Santa Teresa de Jesús la mística revolucionaria
Por OFELIA BERRIDO
El siglo XVI, en el que nació Santa Teresa de Ávila (1515), fue para España una época de grandes cambios, sobre todo, en el orden de expansión territorial. España decide explorar y colonizar dominios más allá de su propio continente, tierras que vinieron a llamarse “El Nuevo Mundo”. Muchas de estas expansiones han sido consideradas conmociones terribles de efectos devastadores para los receptores del hecho como lo fueron las caídas de los imperios Azteca e Inca o para países como el nuestro que sufrió la desaparición Taína como efecto directo.
Por otro lado, sucedían las reformas protestantes que refutaban la autoridad del Papa y de la misma Iglesia Católica. Ya para el 1517, cuando Santa Teresa contaba con solo 2 años de vida, se inició la reforma protestante bajo el liderazgo de Martín Lutero. La misma, como bien sabemos, dio origen a varias iglesias y organizaciones agrupadas bajo la denominación de protestantismo.
En el orden religioso seguían sucediendo eventos de gran importancia: Enrique VIII de Inglaterra separó la autoridad papal de su reino y en 1531 la iglesia de Inglaterra rompió con el papado romano y proclamó al rey Enrique VIII cabeza de la Iglesia Anglicana. Santa Teresa para la fecha contaba con 16 años, vivía en Ávila y deseaba fervientemente convertirse en monja.
Tras dichos hechos, la respuesta de la Iglesia Católica no se hizo esperar y surgió la Reforma Católica o Contrarreforma como respuesta al movimiento de Martín Lutero. La Iglesia Católica resurge desde el Concilio Ecuménico de Trento en 1543 bajo el pontificado del Papa Pío IV. Santa Teresa para la fecha ya contaba con 28 años y quedó impactada con los objetivos del concilio de renovar la Iglesia; evitar el avance de doctrinas protestantes; fundar seminarios, reformar las órdenes religiosas y la vigilancia de los movimientos espirituales centrándolos en la vida piadosa y en la relación personal con un sacerdote y este con Cristo. Esta última medida incluía a los místicos españoles y se trataba de la intermediación entre los feligreses y la divinidad.
Acá, en la Hispañola y para la época del nacimiento de Santa Teresa la explotación minera mermó y los colonizadores se vieron en la necesidad de buscar otra actividad que fuera tan rentable como la minería. Surgen así las plantaciones de caña y la producción de azúcar. Se instalan los primeros ingenios en el país y de ahí en lo delante la industria azucarera fue creciendo hasta convertirse en la espina dorsal de nuestra economía por más de cuatro siglos.
Pero para entender mejor la situación de Teresa de Ávila veamos algunos sucesos generales y analicemos qué se esperaba de la mujer del siglo XVI: se presenta un gran deseo de saber, se crean y crecen las universidades, se admira la cultura grecolatina, pero en cuanto a la mujer se consideraba que la mujer tenía dos opciones: o se casaba y vivía una vida familiar o elegía el claustro monástico. Esta última opción se refería a vivir en una comunidad dedicada a la oración, contemplación y al amor divino. La vida monacal era vista como el grado supremo para la mujer de la época. Las solteras solo quedaban en el desprecio y si alguna perdía la virginidad era abandonada por considerarse que habían deshonrado a la familia. Las mujeres no tenían posibilidad de estudiar y se les negaba el derecho a leer; además, no se les permitía participar a nivel político, jurídico o social. El canon de la belleza femenina era la perfección espiritual. Sandro Botticelli lo simboliza en su obra pictórica de inspiración mitológica “El nacimiento de Venus”. Se habla, también, de la donna agelicata -mujer perfecta-, tema creado en el siglo XIII por el poeta italiano G. Guinizelli al encadenar elementos pertenecientes al platonismo, especialmente la contemplación angélica de la amada o donna angelicata perfeccionada por Dante en el Purgatorio de la Divina Comedia. Bajo esa cultura le tocó vivir a Santa Teresa; tiempo, por lo demás, de grandes cambios políticos económicos y culturales.
Pero Santa Teresa fue una revolucionaria, a pesar de la visión de la mujer que se tenía en su tiempo. Desde una tierna edad sus padres notaron el temperamento apasionado de Santa Teresa y su espíritu perseverante y dedicado. Ella dentro de la gran sensibilidad que la acompañaba era implacable frente al camino que se trazaba. Fue una luchadora que se enfrentó a los prejuicios de su época. Ella misma habla de esto en su obra Vida de Santa Teresa de Jesús y asegura que tenía una imaginación vehemente y apasionada. Tuvo la suerte de contar con la influencia de un padre que amaba la lectura y que mantenía obras literarias al alcance de su hija; esto, junto a sus prácticas piadosas despertó su alma e inteligencia.
Santa Teresa le expresó a su padre su deseo de entrar al convento. Su progenitor considerando la naturaleza enfermiza de su hija no estuvo de acuerdo, pero solo pudo posponer lo inevitable. Para el año 1533 Teresa ingresó en el convento de la Encarnación, en Ávila, y allí profesó en 1534, contaba con 19 años. Poco tiempo después, tuvo que retirarse por unos 3 a 4 años para recuperarse de dolores fuertes, mareos y otros síntomas; hoy, valorando el caso retrospectivamente parece referirse a enfermedades de origen cardíaco y neurológico. Teresa empezó a tener visiones. Refiere que se le apareció Jesucristo en 1514. En 1555 aseguró ver la imagen de Jesús crucificado y a partir de ese momento su vida cambió. Sus superiores del monasterio le prohibieron que se abandonase a los fervores de devoción mística, pero a pesar de sus esfuerzos no podía interrumpir su curso. Abrasada del deseo de ver a Dios, se sentía morir.
Por otro lado, después de dos años de luchas llegó a sus manos la bula de Pío IV para la erección del convento de San José, en Ávila. La reforma propugnada por Teresa junto a San Juan de la Cruz, comprendió también a los hombres y así surgió y progresaron rápidamente los “Carmelitas Descalzos. En oposición, recibió la denuncia que puso la princesa de Éboli a la Inquisición española por el libro sobre su vida y estalló la discordia entre carmelitas calzados y descalzos. Fue delatada a la Inquisición. Sostuvo una polémica con el padre jesuita Suárez, el nuncio pretendió destruir la reforma desterrando a los principales descalzos y confinando a Toledo a Teresa, por él calificada de «fémina inquieta y andariega».
Finalmente, Santa Teresa muere el 4 de octubre de 1582 a los 67 años de edad en Alba de Tromes, España y fue canonizada por Gregorio XV en 1622, luego nombrada doctora de la Iglesia y patrona de los escritores.
La voz de Teresa de Ávila ha perdurado en el tiempo multiplicando el efecto que ejercía en sus contemporáneos. Como escritora mística buscaba en la Divinidad una naturaleza que intuía suya. Se sentía presa de una vida cotidiana sin sentido y decidida estaba a lograr su libertad, pero solo a través de la muerte sentía que podría conocer ese lugar anhelado donde no cuenta el espacio ni el tiempo, donde solo existen la perfección y la belleza manifiesta en la Divinidad. En toda su producción literaria manifiesta este deseo utilizando un lenguaje simple y bello, pero intenso y profundo. Su pluma desesperada llora la vida de la carne y aspira la llama del espíritu. A su exaltación religiosa atribuyeron los antiguos el soneto: “No me mueve, mi Dios, para quererte”. Sus obras místicas más importantes se titulan: Camino de perfección, Conceptos del amor de Dios y El castillo interior o Las moradas. Además de estas, Vida de Santa Teresa de Jesús y Libro de las fundaciones, entre otras.
Para finalizar, disfruten de este fragmento de un fervoroso poema de Santa Teresa de Ávila:
“…. ¡Ay, qué larga es esta vida!/ ¡Qué duros estos destierros!/ ¡Esta cárcel, estos hierros/ En que el alma está metida! / Sólo esperar la salida / Me causa dolor / tan fiero/ Que muero porque no muero. / ¡Ay, qué vida tan amarga /Do no se goza el Señor!/ Porque si es dulce el amor/ No lo es la esperanza larga/ Quíteme Dios esta carga/ Más pesada que el acero.”
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