El estrés, mal del siglo (el cerebro quemado)

Por José Silié Ruíz



El estrés define una tensión sostenida de origen no físico

Mucho se habla del estrés y bien sabemos que estamos inmersos en una situación vivencial especial que lo aumenta. En tiempos normales se acepta que tres de cada siete trabajadores sufren algún grado del síndrome «burnout» (quemado laboralmente, un síndrome de agotamiento físico y mental).

Esta condición de extremo estrés nos desgasta y lo peor es que muchos no lo saben. Imaginemos la labor intensa de los estudiantes, médicos, enfermeras, laboratoristas, técnicos, militares y todas las personas e instituciones que tienen que ver directo con esta pandemia. Conjeturemos esas estadísticas mentales en el presente.

Esta es una condición de sobrecarga psicológica, que nos afecta tanto física como emocionalmente. Nos altera las actividades familiares, sociales y el rendimiento laboral de forma progresivadondeparticipa nuestrocerebro y todas las demás partes del cuerpo.

El término estrés define un desgaste o tensión sostenida que no es de origen físico. Su rápida propagación en el mundo ha sido similar a la del coronavirus. Al ser humano que se adaptó por miles de años a un estilo de vida diurno y no sedentario, de forma abrupta nos cambiaron nuestras vidas y nos confinaron al sedentarismo a nivel mundial.

Hoy tenemos el temor a la contaminación, al alejamiento de los seres queridos y los amigos fraternos, al exceso de información, los desequilibrios económicos, al conocer las cifras de muertos y contagiados, a la muerte de amigos y lo más importante a la incertidumbre y la desesperanza, los cuales son todos elementos altamente estresantes.

Hay términos que están íntimamente relacionados: estrés, ansiedad y trastornos de ansiedad, pero son conceptos diferentes. La ansiedad, es un estado de alerta especial que se presenta cuando estamos en situaciones de estrés, con el objetivo de aumentar nuestra capacidad de adaptación a situaciones potencialmente peligrosas.

Ya hemos “conversado” de la cascada que se inicia desde el cerebro para enfrentar las situaciones vivenciales demandantes. Cuando este mecanismo de defensa no es capaz de funcionar adecuadamente en nuestro cerebro, entonces hablamos de un trastorno de ansiedad, que tiene variantes en severidad y duración, como el síndrome de pánico y puede pasar a un listado de manifestaciones emocionales más invalidantes, desde el miedo paralizante, hasta el temor a enloquecer.

El estrés sostenido puede desencadenar una serie de alteraciones en la salud que van desde: hipertensión arterial, dolores de cabeza, nucalgias, gastritis, colon irritable, depresión, apatía, insomnio, pánico, alcoholismo, drogadicción, cánceres, fatiga crónica, dolencias autoinmunes, asma, fibromialgia, fallos de memoria y concentración, enfermedades cardíacas y dermatológicas, disminución de nuestras defensas inmunológicas, hasta el síndrome burnout, que es un disturbio psíquico de carácter depresivo.

Esta condición fue descrita por primera vez en un hospital psiquiátrico de Estados Unidos, pero no en los pacientes, sino en los médicos que trabajaban horas y horas en condiciones laborales no muy adecuadas y terminaban exhaustos y aplastados emocionalmente.

Este síndrome es un estado de agotamiento físico y mental que hasta hace un tiempo tenía relación solo con la vida laboral. Hoy esta condición no es solo laboral, la puede causar esto viral que estamos viviendo: esta incertidumbre y vulnerabilidad en la salud mental. Cito estadísticas nacionales aportadas por el distinguido sicólogo, el amigo doctor Luis Vergés Báez, gran terapeuta. El 20% de la población ha tenido problemas en familia, como los insultos a granel, etc. Los trastornos de depresión han afectado al 16% de la misma. Un 60% ha tenido violencia infantil y concluye que más del 80 % la población dominicana ha visto afectado su estado de bienestar, lo que implica un detonante.

Las mujeres han sido las más afectadas.Volvemos a ver cómo ese estrés nos hace daño, así que busquemos la fórmula para combatirlo a partir de: la lectura gratificante, ejercicios físicos, caminatas diarias, escuchar buena música, ejercicios de relajación, técnicas de respiración, meditación etc., hasta una llamada telefónica a un amigo o un familiar con quien platicar, el uso del internet, el zoom para contacto.

Luchemos para que el dañino estrés no nos arrope con su pesaroso manto gris. Que no se nos seque la acequia del alma de nuestra íntima alegría, que con primoroso aliento remozado lograremos sobrepasar esta viral tempestad del logogrifo Covid, con la portentosa calma que cual airoso corcel nos da la esperanza de un nuevo, esperado y ya purificado amanecer.

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