EL OLVIDADO VALOR DE LA PALABRA
Agustin Villanueva Ochoa, interesannte, profundo y reflexivo, espero lo disfruten
¿Acaso ignoramos el gran valor que tiene la palabra? Esa que se dice y también se calla, esa que endulza y también amarga, esa que aturde y también calma.
Decir frases como “te amo”, “cuenta conmigo”, “te lo juro”, “amigo” o “te doy mi palabra” es tan común en la actualidad, que forman parte de nuestras conversaciones en todo momento. En ocasiones las pronunciamos tan a la ligera, que olvidamos por completo su significado y el valor que realmente tienen.
Estar navegando en Internet se ha vuelto casi como la segunda casa de una parte importante de la población, principalmente de los jóvenes. Originalmente se creó como un medio para intercambiar información que permitiría comunicar a las personas sin importar en qué rincón del mundo estuvieran, con la tecnología actual esto se encuentra al alcance de cualquiera que cuente con un teléfono inteligente, una tableta electrónica o una computadora.
Al inicio de la década se hablaba de Internet Social, que con la revolución de Facebook y YouTube toda persona podría crear su propio contenido y mostrárselo al resto de los internautas sin necesidad de ser periodista profesional o tener un gran equipo de producción de respaldo, solamente bastaría la cámara y un acceso a la red para compartir los acontecimientos más importantes del mundo: fenómenos naturales, finales de fútbol, conciertos musicales, avances científicos y tecnológicos, convenciones internacionales y un sinfín de experiencias únicas, con interacciones desde la comodidad de cualquier pantalla. Tal alcance sonaría como una historia de ciencia ficción para nuestros ancestros.
Infortunadamente hubo algo que los artífices nunca imaginaron: Las mentiras anónimas. Es tanta la información que nos rodea y tanto el deseo de compartirla, que se creó un gusto especial por demostrar que se tiene capacidad de informar y porque no, de malinformar, pues el campo de acción se desarrolla en un medio donde el anonimato es un derecho y la comprobación de la veracidad algo olvidado. Esto no es algo nuevo, desde que tenemos memoria ha existido la verdad y la mentira.
Por mencionar un ejemplo, las revistas amarillistas han saltado al mundo digital con una expansión sorprendente, llamando la atención de internautas, los cuales en algunos casos son informados con rumores, suposiciones o invenciones, lo que da pie a generar opiniones inciertas que crean un efecto de bola de nieve donde la verdad no está presente.
¿Cuántas veces ha circulado una noticia falsa sobre la muerte de un personaje famoso? ¿Cuántos niños no han mentido sobre su edad para acceder a sitios para adultos? ¿Cuántos correos electrónicos nos han prometido una gran fortuna heredada de un lejano pariente desconocido? ¿Cuántas personas ponen información falsa en sus perfiles de Facebook para aparentar ser quienes no son? ¿Qué tal los youtubers que usan contenido polémico para atraer seguidores? Todo esto sucede porque no existe algo que lo impida, excepto la moral de cada individuo. Tal parece que muchos valores humanos se pierden con tan sólo un clic.
Ya es tiempo que recuperemos la costumbre de nuestros antepasados: Darle valor a nuestra palabra. Anteriormente existía una ideología basada en el honor y la honestidad, en la que para una persona su palabra era la mayor de las garantías, añadiéndole más valor al estrechar la mano y mirar a los ojos. Realmente en aquellos días pocos se atrevían a mentir, ya que existían consecuencias sociales verdaderas.
Ese tipo de costumbres han ido desapareciendo conforme la modernidad nos ha alcanzado, aislándonos como individuos, teniendo más contacto físico con dispositivos electrónicos que con nuestra familia y amigos. Desgraciadamente en la actualidad es muy común que ni siquiera conozcamos el nombre de nuestros vecinos. Otra situación desafortunada sucede cuando nos encontramos a una persona con la que hemos interactuado por medio de Internet y no la saludamos, es más, hacemos como si no la conociéramos.
Sin embargo, a menos que nos convirtamos en ermitaños, seguiremos teniendo la necesidad de comunicarnos, ya que somos seres sociales por naturaleza, por lo que es importante que tomemos la decisión de eliminar todas las innecesarias barreras que hemos levantado a lo largo de estos últimos años.
¿Qué acciones han provocado que pierda valor la palabra? Una posible respuesta la podemos encontrar en el cuento “Pedro y el Lobo”. A continuación, me parece oportuno mencionar algunos ejemplos reales.
– Nos ponemos de acuerdo con alguien para vernos y llegamos más tarde de lo acordado.
– Nos encontramos con alguien, intercambiamos números de contacto, quedamos de comunicarnos y nunca lo hacemos.
– Alguien nos llama para preguntarnos si ya casi llegamos y decimos que ya estamos a dos cuadras, cuando en realidad estamos más lejos.
– Alguien nos pide apoyo y nosotros decimos: claro, cuenta con ello, hoy no puedo pero en la semana queda. Termina la semana, pasa una semana más y nada de nada.
– Pedimos prestado dinero por un tiempo determinado, se llega la fecha, no lo regresamos y para agregarle la cereza al pastel, nos enojamos con quien nos lo prestó.
Lamentablemente ya casi no se escucha que alguien diga: “Ese sí que es un hombre de palabra”. Hay quienes dicen que la mentira corroe los lazos entre las personas, aun así algunos opinan que para sobrevivir en este mundo competitivo es necesario mentir o utilizar verdades a medias.
Si un amigo te cuenta una anécdota de sus vacaciones ¿le crees?, si tu pareja te platica de su fin de semana ¿le crees?, si un candidato te comparte las propuestas de su campaña ¿le crees?, si un servidor público te dice que hará lo posible por apoyarte con algún trámite ¿le crees? Como dice el dicho: la mula no era arisca, la hicieron. Es muy probable que el amigo, la pareja, el candidato y el servidor público digan la verdad, aun así ya no es tan fácil creer en su palabra. Es por eso que hay personas que deciden tomar caminos alternos que ayudan a encontrar la verdad, tales como: “Si no lo veo no lo creo”, “Una imagen vale más que mil palabras” o “Hechos, no palabras”.
Benjamin Constant (1767-1830), un filósofo liberal francés tuvo el atrevimiento de sostener que la regla moral de no mentir no es una regla de aplicación universal. Si la aplicáramos en toda circunstancia y por tanto nos abstuviéramos de mentir en absolutamente todos los casos, sostuvo, esto haría imposible la vida en sociedad y planteó lo siguiente: Es un deber decir la verdad. El concepto de deber es inseparable del concepto de derecho. Un deber es aquello que corresponde en un ser a los derechos del otro. Donde no hay ningún derecho, no hay ningún deber. Por consiguiente, decir la verdad es un deber, pero solamente con aquellos que tienen derecho a la verdad. Ningún hombre, por tanto, tiene derecho a la verdad que perjudica a otros.
Si jugamos con algunos vocablos podemos encontrar: “el poder de las palabras” y “las palabras del poder”. En la política, muchas veces la palabra bien pronunciada adquiere un matiz que seduce a la población de un modo peculiar y curioso, por eso se plantea la siguiente pregunta: ¿La ciudadanía vota por las propuestas del candidato o porque su discurso convence e impacta?
Las palabras que usamos transmiten una gran cantidad de información acerca de quiénes somos, a quién nos dirigimos y las situaciones en las que estamos. Por ejemplo, las palabras que usa una persona pueden reflejar su personalidad, su estado de ánimo, sus motivaciones, su nivel socioeconómico, su preparación académica, entre otras cosas.
La verdad se lleva bien con la realidad, en cambio, la mentira vive en armonía con los deseos.
Decir la verdad produce en nosotros seguridad personal, un mejor estado anímico, concede poder a la voz y mucho valor a nuestra palabra. Como lo dijo Jesús: “La verdad les hará libres” (Juan, 8:32). Porque la palabra otorga credibilidad y moralidad, establece si somos o no dignos de confianza, no sólo en lo personal sino también en lo profesional.
Realmente no importa si es una maestra, un político, un profesionista, un comerciante, una estudiante o quien se encuentre en la acera de enfrente, lo importante es que a diferencia de los muchos fantasmas de Internet, la persona se encuentra allí y es real. Alejémonos un poco de las pantallas y acerquémonos en la misma medida a quienes nos rodean, volvamos a entablar conversaciones directas, escuchemos lo que tienen que decir y compartamos también nuestras opiniones cara a cara, sin olvidar el valor que tiene nuestra palabra a través de la verdad, porque para construir una mejor comunidad, es necesario que primero recuperemos la confianza en nosotros mismos y después en quienes nos rodean, con el fin de cimentar conexiones reales cercanas y una sociedad más fuerte.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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