De profesión, político
ME CONVOCA GUILLERMO PIÑA CONTRERAS, escritor, embajador y amigo, para que presente su último aporte, Juan Bosch, político a su pesar y otros ensayos literarios y de poética, y entre las cosas que dije en la ocasión, este miércoles último, comparto algunas con la benevolencia del lector.
Desde aquel interrogatorio efectuado por la policía represiva el 15 de enero de 1934, en los albores de la férrea dictadura de Trujillo, y en el que respondió a una pregunta: «Soy miembro del Partido Dominicano y si soy parco al juzgar al gobierno actual, es porque, según todos saben, no actúo en política», hasta su muerte el 1 de noviembre del 2001, transcurrieron años de gloria y apogeo en la carrera política y literaria de Juan Bosch. No deja de ser un hito que alguien encumbrado en las letras iberoamericanas abandonara una de las facetas trascendentales de su vida, precisamente cuando se adentraba en otra signada por la incertidumbre.
Si algunos aspectos memorables en la vida del primer presidente elegido democráticamente luego del ajusticiamiento del tirano sobresalen con presteza a la superficie, son, a mi entender, el pragmatismo y capacidad envidiable para leer correctamente las circunstancias. Si bien la escritura marcaba su brújula existencial cuando abandonó el país cárcel y se estableció en Cuba en 1938, apenas meses después estaba envuelto en actividades políticas, tal como relata Piña Contreras en su concienzudo repaso a los años en el exilio. Los hechos atestiguan que esos ¿nuevos? intereses en su vida le llegaron con facilidad, lo arroparon y nunca más dejaron de ser determinantes, hasta que tuvo conciencia y control de sus actos terrenales.
La aproximación a la literatura boschista que se nos brinda en los ensayos sobre este tema concreto en Juan Bosch, político a pesar suyo, nos dan la clave para entender su cruce del Rubicón. La suya fue siempre una literatura de marcado acento social y en el relato mismo, en la construcción de la trama y diseño de los personajes, hay una finalidad claramente política. La ficción en el Bosch de La Mañosa asemeja un velo que cubre la intención real, que no es otra sino mostrar con crudeza el atraso de un país, las consecuencias del desorden institucional y cómo la miseria humana se amalgama con las materiales para mutar en sociedad regida por un destino que no es necesariamente insalvable. No será un llamado a las armas, pero sí a tomar conciencia, primer paso en la ruta de la liberación o del cambio. La intencionalidad política es recurrente en los cuentos y novelas de Bosch.
Lo que se verifica en aquel período que va desde 1938 hasta su regreso al país es la conversión gradual del Bosch político literato en el Bosh político partidista, con el consiguiente cambio de rumbo. En 1961, la literatura no servía ya al segundo Bosch, aquel que retornó del exilio cargado de ideas para convertirse en la primera figura del país. Y, con esas ideas, la destreza para exponerlas en razón de su manejo magistral del idioma, de sus dotes incuestionables de gran comunicador. Al amparo de la ficción ya había dibujado el paisaje horrendo de la pobreza, de la soledad y dureza del mundo rural, el que se correspondía con la sociedad dominicana que se había decidido a cambiar.
La realidad se impuso a la ficción. Perdimos al literato, pero ganamos al político que revolucionó la política en la República Dominicana, el único capaz de fundar dos de los tres partidos que han tenido y siguen teniendo vigencia en esta patria nuestra, 56 años después de publicada La mancha indeleble, el último de sus grandes cuentos. Con su publicación llegó el aviso del final de la producción literaria del Bosch escritor, cuya obra, técnica y teoría, Piña Contreras enfoca sin desperdicios.
Lo admirable en Bosch es que desbrozara un camino que a otros escritores, de indudable talento como él, le fue vedado. El caso de Mario Vargas Llosa es el ejemplo por antonomasia. Otro caso, a la inversa, es Winston Churchill, premio Nobel de Literatura en 1953, y de cuya impronta se recuerda más que nada la política. Con razón ironizó cuando le informaron del premio, con esta frase, “Confío en que habrá habido imparcialidad en el jurado de la Academia.” El abandono de Bosch de su carrera como escritor de ficción fue una decisión consciente, que en verdad contrariaba su vocación inicial. Se convenció de que el momento político dominicano a partir del 1961 requería de toda su concentración, de todas sus fuerzas e inteligencia. Nunca desanduvo el camino, cierto. Quizás se impuso su personalidad recia o la tozudez de que muchas veces hizo gala en su dilatada carrera pública. No abandonó la escritura, conviene aclarar, sino la literatura. Cambió el lenguaje y el texto devino enteramente político, con rastros vitales de su andadura literaria muy presentes en los títulos que siguieron y que componen sus análisis y tesis sobre la sociedad dominicana, la historia del Caribe, los partidos. En fin, la lucidez en el catálogo bibliográfico del Bosch posterior al coup del 1963 asoma también en el manejo del lenguaje.
Por qué Bosch tuvo éxito como político y escritor, me parece necesario explorar. Las claves aparecen con claridad en los ensayos de Piña Contreras. Me auxilio de un artículo escrito por Ignacio Sánchez Cuenca, el profesor universitario español autor de La desfachatez intelectual: escritores e intelectuales ante la política, aparecido en El País el 11 de enero del 2012. De ordinario, asegura, los escritores no suelen tener conocimiento de la política, se inclinan más por la retórica y se sirven de afirmaciones contundentes, a veces tremendistas, sin que les importe la correspondencia con los hechos.
Y le cito: “Es verdad que los literatos no son los únicos en confundir el análisis con la ocurrencia. Sin embargo, son especialmente habilidosos en ese ejercicio y sirven de inspiración a muchos otros que, sin tener talento literario, ocupan columnas y tribunas... Lo que me pregunto más bien es si ese talento es condición suficiente para el análisis político. Este requiere algo de destreza literaria, pero exige sobre todo unas ciertas capacidades que no guardan necesariamente relación con el mundo de la ficción: entender los intereses en juego, las limitaciones con las que operan los actores políticos, las estrategias, los valores ideológicos, saber lo que se ha hecho en otros países, confiar en los hechos y no en las percepciones, etcétera. Rara es la ocasión en que ambos talentos se dan conjuntamente, de forma que el autor combine la buena prosa con la profundidad”.
Ya he señalado como cualidades apreciables en Bosch el pragmatismo y lectura correcta de las circunstancias. En esos años en el exilio, mientras hacía literatura, perfeccionaba ese otro talento que se afianzó como dominante en su vida: la capacidad para desentrañar lo recóndito en la sociedad subdesarrollada, de aprehender el juego de los actores sociales, de los protagonistas y, con base en una formación vasta y eficiente, transformar sus ideas en praxis. Quizás entendió que la ficción estorbaba, que el manejo de la realidad requería, más que la excelencia en la escritura, una comprensión cabal de lo social, de la dinámica y complejidades del colectivo, en fin, del funcionamiento de la sociedad y sus complejidades. En esa encrucijada, perdimos al escritor de ficción y ganamos a un gran político, a tiempo completo.
Para suerte nuestra, heredamos sus obras, cuyo valor y calidad Guillermo Piña Contreras resalta con la brillantez del crítico aguzado en Juan Bosch, político a pesar suyo.
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