José Martí: una carta programa
Por: Luis Toledo Sande
La célebre, polémica y fundamental carta que José Martí le escribió a Máximo Gómez el 20 de octubre de 1884, debe leerse a la luz del lugar que ocupa en la trayectoria del autor, y en su relación con el heroico dominicano. Una y otra desbordan los fines del presente artículo, pero es inexcusable bordear algunos puntos.
Lo primero que debe recordarse lo señaló Cintio Vitier en “Imagen de José Martí”, ensayo de 1971: el autor de aquella carta era ya, “entre los quince y los dieciséis años”, en La Habana, “un combatiente de la guerra iniciada por Céspedes” el 10 de octubre de 1868 en el ingenio Demajagua. A esa condición fue fiel a lo largo de su vida. Lo ratificó en el destierro al cual se le envió todavía adolescente, y con severas secuelas físicas del presidio.
Durante su escala guatemalteca ocurre el Pacto del Zanjón, que, si no lo sorprende, será porque se mantiene al tanto de la marcha de la contienda, que ya somete a estudio, con miras a sacar de ella lecciones necesarias para el porvenir. En el camino de su indagación sobre el tema figura —ubicable entre finales de 1877 y los inicios de 1878—, lo que fundadamente se tiene como borrador de una carta a Máximo Gómez, aunque no se sabe si llegó a cursarla.
El estudio se centra, según su carta a Manuel Mercado del 6 de julio de 1878, en los primeros años de la revolución, que alcanzó sus mejores logros antes de la muerte de Ignacio Agramonte, en 1873, y, en 1874, de Carlos Manuel de Céspedes, ultimado en circunstancias expresivas de las calamidades que la contienda afrontó desde la arrancada. Lamentablemente, hasta hoy debe darse por perdido el libro que Martí le dice a Mercado haber escrito sobre el tema.
Todavía no estarán dadas las condiciones necesarias para alcanzar la independencia de Cuba, cuando en agosto de 1879 estalla la llamada Guerra Chiquita, en la que el joven revolucionario, quien ha conspirado en La Habana, desempeña una posición relevante en su nueva deportación. Encabezará el Comité Revolucionario que desde Nueva York, adonde arriba en enero de 1880 procedente de España, orienta a los combatientes que operan en Cuba.
Pero algo salta claramente a la vista en su Lectura en Steck Hall del 24 de enero de ese año ante compatriotas emigrados, y que pronto publicará en folleto con el título Asuntos cubanos: más que hablar de la acción que está en pie, apunta hacia la que se requeriría librar en el futuro. En otra carta a Mercado, fechada en Nueva York el 6 de mayo, obviamente del mismo año 1880, expresa: “Aquí estoy ahora, empujado por los sucesos, dirigiendo en esta afligida emigración nuestro nuevo movimiento revolucionario”, “entro en esta campaña sin más gozo que el árido de cumplir la tarea más útil, elevada y difícil que se ha ofrecido a mis ojos”.
Experiencia y futuro
La Guerra Chiquita se estanca pronto en un atolladero, y el 13 de octubre le corresponde al propio Martí instruir al general Emilio Núñez, aún en los campos de operaciones, deponer las armas, no “ante España, sino ante la fortuna. No se rinde Vd. al gobierno enemigo, sino a la suerte enemiga”. Lo guía su permanente sentido ético, y añade: “Un puñado de hombres, empujado por un pueblo, logra lo que logró Bolívar; lo que con España, y el azar mediante, lograremos nosotros. Pero, abandonados por un pueblo, un puñado de héroes puede llegar a parecer, a los ojos de los indiferentes y de los infames, un puñado de bandidos”.
Terminada aquella etapa de lucha, se sentirá libre para intentar el plan de organización y de ideas que sabe necesario. A Máximo Gómez le escribe el 20 de julio de 1882 una carta en la cual se le presenta —cabe suponer que si el borrador antes aludido tomó el camino del correo, no tuvo respuesta— y lo invita a participar en pasos de avance hacia un nuevo plan. El mismo día se dirige también a Antonio Maceo, y de esa manera comienza a fijarse la vinculación que los tres tendrán en la historia de Cuba.
A partir de entonces, por encima de los desencuentros, lo fundamental entre ellos fue la coincidencia en la decisión de luchar por la liberación y el saneamiento de la patria. Las cartas que Martí escribe en aquella fecha a los dos generales están llenas de claridad, franqueza y cuidados que muestran conciencia de la complejidad del tema, y de las personalidades con las cuales debe y desea contar. No acude a los subterfugios ni a la “dramaturgia” de quienes ambicionan poder y protagonismo para su brillo personal.
A Gómez le expresa: “La honradez de V., General, me parece igual a su discreción y a su bravura. Esto explica esta carta”; y a Maceo se dirige en términos similares: “Estimo sus extraordinarias condiciones, y adivino en V. un hombre capaz de conquistar una gloria verdaderamente durable, grandiosa y sólida”. Mucho han hecho Gómez y Maceo hasta entonces, pero él confía en que harán más.
De sus propios vínculos con la Guerra Chiquita le confiesa a Gómez: “desde entonces me he ocupado en rechazar toda tentativa de alardes inoficiosos y pueriles, y toda demostración ridícula de un poder y entusiasmo ficticios, aguardando en calma aparente los sucesos que no habían de tardar en presentarse, y que eran necesarios para producir al cabo en Cuba, con elementos nuevos, y en acuerdo con los problemas nuevos, una revolución seria, compacta e imponente, digna de que pongan mano en ella los hombres honrados”.
Lo andado, y lo por andar
Se dirige a dos héroes prominentes de la gesta “pasada”, ambos de mayor edad que él. Cuando reclama “elementos nuevos”, no busca una escisión generacional: bracea en pos de nuevos conceptos estratégicos y organizativos. Conoce el costo de los divisionismos en la causa cubana, asociados en parte a caudillos, y ha visto resultados del caudillismo en otros pueblos de América.
A Gómez le dice: “Por mi parte, General, he rechazado toda excitación a renovar aquellas perniciosas camarillas de grupo de las guerras pasadas, ni aquellas jefaturas espontáneas, tan ocasionadas a rivalidades y rencores: solo aspiro a que formando un cuerpo visible y apretado aparezcan unidos por un mismo deseo grave y juicioso de dar a Cuba libertad verdadera y durable, todos aquellos hombres abnegados y fuertes, capaces de reprimir su impaciencia en tanto que no tengan modo de remediar en Cuba con una victoria probable los males de una guerra rápida, unánime y grandiosa,—y de cambiar en la hora precisa la palabra por la espada”.
En el reformismo autonomista, pariente del anexionismo, han carenado ya incluso combatientes del 68 desconcertados por el Pacto del Zanjón, o que no ven otro camino para sus ideas. Previsoramente, Martí no piensa tanto en lo que ha sido hasta entonces el anexionismo como en lo que aún podría representar. Sabe necesario tener “en pie, elocuente y erguido, moderado, profundo, un partido revolucionario que inspire, por la cohesión y modestia de sus hombres, y la sensatez de sus proyectos, una confianza suficiente para acallar el anhelo del país” e impedir que este, “en el instante definitivo”, se vuelva “a los hombres del partido anexionista que surgirán entonces”.
En respuesta a aquellas cartas, en octubre y noviembre, respectivamente, Gómez y Maceo le expresan su disposición de continuar luchando por la independencia de Cuba. Pero eso no significa que los experimentados guerreros —quienes han sufrido ya, en el campo de operaciones, las consecuencias del fracaso del 68, asociable, entre otros obstáculos, a tendencias civilistas— adviertan ya a fondo las implicaciones de lo sustentado por Martí, ni que vean entonces en él, más joven que ellos, el dirigente a quien seguir.
Gómez, además, estima prematuro comenzar un nuevo movimiento, aunque Martí le comunica que no le ha escrito antes en espera de “tener ya juntos y de la mano algunos elementos de esta nueva empresa”, y que la carta enviada es parte de los trabajos hasta entonces hechos: específicamente con “hombres juiciosos” de La Habana y de Camagüey. En aquella ciudad, le dice, tiene hasta un “discreto comisionado”.
Gómez y Maceo se hallan en Centroamérica, y cabe suponer que ya idean su propio intento insurreccional, que se conocerá como Plan Gómez, por ser este su jefe principal; o Gómez-Maceo, por la participación del héroe de Baraguá; o de San Pedro Sula, por la localidad hondureña donde en gran parte lo ha concebido Gómez. En el camino de ese proyecto se ubica la carta del 20 de octubre de 1880, centro de este artículo.
Está echada la suerte
La trascendencia de las relaciones entre Martí y los dos fogueados generales se aprecia en el hecho de que, motivado probablemente por las pruebas de verticalidad que ha dado Martí, y también por aquellas cartas de julio de 1882, Gómez entiende aconsejable contar con él para llevar a cabo su proyecto. El 1 de octubre de 1884 llegan Gómez y Maceo a Nueva York buscando aglutinar fuerzas, y al siguiente día se reúnen con Martí.
Gómez recordará que en un momento de las reuniones iniciadas entonces, necesita dejar solos a sus contertulios, y, en cuanto él regresa, Martí se despide, como disgustado con Maceo. El asunto es mucho más abarcador y, según testimonio del propio Gómez, Maceo parece haberlo intuido. Será Martí quien se lo aclare por escrito al dominicano, aunque no se debe descartar lo que en las conversaciones habría intentado hacer saber a los generales.
Es por ello que el 20 de octubre le escribe a Gómez, quien, por su parte, comentará: “Durante mi momentánea ausencia, no sé lo que dicho Gral. [Maceo] habló con Martí, pero se deduce por el sentido de la carta”, y añade: “Cuando yo regresé, aún encontré al señor Martí en mi cuarto; a poco se despidió de mí de un modo afable y cortés. Solos yo y el Gral. Maceo, me dijo este, ‘este hombre, Gral., va disgustado con nosotros’. Tal vez, le contesté yo, y no hablamos más una palabra”; pero “a los tres días recibo esta carta, que no contesté, pues no se da contestación a los insultos”.
Hecho al despliegue militar en su conjunto, quizás Gómez no repara en lo que estima “detalles”, ni parece percatarse del fondo conceptual de la discrepancia. Maceo puede haber expresado criterios particularmente inaceptables para Martí, pero si este se retira del Plan no será en respuesta a posibles intemperancias pasajeras, ni de Maceo, ni de Gómez.
En el comentario citado Gómez se refiere a su idea de encomendarle a Maceo una comisión de trabajo en México, y agrega: “dispuse yo que [Martí lo] acompañase”. Confiesa, además, que en el hecho de que en aquellos “días de fatigosa espera” Martí siguiera visitándolos y “hablando siempre del mismo modo y con igual calor de nuestro plan revolucionario”, él, Gómez, apreciaba manifestaciones de intromisión en las prerrogativas del mando.
Tal como entiende las cosas, Gómez testimonia: “mas yo con blandura lo contenía en los límites [a] que he creído que él puede llegar, para no perjudicarnos dejando el mando de la nave a muchos capitanes hasta que haciendo caso omiso del Gral. A. Maceo, que era el jefe designado para la comisión, me dijo: ‘que (sus palabras textuales) al llegar a México y según el resultado de la comisión’ —yo no le dejé concluir, con tono áspero— (mis palabras textuales) ‘Vea, Martí, limítese Vd. a lo que digan las instrucciones, y lo demás el Gral. Maceo hará lo que debe hacerse’, nada más dije, y me contestó tratando de satisfacer mi indicación”.
La ley del decoro
No se trata de un simple u ocasional “choque de personalidades”. Martí no ignora la autoridad de héroes a quienes admira de verdad, y menos aún querrá “insultar” a un hombre a quien venera. Precisamente las grandes condiciones que aprecia en él, le hacen temer aún más la posibilidad de que la República se base, desde la guerra, en métodos de autoridad que puedan generar un caudillismo todavía más incontrolable: “hay algo”, le dice a Gómez, “que está por encima de toda la simpatía personal que Vd. pueda inspirarme, y hasta de toda razón de oportunidad aparente”.
Fiel a criterios que le ha expresado en 1882, le reitera su “determinación de no contribuir en un ápice, por amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi tierra a un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto que el despotismo político que ahora soporta, y más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, embellecido por la idea encarnada en él, y legitimado por el triunfo”.
Desde el inicio le ha expuesto a Gómez que no debe leer la carta como el fruto de un arranque irreflexivo, pues ha “querido dejarla reposar dos días”, para que sea “obra de meditación madura”. Es, en realidad, un capítulo de la reflexión en que lleva años, y en la cual basa estos juicios: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”, y “La patria no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto solo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia”.
Al primero de esos criterios pudo haber añadido una idea que subyace en su pensamiento: un pueblo tampoco se manda como un campamento. Y, aunque respeta de veras a Gómez —como a Maceo—, no se detiene ante autoridades personales, ni teme a la dureza del juicio, si está por delante la patria: “¿Qué somos, General?, ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él? ¿La fama que ganaron Vds. en una empresa, la fama de valor, lealtad y prudencia, van a perderla en otra?”
Se entiende que al honradísimo Gómez —y a Maceo— le duela tal franqueza, pero Martí sabe que hay muchas personalidades en juego, y muchos peligros, y ha visto en qué han parado grandes caudillos de nuestra América. Al plan insurreccional con el que rompe reflexivamente, no ha llegado como un simple espectador. En el mismo octubre se le ha designado presidente de la Asociación Cubana de Socorro, cobertura legal para buscarle fondos a la insurrección. Resuelto a consagrarse a la conspiración que debe hacerla posible, el 10 de aquel mes pronuncia un discurso en la velada con que se recuerda el inicio de la Guerra del 68, y depone su cargo como cónsul general de Uruguay en Nueva York, para no dañar las relaciones de ese país con España.
Persona, historia, patria
Ante Gómez y Maceo ratifica su ética: ni palabra ni acto suyo serán obstáculos para el quehacer de aquellos generales, en cuyas buenas intenciones confía. No se libra de acusaciones por parte de algunos equivocados, o deseosos de zaherirlo. Alguien adicto a intrigas intenta difamarlo indirectamente en un acto público. Un testimonio de entonces narra que, para marcarlo, el intrigante dice desde la tribuna: “Los que se oponen a la revolución por temor debían llevar faldas y enaguas”.
Martí no demora en responder enérgicamente: “A quien usted ha hecho alusión no le cabe la vergüenza en los calzones, y esto se lo puedo demostrar aquí mismo o afuera si lo tiene a bien”. Para impedir que le responda también con los puños intervienen Flor Crombet, quien ha sido ya enlace entre Martí y Gómez, y Maceo, para quien aquello habrá sido otra prueba de la entereza que caracteriza a quien ha discrepado de él y de Gómez.
Al separarse del Plan de aquellos generales patriotas, Martí pone a prueba sus concepciones políticas. Si, a pesar de todo, el Plan triunfa, él quedará políticamente aniquilado. El 13 de julio de 1885 lo sustituyen en su cargo de presidente de la Asociación Cubana de Socorro, como parte de una campaña de descrédito.
El 24 siguiente dirige A los cubanos de Nueva York una circular en que los invita a reunirse al otro día en el Clarendon Hall, para enfrentar los reproches que quieran hacerle. Expone allí sus criterios, su lealtad a la aspiración independentista, y no ofende ni a Gómez ni a Maceo. Nadie osa impugnar al patriota que todo lo deja claro, por convicción, y porque la patria y el honor están por delante.
En 1884 se halla lejos del liderazgo que no empieza a conquistar hasta finales de 1887, fracasado ya el intento de Gómez y Maceo, un revés en el cual Gómez reconocerá que ha influido la retirada de Martí. Pero de hecho se debe a las circunstancias en que se ha intentado, hostiles para su preparación y su marcha.
La actitud plasmada por Martí en la más compleja de sus cartas a Gómez resulta fundamental para la unidad alcanzada en los preparativos de la guerra, con auxilio del Partido Revolucionario Cubano, constituido el 10 de abril de 1892, en homenaje a la Asamblea de Guáimaro, reunida 23 años antes. Ella pecó de errores, como el afán civilista impertinente para la lucha armada; pero también abonó una civilidad que Martí quiere cultivar desde la nueva gesta como un elemento fundamental en la cultura política de la nación.
El líder revolucionario que conoce las causas de los reveses sufridos por el afán independentista en su patria, ha sido testigo de las manquedades del liberalismo en España con respecto al problema colonial. También conoce —y ha sufrido en carne propia— males engendrados en nuestra América por hipertrofias caudillistas, y ya en 1884, días antes de discrepar con Gómez, ha denunciado las injusticias entronizadas en una emergente potencia imperialista donde “el monopolio está sentado, como un gigante implacable, a la puerta de todos los pobres”, y “la tiranía, acorralada en lo político, reaparece en lo comercial. Este país industrial tiene un tirano industrial”.
Por la dignidad de la nación
No es fortuito que en las Bases del Partido Revolucionario Cubano explicite Martí que esa organización y, por tanto, la contienda a la cual ella sirve y servirá, tienen entre sus fines fundamentales la creación de “un pueblo nuevo y de sincera democracia”. Se propone lograr nada menos que un estadio de la libertad no alcanzado entonces aún por ningún pueblo del planeta.
Esa aspiración la cultiva, incluso en plena guerra, atendiendo a las necesidades de la acción armada y a la personalidad de la república por fundar. Es significativo que, al narrar su visita a Gómez para ofrecerle —tras la elección democrática entre militares del 68 en virtud de la cual se le asigna el cargo— la dirección del ramo militar de la revolución, diga que ha ido a verlo “junto a su arado”, y plasme su profunda admiración por el bravo dominicano. Enaltece la solidaridad de este con los humildes, y declara que su hogar en pleno es un ejemplo de esa solidaridad.
El fundador del Partido Revolucionario Cubano no falta a la ética ni por presuntas conveniencias políticas. La entrevista, en campaña, de La Mejorana, no puede aquí más que rozarse; pero es preciso recordar que, al margen de contradicciones inevitables en toda obra humana, la imagen mayor que de ella brota es que él, Gómez y Maceo están juntos a la hora de decidir el destino de Cuba. Tampoco hay duda de que en aquel complicado encuentro, narrado en su Diario de campaña, Martí lega para la historia su rechazo a que “la patria […], y todos los oficios de ella, que crea y anima al ejército” paren en “Secretaría del Ejército”. Frente a semejante peligro, testimonia: “Mantengo, rudo: el Ejército, libre,—y el país, como país y con toda su dignidad representado”.
No es solo cuestión de medidas circunstanciales. Cada paso, cada idea, deben sembrar una cultura de funcionamiento político y social a la altura de una democracia nueva ysincera, y —redundancia solo aparente— de sentido verdaderamente popular. Por ello, aunque aleatorio, adquiere valor simbólico el hecho de que —por razones conocidas no asociadas intencionalmente con la carta glosada— el 20 de octubre haya devenido Día de la Cultura Cubana. Inagotables razones fundamentan que Martí sea, y necesitamos que continúe siéndolo, el autor intelectual de la obra revolucionaria desarrollada en el país.
(Tomado de la Revista Bohemia)
Comentarios
Publicar un comentario