La Revolución de Abril/Juan Bosch





Los hechos que tienen importancia en la vida de un pueblo no pueden verse aislados, y por esa razón no podemos hablar de la Revolución de Abril aislándola del resto de la historia dominicana como si ésta hubiera comenzado el día antes del 24 de abril de 1965. Es más, la Revolución de Abril no puede analizarse ni siquiera a partir del 25 de septiembre de 1963, fecha en que se dio el golpe de Estado que derrocó el gobierno constitucional de ese año.

Podemos decir que el golpe de 1963 fue el antecedente inmediato de la Revolución de Abril, pero para juzgar correctamente el estallido de 1965 habría que ir mucho más atrás porque todos los acontecimientos históricos tienen raíces múltiples y algunas de ellas nacen mucho tiempo antes de lo que se ve a simple vista. Esto que acabamos de decir es lo que explica que a la hora de analizar cada momento de la historia debemos partir del conjunto de los hechos anteriores.

Una de las raíces del 24 de Abril se encuentra en la ocupación norteamericana de 1916, pero sucede que esa ocupación militar de 1916 tuvo su origen en otros acontecimientos, y todos ellos tienen sus raíces en la falta de un desarrollo económico, y por tanto social, que le diera al pueblo dominicano la base material indispensable para mantener la independencia del Estado y con ella la seguridad del régimen político propio del sistema en que nos propusimos vivir.

Durante mucho tiempo el pueblo dominicano ha pretendido vivir organizado como una sociedad capitalista sin que llegara a serlo. Eso es lo que explica que comenzara su vida política con una revolución burguesa, que es así como debe ser calificado el movimiento del 27 de febrero de 1844. Esa revolución burguesa no iba cuajar ni en todo el siglo pasado ni en los primeros dos tercios de éste porque no se formó la clase social que debía impulsarla, sostenerla y beneficiarse de ella. Lo cierto es que la revolución burguesa dominicana existió como un fantasma en la mente de la pequeña burguesía que se levantó contra los haitianos en el 1844, contra Báez en 1857, contra los españoles en el 1863 y aparentemente contra el Triunvirato el 24 de abril de 1965. La existencia fantasmal de esa revolución en la mente de la pequeña burguesía nacional compensaba la imposibilidad de que se estableciera un Estado burgués real en un país que no podía ofrecerle a ese tipo de Estado las bases materiales sin las cuales no podía sostenerse. Fue la ocupación militar norteamericana de 1916, ocurrida 72 años después del 27 de febrero de 1844, la que creó esas bases materiales necesarias, absolutamente indispensables, para que en la República Dominicana comenzara a desarrollarse una clase burguesa, y sólo una clase burguesa podía hacer la revolución burguesa que no pudieron hacer ni los trinitarios de Juan Pablo Duarte ni los azules de Gregorio Luperón.

Las bases materiales

Las bases materiales de que estamos hablando sin mencionarlas eran las que debían crear las condiciones para que se mantuviera con vida el Estado burgués.

¿Cuáles eran ellas? En primer lugar, las comunicaciones. El país no estaba comunicado y por tanto no era un país sino un conjunto, no precisamente homogéneo, de varios países pequeñísimos que se distinguían hasta en la manera de hablar la lengua española. Un campesino del Sur no hablaba igual que uno del Cibao y éste no hablaba como los llamados pororós de la región de Yamasá. El país no estaba unido ni en lo geográfico ni en lo económico ni en lo social ni en lo político. Por ejemplo, la región de la Línea Noroeste era a principios de este siglo un territorio autónomo bajo el control de algunos jefes de armas encabezados por Desiderio Arias. El general Arias y sus seguidores controlaban la aduana de Monte Cristi y con los fondos que recibían de esa aduana fortalecían su poder militar comprando armas en Haití, de manera que en el aspecto práctico, si no legal, y dentro de límites muy pequeños, el general Arias era el jefe de un Estado que tenía bajo sus órdenes a una población y disponía de una fuerza armada para hacer respetar esas órdenes y recaudaba dinero con que mantener funcionando el aparato militar y el burocrático civil de su pequeño Estado.

El caso de la Línea Noroeste era excepcional porque otras regiones no llegaban al grado de autonomía que ella tenía; pero sucedía que el aislamiento de las diferentes partes del país impedía que el poder del Estado nacional llegara a todos los lugares con la rapidez y la fuerza necesaria para imponer la autoridad pública en todas partes cuando era necesario hacerlo, y esa incapacidad se traducía en una situación de anarquía latente que se convertía en activa con mucha frecuencia, en forma de levantamientos armados que a menudo eran de pocos hombres pero en número suficiente para quebrantar la paz pública y alarmar al país o a una región.

Por ejemplo, antes de que se inaugurara el trencito que viajaba de Sánchez a La Vega era difícil llegar al corazón del Cibao desde cualquier punto del Sur a menos que se tomara el camino de San Juan de la Maguana a Constanza y de ahí a La Vega, de donde podía irse a San Francisco de Macorís o a Moca, haciendo toda la ruta a lomo de mulo o caballo. Desde la Capital podía irse al Cibao, también en caballo o mulo, por la vía de Cotuí y La Vega o por Puerto Plata, adonde se llegaba en buque o goleta, y después de haber sido inaugurado a fines del siglo el tren de Puerto Plata a Santiago, se podía ir de este último punto a otros del Cibao usando bestias de silla. De todos modos, el transporte de cargas o personas de una región del país a otra cualquiera era costoso e inseguro, entre varias razones, porque no se sabía en qué lugar una recua cargada de telas o de tabaco o cacao iba a tropezar con un cantón guerrillero. (Recua era un número de caballos o mulos superior a tres que se dedicaban al transporte de mercancías entre dos o más sitios, digamos, de la Capital a San Cristóbal o de Moca a Puerto Plata; y cantón era el punto en que se reunía un grupo de gente armada durante un tiempo más o menos largo, pero siempre de más de un día).

Con la excepción de los pocos kilómetros de carreteras que se habían hecho en el gobierno de Ramón Cáceres, el país estaba incomunicado excepto en los dos sitios donde había trenes, y un viaje por las regiones donde no había aquellos pocos kilómetros de carreteras o esos trenes era toda una hazaña, sobre todo si se hacía en épocas de lluvia. Esa situación empezó a cambiar cuando el gobierno militar norteamericano comenzó a construir las carreteras del Este y del Sur, y la del Cibao, que llegaba hasta la frontera haitiana por la Línea Noroeste. Antes de eso en la mayor parte del territorio nacional se vivía como 200 ó 300 años antes, en los días en que la sociedad que ocupaba la porción Este de la isla no se había organizado en Estado ni soñaba hacerlo.

El gobierno militar norteamericano que construía esas carreteras no lo hacía porque quisiera hacerles un servicio a los dominicanos sino porque dos de ellas penetraban en Haití y Haití estaba ocupado también por las fuerzas de los Estados Unidos; la del Este recorría la zona de los ingenios azucareros en los que había inversiones yanquis, y por último, sólo si disponíamos de buenas carreteras podríamos convertirnos en compradores de automóviles y camiones fabricados en los Estados Unidos y de gasolina hecha con petróleo de Pennsylvania.

Una burguesía

Ahora bien, lo que tiene importancia para el análisis histórico que estamos haciendo no es quiénes construyeron esas vías de comunicación sino el hecho de que ellas eran indispensables para que en la República Dominicana pudiera establecerse un Estado real, no fantasmal; un Estado capaz de tener el dominio de su territorio y de la población que lo habitara; pero debemos aclarar que por sí solas, las carreteras no formaban la base material para la existencia de un Estado que pudiera acercarse a lo que debe ser un Estado burgués. Era necesario que se hicieran otras cosas, y el gobierno militar norteamericano las hizo cuando formó una fuerza armada que tendría la capacidad militar indispensable para asegurar el funcionamiento continuo, y en todos los puntos del país, del aparato del Estado.

El país había tenido ejércitos, pero pequeños, que no podían hacerles frente a levantamientos armados capaces de desatar ataques simultáneos en diferentes lugares, y naturalmente, ninguno podía tener esa capacidad antes de que se construyeran las vías que debían poner en comunicación a las diferentes regiones. En el siglo pasado, la más eficiente de todas las organizaciones militares que había conocido la República fue la que creó Ulises Heureaux, y en este siglo lo fue la que formó el gobierno de Ramón Cáceres; pero ninguna de las dos podía tener la rapidez de movimientos y la capacidad de penetración en todas las regiones del país que tuvo la Policía Nacional Dominicana, creación de los interventores norteamericanos que el pueblo bautizó con el nombre de la Guardia, quizá porque así era como le había llamado a la Guardia Republicana de los días del presidente Cáceres.

La Guardia que crearon los ocupantes militares de 1916-1924 vino a ser el ejército que el país no había tenido. No hablamos de su posición ideológica o política ni de su conducta sino de su capacidad para moverse por todo el país y por tanto para hacerse sentir como instrumento militar del Estado en cualquier rincón, por alejado que estuviera de los centros urbanos.

Sin que se cumplieran esas condiciones no era posible que se desarrollara una burguesía dominicana puesto que no podía haber sociedad burguesa nacional donde no había un Estado nacional, y tendrían que pasar muchos años antes de que sobre las bases materiales creadas por la ocupación militar norteamericana de 1916 pudiera establecerse un Estado burgués. En los Estados Unidos y en Europa la burguesía creó sus Estados, pero aquí el Estado fue una creación de los hateros, y al reaparecer después de la anexión a España, fue obra de la pequeña burguesía; de ahí la debilidad congénita que lo llevó de tumbo en tumbo a ser anulado en 1916 por el poder militar norteamericano y a quedar convertido en 1930 en un servidor de Rafael Leónidas Trujillo que se valdría de él para hacer al mismo tiempo y en 31 años la acumulación originaria y la acumulación capitalista que en otros países habían sido hechas a lo largo de 200 y más años por las burguesías de los Estados Unidos y de Europa.

En la República Dominicana hay quien cree que la existencia de una burguesía comercial constituye toda una burguesía, y no es cierto. Políticamente hablando, una burguesía está formada por sectores dedicados a todas las actividades económicas: a la comercial, a la industrial, a la financiera; pero también tiene sectores técnicos, profesionales, políticos, y en el orden ideológico, militares, pues sin militares que piensen, sientan y actúen como burgueses no puede tener vida el Estado burgués.


II

Nueve años antes de que desembarcaran en el puerto de Santo Domingo los infantes de marina norteamericanos que iban a iniciar la etapa histórica de la ocupación militar, se publicaba en España (porque en el país no había imprenta que pudiera hacerlo) un Directorio y Guía de la República Dominicana en cuya página 127 hallamos estas cifras acerca del producto nacional del año 1905: “Para comprar en el extranjero la importación... $3,000,000”; para “pagar los derechos de importación... $2,000,000; consumo de comestibles y artículos nacionales durante un año, a diez centavos diarios por cabeza, 600,000 habitantes... $2,190,000. Total, $7,190,000. De esos estimados el autor sacaba las siguientes conclusiones: “Tenemos, pues, que los habitantes de la República han tenido que producir, para cubrir sus gastos, y sin computar ganancia alguna, $7,190,000, y agregaba: “El valor del trabajo intercambiado dentro del país asciende, por este cálculo, a $2,190,000, y el de enviado al extranjero y pagado en derechos de importación a $5,000,000, total en que calculamos sin escudriñar mucho, el verdadero valor de las exportaciones conque fueron cubiertas esas sumas”.

¿Qué exportamos ese año de 1905? Azúcar, 33 mil toneladas métricas; 80 mil quintales de tabaco; 278 mil de cacao; 21 mil 300 de café; 400 mil racimos de guineos; 1 mil 433 galones de ron; 7 mil cajetillas de cigarrillos; 190 quintales de almidón y 92 de maíz; 2 mil 355 reses; 666 caballos; 15 mulos; 3 burros; plátanos, 14 mil millares; cueros de reses, 822 mil y de chivos 158 mil; cera, miel de abejas, cabuya, cocos secos, pencas de palma, cana, conchas de carey, rabos de vacas, madera de 17 tipos. Con esos renglones de exportación, y en esas cantidades, nuestro comercio exterior no podía ser más pobre, y el interior no podía ser más rico que el exterior. La medida de la pobreza del último la dan los precios de las tierras fértiles de que se hablaba en las páginas 130 y 131 del Directorio, en las cuales se leen estas palabras: “Por doscientos pesos oro americanos puede obtenerse en la República la propiedad, absolutamente libre de todo impuesto, de una caballería de tierra donde se producirían a maravilla todos los frutos tropicales... La caballería dominicana consta de 1,200 tareas... (Ese precio es de los) más altos, porque hemos querido referirnos a terrenos próximos a embarcaderos o a vías de comunicación económica. Existen en todo el país terrenos inmejorables, en cuanto a sus condiciones de fertilidad, que se venden hasta a cuarenta pesos oro americano la caballería” (o sea, a menos de 17 centavos la tarea en el primer caso y a menos de 4 centavos la tarea en el segundo).

Bajo desarrollo social

Pero podían conseguirse buenas tierras sin comprarlas, y el autor del Directorio lo explica diciendo que “Uno de los medios más expeditos y económicos de adquirir la propiedad de terrenos adaptables a la agricultura y la pecuaria, consiste en la compra de unos cuantos pesos de los llamados terrenos comuneros, grandes extensiones de tierras indivisas, cuyos títulos de propiedad no representan su valor, sin acciones del terreno”. Y agrega: “En una porción de terreno comunero valorada en dos mil pesos oro, el tenedor de una acción de diez, por ejemplo, está legalmente capacitado para consagrar a los cultivos que desee toda la parte de aquella que esté desocupada, y para aprovechar en su propio beneficio como copropietario, todo lo que exista en dichas tierras, excepción hecha, naturalmente, de aquello que se deba a labores de otro u otros de los demás copropietarios”.

Desde esos tiempos estaban liberadas de impuestos las empresas industriales, y el autor del Directorio (que era una persona conocida y cónsul general de la República en España durante muchos años) lo explica diciendo en la página 247 de su libro que el azúcar no pagaba ningún derecho de exportación y que “De ventajas muy análogas gozan las diversas fábricas de jabón, de fósforos, de cigarrillos, de velas, esteáricas, de sombreros de paja, de zapatos, de licores, de medias y calcetines de algodón, de fideos, refinerías de petróleo”, lista muy exagerada en todos sentidos puesto que en el mismo párrafo se dice que salvo la industrial del azúcar, todas las demás “están todavía en período de ensayo, si se tiene en cuenta su relativo desarrollo”.

En cuanto a la “refinería de petróleo”, basta ver la fotografía que aparece en el Directorio (pág. 247) para darse cuenta de que no había tal refinería ni cosa parecida, aunque a los dominicanos de 1905 debió parecerles algo fenomenal el conjunto de tres edificaciones de madera con techos dobles de zinc y tres tanques corrientes que se ven en esa foto rodeados de vegetación rústica debido a que la supuesta refinería se hallaba en pleno campo. A partir del grabado de la fabulosa refinería, el Directorio se dedica a hablar de las maderas dominicanas y de las fortunas que ganarían explotándolas los capitalistas extranjeros que quisieran dedicarse a ese negocio.

Estimar los habitantes del país en 600 mil para 1905 era un tanto arriesgado porque el autor del Directorio no podía partir de una base sólida para hacer cálculos de población dado que desde el siglo XVIII no se había hecho censo general, y sin embargo su estimación no estaba lejos de la verdad puesto que el empadronamiento de 1920, hecho por el gobierno militar norteamericano, dio un total de 895 mil; de ellos, 31 mil vivían en el municipio de la capital. Para ese año de 1920 teníamos, pues, 18 habitantes por kilómetro cuadrado, y de haber tenido en 1905 los 600 mil que decía el autor del Directorio habrían sido 12 por kilómetro cuadrado. En cualquiera de los dos casos, 18 ó 12 personas por kilómetro cuadrado era una población demasiado pequeña para que pudiera producirse en ella el alto grado de división del trabajo que se requiere para que una sociedad como la nuestra pudiera ser llamada capitalista. Es más, si para 1920 los habitantes de la Capital eran 31 mil, hay que pensar que en 1905 no podían ser más de 20 mil, y como en ambos casos se incluían los vecinos de la zona rural, hay que convenir en que la ciudad propiamente dicha tenía en esos años menos población de la que indican esas cifras; y es fácil imaginarse qué tipo de actividad económica podía haber donde el mercado consumidor era tan pequeño. Más aún, para el año 1920 la capital de la República no tenía todavía acueducto ni se habían hecho planes para construirlo, entre otras razones, porque, ¿de dónde iba a salir el dinero necesario para hacerlo?

Esa era la situación del país, objetivamente hablando, desde el punto de vista del desarrollo social, y ese escaso desarrollo social era un reflejo del escaso desarrollo material. El nivel de ese desarrollo era tan bajo que la poca población que teníamos vivía en gran parte incomunicada como explicamos en el artículo anterior, y a la vez que ese escaso desarrollo material se reflejaba en un pobre desarrollo social, éste contribuía a mantener el estado de atraso material. Esta brevísima y somera descripción de lo que era la República Dominicana en los primeros años del siglo XX debería ser suficiente para explicarnos la no existencia de una burguesía si entendemos por tal no a unos cuantos comerciantes aislados entre sí sino a toda una clase que tiene varios sectores y por tanto varias manifestaciones socio-económicas y políticas, tal como lo enseñó Marx, de manera tan magistral, en Las Luchas de Clases en Francia de 1848 a 1850.

Ejército y Estado

La falta de una burguesía llevó al fracaso a la revolución burguesa dominicana de 1844, a la de 1857, a la de 1863, a la que se produjo a la muerte de Ulises Heureaux. El último episodio de esa revolución iba a darse en abril de 1965, y sería aplastado por el poderío norteamericano. Pero debemos tener presente que los Estados Unidos pudieron actuar en esa ocasión como lo hicieron porque en 1965 la burguesía dominicana no había cuajado aún en el orden político, si bien ya estaba en el camino de hacerlo, y en consecuencia el Estado burgués no se había desarrollado al extremo de que pudiera resistir la embestida yanqui.

Al abandonar el país en julio de 1924, las tropas norteamericanas dejaron echadas las principales bases materiales para la existencia real, no fantasmal, de un Estado burgués dominicano. Fundamentalmente, esas bases eran un sistema de comunicaciones extendido por las regiones más importantes, un ejército de tierra formado por oficiales profesionalizados y clases y soldados contratados para servir durante un tiempo dado por un salario establecido, un sistema impositivo que garantizaba la recaudación de los fondos necesarios para mantener el funcionamiento del Estado en su doble aspecto civil y militar.

Pero esas bases materiales de un Estado burgués tenían que ser usadas por una burguesía que todavía no se había formado. Los ingenios azucareros eran en su mayoría propiedad de extranjeros y los contados que no lo eran se manejaban como si lo fueran porque formaban parte de un conglomerado que funcionaba para provecho de capitalistas no dominicanos, pues si bien la economía nacional recibía de ellos algún beneficio en forma de ingresos para los dueños de colonias de caña y de jornales para los contados dominicanos que trabajaban en otras tareas (carreteros, agentes de orden, empleados, de oficinas y bodegas) y en cierta actividad comercial en La Romana, San Pedro de Macorís y Barahona, el grueso de los pagos en salarios y sueldos iba a manos de extranjeros (haitianos, cocolos, norteamericanos y puertorriqueños) que trataban de vivir haciendo las mayores economías posibles para llevárselas a sus países cuando volvieran a ellos una vez acabada la zafra. No había, pues, una burguesía industrial azucarera, salvo en el caso de los tres ingenios de los Vicini, que para 1916 y aún para 1920 se consideraban italianos y enviaban a Italia una parte importante de sus beneficios, si no la mayor. Todavía en 1937 los 13 ingenios del país usaron, entre empleados y obreros, 23 mil personas, de las cuales 22 mil no eran dominicanas. En ese año había algún que otro establecimiento industrial, pero el número mayor eran talleres artesanales, y lo demuestra el hecho de que los 1 mil 329 negocios censados como industrias tenían en promedio 7 personas trabajando a pesar de que entre ellos se hallaban los ingenios azucareros, cada uno de los cuales tenía en promedio 1 mil 800.

En 1924, al irse del país, los ocupantes norteamericanos dejaron echadas las bases materiales del Estado burgués, pero no había una burguesía que pudiera aprovecharlas. Para integrar una burguesía dominicana faltaban aún la burguesía industrial, la financiera, la técnica, la política y la militar. Esta última es la que forma la raíz y el tronco de un Estado burgués, así como el ejército proletario es el que forma la raíz y el tronco del Estado socialista.


III 

En Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Engels dice que “como el Estado nació de la necesidad de refrenar los antagonismos de clase… es por regla general, el Estado de la clase más poderosa, y de la clase económicamente dominante, que, con la ayuda de él [el Estado, nota de JB], se convierte también en la clase políticamente dominante”, y explica que con ese dominio político adquiere “nuevos medios para la represión y la explotación de la clase oprimida”.

Como dijimos en el artículo anterior, al irse del país en julio de 1924, los ocupantes militares norteamericanos dejaron echadas las bases materiales que se necesitaban para que pudiera tener existencia real, no imaginaria, un Estado burgués dominicano. En el año 1924 y los que le siguieron hasta que se presentó, a fines de 1929, la crisis mundial del capitalismo, ese Estado sólo podía ser el instrumento de poder económico y político de los terratenientes y los comerciantes puesto que todavía no había burguesía industrial dominicana, y en ese momento empezó a surgir en el panorama político el hombre que iba a sustituir en el control del Estado a esa inexistente burguesía industrial, y más tarde a la también inexistente burguesía financiera; y pudo surgir porque la ola de la gran crisis lo halló situado en el mando de la fuerza armada del país, y en todas partes la fuerza armada es, como habíamos dicho antes, la que forma la raíz y el tronco de un Estado, sea burgués o sea socialista. Estamos hablando, como debe suponerlo el lector, de Rafael Leónidas Trujillo, a quien iba a tocarle adquirir, con la ayuda del poder del Estado, “nuevos medios para la represión y la explotación de la clase oprimida” dominicana.

En el caso de Trujillo se reprodujo, aunque siguiendo vías diferentes, el de los hijos de los reyes absolutos, que heredaban la corona y con ella la autoridad sobre el Estado, lo que los convertía en fuerzas políticas tan poderosas que podían, como dijo Engels, actuar con independencia de las clases que mantenían luchas entre sí. Esos hijos de los reyes absolutos actuaban dentro de un contexto histórico dado y Trujillo lo hizo favorecido por circunstancias históricas que se dieron en la República Dominicana debido a que en un momento determinado coincidieron en la República Dominicana las fuerzas generadas por su propio atraso material, con sus consecuencias de atraso social, cultural y político, y las que impulsaban a los Estados Unidos en su impetuosa carrera imperialista. Para que se comprenda lo que acabamos de decir hay que explicar que antes de un año de haber tomado posesión de la República, el poder interventor decidió, mediante Orden Ejecutiva Nº 47 del 7 de abril de 1917, crear la Guardia Nacional Dominicana, y esa Guardia iba a ser el huevo en que se empollaría la futura dictadura de Rafael L. Trujillo.

La guerra mundial de 1914

El 9 de diciembre de 1919, Rafael L. Trujillo, que había cumplido poco antes 27 años, enviaba una carta a C.F. Williams, coronel comandante de la Guardia, en la que solicitaba un puesto de oficial en ese cuerpo, y nueve días después se le nombraba segundo teniente con un sueldo mensual de 75 pesos, cantidad que sería aumentada a 100 al comenzar el año 1920. En junio de 1921 la Guardia Nacional pasó a llamarse Policía Nacional Dominicana y el segundo teniente Trujillo entró como cadete en la recién fundada Escuela Militar de Haina donde estaría hasta diciembre de 1921; de ahí pasaría a prestar servicios en San Pedro de Macorís y poco después en Santiago, y se hallaba en esa ciudad en octubre de 1922, cuando fue ascendido a capitán según nombramiento firmado por el presidente provisional de la República, Juan Bautista Vicini Burgos.

¿Cómo se explica que en plena ocupación militar norteamericana apareciera de buenas a primeras un presidente provisional dominicano con la autoridad necesaria para ascender a capitán a un segundo teniente de la Policía Nacional?

Se explica porque esa ocupación militar que desintegró el Estado llamado República Dominicana no se produjo por razones estratégicas o políticas sino económicas. La primera guerra mundial había empezado en 1914 y sus campos de batalla fueron desde el primer momento los países europeos productores de azúcar de remolacha, lo que determinaba un alza inevitable, más temprano o más tarde, del precio del azúcar no sólo en Europa sino también en los Estados Unidos.

Esa alza se produciría porque en medio de una guerra los hombres se dedican a matar y a morir, no a producir, a menos que se trate de armas, municiones o todo aquello que los soldados estén necesitando. Naturalmente, junto con el azúcar subirían los precios de los demás frutos del Trópico (el café, el cacao y el tabaco); y subieron, como lo demuestra el hecho de que las exportaciones dominicanas de 1914 fueron de 10 millones 589 mil dólares y las de 1915 subieron a 15 millones 209 mil, o sea, prácticamente la mitad más; pero faltaban cuatro años para llegar al alza espectacular a que se llegaría en los años 1919 y 1920, las que provocarían lo que en nuestro país, Cuba y Puerto Rico se llamó la Danza de los Millones. En 1919, con importaciones de 22 millones 19 mil dólares exportamos 39 millones 602 mil (el saldo favorable fue de 17 millones 583 mil), y en 1920 las exportaciones subieron a 58 millones 731 mil (casi 9 veces lo que habíamos exportado en 1905) y las importaciones fueron de 46 millones 526 mil, de manera que el saldo favorable fue de 12 millones 205 mil, que sumado al del año anterior daba 29 millones 789 mil, 1 millón 707 mil más que el total de los años anteriores a 1919.

Todo ese auge económico fue visto con anticipación por las firmas norteamericanas que negociaban con azúcar, café, cacao, tabaco, y fueron las perspectivas de ganar millones de dólares con los productos dominicanos, y especialmente con el azúcar, las que se usaron en los Estados Unidos para conseguir que con justificación en los desórdenes políticos provocados por el atraso material, y por tanto social y político del país, y con supuestas amenazas a la seguridad norteamericana y al canal de Panamá, se enviaran a Santo Domingo los infantes de marina.

Ahora bien, el auge que había culminado en la Danza de los Millones terminó abruptamente cuando en el año 1921 la exportación bajó más de 30 millones en comparación con la de 1920 y por primera vez desde que se llevaban datos del comercio exterior, la balanza comercial fue desfavorable, y no por poco dinero sino por 3 millones 971 mil dólares. Al año siguiente las exportaciones bajarían a 15 millones 231 mil, esto es, sólo 22 mil dólares más de lo que habíamos exportado en 1915. Los números eran elocuentes: A partir de las bajas que se hicieron sentir a principios de 1921, la ocupación de la República Dominicana pasaba a ser un mal negocio para los capitalistas norteamericanos que la habían propuesto y en consecuencia dejó de tener interés para el gobierno de los Estados Unidos. Por un lado la crisis económica podía provocar en Santo Domingo acontecimientos embarazosos para los políticos de Washington, y por el otro, el pueblo dominicano reclamaba en manifestaciones públicas la salida de los ocupantes, pero al mismo tiempo estaban reclamándola gobiernos, periodistas, escritores de casi toda la América Latina, de manera que tanto en el país como en el exterior estaba creándose un ambiente de descrédito para los intereses yanquis.

Los ascensos de Trujillo

Al comenzar el año 1922, la presencia de la infantería de Marina de los Estados Unidos en Santo Domingo era un motivo de preocupación para los gobernantes norteamericanos. En ese momento Rafael L. Trujillo, segundo teniente de la Policía Nacional Dominicana, de 30 años cumplidos, no podía darse cuenta de hacia adonde lo llevarían los acontecimientos políticos que se derivarían de la crisis económica en que iba hundiéndose el país y de la campaña internacional contra la ocupación militar que estaban llevando a cabo intelectuales como Fabio Fiallo y Max Henríquez Ureña y líderes obreros como José Eugenio Kunhardt.

En el mes de mayo de 1922 hizo viaje a Washington un abogado que representaba en el país a los más importantes intereses norteamericanos. Se trataba de Francisco José Peynado, persona de reconocida habilidad y muy discreta, quien, dadas sus conexiones en los círculos de poder económico de los Estados Unidos, debía entrar en contacto con políticos prominentes que tuvieran acceso a personajes como el secretario de Estado, Charles Evans Hughes, puesto que en poco tiempo fue aprobado el llamado Plan Hughes-Peynado cuya aplicación determinaría la restauración del Estado dominicano y la subsiguiente salida de la fuerza militar interventora. En pocas palabras, la médula del plan consistía en la creación de una especie de comité con poderes de decisión formado por los jefes de los partidos políticos dominicanos cuya función principal sería escoger a un presidente provisional de la República. Ese presidente provisional tendría el encargo de convocar a elecciones en menos de dos años, y las fuerzas de ocupación militar saldrían del país cuando tomaran posesión de sus cargos el presidente de la República y los senadores y diputados elegidos.

El 15 de septiembre (1922), por la Orden Ejecutiva Nº 800, el gobernador militar de Santo Domingo estableció que “la única fuerza armada encargada del mantenimiento del orden público, de vigilar por la seguridad de las instituciones del gobierno de la República Dominicana, de ejercer las funciones de Policía general del Estado y de velar por la ejecución de las leyes de la República” era la Policía Nacional Dominicana; de manera que por mandato del poder ocupante, que actuaba, naturalmente, cumpliendo órdenes de sus superiores, la Policía Nacional pasaba a tener las atribuciones que en todas partes del mundo tiene el ejército, atribuciones que se basan en la posesión del monopolio de la fuerza y por tanto en el monopolio de la violencia organizada de la sociedad. Cinco semanas después (el 21 de octubre) tomaba posesión de su cargo el presidente provisional.

Ese mismo día 21 de octubre Vicini Burgos nombró a los altos jefes de la Policía Nacional y a varios capitanes, primeros y segundos tenientes. Entre los capitanes se hallaba Rafael L. Trujillo, que no había pasado todavía a ser primer teniente. Menos de dos años después (en septiembre de 1924), Trujillo sería ascendido a mayor y el 6 de diciembre, a teniente coronel, jefe de Estado Mayor, comandante auxiliar de la Policía Nacional. Siete meses y medio más tarde Rafael L. Trujillo, pasaba a ser coronel comandante de la Policía Nacional Dominicana; el 13 de agosto de 1927 era ascendido a general de Brigada y el 17 de mayo de 1928 la Ley Nº 928 convertía la Policía Nacional en Ejército Nacional. Al llegar a esa posición, en las manos de Trujillo cayó, de hecho, el poder del Estado, y si algo sucedía, le caerían también en las manos las formalidades que le dan legalidad a ese poder.


IV

La más grande de las crisis conocidas en la historia del capitalismo fue la que estalló el último miércoles de octubre de 1929, que se conoce con el nombre de Miércoles Negro. Esa crisis mencionada en los libros de economía como la Gran Depresión, fue políticamente devastadora en todo el mundo, pero estaba llamada a ser de importancia histórica en la República Dominicana, donde sus primeros efectos iban a coincidir con los de hechos políticos que podrían ser calificados de casuales, en la medida en que se dieron al mismo tiempo que la crisis y sus efectos o que produjeron sus efectos en esa oportunidad, pero pedimos que si se toman por casuales se tenga en cuenta aquella afirmación marxista de que el azar, o sea, la casualidad, es una categoría histórica.

¿Cuáles fueron esos hechos? El primero de ellos fue la reelección del presidente Horacio Vásquez, que a pesar de que había sido elegido en 1924 para gobernar hasta el 16 de agosto de 1928 aceptó la tesis de que su mandato debía ser prolongado por dos años más, lo que se consagró mediante la redacción de una nueva Constitución, la de 1927; pero antes de que terminara el tiempo de la prolongación aceptó ser propuesto para que se le reeligiera por cuatro años, esto es, por un período que iría del 16 de agosto de 1930 al 16 de agosto de 1934. Tanto la llamada prolongación como la propuesta reelección eran manifestaciones típicas del proceso que en países de escaso desarrollo clasista, como era entonces la República Dominicana, lleva al hombre que encabeza las fuerzas sociales desde la jefatura del Estado a sustituir, con el respaldo de esas fuerzas, a la clase gobernante que todavía no se ha formado.

La propaganda reeleccionista iba en aumento y estaba creando una fuerte agitación política que se hallaba en su etapa culminante en los días finales de ese mes de octubre de 1929 debido a que Horacio Vásquez, que para entonces estaba cumpliendo los 70 años, había enfermado a tal punto que debió salir hacia los Estados Unidos para ser sometido a tratamiento médico, e inició su viaje en el momento mismo en que empezaba la Gran Depresión. Al volver al país, el 5 de enero de 1930, los efectos de la crisis se hacían sentir fuertemente en las débiles estructuras políticas dominicanas.

Otro de los hechos sería la ejecución del plan político que iba a poner en manos de Rafael L. Trujillo lo que en el artículo anterior calificamos de las formalidades que le darían legalidad al poder que sobre el aparato del Estado tenía él desde que había pasado a ser el jefe de la fuerza armada del país, que a partir del 17 de mayo de 1928 cambió su nombre de Policía Nacional Dominicana por el de Ejército Nacional.

Del poder militar al poder político

¿Cuál fue ese plan político que pondría en manos de Trujillo las formalidades llamadas a darle legalidad al poder efectivo que tenía en sus manos? Fue el que podríamos bautizar con el nombre de Movimiento Cívico, puesto que así quedó nombrada en la historia de aquellos días la mascarada de levantamiento armado que se inició en Santiago el 23 de febrero de 1930, cuando un grupo de hombres, manejando fusiles que estaban en desuso desde el 1916, tomó la fortaleza de Santiago sin que la guarnición que debía defenderla disparara un tiro.

Aparentemente, el jefe político de ese movimiento era el abogado Rafael Estrella Ureña y el jefe militar era su tío José Estrella, que había tomado parte en varias asonadas de las que se conocieron en el país antes de la ocupación militar norteamericana de 1916; pero en realidad había un jefe militar y político a la vez que dirigía el movimiento en las sombras del anonimato, por lo menos para la generalidad de los dominicanos, y ése era Rafael L. Trujillo, de quien la guarnición de Santiago había recibido órdenes de entregar la fortaleza San Luis sin combatir. Una orden igual le fue dada a un destacamento del Ejército que fue enviado a tomar posiciones entre la Capital y lo que hoy es Villa Altagracia y entonces se llamaba Sabana de los Muertos. Si los militares no dispararon sus armas tampoco tenían necesidad de usar las suyas los hombres del Movimiento Cívico, que entraron en la Capital a bordo de camiones y de automóviles. El sólo grito de “Abajo el gobierno” bastó para derrocar el del presidente Vásquez, que se había asilado en la Embajada de los Estados Unidos después de haber nombrado a Rafael Estrella Ureña secretario de Estado de lo Interior y Policía, que de acuerdo con la Constitución era el llamado a suceder al jefe del Estado en caso de renuncia, muerte o inutilidad de éste.

Estrella Ureña iba a durar cinco meses y medio en su cargo de presidente de la República, pues el papel que le tocaba desempeñar en el plan político que debía culminar el 16 de agosto de ese año consistía en servir de puente para que el poder de hecho que como jefe del Ejército tenía Trujillo sobre el aparato del Estado quedara legalizado al recibir el título de presidente constitucional. Ese título fue alcanzado con una mascarada electoral celebrada el 16 de mayo, que hizo pareja con la mascarada de levantamiento armado llevada a cabo el 23 de febrero. Para dejar bien establecido ese carácter de mascarada debemos decir que nueve días antes de las elecciones, en protesta por la intervención de los militares en el proceso con actuaciones partidistas en favor de la candidatura Trujillo-Estrella Ureña, todos los miembros de la Junta Central Electoral renunciaron a sus cargos. Un día antes de los comicios la Alianza Nacional Progresista, que era la fuerza política opuesta a Trujillo, retiró a sus candidatos de las elecciones, y cuando después del 16 de mayo la Alianza presentó ante la Suprema Corte de Justicia una demanda de nulidad de esas elecciones, hombres armados se apoderaron en pleno día de toda la documentación en que se basaba la denuncia, hecho que se llevó a cabo en presencia de los jueces y del público que se hallaba en el alto tribunal. Pero es el caso que desde el punto de vista formal, y por tanto legal, Rafael L. Trujillo pasó a ser presidente de la República y con la autoridad del cargo iba a convertirse en empresario y beneficiario principal de la instalación del capitalismo industrial y financiero nacional que el país no había conocido en toda su historia.

Ahora bien, esa tarea sería llevada a cabo por Trujillo pero el costo que pagaría el pueblo dominicano serían 31 años de opresión, hambre, sufrimiento de todos los tipos, lo cual era natural si tomamos en cuenta que tal como había dicho Marx en el conocido capítulo XXIV de El Capital, “el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza”; En tanto conglomerado humano, nosotros habíamos sido empujados, sin contar con nuestra voluntad, hacia el campo del sistema capitalista, que se hallaba en estado de formación cuando Colón descubrió la isla en que iba a establecerse la República Dominicana, pero el capitalismo sólo había funcionado aquí de manera aislada en su aspecto mercantil, y aun así era sumamente débil, a tal punto que la gran mayoría de los comerciantes dominicanos no habían pasado nunca, antes de 1930, del nivel de los altos y los medianos pequeños burgueses. Salvo 3 ingenios de azúcar que no figuraban entre los mayores y que habían pasado a manos dominicanas por herencia, todos los demás eran propiedad de extranjeros, como lo era casi todo el comercio más fuerte; no había una sola industria nacional que produjera para el consumo en el país que empleara un número de obreros que llegara a 50, y no había un banco nacional ni se hallaba en ninguna parte un dominicano que supiera cómo funcionaba un establecimiento bancario.

La doble contradicción

En los países avanzados de Europa la burguesía fue haciéndose de capitales y con ellos iba acumulando lo que en el trabajo titulado Carlos Marx llamaría Engels “la riqueza social y el poder social”, y sería mucho tiempo después, “al llegar a cierta fase”, cuando conquistaría también el poder político con el cual iba a convertirse “a su vez, en clase dominante frente al proletariado y a los pequeños campesinos”. Engels afirma que si se comprende ese proceso “—siempre y cuando se conozca suficientemente la situación económica de la sociedad en cada época” (y explica que de esos conocimientos “carecen en absoluto nuestros historiadores profesionales”) “se explican del modo más sencillo todos los fenómenos históricos, y asimismo se explican con la mayor sencillez los conceptos y las ideas de cada período histórico, partiendo de las condiciones económicas de vida y de las relaciones sociales y políticas de ese período...”.

En el caso de la República Dominicana y del papel que jugó en ella la tiranía trujillista hay que partir de una contradicción que se daba en 1930 entre el país y el mundo capitalista del cual era formalmente parte. Esa contradicción consistía en que mientras el mundo en que nos hallábamos insertados era tan avanzado en términos de desarrollo industrial, social, que en algún punto se había pasado al socialismo trece años antes, (concretamente, en Rusia, un país de 60 millones de habitantes), para 1930 nosotros no habíamos entrado aún en la etapa del capitalismo industrial nacional, de manera que hubiera sido un contrasentido que nuestro desarrollo económico y político esperara, para iniciarse, a la formación de una burguesía dominicana que pudiera tomar el poder político a través del control de Estado después de haber acumulado “riqueza social y poder social”. En este país el proceso tenía que llevarse a cabo al revés o no se haría nunca, y al revés significaba empezar tomando el control del Estado para con el uso del poder político pasar a formar una burguesía capaz de darnos sustancia capitalista aunque para eso fuera necesario hacernos chorrear sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza. Sólo así podía resolverse la contradicción entre el país y el mundo capitalista, pero puesto que no teníamos desarrollo capitalista, y eso nos distanciaba de los centros mundiales del capitalismo y también de lugares que sin llegar a ser centros mundiales del sistema se hallaban mucho más avanzados que nosotros y en consecuencia derivaban de sus relaciones económicas con esos centros ventajas que nosotros no podíamos alcanzar, era necesario que para resolver aquella contradicción se incurriera en una de métodos.
Esa contradicción de métodos, ¿cómo podía resolverse? Empezando el desarrollo del capitalismo nacional por donde más alto había llegado el del capitalismo mundial, que era por la formación de monopolios en las principales ramas de la actividad económica. Eso lo hizo Trujillo apoyándose en el poder del Estado, y de esa monopolización se derivó el hecho de que la burguesía trujillista, la primera que llegó al gobierno del país, quedara reducida a Trujillo y sus familiares y allegados y que a pesar de su debilidad cuantitativa fuera poderosa y eficiente para alcanzar sus fines propios.


V

Cuando Trujillo empezó su carrera de creador de monopolios no lo hizo pensando que estaba resolviendo una doble contradicción cuya existencia ignoraba por completo; ni lo hacía porque creyera que con el uso de los poderes que tenía a sus órdenes en su condición de jefe del Estado iba a cumplir un papel histórico. Nada de eso. Lo hizo porque se proponía ser el dominicano más rico de todos los tiempos. Ni por esos días ni en los últimos de su vida llegó él a darse cuenta de que había pasado a ser un burgués; el más completo, en todos los órdenes, de los contados burgueses que había dado el país, y en un sentido estrictamente cualitativo, el único de ellos, puesto que ninguno antes que él había sido un capitalista que operaba en todos los campos del sistema (el terrateniente, comercial, el industrial, el financiero). Trujillo actuaba con una idea clara de lo que quería y de cómo podría conseguirlo, sin que le perturbaran en los más mínimos escrúpulos morales o de otra índole. Pero además de eso, Trujillo resumió en su persona a toda la burguesía histórica puesto que aplicó en la República Dominicana métodos de la acumulación originaria que habían puesto en práctica los conquistadores ingleses de la India doscientos años antes sin que tuviera la menor idea de que habían existido, siquiera, esos conquistadores ingleses, y aplicó métodos de acumulación capitalista que habían usado las burguesías de los Estados Unidos y de Francia en el siglo pasado, a pesar de que no estaba enterado de su existencia.

Sabemos que lo que estamos diciendo va a ser tomado por algunos autocalificados marxistas de este país como elogios a Trujillo, lo que se explica porque esos supuestos marxistas ignoran que un sistema económico-social, cualquiera que sea, se reproduce constantemente en las ideas y la manera de actuar de millones de personas que no saben por qué piensan y actúan como lo hacen, fenómeno parecido al que podemos ver repetido en los autores de varios inventos de orden práctico hechos al mismo tiempo en lugares diferentes del mundo, verbigracia, el caso del cinematógrafo, inventando en Francia por los hermanos Lumiere y en los Estados Unidos por Tomás Edison.

El propósito de establecer un monopolio surge de manera natural en la mente de cualquier hombre que a la vez que aspire a enriquecerse tenga a su disposición la suma de los poderes de un Estado, incluyendo, claro está, el mando de una fuerza militar, y que ejerza esos poderes en un territorio donde abunde un producto de uso general, como es el caso de la sal; y por tanto no debemos sorprendernos de que al disponer de fuerzas militares en la India los ingleses organizaran en aquel subcontinente el monopolio de la sal y que casi doscientos años después Trujillo hiciera lo mismo en la República Dominicana, donde además de sal marina la había también mineral o sal gema y él era el jefe del Estado y el comandante real y efectivo de la fuerza armada.

Los monopolios de Trujillo

Los monopolios trujillistas fueron creados por más de una razón. Una de ellas era la falta de conocimiento de los dominicanos en cuanto se relacionaba con las actividades económicas y otra era la incapacidad del país, dado su estado general y habitual de pobreza, para disponer de capitales de inversión. La competencia era normal en el campo del comercio, pero cuando se entraba en el de las industrias salvo las más elementales, como la fabricación de pan, fideos y jabón, que por otra parte requerían de muy poco capital y de escaso personal, en la República Dominicana no había quien conociera lo que los ingleses llaman el "know-how" indispensable para montar una industria y para administrarla.

En cuanto a la formación teórica o práctica de personal capaz de manejar un banco, para que nos hagamos cargo de la situación del país en los años de 1930 diremos que fue después de la muerte de Trujillo cuando se estableció (en 1963) el primer banco comercial dominicano, y para fundarlo sus promotores le dieron al Banco Popular de Puerto Rico el 20 por ciento de las acciones a cambio de que el banco puertorriqueño les facilitara personal que pudiera formar a los futuros ejecutivos de la empresa; y agregaremos que para que el comercio nacional aceptara sin reservas depositar su dinero en el banco que iba a fundarse, se le puso el nombre de Banco Popular Dominicano, con lo cual se conseguía dar la impresión de que se trataba de algo así como una sucursal del Banco Popular de Puerto Rico, lo que no era difícil dado que en el de Santo Domingo trabajaban varios puertorriqueños (los que se trajeron para formar el cuerpo de empleados); de manera que como puede comprender el lector, no sólo no se disponía de personal dominicano capaz de administrar un banco sino que además, todavía para 1963 los comerciantes del país rechazaban la idea de confiarle su dinero a una institución bancaria que no fuera extranjera.

En el terreno de todos los tipos de negocios, Trujillo fue un monopolista consumado no sólo porque él quería serlo o prefería serlo sino también porque el medio económico-social lo requería y porque la posesión de la suma de los poderes del Estado le proporcionaba los medios indispensables para hacer respetar sus monopolios.

¿Cuáles eran esos medios? En primer lugar, los cuerpos legisladores, o sea, el Senado y la Cámara de Diputados; con ellos a su disposición hacía pasar cuantas leyes necesitara para legalizar sus empresas monopolistas. En segundo lugar, la fuerza pública, y muy especialmente el aparato militar, que tenía la encomienda de hacer cumplir las leyes y de manera singular aquellas cuyo cumplimiento eran de interés para Trujillo, como por ejemplo, la ley que prohibía sacar sal de las salinas marinas del país, pues si esa disposición legal no se cumplía a rajatabla Trujillo no podía establecer el monopolio de la sal mediante la explotación de la única mina de piedras de sal o sal gema que había en la República Dominicana. En tercer lugar el poder judicial, que es, en el aparato del Estado, el que tiene la capacidad de decidir acerca de la aplicación de las leyes.

Antes habíamos dicho que dada la pobreza general de los dominicanos, era difícil que alguien dispusiera de capitales de inversión para establecer industrias, pero Trujillo reunió esos capitales mediante el uso de los métodos de la acumulación originaria, cosa que pudo hacer porque el Estado le había proporcionado los medios que debía usar para llevar adelante ese tipo de acumulación, y llamamos la atención del lector hacia el hecho de que en la medida en que su fortuna aumentaba gracias a la aplicación de esos métodos, aumentaba también su poder político, que estaba vinculado, especialmente en los primeros años de vida de su dictadura, a la capacidad que tuviera Trujillo para resolver problemas económicos personales de muchos dominicanos, especialmente de miembros de las capas de la pequeña burguesía que por sí mismos o por sus familiares y amigos podían ser en un momento factores de importancia en episodios políticos.

Algunos de los monopolios trujillistas se mantuvieron desde el día en que fueron organizados o pasaron a manos de Trujillo hasta el desmantelamiento de la dictadura, que fue llevado a cabo después de la muerte del dictador; así sucedió, por ejemplo, con el de la sal y el de los cigarrillos. Otros se hallaban en proceso de desarrollo y respondían a un nivel alto dentro de las actividades de gran capitalista en que Trujillo tomó parte; tal fue el caso de los ingenios de azúcar; de 14 que había en el país, él se adueñó de 10 y después estableció 2, lo que indica que al morir iba camino de convertirse en el propietario monopólico de la industria azucarera nacional.

Una contradicción

Con Trujillo vivió la República Dominicana una experiencia que debería ser analizada seriamente para sacar a la luz las enseñanzas que hay en ella. Esa experiencia se expresó en la forma siguiente: El dictador introdujo en el país el capitalismo industrial nacional (y también el financiero) y desde ese punto de vista fue el poder que impulsó la etapa más importante del desarrollo capitalista que había conocido nuestra historia, y como tal le tocó ser el más poderoso promotor del desarrollo de las fuerzas productivas que había tenido el país a partir de los tiempos en que comenzó la decadencia de nuestra industria azucarera.

Pero como para desempeñar ese papel necesitó fundar su emporio económico en la existencia de una cadena de monopolios, al mismo tiempo que impulsaba el desarrollo de las fuerzas productivas en un aspecto lo impedía en otro muy importante. Trataremos de explicar inmediatamente a qué se debía esa contradicción.

En el sistema capitalista, el combustible que hace andar el motor del desarrollo es la ambición de los aspirantes a ser ricos. Esa aspiración es el producto y a la vez el origen subjetivo del sistema, puesto que sin patronos no sería posible crear la empresa capitalista. Se acepta como un principio fundamental del marxismo que el trabajador es la más valiosa fuente de las fuerzas productivas, y sabemos que el capitalismo existe porque entre los patronos y los obreros se lleva a cabo un acuerdo mediante el cual los últimos les venden a los primeros su fuerza de trabajo; luego, hay que reconocer que sin la existencia de la burguesía no habría capitalismo, y que es ella quien organiza la producción apoyándose en que el dinero de que dispone la convierte en propietaria de los medios que se requieren para producir cualquier tipo de mercancía; y ése, precisamente, es el privilegio original del cual salen todos los demás que tiene su clase. Ahora bien, para llegar a la categoría de burgués en un país como la República Dominicana, y de manera muy especial en los tiempos de Trujillo, había que partir de un nivel dado en el orden social porque salvo en el caso de los comerciantes ricos, que eran los menos, no había posibilidad de disponer de dinero de inversión para ningún tipo de negocio industrial; y en el caso de los comerciantes, un estudio de los directorios de propaganda hechos en este siglo (la Guía de Enrique Deschamps, del año 1906; el Libro Azul, de dos puertorriqueños anónimos, 1920, y el Álbum de Oro, de los cubanos Monteagudo y Escámez, de alrededor de 1935, únicos en toda la historia del país), nos demuestra que la mayoría de los comercios que teníamos en el año 1906 habían desaparecido en el 1920 y de los que había en 1920 quedaban muy pocos cuando se publicó el Álbum de Oro quince años después.

Las fuerzas productivas de la República Dominicana eran sumamente débiles para los primeros años de la dictadura trujillista, y si Trujillo impulsó su fortalecimiento al establecer un emporio industrial que iba desde la fabricación de cemento y de harina de trigo hasta la creación de una línea aérea internacional, lo hizo porque monopolizó todos los negocios en que intervenía, y con su cadena de monopolios impidió el desarrollo de la burguesía nacional, lo que fue una manera de obstaculizar el desarrollo de las fuerzas productivas del país.


VI 

Las revoluciones verdaderas, auténticas, estallan cuando la violencia concentrada de la sociedad impide el desarrollo de las fuerzas productivas. Si el estallido se produce en el momento histórico en que hay que barrer un sistema económico y social que se ha sobrevivido a sí mismo, o sea, que ha durado más allá de lo que le correspondía al tipo de fuerzas productivas que estaban en la base de su existencia, la revolución se presenta con un poder demoledor de todo lo viejo al que nada ni nadie puede resistir, pero al mismo tiempo aparece con un impulso creador de la nueva sociedad que la hace invencible no importa cuánta sea la capacidad de violencia que puedan poner en acción sus enemigos. Eso es lo que explica que la Revolución Francesa, a la que Engels llamaba la Gran Revolución, pudiera enfrentarse a la coalición de todos los poderes europeos, incluyendo entre ellos a Inglaterra, que no era un Estado feudal ni cosa parecida, y que por el hecho de ser el país económica y políticamente más avanzado de los pocos capitalistas que había a fines del siglo XVIII, debió haber sido el aliado de la Francia revolucionaria y no el más ardiente de sus enemigos. La Francia de la Gran Revolución les respondió a esos enemigos con las armas de la guerra y se hizo respetar de todos ellos.

La de Francia fue la revolución burguesa, la de las fuerzas productivas del capitalismo que no podían desarrollarse en todas sus posibilidades porque el poder político seguía estando en manos de la nobleza feudal a través de los reyes absolutos, y como tal revolución burguesa, aparece en la historia como el modelo de todas las que hizo la burguesía. Pero es un modelo si la vemos desde el punto de vista cualitativo, porque a la hora de medir la cantidad de poder destructor y al mismo tiempo de poder creador que ella generó, esa revolución sólo puede ser igualada por la Rusa, que no fue burguesa sino proletaria. Hay muchas formas de manifestación de la revolución burguesa. La de los Estados Unidos se hizo en dos etapas, la primera de ellas en el siglo XVIII y con carácter de guerra de independencia; la segunda, con el de una guerra civil llevada a cabo en la segunda mitad del siglo XIX entre los estados industriales del Norte y los estados algodoneros del Sur.

La revolución burguesa de España tuvo numerosos episodios, la mayor parte de ellos en el siglo pasado y otra parte en este siglo XX, pero su culminación tuvo lugar bajo el aspecto de un levantamiento fascista que comenzó en el año 1936 y se prolongó en la larga dictadura de Francisco Franco, que vino a terminar con la muerte del dictador en noviembre de 1975.

En países como los de la América Latina, donde no se conoció el feudalismo y por tanto la burguesía no podía formarse, como sucedió en Europa, en el seno de ese sistema económico-social, la revolución burguesa tomó las formas más inesperadas y en algunos casos todavía hoy se halla en proceso de desarrollo como podemos verlo en los ejemplos de Haití, Guatemala, El Salvador y otros.

De La Trinitaria a la Restauración

En el caso de la República Dominicana, la pequeña burguesía trinitaria se organizó con el fin de establecer aquí un Estado burgués, pero esa tarea requería como paso previo indispensable la independencia del país, y la conquista de la independencia significaba a su vez un levantamiento armado contra las autoridades militares y civiles haitianas; en suma, que el establecimiento del Estado burgués tenía que ser necesariamente el resultado de una guerra de independencia, algo similar, aunque en una medida mucho más pequeña, a lo que habían hecho las colonias inglesas de América del Norte; esto es, una revolución burguesa bajo la forma de una lucha independentista.

La lucha se llevó a cabo y nació la República Dominicana, pero el pueblo no pudo organizarse políticamente como sociedad burguesa. ¿Por qué? Porque no tenía en su seno una burguesía. La Revolución Francesa fue hecha por una burguesía que venía desarrollándose dentro de la sociedad feudal desde hacía por lo menos cuatro siglos; la guerra de independencia de las colonias inglesas de Norteamérica fue iniciada por burgueses y oligarcas esclavistas cuyos antepasados procedían de Inglaterra de donde habían salido para fundar una sociedad capitalista en el Nuevo Mundo; la revolución burguesa cubana fue iniciada en 1868 con la declaración de libertad de sus esclavos, medida con la cual afirmaron, actuando, su posición ideológica burguesa. Pero en la República Dominicana no teníamos burgueses sino una pequeña burguesía en la que se mezclaban por lo menos tres capas, la alta representada por Juan Pablo Duarte, la mediana representada por Pedro Alejandro Pina y la baja representada por Francisco del Rosario Sánchez; y una pequeña burguesía no podía hacer la revolución burguesa así como un niño de diez años no puede desempeñar el papel de un hombre adulto.

El segundo episodio de la revolución burguesa dominicana fue el levantamiento de Santiago que tuvo lugar el 7 de julio de 1857, cuya justificación política se hizo en un manifiesto de corte claramente burgués, en el cual se afirmaba que el segundo gobierno de Báez había sido el peor del país ya que además de haber hecho todo lo malo que habían hecho los anteriores “quitaba al pueblo el fruto de su sudor, porque en plena tranquilidad pública, mientras el aumento del trabajo del pueblo hacía rebosar las arcas nacionales de oro y plata, mientras disminuidos los gastos públicos, no por disposiciones del gobierno, sino por circunstancias imprevistas... había dado en emitir más papel moneda, y no sólo en emitirlo, sino que no satisfecho con sustraer por ese medio, e indirectamente, parte de la riqueza pública, había sustraído directamente, y en gran cantidad, el resto del haber del pueblo” (Siempre que usaron la palabra pueblo, los organizadores de ese movimiento revolucionario querían decir comerciantes, o sea, se referían a ellos mismos, altos y medianos pequeños burgueses del sector mercantil).

El intento de revolución burguesa de 1857 acabó en un fracaso cuando, incapacitados para derrotar a Báez, que usó contra ella a las capas más bajas de la pequeña burguesía, sus jefes se vieron obligados a reproducir la alianza de los trinitarios y los hateros que había hecho Duarte en 1843. En virtud de esa alianza, retornó al país Pedro Santana, que se hallaba exiliado en Saint Thomas, recibió el mando de las fuerzas revolucionarias, tomó la Capital y se quedó con el poder. Como saben todos los dominicanos que han estudiado la historia del país, el resultado de la vuelta de Santana a la jefatura del Estado fue la entrega de éste a España en el penoso episodio histórico llamado la Anexión.

El movimiento de 1857 fracasó porque era una revolución burguesa iniciada y llevada adelante por la pequeña burguesía comercial del Cibao, de manera que en cierto sentido fue una repetición del fracaso de los trinitarios originado en causas semejantes.

El tercer intento de hacer una revolución burguesa en nuestro país se llevó a cabo al mismo tiempo que se llevaba a cabo la guerra de la Restauración. El nombre de esa guerra nos indica que lo que se perseguía con ella era restaurar el Estado burgués llamado República Dominicana, pero además, en todos los documentos redactados por los líderes políticos que iniciaron y sostuvieron la lucha contra el poder español resplandece la ideología burguesa de sus autores, pequeños burgueses con mayor base doctrinaria que los que formaron la Trinitaria, salvo quizá Juan Pablo Duarte, pero en fin de cuentas pequeños burgueses que pensaban como burgueses y sin embargo no podían actuar como tales.

Hubo un cuarto intento de hacer una revolución burguesa dominicana; un intento que comenzó con la muerte de Ulises Heureaux y terminó con la de Ramón Cáceres. Si vemos la historia de manera superficial nos parecerá que lo que acabamos de decir no tiene sentido, ¿pues cómo se explica que un propósito semejante se mantuviera tanto tiempo, desde mediados de 1899 hasta fines de 1911? Pero es el caso que se mantuvo porque aunque fueran personalistas a tal punto que tenían los nombres de sus caudillos (horacistas y jimenistas), los dos partidos políticos que se disputaban a tiros el poder en todos esos años eran ideológicamente burgueses, y en el caso de los jimenistas o bolos, su fundador, Juan Isidro Jiménes, era un típico comerciante burgués, el único que tuvimos en todo el siglo XIX y los primeros años del XX. Estúdiense las medidas de gobierno de Ramón Cáceres y se verá que todas ellas se dirigían, en un grado que no se había conocido antes, a organizar el país como un Estado burgués. Naturalmente, Cáceres tenía que fracasar, y pagó ese fracaso con su vida, porque a pesar de que intentó hacerlo, no pudo echar las bases materiales indispensables para la existencia de un Estado burgués, tarea que llevaría a cabo el gobierno de la ocupación militar norteamericana de 1916 como explicamos al comenzar esta serie de artículos.

El último intento sería el de la Revolución de Abril, y ése fue el que estuvo más cerca de ser una revolución burguesa; primero, porque ya existían las bases materiales de un Estado burgués, más firmes que las que habían dejado los ocupantes militares de 1916-1924 puesto que Trujillo las había ampliado cuantitativa y también cualitativamente; y segundo, porque en esa ocasión se produjo un estallido de las fuerzas productivas nacionales cuyo desarrollo había sido obstaculizado por la tiranía, que no toleraba la formación de burgueses dado que eso ponía en peligro el aspecto monopolista del capitalismo trujillista. 

Trujillo fue a la vez el jefe militar, económico y político del país; cada una de esas tres jefaturas fortalecía a las otras dos, pero las tres se debilitarían si se debilitaba una de ellas. Así lo entendía Trujillo, y de ahí el control de acero que mantenía sobre las fuerzas armadas, sobre la economía del país, que manejaba a través de los monopolios y a través de las instituciones del Estado, que era en última instancia el poder decisivo en todos los aspectos de la vida nacional.

Los aspirantes a burgueses que no pudieron satisfacer sus aspiraciones bajo el régimen trujillista creían en la democracia representativa, que, aunque para ellos no tuviera reacción con el sistema capitalista, era y es la proyección política de ese sistema; pero sus ilusiones quedaron destruidas con el golpe de Estado de 1963. Así pues ese golpe pasó a ser, subjetivamente, un elemento obstaculizador del desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas; de ahí que con él se provocara el último y a la vez el más fuerte intento de revolución burguesa conocido en la historia de nuestro país.

El próximo intento será el primero de la revolución proletaria dominicana.

Imprenta Mercedes, 1981, segunda edición.

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