Cualquier ejercicio es mejor que nada



Infinidad de estudios han constatado que el ejercicio físico tiene efectos muy positivos sobre la salud, caso muy especialmente de la salud cardiovascular. Además, tampoco es necesario ‘marcharse’ en el gimnasio para lograr este beneficio. Practicar con asiduidad cualquier actividad física de intensidad moderada es suficiente para reducir nuestro riesgo cardiovascular y, por ende, disminuir nuestra probabilidad de sufrir un infarto o un ictus. Y llegado el caso, siempre será mejor realizar cualquier ejercicio, aun mínimo, que permanecer sentado o tumbado. O así sucede, cuando menos, en los jóvenes y personas de mediana edad. Y es que las investigaciones para evaluar las bondades del ejercicio sobre el corazón han excluido, por lo general, a la población mas longeva. Entonces, ¿qué pasa en el caso de los mayores? ¿Esta actividad física, aun nimia, es también beneficiosa? Pues según concluye un nuevo estudio dirigido por investigadores del Centro Médico de la Universidad de Ámsterdam (Países Bajos), sí.

Como explica Sangeeta Lachman, directora de esta investigación publicada en la revista «European Journal of Preventive Cardiology», «comparadas frente a aquellas totalmente sedentarias, las personas mayores que fueron moderadamente ‘inactivas’ tuvieron un riesgo un 14% menor de sufrir un episodio cardiovascular. Así, nuestros resultados sugieren que incluso los niveles modestos de actividad física son beneficiosos para la salud del corazón. Las personas mayores deben ser alentadas para practicar, cuando menos, actividades físicas de baja intensidad, caso de pasear, de la jardinería o de las labores domésticas».

Mejor que nada
En el estudio, los autores siguieron durante un periodo promedio de 18 años la evolución de 24.509 adultos que, con edades comprendidas entre los 39 y los 79 años, habían completado distintos cuestionarios sobre sus hábitos de vida –con especial atención a su alimentación y actividad física– y habían sido sometidos a distintas pruebas médicas con motivo de su inclusión entre 1993 y 1997 en la Cohorte de Norfolk del Estudio Prospectivo Europeo sobre Alimentación y Cáncer (EPIC) –ensayo clínico en el que, si bien originalmente diseñado para evaluar la relación entre el cáncer y la dieta, también se llevó a cabo un registro de los factores de riesgo cardiovascular.

Como indica Sangeeta Lachman, «es bien sabido que la actividad física regular tiene beneficios muy notables sobre la salud. Así, se recomienda que la población adulta practique al menos 150 minutos semanales de ejercicio físico de intensidad moderada o 75 minutos a la semana de ejercicio vigoroso para reducir su riesgo de enfermedad cardiovascular. Sin embargo, estas recomendaciones están basadas en las evidencias alcanzadas con adultos de mediana edad, por lo que nuestro objetivo era ver si el ejercicio físico regular también tiene unos beneficios comparables sobre la enfermedad cardiovascular en la población mayor».

Para ello, y de acuerdo con la información aportada en los cuestionarios, los autores dividieron a los participantes en cuatro grupos en función de su nivel de ejercicio físico: activos, moderadamente activos, moderadamente activos e inactivos –o ‘sedentarios’. Y asimismo, analizaron todas las hospitalizaciones o muertes por causa cardiovascular –cardiopatía isquémica e ictus– registradas hasta el 31 de marzo de 2015.

La cifra total de episodios cardiovasculares acumulados durante los 18 años de seguimiento se estableció en 5.240. Y de acuerdo con los resultados, y comparados frente a aquellos totalmente sedentarios, los participantes mayores de 65 años físicamente activos presentaron un riesgo hasta un 14% menor de sufrir uno de estos episodios; los moderadamente activos una probabilidad un 13% inferior; y los moderadamente inactivos un riesgo un 12% menor.

Promover el ejercicio
Por tanto, la práctica de ejercicio físico regular, aun mínimo, protege la salud cardiovascular de los mayores. Un efecto positivo que también se observó en los participantes menores de 55 años y con edades entre los 55 y los 65 años, si bien en estos casos las diferencias entre los distintos grupos de actividad física no fueron estadísticamente significativas.

Como refiere la directora de la investigación, «en nuestro trabajo hemos observado una asociación inversa entre la actividad física y el riesgo de enfermedad cardiovascular tanto en la población mayor como en la de mediana edad. Como cabía esperar, la cifra de episodios cardiovasculares fue superior entre los participantes más longevos, lo que podría explicar por qué la asociación tan solo alcanzó una significación estadística en esta categoría de edad».

Sea como fuere, concluye Sangeeta Lachman, «atendiendo tanto al envejecimiento poblacional como al impacto de las enfermedades cardiovasculares sobre nuestra sociedad, se requiere una gama más amplia de programas de salud pública para ayudar a las personas mayores a participar en cualquier actividad física de cualquier nivel y evitar que sean completamente sedentarios».

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