MARIO EMILIO PÉREZ: Diferencia con la vestimenta


Amigo se jactaba de levantarse féminas adineradas que le vestían
Escrito por: MARIO EMILIO PÉREZ


Discurrían los años de la década del sesenta, y mi amigo, con más de seis pies de estatura, y complexión robusta, producto de ejercicios con pesas, se jactaba de que en lo relativo a las féminas, gustaba hasta de espaldas.

Esto se ponía de manifiesto en los levantes amorosos de mujeres adineradas, las cuales le regalaban artículos caros.

Una noche en que nos encontramos frente a la boletería de un cine, se esmeró en detallar las características de la vestimenta que lucía.

-Este traje le costó a la cuarentona que me estoy tirando, unos dólares rendidos en una tienda de Miami, y lo mismo pasó con esta corbata, a tal grado, que le dije que no debió gastar tanto dinero en un pedacito de tela; ah, y si te hablo de la suma que invirtió en estos zapatos, seguramente no me creerías. Otro día, su discurso estuvo dirigido a poner de manifiesto las excelencias del reloj de pulsera que colocó a escasas pulgadas de mis ojos.

-Con lo que costó este medidor del tiempo se puede costear las bebidas y la comida de una recepción de la embajada en el país de una nación poderosa. Cuando me lo pongo, me da miedo andar con camisa de mangas cortas, por miedo a los ladrones. Con sus regalos, las mujeres están poniendo en riesgo mi vida. Con su inevitable caída, las hojas del calendario fueron reblandeciendo los músculos del afortunado tenorio, añadiendo centímetros a su otrora reducida zona abdominal.

Pero el daño estético del almanaque no se detuvo ahí, sino que además redujo considerablemente la cantidad de cabellos de su azotea pensante, tiñendo de blanco los que sobrevivieron al holocausto piloso.

Afortunadamente, el ex carismático personaje hizo fortuna mediante exitosas jornadas empresariales.

Dejé de verlo durante varios años, y una noche nos encontramos en la residencia de un amigo común que celebraba la llegada de un año más de vida. Andaba acompañado de una bellísima joven que no era su esposa, tampoco su hija, sino pareja sentimental del momento.

-Recuerdo- le dije aplicándole una palmada afectuosa en la espalda- la forma ligeramente fantochesca como hablabas de las prendas de vestir que te obsequiaban tus amantes.

-Sí- respondió, cariacontecido- en mi juventud las mujeres, jóvenes y viejas, se esmeraban en vestirme; ahora, con mis casi setenta años, tanto las jevitas como las de edad madura, se pasan el tiempo pidiéndome que las vista.

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