martes, 14 de febrero de 2017

Pesos y divisas, lo positivo y lo negativo

    La gente debería saber que las reservas internacionales, aunque crecientes, son insuficientes, y no están disponibles para ser vendidas en el mercado de divisas.

    Lo positivo cohabita con lo negativo, tanto en los campos magnéticos y cuánticos como en el comportamiento humano, y hasta en la dialéctica.

    En los últimos tiempos las reservas internacionales han crecido. El Banco Central ha adquirido divisas con la finalidad de mantener un colchón de seguridad. Y eso es positivo.

    También ha habido ocasiones en que estas reservas se han incrementado por acuerdos establecidos entre el Banco Central y algunos agentes económicos, para hacer ingresar divisas que inflan artificiosamente los números para aparentar que se dispone de lo que no es propio. Eso es negativo y adolece de falta de transparencia.

    Las reservas crecen, además, por la llegada de recursos de préstamos públicos, por ejemplo bonos soberanos, que se depositan en el Banco Central y que se van retirando en la medida en que el gobierno las vaya necesitando.

    Las reservas internacionales han aumentado, aunque no tanto como aspira y sugiere el FMI que se haga, ni como las que mantienen algunos países con vocación exportadora, sobre todo asiáticos. Y que hayan aumentado, es positivo.

    El Banco Central se empecina en mantener artificiosamente controlado el precio de las divisas, lo que crea incertidumbre en el mercado, y quita competitividad a las exportaciones y a la producción local orientada al mercado interno. Eso es negativo.

    La gente debería saber que las reservas internacionales, aunque crecientes, son insuficientes, y no están disponibles para ser vendidas en el mercado de divisas. Sería un error disminuirlas para defender un nivel de tipo de cambio, salvo en casos muy puntuales.

    Las reservas internacionales están ahí como disuasivo. Y suele bastar con amenazar con utilizarlas para lograr el objetivo de estabilizar un mercado nervioso. La persuasión por si misma es un poderoso instrumento. Pero una cosa es lograr la estabilidad relativa y otra tratar de imponer un precio ficticio.

    El mercado de divisas tiene que funcionar como lo hacen otros mercados, con la concurrencia de ofertantes y demandantes. Y que sea el flujo de uno y otro lo que determine el precio.

    La autoridad monetaria puede influir ajustando los medios de pago, como lo hace. O amenazar con intervenir, que es una forma de persuadir. Pero tratar de determinar el precio desde las alturas burocráticas es un error, que tiende a generar desabastecimiento, erosionar la confianza, afectar la credibilidad, y crear dudas. Eso es muy negativo.

    La rigidez en el tipo de cambio perjudica al proceso productivo y a los sectores generadores de divisas, y repercute en las tasas de interés.

    Los problemas actuales que confronta el mercado de divisas, las colas de demanda que se han formado, son una indicación de que el mercado está siendo bloqueado en sus fundamentos, lo que contribuye a incrementar la ansiedad y a anticipar demandas futuras de divisas.

    Reaccionar endureciendo las condiciones monetarias equivaldría a asumir el riesgo de poner en situación delicada a determinados intermediarios financieros, como se hizo en octubre del 2016 en que de forma fulminante se cerró el acceso a la ventanilla de repos sin previo aviso, bloqueando la urgente recomposición de liquidez en el corto plazo.

    Hay que tener cuidado de no ahogarse en un vaso de agua por mantener a trancas y barrancas objetivos inalcanzables.

    Con déficit públicos continuos es cada vez más costoso mantener un tipo de cambio rígido. Insistir en hacerlo podría tener consecuencias graves, entre las cuales la menor podría ser una pérdida en el ritmo de actividad económica. Y la mayor una fuga sostenida de divisas. Todo eso es negativo.

    La base monetaria ha aumentado moderadamente en función del incremento de los activos externos, mientras los activos internos con el sector privado han decrecido, lo que da mayor respaldo en divisas a la emisión de pesos. Eso es positivo.

    El costo de las operaciones pasivas de colocación de títulos ha sido asumido por el gobierno a través de la deuda cuasi fiscal y de la ley de capitalización. De lo contrario el pago total de intereses tendría que hacerse con mayor emisión monetaria.

    El costo fiscal de este arreglo es cada vez más elevado y prohibitivo. Para 2017 se estima en RD$75,000 millones, de los cuales RD$50,000 millones se acumularán por la deuda cuasi fiscal, y RD$25,000 millones por la ley de recapitalización. Todo esto es muy negativo y artificioso, y deteriora las finanzas públicas.

    Los gobiernos parecen no darse cuenta de que este tipo de estabilidad solo puede alcanzarse con la notable contribución fiscal que realiza. Tampoco reparan en que se genera una distorsión grave en el flujo de ahorro e inversión, y en la intermediación financiera, con consecuencias indeseables sobre la calidad del empleo y la producción.

    En ese entorno el ahorro de largo plazo se dificulta y se diluye. Florece la inversión financiera especulativa. Y todo esto resulta ser muy negativo.

    Hace tiempo que llegó la hora de reajustar las cosas, pero se ha dejado transcurrir solo para poder escuchar las campanadas del reloj. Cada minuto que pase sin actuar y corregir, reajustar, contiene el germen implícito de mayor coste de dolor colectivo.


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  • Eduardo García Michel 
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