A 150 años del fracaso del proyecto anexionista del país a EU

                                 Segunda entrega 


7 agosto, 2021
-II-
(Como se dijo en el artículo anterior, el pasado 31 de julio se cumplieron 150 años del fracaso definitivo del proyecto de anexión de la República Dominicana a los Estados Unidos, impulsado por los presidentes Buenaventura Báez y Ulises Grant. La Academia Dominicana de la Historia, en los festejos de su 90 aniversario, ha incluido varias actividades sobre la efeméride de 1871).

Unos juicios del ministro de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña expresados al representante de España en su país, arrojan luz sobre los motivos que llevaron a sectores importantes de los Estados Unidos a rechazar la anexión. El embajador español, en carta fechada en Londres el 19 de febrero de 1870, refiere la conversación a sus superiores de Madrid:
“[…] El Ministro de Negocios Extranjeros me ha dicho que según sus noticias no es por el momento tal la tendencia (a la anexión) de la opinión en los Estados Unidos, donde se propende más bien a buscar en el Norte, esto es en las posesiones inglesas, la satisfacción de las aspiraciones de engrandecimiento territorial que reinan en el país. […].
La política que los Estados Unidos ha emprendido al revisar la anexión de Santo Domingo es nueva en cuanto establece la posesión de territorios separados del Continente, cuya custodia y defensa pueden ser un embarazo y han de ocasionar gastos permanentes extraordinarios. Es posible que por considerarlo así, la opinión de aquel país no reciba con aplauso la anexión de la República Dominicana”.
Esas reflexiones coinciden con otras informaciones llegadas a Madrid desde Londres, con relación a las motivaciones económicas que llevaron a congresistas a rechazar el tratado. Periódicos londinenses del 17 de marzo (1870) publicaban un cablegrama procedente de Filadelfia, en el que se afirma que el Comité de Relaciones Exteriores del Senado había acordado recomendar el rechazo del tratado de anexión porque “‘hay que pagar dinero por la anexión; que a la de Santo Domingo debe seguir la de contrabando y, por último, que es impolítico anexionar un país ocupado por la raza latina”.
De manera curiosa, otra carta publicada en marzo de 1870 en el Times de Londres, procedente también de Filadelfia, recalcaba que “la oposición al tratado está basada en la creencia de que Santo Domingo puede ser obtenida sin costo alguno…”.

Las correspondencias citadas y la conducta que observó el senador Charles Sumner, de Massachusetts, ante los proyectos de su país de adquirir Canadá y Alaska, así como en relación al debate congresional sobre el reconocimiento o no de beligerantes a los patriotas cubanos que desde octubre de 1868 realizaban su guerra de independencia, por las fechas en que se discutía la anexión dominicana, ponen en entredicho los sentimientos patrióticos y de defensor de la soberanía y autodeterminación de los pueblos de que hizo galas en el Senado.

Sumner se contó entre los propiciadores de la adquisición de Canadá y Alaska, y en las discusiones sobre la anexión de Santo Domingo, el senador Oliver Morton, de Indiana, le enrostró que cómo era posible que se opusiera a la adquisición de este último país, mientras había apoyado con entusiasmo la compra de Alaska y la adquisición de todo Canadá.

El interés de las clases dominantes norteamericanas estaba centrado en obtener Canadá y así lo expresó el ministro británico de Asuntos Exteriores al jefe de la legación española en Londres.
Con relación al caso de Cuba, muchos capitalistas de los Estados Unidos no veían con simpatía su guerra de independencia, pues desde principios de siglo XIX habían intentado adquirirla. Con ese objeto estimularon el autonomismo y la protección norteamericana a movimientos políticos de la isla y organizaron expediciones filibusteras. Como esos intentos fracasaron, decidieron negociar con España el destino del territorio.

El inicio de la guerra de independencia cubana dividió las opiniones de los Estados Unidos frente a los acontecimientos. Una parte favorecía el reconocimiento de los sublevados como una forma de poder incidir posteriormente en la isla; otros no perdían la esperanza de obtener Cuba a través de una negociación directa.

Esas posturas se reflejaban en los debates de las cámaras. Cuando se planteó en el Senado el reconocimiento como beligerantes a los patriotas cubanos, Sumner se opuso. “Mr. Campernter ha pronunciado un largo discurso en el Senado en pro del reconocimiento de los insurrectos cubanos como beligerantes”, informaba el periódico español El Imparcial. “Este discurso ha producido gran sensación. Mr. Sumner lo ha combatido”.

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