Eterna amistad: Bosch y Fidel
En ocasión de la lamentable partida física del Comandante Fidel Castro Ruz, hemos estado en sus funerales, tanto en La Habana como en Santiago. Viajamos en representación de la Fundación Juan Bosch, como su presidente, y formamos junto a Patricio Bosch, la delegación oficial de esa entidad. Patricio, hijo de don Juan y doña […]
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En ocasión de la lamentable partida física del Comandante Fidel Castro Ruz, hemos estado en sus funerales, tanto en La Habana como en Santiago. Viajamos en representación de la Fundación Juan Bosch, como su presidente, y formamos junto a Patricio Bosch, la delegación oficial de esa entidad. Patricio, hijo de don Juan y doña Carmen Quidiello, nació en Cuba, allá reside y trabaja. La muerte de Fidel Castro es un hecho histórico, dada su dimensión latinoamericana y universal. Así quedó claro por la admiración y el afecto de todos, expresados en estos días. En próximas entregas, trataremos más sobre Fidel y Cuba; ahora nos centramos en las relaciones de amistad y de lucha por un mundo mejor, entre Bosch y Fidel.
Esa relación creció con el tiempo. En sus investigaciones y estudios sobre la historia y política internacional, se destacan en Bosch los temas sobre Cuba y su líder histórico en la segunda mitad del siglo XX e inicios del XXI. Ha afirmado que Fidel figura entre los tres genios políticos y militares de América Latina; los otros dos: Tousassaint Louverture y Simón Bolívar. En 1970, publicó en España “De Cristóbal Colón a Fidel Castro, el Caribe, frontera imperial”, calificado como obra monumental por Gabriel García Márquez.
Estos grandes líderes se conocieron en los preparativos de la expedición de Cayo Confites, en Cuba, en el verano de 1947. Después de Juan Rodríguez, financiador y comandante del movimiento insurreccional, Bosch era segundo al mando. Contaba con 38 años, y había llegado a Cuba desde Puerto Rico, en enero de 1939, año en que, junto a otros exiliados de la tiranía trujillista, fundó allí el Partido Revolucionario Dominicano (PRD). Fidel contaba apenas con 20 años cuando llegó a Cayo Confites, y los 21 los cumplió allá, el 13 de agosto. Prácticamente un adolescente, incluso al enterarse de la decisión, su madre fue a convencerlo de que desistiera de su propósito. Imposible.
“Finalizado el curso del segundo año -cuenta Fidel- hice los exámenes de algunas asignaturas. Yo era presidente de la Escuela de Derecho y todos me conocían, además, como presidente del Comité Pro Democracia Dominicana. Tenía muchos amigos dominicanos que eran exiliados y cuando se habló de que se iba a organizar una expedición para derrocar a Trujillo, me sentí moralmente obligado a participar. Tan pronto empezaron a reclutar gente, dejé de hacer los exámenes que tenía pendientes y me enrolé en la expedición”.
“(…) cuando llegó el momento de la expedición, me marché hacia Oriente y no pasé ni por mi casa. Viajé en guagua hasta Holguín, donde se estaban reuniendo los reclutas, de allí partí para Antilla y de Antilla para Cayo Confites, al noroeste de Camagüey…”.
Luego pasa a referirse a la manera en que fue impresionado al conocer a Bosch:
“Durante aquel período se esperaba más personal procedente de Cuba, Miami y otros lugares. Estando en la isla, un día llegó un grupo de dominicanos y, entre ellos, Juan Bosch. Muy pronto hicimos amistad. Entre tanta gente en el cayo, a mi me gustaba conversar con él; de todos los dominicanos que conocí fue el que más me impresionó.
“Lo recuerdo como un hombre mayor. Cumplí 21 años en el cayo, y pienso que Bosch ya tendría unos 36 o 37 años. Su conversación realmente conmovía, la forma en que se expresaba; parecía un hombre muy sensible.
“Vivía muy modesto allí, igual que todos los demás, y creo que sufría lo mismo que la gente. Yo no lo conocía, no sabía que era el escritor, el historiador, el intelectual. Lo vi como un dominicano honorable, de conversación agradable, que decía cosas profundas y sensibles; transmitía todo eso. Se le veía como una persona que sentía los sufrimientos de los demás, estaba sufriendo por el trabajo duro de la gente. Además vivía la emoción, porque era el intelectual, al fin y al cabo, que se incorpora a la acción, llegada la hora de la lucha -un poco como hicieron Martí y otros muchos intelectuales de nuestra propia guerra-. Pudiéramos decir que era allí el hombre de mayor calibre, el más destacado.
“Muchas veces nos íbamos para un extremo de la isla y conversábamos; sus palabras me marcaron mucho. Así nos hicimos amigos. La amistad tiene un mérito por su parte, él ya era una personalidad y yo era un estudiante joven que no significaba nada entre tantos jefes, coroneles… Yo era un teniente y mandaba un pelotón. Sin embargo, Bosch me trató con mucha deferencia y consideración.”
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