de gas en el
futuro.
Sin embargo, como Pierre Terzian,
editor del periódico de la industria petrolífera Petroestrategies, observó:
“Todos los elementos de peligro están ahí… Esta es una región donde el recurso
a la acción violenta no es algo inusual”.
En los tres años que siguieron al
descubrimiento, la advertencia de Terzian parecía cada vez más clarividente.
Líbano se convirtió en el primer lugar caliente. A principios de 2011, el
gobierno israelí anunció el
desarrollo unilateral de dos campos, que representan alrededor del
10% del gas de esa cuenca levantina, que se extiende por
las disputadas aguas
litorales cercanas a la frontera entre Líbano e Israel. El ministro libanés de
energía Gebran Bassil amenazó de
inmediato con una confrontación militar, afirmando que su país “no iba a
permitir que Israel ni ninguna compañía que trabaje para los intereses
israelíes se lleve cantidad alguna del gas que está en nuestra zona”.
Hizbollah, la facción política más beligerante en Líbano, prometió ataques
con cohete si se extraía “un solo metro” de gas natural de los campos
disputados.
El ministro israelí de recursos aceptó
el desafío, afirmando que
“esas zonas están dentro de las aguas económicas de Israel… No dudaremos en
utilizar toda nuestra fuerza para proteger no sólo el imperio de la ley sino el
derecho marítimo internacional”.
Terzian, el periodista de la industria
petrolera, ofreció este
análisis sobre las realidades del enfrentamiento:
“En términos prácticos… nadie va a
invertir con el Líbano en unas aguas en disputa. No hay compañías libanesas
capaces de llevar a cabo las perforaciones y no hay una fuerza militar que
pueda protegerlas. Pero, por la otra parte, las cosas son bien distintas. Las
compañías israelíes tienen capacidad para actuar en las áreas litorales y
podrían asumir el riesgo bajo la protección del ejército israelí”.
Efectivamente, Israel continuó con
sus exploraciones y perforaciones en los dos campos en disputa, desplegando
aviones no tripulados para guardar las instalaciones. Mientras tanto, el
gobierno de Netanyahu ha invertido importantes recursos en prepararse para
posibles futuras confrontaciones en la zona. Por un lado, contando con la
jugosa financiación estadounidense, desarrolló la
“Cúpula de Acero”, el sistema de defensa antimisiles diseñado en parte para
interceptar los cohetes de Hamas y Hizbollah contra las instalaciones
energéticas israelíes. También amplió la marina israelí, centrándose en su
capacidad para disuadir o repeler las amenazas contra las instalaciones
energéticas en alta mar. Finalmente, a partir de 2011 empezó a lanzar ataques
aéreos en Siria,diseñados,
según funcionarios estadounidenses, “para impedir cualquier transferencia a
Hizbollah de misiles avanzados antiaéreos, tierra-tierra y costa-barco”.
Sin embargo, Hizbollah continúa
almacenando cohetes capaces de demoler las instalaciones israelíes. Y en 2013,
el Líbano hizo un movimiento propio. Empezó a negociar con Rusia. El objetivo
eraconseguir que
las empresas de gas de ese país desarrollaran las reclamaciones libanesas en
alta mar, mientras la formidable marina rusa les echaba una mano en
la “larga disputa territorial con Israel”.
A principios de 2015, parece haberse
impuesto un estado de disuasión mutua. Aunque Israel había logrado poner en
funcionamiento el más pequeño de los dos campos que se había propuesto
desarrollar, las perforaciones en el más grande se estancaron indefinidamente
“a la luz de la situación de seguridad”. La empresa estadounidense, Noble
Energy, contratada por los israelíes, no estaba
dispuesta a invertir los 6.000 millones de dólares necesarios
en unas instalaciones vulnerables a un posible ataque de Hizbollah y, potencialmente,
en la mira de las armas de la marina rusa. Por el lado libanés, a pesar de la
incrementada presencia naval rusa en la zona, no se ha empezado a trabajar.
Mientras tanto, en Siria, donde la
violencia es moneda corriente y el país se halla inmerso en un colapso armado,
se ha implantado otro tipo de estancamiento. El régimen de Bashar al-Asad, que
se enfrenta a una feroz amenaza de varios grupos de yihadistas, ha sobrevivido en
parte con el apoyo militar masivo de Rusia a cabio de un contrato por 25 años
para desarrollar las reclamaciones sirias sobre ese campo de gas levantino. En
el acuerdo va incluida una importante ampliación de la base naval rusa en la
ciudad portuaria de Tartus, lo que asegura una presencia naval rusa mucho mayor
en la cuenca levantina.
Aunque la presencia de los rusos al
parecer disuade a los israelíes de intentar desarrollar alguno de los depósitos
de gas reclamados por Siria, no había presencia rusa propiamente dicha en
Siria. Por tanto, Israel contrató con
la Genie Energy Corporation, con sede en EEUU, la localización y desarrollo de
los campos de petróleo en los Altos del Golán, territorio sirio ocupado por los
israelíes desde 1967. Frente a
una potencial violación del derecho internacional, el gobierno de Netanyahu
invocó, como base de sus actos, la sentencia de un tribunal israelí afirmando
que la explotación de los recursos naturales en territorios ocupados era legal.
Al mismo tiempo, a fin de prepararse para la inevitable batalla con cualquiera
que sea la facción o facciones que salgan triunfantes de la guerra civil siria,
ha empezado a reforzar la
presencia del ejército israelí en los Altos del Golán.
Y después tenemos a Chipre, el único
demandante levantino que no está en guerra con Israel. Los grecochipriotas
llevan inmersos mucho tiempo en un conflicto crónico con los turcochipriotas,
por tanto, apenas causó sorpresa que el descubrimiento del gas natural
levantino desencadenara tres años de negociaciones estancadas en la isla sobre
qué hacer. En 2014, los grecochipriotas firmaron un contrato de exploración con
Noble Energy, el principal contratista de Israel. Los turcochipriotas superaron
esta medida firmando un contrato con Turquía para explorar todas
las reclamaciones chipriotas “hasta las aguas egipcias”. Emulando a Israel y a
Rusia, el gobierno turco mandó con prontitud tres navíos de
la marina a la zona para bloquear físicamente
cualquier intervención de los otros demandantes.
El resultado es que tras cuatro años de
maniobras alrededor de los depósitos recién descubiertos de la cuenca
levantina, se ha obtenido muy poco combustible pero ha servido para meter en el
cóctel a nuevos y poderosos demandantes, auspiciado un incremento militar importante
en la región y elevado las tensiones de forma inconmensurable.
Gaza, una y otra vez
¿Recuerdan el sistema de la Cúpula de
Hierro, desarrollada en parte para detener los cohetes de Hizbollah contra los
campos de gas del norte de Israel? Con el tiempo, también se colocó cerca de la
frontera con Gaza para detener los cohetes de Hamas, y se probó durante la
Operación Respuesta del Eco, el cuarto intento militar israelí para poner de
rodillas a Hamas y eliminar cualquier
“capacidad palestina de bombardear las instalaciones estratégicas israelíes de
gas y electricidad”.
Lanzada en marzo de 2012, fue una réplica a
escala reducida de la devastación producida por la Operación Plomo Fundido,
mientras la Cúpula de Hierro conseguía una “tasa de matar” del 90%contra
los cohetes de Hamas. Sin embargo, a pesar de este hecho, un útil complemento
al inmenso sistema de refugios construidos para proteger a los civiles
israelíes, no se consideró suficiente para asegurar la protección de las
expuestas instalaciones de petróleo del país. Incluso un golpe directo allí
podría dañar o demoler tan frágiles e inflamables estructuras.
El fracaso de la Operación Respuesta
del Eco desencadenó otra
ronda de negociaciones, que quedó de nuevo estancada ante el rechazo palestino
de la exigencia de Israel de controlar todos los ingresos de los combustibles
destinados a Gaza y Cisjordania. El nuevo gobierno palestino de unidad de
entonces siguió el ejemplo de libaneses, sirios y turcochipriotas, y a finales
de 2013 firmóuna
“concesión de exploración” con Gazprom, la inmensa compañía rusa de gas
natural. Como en los casos del Líbano y Siria, la marina rusa se alzaba como
potencial elemento disuasorio ante las posibles interferencias israelíes.
Mientras tanto en 2013, una nueva ronda
de apagones eléctricos provocó el “caos” por todo Israel, desencadenando
un draconiano
aumento del 47% en los precios de la electricidad. Para poder
afrontar la situación, el gobierno de Netanyahu tuvo en cuenta una
propuesta para empezar a extraer el petróleo de esquisto bituminoso nacional,
pero la potencial contaminación de los acuíferos provocó un clamor popular que
frustró el esfuerzo. En un país plagado de empresas noveles de alta tecnología,
la explotación de los recursos energéticos renovables no recibía una atención
seria. A cambio, el gobierno dirigió de nuevo su mirada hacia Gaza.
Con la aparición en el horizonte de
Gazprom para desarrollar los depósitos de gas reclamados por Palestina, los
israelíes lanzaron su quinto esfuerzo militar para forzar la aquiescencia
palestina, la Operación Marco Protector. Tenía dos importantes objetivos
relacionados con los hidrocarbonos: impedir los planes ruso-palestinos y en
última instancia eliminar los sistemas de cohetes gazatíes. El primer objetivo
se cumplió aparentemente cuando Gazprom aplazó (quizá de forma permanente) su
acuerdo. Sin embargo, el segundo fracasó cuando el doble ataque aéreo y
terrestre –a pesar de la devastación sin precedentes de Gaza- no consiguió
destruir las reservas de cohetes o sus sistemas de montaje a partir de los
túneles; tampoco la Cúpula de Hierro consiguió una tasa de interceptación casi
perfecta necesaria para proteger las instalaciones energéticas en cuestión.
Sin desenlace
Después de 25 años y cinco intentos
militares israelíes fallidos, el gas natural de Gaza sigue bajo el agua y,
después de cuatro años, lo mismo puede decirse de casi todo el gas levantino.
Pero las situaciones ya no son las mismas. En términos energéticos, Israel está
más desesperado aún, a pesar de haber ido incrementando sus capacidades
militares, incluidas las de la marina, de forma significativa. Los otros
demandantes han encontrado, a su vez, socios mayores y más poderosos para que
les ayuden a reforzar sus reclamaciones económicas y militares. Todo esto
significa sin duda que el primer cuarto de siglo de crisis alrededor del gas
natural del Mediterráneo oriental no ha hecho más que empezar. Por delante
tenemos la posibilidad de guerras aún más brutales por el gas, con toda la
devastación que probablemente conllevarán.
Michael Schwartz es profesor emérito de
sociología en la Universidad Stony Brook, colaborador habitual de TomDispatch y
autor de los premiados libros “Radical Protest and Social Structure” y “The
Power Structure of American Business” (junto a Beth Mintz). Su libro “War Without End”
se centra en la militarizada geopolítica del petróleo que llevó a EEUU a
invadir y ocupar Iraq. Su correo es: Michael.Schwartz@stonybrook.edu.
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