EL HOMBRE LIGTH
Desde hace ya unos años me preocupan los derroteros por los que se dirige la sociedad opulenta del bienestar en Occidente, y también porque su influencia en el resto de los continentes abre camino, crea opinión y propone argumentos. Es una sociedad, en cierta medida, que está enferma, de la cual emerge el hombre light, un sujeto que lleva por bandera una tetralogía nihilista: hedonismo, consumismo, permisividad y relatividad. Todos los enhebrados por el materialismo. Un individuo así se parece mucho a los denominados productos light de nuestros días: comidas sin calorías y sin grasas, cerveza sin alcohol, azúcar sin glucosa, mantequilla sin grasa, tabaco sin nicotina, Coca-Cola sin cafeína y sin azúcar… y un hombre sin sustancia, sin contenido, entregado al dinero, al poder, al éxito y al gozo ilimitado y sin restricciones.
EL HOMBRE LIGHT
Prologo
Este es un libro de denuncia.
El hombre light carece de referentes, tiene un gran vacío moral y no es feliz, aun teniendo materialmente casi todo.
Esto es lo grave. Este es mi diagnóstico, y a lo largo de estas páginas describo sus principales características, a la vez que hago sugerencias de como escapar y salirse de ese camino errado que tiene una final triste y pesimista.
Frente a la cultura del instante esta la solidez de un pensamiento humanista; frente a la ausencia de vínculos, el compromiso con los ideales.
Es necesario superar el pensamiento débil con argumentos e ilusiones lo suficiente mente atractivos para el hombre como para que eleven su dignidad y sus pretensiones.
Se atraviesa así el itinerario que va de la inutilidad de la existencia a la búsqueda de un sentido a través de la coherencia y del compromiso con los demás, escapando así de la grave sentencia de Thomas Hobbes: “El hombre es un lobo para el hombre”
Hay que conseguir un ser humano que quiere saberlo que es bueno y lo que es malo; que se apoya en el progreso humano y científico, pero que no se entrega a la cultura de la vida fácil, en la que cualquier motivación tiene como fin el bienestar, un determinado nivel de vida o placer sin más.
Sabiendo que no hay verdadero progreso humano si este no se desarrolla con un fondo moral.
I. EL HOMBRE LIGHT
Perfil psicológico.
Estamos asistiendo al final de una civilización, y podemos decir que esta se cierra con la caída en bloque de los sistemas totalitarios en los países del Este de Europa.
Aún quedan reductos sin desmantelar, en una misma línea política e ideológica, aunque por otra parte se anuncie nuevas prisiones para el hombre, con otro ropaje y semblantes bien diversos.
Así como en los últimos años se ha puesto de moda ciertos productos light –el tabaco, algunas bebidas o ciertos alimentos-, también se ha ido gestando un tipo de hombre que podría ser calificado como hombre light.
¿Cuál es su perfil psicológico? ¿Cómo podría quedar definido? Se trata de un hombre relativamente bien informado, pero con escasa educación humana, muy entregado al pragmatismo, por una parte, y a bastantes tópicos, por otra.
Todo lo interesa, pero a nivel superficial; no es capaz de hacer la síntesis de aquello que percibe, y, en consecuencia, se ha ido convirtiendo en un sujeto trivial, ligero, frívolo, que lo acepta todo, pero que carece de unos criterios sólidos en su conducta. Todo se torna en el etéreo, leve, volátil, banal, permisivo.
Ha visto tantos cambios, tan rápidos y en un tiempo tan corto, que empieza no saber a qué atenerse o, lo que es lo mismo, hace suyas las afirmaciones como “Todo vale”, “Que más da” o “Las cosas han cambiado”.
Y así, nos encontramos con un buen profesional en su tema, que conoce bien la tarea que tiene entre manos, pero que fuera de ese contexto va a la deriva, sin ideas claras, atrapado –como esta- en un mundo lleno de información, que le distrae, pero que poco a poco le convierte en hombre superficial, indiferente, permisivo, en el que anida un gran vacío moral.
Las conquistas técnicas y científicas –impensables hace tan solo unos años –nos han traído unos logros evidentes:
la revolución informática, los avances de la ciencia en sus diversos aspectos, un orden social más justo y perfecto, la preocupación operativa sobre los derechos humanos, la democratización de tantos países y, ahora, la caída en bloque del comunismo. Pero frente a todo ello hay que poner sobre el tapete aspectos de la realidad que funcionan mal y que muestran la otra cara de la moneda:
a. Materialismo: hace que un individuo tenga cierto reconocimiento social por el único hecho de ganar mucho dinero.
b. Hedonismo: pasarlo bien a costa de lo que sea es el nuevo código de comportamiento, lo que apunta hacia la muerte de los ideales, el vacío de sentido y la búsqueda de una serie de sensaciones cada vez más nuevas y excitantes.
c. Permisividad: arrasa los mejores propósitos e ideales.
d. Revolución sin finalidad y sin programa: la ética permisiva sustituye a la moral, lo cual engendra un desconcierto generalizado.
e. Relativismo: todo es relativo, con lo que se cae en la absolutización de lo relativo; brotan así unas reglas presididas por la subjetividad.
f. Consumismo: representa la formula posmoderna de la libertad.
Así, las grandes transformaciones sufridas por la sociedad en los últimos años son, al principio, contempladas con sorpresa, luego con una progresiva indiferencia o, en otros casos, como la necesidad de aceptar lo inevitable.
La nueva epidemia de crisis y rupturas conyugales, el drama de las drogas, la marginación de tantos jóvenes, el paro laboral y otros hechos de la vida cotidiana se admiten sin más, como algo que está ahí y contra lo que no se puede hacer nada.
De los entresijos de esta realidad sociocultural va surgiendo el nuevo hombre light, producto de su tiempo. Si aplicamos la pupila observadora nos encontramos con que en él se dan los siguientes ingredientes: pensamiento débil, convicciones sin firmeza, asepsia en sus compromisos, indiferencia sui generis hecha de curiosidad y relativismo a la vez…; su ideología es el pragmatismo, su norma de conducta, la vigencia social, lo que se lleva, lo que está de moda; su ética se fundamenta en la estadística, sustituta de la conciencia; su moral, repleta de neutralidad, falta de compromiso y subjetividad, queda relegada a la intimidad, sin atreverse a salir en público.
EL IDEAL ASEPTICO
No hay en el hombre ligth entusiasmos desmedidos ni heroísmos. La cultura ligth es una síntesis insulsa que transita por la banda media de la sociedad: comidas sin calorías, sin grasas, sin excitantes… todo suave, ligero, sin riesgo, con la seguridad por delante. Un hombre así no dejara huella. En su vida ya no hay rebeliones, puesto que su moral se ha convertido en una ética de reglas de urbanidad o en una mera actitud estética. El ideal aséptico es la nueva utopía, porque, como dice Lipovestski, estamos en la era del vacío. De esas rendijas surge el nuevo hombre cool, representando por el telespectador que con el mando a distancia pasa de un canal a otro buscando no se sabe bien que o por sujeto que dedica el fin de semana a la lectura de periódicos y revistas, sin tiempo casi –o sin capacidad- para otras ocupaciones mas interesantes.
El hombre light es frió, no cree en casi nada, sus opiniones cambian rápidamente y ha desertado de los valores trascendentes. Por eso se ha ido volviendo cada vez más vulnerable; por eso ha ido cayendo en una cierta indefensión. De este modo, resulta más fácil manipularlo, llevarlo de acá para allá, pero todo sin demasiada pasión. Se han hecho muchas concesiones sobre cuestiones esenciales, y los retos y esfuerzos ya no apuntan hacia la formación de un individuo más humano, culto y espiritual, sino hacia la búsqueda del placer y el bienestar a toda costa, además del dinero.
Podemos decir que estamos en la era del plástico. De él se deriva un cierto pragmatismo de usar y tirar, lo que conduce a que cada día impere con más fuerza un nuevo modelo de héroe: el del triunfador, que aspira –como muchos hombres ligth de este tramo final de este siglo XX—al poder, la fama, un buen nivel de vida…; por encima de todo, caiga quien caiga. Es el héroe de la series de TV americanas, y sus motivaciones primordiales son el éxito, el triunfo, la relevancia social y, especialmente, ese poderoso caballero que es el dinero.
Es un hombre que antes o después se ira quedando huérfano de humanidad. Del mayo de 68 frances no queda ni rastro, las protestas se han extinguido; no prospera fácilmente ni la solidaridad ni la colaboración, sino más bien la rivalidad teñida de hostilidad. Se trata de un hombre sin vínculos, descomprometido, en que la indiferencia estética se alía con la desvinculación de casi todo lo que le rodea. Un ser humano rebajado a la categoría de objeto, repleto de consumo y bienestar, cuyo fin es despertar admiración o envidia.
El hombre ligth no tiene referente, ha perdido su punto de mira y está cada vez más desorientado ante los grandes interrogantes de la existencia.
… Cuando se ha perdido la brújula, lo inmediato es navegar a la deriva, no saber a qué atenerse en temas clave de la vida, lo que conduce a la aceptación y canonización de todo. Es una nueva inmadurez…
Algunos intelectuales europeos han enunciado este tema. Jean Francois Revel, en El conocimiento inútil, resalta que nunca ha sido tan abundante y prolija la información y nunca, sin embargo, ha habido tanta ignorancia. El hombre es cada vez menos sabio, en el sentido clásico del término.
Es la cultura nihilista, el hombre no tiene vínculos, hace lo que quiere en todos los ámbitos de la existencia y únicamente vive para sí mismo y para el placer, sin restricciones. ¿Qué hacer ante este espectáculo? No es fácil dar una respuesta concreta cuando tantos aspectos importantes se han convertido en un juego trivial y divertido, en una apoteósica y entusiasta superficialidad. Por desgracia, muchos de estos hombres necesitaran un sufrimiento de cierta trascendencia para iniciar el cambio, pero no olvidemos que el sufrimiento es la forma suprema de aprendizaje, otros, que no estén en tan malas condiciones, necesitaran hacer balance personal e iniciar una andadura más digna, de más categoría humana.
…conclusiones:
1. Generales: ayudan a interpretar mejor la realidad actual, en su rica complejidad.
2. Personales: conseguirán que surja un ser humano más consistente, vuelto hacia los valores y comprometido con ellos.
II HEDONISMO Y PERMISIVIDAD
EL FINAL DE UNA CIVILILIZACION.
Estamos ante el final de una civilización. Releyendo el libro de Indro Montanelli, Historia de Roma, pienso que nos encontramos en una situación parecida: posmodernismo para unos, era psicológica o posindustrial para otros. La década de los sesenta nos deparo la polémica del positivismo con la confrontación entre Karl Popper Theodor Adorno. La de los setenta, el debate sobre la hermenéutica de la historia entre Jurgen Habermas y Hans Gaderme, los ochenta, el significado del posmodernismo, y los noventa están presididos por la caída de los regímenes totalitarios. Se ha demostrado que una de las grandes promesas de libertad no era sino una tupida red en la cual el ser humano quedaba atrapado sin posible salida,
El panorama hoy es muy interesante: en la política hay una vuelta a posiciones moderadas y una economía conservadora; en la ciencia ha tenido lugar un despliegue monumental, ya que los avances en tantos campos han dado un giro copernicano brillante y con resultados muy prácticos; el arte se ha desarrollado también de forma exponencial, pero ya es imposible de establecer unas normas estéticas: hemos llegado a un eclecticismo evidente en que cualquier dirección es válida, todos los caminos contienen una cierta dosis artística; igualmente, en el mundo de las ideas y su reflejo en el comportamiento se ha producido un cambio sensible, que es lo que pretendo analizar a continuación.
Las dos notas más peculiares son –desde mi punto de visa- el hedonismo y la permisividad, ambas enhebradas por el materialismo. Estos hace que las aspiraciones más profundas del hombre vayan siendo gradualmente materiales y se deslicen hacia una decadencia moral con precedentes muy remostos: el Imperio Romano o el periodo comprendido entre los siglos XVII y XVIII.
Como ya hemos avanzado, hedonismo significa la ley máxima de comportamiento es el placer por encima de todo, cueste lo que cueste, así como el ir alcanzando progresivamente cotas más alta de bienestar. Además, su código es la permisividad, la búsqueda ávida del placer y el refinamiento, sin ningún otro planteamiento. Así pues, hedonismo y permisividad son los dos nuevos pilares sobre los que se apoyan las vidas de aquellos hombres que quieren evadirse de sí mismos y sumergirse en un caleidoscopio de sensaciones cada vez más sofisticadas y narcisistas, es decir contemplar la vida como un goce ilimitado. Porque una cosa es disfrutar de la vida y saborearla, en tantas vertientes como esta tiene, y otra muy distinta ese maximalismo cuyo objetivo es el afán y el frenesí de diversión sin restricciones. Lo primero es psicológicamente sano y sacia una de las dimensiones de nuestra naturaleza; lo segundo, por el contrario, apunta a la muerte de los ideales.
Del hedonismo surge un vector que pide paso con fuerza: el consumismo. Todo puede escogerse a placer; comprar, gastar y poseer se vive como una nueva experiencia de libertad. El ideal de consumo de la sociedad capitalista no tiene otro horizonte que la multiplicación o la continua sustitución de objetos por otros cada vez mejores. Un ejemplo que me parece revelador es el de la persona que recorre el supermercado, llenando su carrito hasta arriba, tentada por todos los estímulos y sugerencias comerciales, incapaz de decir que no.
Revolución sin finalidad y sin proyecto
El consumismo tiene una fuerte raíz en la publicidad masiva y en la oferta bombardeante que nos crea falsas necesidades. Objetos cada vez más refinados que invitan a la pendiente del deseo impulsivo de comprar. El hombre que ha entrado por esa vía se va volviendo cada vez más débil.
La otra nota central de esta pseudoidelogia actual es, como se ha dicho, la permisividad, que propugna la llegada a una etapa clave de la historia, sin prohibiciones ni territorios vedados, sin limitaciones. Hay que atreverse a todo, llegar cada día más lejos. Se impone así una revolución sin finalidad y sin programa, sin vencedores ni vencidos.
Si todo se va envolviendo en un paulatino escepticismo y, a la vez, en un individualismo a ultranza, ¿ Qué es lo que todavía puede sorprender o escandalizar?. Este derrumbamiento axiológico produce vidas vacías, pero sin grandes dramas, ni vértigos angustiosos ni tragedias… “Aquí no pasa nada”, parecen decirnos los que navegan por estas aguas. Es la metafísica de la nada, por muerte de los ideales y superabundancia de lo demás. Estas existencias sin aspiraciones ni denuncias conducena la idea de que todo es relativo.
El relativismo es hijo natural de la permisividad, un mecanismo de defensa de los que Freud estudio y diseño de forma casi geométrica. Así, los juicios quedan suspendidos y flotan sin consistencia: el relativismo es otro nuevo código ético. Todo depende, cualquier análisis puede ser negativo o positivo; no hay nada absoluto, nada totalmente bueno ni malo. De esta tolerancia interminable nace la indiferencia pura.
Estamos ante la ética de los fines o de la situación, pero también del consenso: si hay consenso, la cuestión es válida. El mundo y sus realidades más profundas se someten a plebiscito, para decir si constituye algo positivo o negativo para la sociedad, porque lo importante es lo que opine la mayoría.
Hablamos de libertad, de derechos humanos, de conseguir poco a poco una sociedad más justa, abierta y ordenada. Por una parte, defendemos esto, y, por otra, nos situamos en posiciones ambiguas que no hacen más humano al hombre ni lo conducen a grandes metas. Es la apoteosis de la incoherencia. Entonces, ¿Dónde puede el hombre hacer pie? ¿Dónde ir a buscar puntos de apoyos firmes y solidos?
Un ser humano hedonista, permisivo, consumista y centrado en el relativismo tiene mal pronóstico. Padece una especie de “melancolía” new look: acordeón de experiencias apáticas. Vive rebajado a nivel de objeto, manipulado, dirigido y tiranizado por estímulos deslumbrantes, pero no acaban de llenarlo, de hacerlo feliz. Su paisaje interior esta transitado por una mezcla de frialdad impasible, de neutralidad sin compromiso y, a la vez, de curiosidad y tolerancia ilimitada. Este es el denominado hombre cool, a quien no le preocupa la justicia, ni los viejos temas de los existencialistas ( Martin Heidegger, Jean Paul Sartre, Albert Camus…), ni los problemas sociales ni los grandes temas del pensamiento( la libertad, la verdad, el sufrimiento…). Ya no lee a Ulises de James Joice, ni en busca del tiempo perdido de Marcel Proust, ni las novelas de Hermann Hesse.
Un hombre así es cada vez más vulnerable, no hace pie y se hunde; por eso, es necesario rectificar el rumbo, saber que el progreso material por sí mismo no colma las aspiraciones más profundas de aquel que se encuentra hoy hambriento de verdad y amor autentico. Este vacío moral puede ser superado con humanismo y trascendencia. “atravesar, cruzar, subir, es decir, “atravesar subiendo”, cruzar la vida elevando la dignidad del hombre sin perder de vista que no hay autentico progreso si no se desarrolla en clave moral.
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