El infierno de las traiciones... memorias de un mozalbete
REFLEXIONES EN CAMPAÑA #17
Por: José Francisco Peña Guaba
En mi artículo “Leonel y yo, memorias de una amistad imperecedera” inicié una necesaria explicación al país sobre las razones de nuestros actos y decisiones, que fueres cuales fueren siempre, de una forma u otra, llevaremos a nuestras espaldas. En esta ocasión me referiré al cuestionamiento que comúnmente se nos hace, por haber hecho causa común con quienes en su momento fueron adversarios públicos de mi padre y particularmente, a la crítica de quienes todavía creen que fueron “los de la acera del frente”, los grandes culpables de los truncados sueños de mi progenitor.
Quienes vivimos la infernal ingratitud y hasta la traición de quienes estaban dentro del círculo político de mi padre, sabemos que lo que hicieron los de afuera, no es nada si se compara a lo que hicieron los de adentro. En nombre de muchos de los que se sacrificaron y hasta dieron su vida, no es justo que podamos iniciar este relato justificando mi proceder: siempre fui un insurrecto; usé y uso siempre cabeza propia y no permito que otros piensen por mí. Estas características de mi personalidad me permitieron, durante los aciagos momentos previos a la desaparición física de mi padre, analizar objetivamente las circunstancias y elaborarme mi opinión, despojado de falsas lealtades en un partido donde la división y la hipocresía eran la norma.
Mi padre debió ser Presidente en los ochenta. Él era el líder, el ideólogo, el artesano, el hombre que se hizo a sí mismo y construyó con sus manos el poder del Partido Revolucionario Dominicano (PRD). José Francisco Peña Gómez los hizo a todos, a todos sin excepción. Fue tan noble que a todos los impulsó, los apoyó, los llevó a las posiciones que obtuvieron… y ¡cómo le pagaron esa solidaridad y afecto! Todos lo sabemos. Solo fueron fieles a Peña Gómez los militantes, las bases del partido, el pueblo llano que lo encumbró a las mayores alturas del liderazgo nacional por su compromiso con la democracia. Esos fueron los verdaderos héroes, los que nunca abandonaron a ese titán. A los otros, a casi todos los de la alta dirigencia, los vi cebarse contra quien los hizo.
A la mayoría de los de arriba, dirigentes del partido, los vi aprovecharse de su bohonomía: querían que los hiciera presidentes, senadores, alcaldes, diputados o ministros y cuando salimos del gobierno, sólo entonces ahí aceptaron que el Líder fuese candidato, para que con su carisma levantara nueva vez al partido que ellos, con sus acciones, hicieron sucumbir. Fue tal la nobleza sin par de este hombre que siempre optó por el sacrificio por los demás.
Aunque muchos se sorprendan, mis opiniones adquirieron tanta autoridad frente a mi padre que siempre, antes de tomar decisiones, me consultaba, sobre todo cosas delicadas. Siempre sabía que le diría la verdad, no importando quien fuera el personaje de quien habláramos.
Cuando me fui del PRD en el 1999, porque estar ahí se me resultaba difícil, desaparecido ya físicamente mi padre, lo hice a conciencia del desastre que era su dirigencia, convencido de que lo mismo harían en el gobierno de llegar a él, por eso decidí apoyar a Leonel; sabía que no iba a ser comprendida mi decisión y que la misma me estigmatizaría. Pero eso fue por poco tiempo, pues apenas tres años después de mi retiro del partido, en plena calle la gente me daba la razón.
Estar aliado al partido de Bosch no me hacía sentir ideológicamente lejos de mis orígenes políticos. Para nada. Se trataba del partido del Profesor, el mentor y arquitecto de mi padre, cosa que él siempre reconoció. Llegue como aliada al Partido de la Liberación Dominicana (PLD) convencido de que ahora los adversarios estarían en el frente, no a tu lado, así que la puñalada provendría de los contrarios, nunca de los compañeros.
Me sentía en otros aires. La institucionalidad partidaria, el trabajo tesonero por objetivos comunes, el respeto entre compañeros, las reuniones periódicas de la dirección, las decisiones de equipo y de consenso, todo ello fue para mí como una panacea para los males políticos, todo lo contrario de lo que viví dentro del viejo PRD.
Sentía haber dejado atrás las traiciones, las humillaciones entre compañeros, las malquerencias y los odios sin sentido de quienes en un momento se trataban como hermanos y al siguiente, como enemigos. Eran etapas superadas, heridas cicatrizadas que no volverían a abrirse nunca más. Llegué en un momento hasta a pensar que tanta vileza contra mi padre era por el color de su piel, del que siempre estuvo orgulloso o por la envidia de la brillantez prístina de su inteligencia, que lo separaba de otros en esta corteza terrenal.
Fueron 9 años, del 2004 al 2013, en los que trabajamos dentro de una burbuja mágica de unidad. No obstante las diferencias, por entonces ya bastante evidentes, no vi en Leonel interés en aplastar a nadie. Este hombre respetaba las decisiones de su Comité Político (CP), apoyaba a los candidatos aunque fueran de otras corrientes y su solidaridad con sus compañeros no tenía límites. Les entregó todas las posiciones que ellos quisieron, nunca les negó nada. Que me desmienta alguno de la alta dirección.
Leonel fue tan prudente y respetuoso que los miembros del CP que ascendieron siendo él Presidente de la República y de su partido, la mayoría no eran de su equipo de trabajo. Para él la meritocracia y la ortodoxia de años de fidelidad partidaria era lo primero.
Mientras Leonel fue Presidente la mayoría de quienes los acompañamos, hoy salvo escasísimas excepciones, teníamos poco poder. No fuimos beneficiarios de contratos jugosos, ni en sus gestiones fuimos suplidores del gobierno. Claro está, no niego haber recibido de Leonel sobre todo el afecto y la atención que solo saben valorar quienes tienen conciencia y corazón.
Creí que tantas traiciones las vería solamente contra mi padre. Que va, me quedé corto. Los verdaderos dueños de las 3 gestiones presidenciales de Leonel no sólo le dieron la espalda a Leonel, sino que disfrutan ante cada humillación que le quieren hacer. Se mofan de que pese a Leonel haber sido Presidente, este es un proyecto pobre de recursos económicos en el que las carencias limitan nuestra acción política. Pero se les olvida que somos ricos, inmensamente abundantes. Entre nosotros existe la solidaridad, la admiración, el respeto y el cariño por este hombre excepcional que no se ha merecido nunca la ruindad del trato recibido.
En este proyecto, que bien se llama “La Fuerza del Pueblo”, y sus aliados, aquí están los hombres y las mujeres que no se doblaron ante la presión, el chantaje y la compra vulgar; aquí estamos quienes no se humillaron por un cargo o una prebenda y aquí estamos quienes, en un ejercicio de dignidad, respaldamos a Leonel.
Es verdad, se quedaron con casi todo: con las siglas, mancilladas de ambición sin límites; se quedaron con una candidatura presidencial usurpada, se quedaron con los cobardes que de manera genuflexa le hacen la corte a la cúpula de turno. Es verdad, se quedaron con el dinero con el que creen que comprarán las elecciones, se quedaron con los empleos y las ayudas con las que quieren coaccionar el voto de los desheredados de fortuna, aprovechándose del hambre y la desdicha de quienes menos tienen; se quedaron con su venganza y, sobre todo, se quedaron rumiando su odios por no lograr romper la institucionalidad democrática de la Patria con su interesada y particular reforma Constitucional.
Sé que estamos en desiguales condiciones, que vamos al día 5 de julio a la madre de las batallas, donde con el oro corruptor del gobierno quieren hacer añicos a nuestras candidaturas. Nuestros compañeros de ayer nos hieren con mayor alevosía que al Partido Revolucionario Moderno (PRM), acosan a nuestra militancia y están tratando de comprar nuestra dirigencia. Quieren aplastarnos, fulminarnos pero a cada paso en esta refriega nos hacemos más fuertes y decididos: ellos no pisarán nuestra vergüenza y no nos harán mover ni un milímetro de la línea correcta señalada. Podrán todos ellos abandonar a Leonel, pero, los miles de personas que decidimos acompañarlo en esta carrera estamos conscientes que él no sólo lo hace por la Presidencia de la República, lo hace por el honor y la historia de los peledeístas que, como él, no van a llenar de ignominia la bandera morada y la estrella amarilla. Leonel se sabe en cita con el destino, entiende que muchos, cuando en el futuro se redacte la crónica de sus hechos, serán condenados por su indigno proceder. A quien se sabe poner al lado de las mejores causas, sea o no personalmente beneficiario, quien en esta contienda cuentan con el favor del soberano para ponerse la banda tricolor sobre su pecho tiene una gran responsabilidad inmediata, nosotros esperamos que sea Leonel el elegido; pero mientras él se ha erigido como el guardián de la constitución y la democracia, segregado hoy del mal donde se quedaron viejos compañeros, en donde compartieron un mismo lugar cada quien será por sus hechos juzgado, pero en el caso de Leonel, no lo duden, ¡la historia lo absolverá!
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