UN ESTUDIO REVELA : LOS JUDÍOS SEFARDITAS DESDE 1492 APORTARON A LA CAUSA DE LOS CRIOLLOS
Sobre “Los Judíos en el Destino de Quisqueya”
¿Eran los taínos descendientes de judíos?
En ensayo “Los judíos en el destino de Quisqueya”, del intelectual haitiano Jean Ghasmann Bisainthe, graduado en sociología y filosofía y miembro, durante seis años, de la misión diplomática de Haití en la República Dominicana, es una de esas obras que, por la tesis que sustenta, tiene la virtud de no permitir que los lectores permanezcan indiferentes a ella. Muy al contrario, su contenido invita al análisis y a la polémica.
La presencia de judíos en Santo Domingo, tanto en el período colonial como en el republicano, fue ya estudiada anteriormente por varios autores. Todos ellos destacaron la importante contribución de ese pueblo en los campos de la economía y la política. Sin embargo, ninguno se refirió, como lo hace Ghasmann, al relevante papel que los descendientes de Moisés desempeñaron, según sostiene, en el proceso de formación de las sociedades haitiana y dominicana a partir de 1492, fecha del descubrimiento de América.
Fueron los judíos, especialmente los sefarditas, los que, nos revela dicho autor, participaron destacadamente en las luchas a favor de la independencia de Haití, de la fundación de la República Dominicana y de la restauración de su soberanía en 1865 frente a España. Más aún, lo que es verdaderamente novedoso, no sólo la población dominicana está compuesta en su mayoría por hombres y mujeres de origen judío y africano, sino que, enfatiza, ese origen constituye la base fundamental de la identidad étnica y cultural de los dominicanos. Consecuentemente, la ideología hispanófila, concluye, carece de razón de ser.
No hay duda, pues, de que estamos ante una obra inédita y audaz, lo que es digno de aplausos. Ahora bien, sucede que no todas las aseveraciones de Ghasmann están avaladas por pruebas y documentos. Una buena parte de ellas son fruto de meras disquisiciones realizadas en el aire, de un deseo, implícitamente manifiesto, de enaltecer al máximo a los judíos y sus aportaciones a los dos países que comparten la isla. Por otra parte, el ensayo se basa a menudo en teorías no demostradas, adolece de defectos de interpretación, incurre en flagrantes contradicciones y está repleto de errores históricos.
Una de esas teorías asegura que los aborígenes americanos, entre los cuales se encuentran los taínos, descienden de las famosas diez tribus perdidas de Israel que se desparramaron por el mundo tras ser liberadas por los asirios. Ghasmann reconoce que la teoría de marras está todavía bajo discusión, pero, por todo cuanto expone acerca de ella, se inclina a aceptarla. De acuerdo con los “expertos” en la cuestión, miembros de las diez tribus se establecieron en el continente americano en tiempos remotos, lo que se demuestra por su presencia en él con anterioridad a la llegada de Colón, el dominio perfecto que los indígenas tenían del hebreo y la preservación casi inalterada de algunas prácticas culturales judías.
La teoría sobre las raíces judías de los indios no es nueva. Desde los albores de la conquista existieron pensadores que la estimaron como cierta. El mismo Colón, a quien el Antiguo Testamento nutrió de ideas, creyó hasta su fallecimiento que la Española era el país de Ofir, o sea, el lugar a donde en el pasado iba el rey Salomón a cargar el oro para su templo. En su relación del tercer viaje, el Descubridor expresa que Salomón envió desde Jerusalén a ver el monte Sopora-Sophara o Sofara, topónimo que la versión de los setenta sabios de Alejandría dan a Ofir-, “en que se detuvieron los navíos tres años, el cual tienen vuestras Altezas en la isla Española”. A decir de Ghasmann, los monarcas españoles sabían desde un principio que Colón andaba buscando las diez tribus de Israel y que, una vez halladas, procedería a “cristianizarlas y a sacar provecho de ellas.” Ese conocimiento, agrega, explica que mandaran una flota tan grande en el segundo viaje del genovés.
Mucho nos gustaría que Ghasmann mostrase a sus lectores un escrito en el que los Reyes Católicos hayan manifestado semejante convencimiento. De existir, no hubieran estado tan renuentes en financiar el viaje de Colón en 1492. Respecto a la flota del segundo, los 17 navíos y numerosos hombres que la componían tenían el propósito de crear en la Española una factoría o colonia para explotar los recursos naturales de la isla, a semejanza de los portugueses en las costas africanas de guinea y Cabo Verde.
Aunque no se atreve a afirmarlo, Ghasmann aventura la posibilidad de que los taínos podían ser judíos porque hablaban el hebreo. Pero como la tripulación del primer viaje no conocía esa lengua, algunos de los indios aprendieron el español para actuar de intérpretes. No me parece que el tiempo en que Colón permaneció en la Española fuese suficiente para que esos nativos lograsen comunicarse con los marinos en la lengua de Castilla. Si acaso acertarían a balbucear unas pocas frases. De todos modos, Colón no necesitaba de los taínos para entenderse con ellos, puesto que contaba con Luis Torres, un judeo converso que dominaba varios idiomas, incluido el hebreo.
Por cierto, yerra Ghasmann cuando asienta que fue Colón quien bautizó arbitrariamente a los aborígenes de la Española con el gentilicio de taínos. ¿No leyó la carta que Diego Alvarez Chanca, uno de los pasajeros del segundo viaje, escribió al cabildo de la ciudad de Sevilla? En ella narra que, habiendo arribado la flota a la isla de Trinidad, bajaron a tierra unos hombres para conversar con sus naturales, quienes le decían: “taíno, taíno”, vocablo, aclara, que significa “hombre bueno”. Como vemos, el calificativo pasó a designar el nombre apelativo.
Atribuir a los taínos y, por extensión, a todos los indígenas del Nuevo Mundo una ascendencia judía es un recurso del que se han valido los primeros propugnadores de esa falacia para justificar el sometimiento de que fueron objeto. Los indios, como los judíos, eran supersticiosos, hipócritas, embusteros y de carácter vil. Estos y otros epítetos de análogo jaez abundaron en la literatura hasta mediados del siglo XVII. Para Vásquez de Espinosa, los ritos religiosos de los indios revalidaban su oriundez judía.
Si se repara en los arraigados prejuicios de los españoles frente a los judíos, se comprobarán fácilmente las disquisiciones “antropológicas” acerca del mentado abolengo. Tales disquisiciones no tardaron en ser acremente criticadas por teólogos y juristas de reconocido prestigio. Los indios, indicaban, podrían tener todos los defectos y vicios que uno quisiera adjudicarles, pero no eran judíos. En este aspecto, calumniadores y defensores de los indígenas estuvieron de común acuerdo. En su Historia de las Indias, Bartolomé de las Casas recuerda las disposiciones preventivas de los Reyes Católicos, quienes prohibieron a los judíos, moros y reconciliados trasladarse a América. Esa evocación del obispo de Chiapas demuestra el carácter absurdo que dichas prescripciones habrían tenido si los indios fuesen descendientes de judíos.
Sin duda, la mayor requisitoria contra la teoría infamante que asigna a los indios una procedencia judía es la de Antonio de la Calancha. Además de refutarla, el autor de la Corónica Moralizante, publicada en el siglo XVII, le imputa un interés económico.
Efectivamente, bastaba con admitir que los indios eran réprobos para utilizarlos en beneficio de los conquistadores.
Los prejuicios atinentes a los judíos existieron también en Santo Domingo. Ghasmann achaca a las pugnas entre los judeoconversos y los cristianos viejos residentes en la colonia durante la centuria decimosexta, la decisión de Fernando el Católico de enviar esclavas blancas para que los españoles limpios de sangre se casaran con ellas y no con las doncellas hebreas que había en la isla.
Ghasmann se equivoca nuevamente. La cédula real, de 1 de febrero de 1512, que dispone esa medida expresa claramente que los colonos preferirían las esclavas blancas en lugar de las indias, gente “apartada de razón”. El monarca lo tenía bien claro. Sus súbditos serían incapaces de desposarse con unas mujeres que, aun cuando se les parecían, carecían de la facultad de discernimiento. Naturalmente, los españoles no opinaban igual. El gobernador Nicolás de Ovando encontró, al tomar posesión de su cargo en 1502, a 300 de sus compatriotas abarraganados con indias, de forma que los obligó a abandonarlas o a unirse en matrimonio con ellas. Al comentar esa imposición, Las Casas señala que los hijodalgos andrajosos tuvieron a gran deshonor y afrenta casarse con las indias, aunque, para no perder “el señorío, servicio y abundancia” que estas poseían, aceptaron la orden de Ovando.
Diego Colón y los oficiales reales se opusieron a la introducción de esclavas blancas en la colonia. En carta al rey de julio del mismo año le expusieron que los castellanos desdeñaban a las judeoconversas, inclinándose más bien por las esclavas blancas, o sea, las moriscas, que así se le denominaba cuando eran reducidas a servidumbre. Quizás esa predilección se debiera a que los cristianos viejos tenían menos escrúpulos con las moriscas que con las hebreas.
Volviendo a los taínos, Ghasmann afirma que, de atenernos a la exterminación de esa etnia, denunciada por el Padre Las Casas, la creencia de que los dominicanos proceden racialmente de ellos, de los españoles y de los africanos, no tiene asidero alguno.
Coincido con él en este punto, pero en términos culturales no hay duda de la preservación de varios rasgos y complejos procedentes de los primitivos pobladores de la isla. El cultivo de la roza, el conuco, la utilización de la coa como instrumento de labranza, los platos confeccionados a base de maíz, casabe, batata, mapuey y yautía, entre otros, todos ellos productos vegetales aborígenes, la pesca mediante el empleo de corrales, la batea, la canoa, el bohío, el macuto y el léxico, abundante en voces autóctonas, testimonian elocuentemente, como muy bien nos ha revelado Bernardo Vega, la herencia cultural legada por ellos.
Lo que resulta realmente insólito es la afirmación de Ghasmann de que, al aceptar esa herencia, los dominicanos estarían también admitiendo como suya una parte del vudú. El autor de “Los Judíos en el destino de Quisqueya” va más lejos todavía cuando, apoyándose en Bob Corbett, signatario de una de las tantas obras sobre ese culto haitiano, reseña que el petro una de sus ramas, está arraigado en la cultura taína y trata de espíritus “calientes, malvados y peligrosos”. Del petro añade, derivaría el canibalismo, costumbre que, según reportes que no cita, también practicaban los taínos aunque en menor escala.
El panteón vuduista suele dividirse en dos grandes categorías de divinidades o espíritus: los rada y los petro. Cada una de ellas se manifiesta de distintas formas y se diferencian por sus atributos y las ceremonias con que son veneradas. Los petros, de origen criollo, se caracterizan por su crueldad, dureza y malevolencia. Deben su popularidad a la condición de hechiceros que ostentan. Entre los epítetos que se les endilgan figuran los de “ásperos”, “amargos” y “agudos”.
¿De dónde sacó Corbett que los petro estaban enraizados en la cultura taína? Fray Ramón Pané, el humilde ermitaño de la orden de San Jerónimo que, por mandato de Colón, fue a vivir entre los nativos de la Española, describe sus deidades o cemíes como pusilámines y temerosos, lejos por tanto, de la violencia de los petros. Antropófagos eran los caribes, pero no comían carne humana por mero sibaritísmo gastronómico. Su ingestión obedecía a motivos de índole ritual. Suponían que con ella adquirían y encarnaban las virtudes y cualidades de sus víctimas.
El asentamiento de judíos en América antes de 1492 necesita de pruebas contundentes e irrefutables. Una cosa es que haya realmente ocurrido y otra el deseo de quienes lo aseguran. Las que el arqueólogo dominicano Narciso Albeti Bosch muestra en su prospección, realizada en Constanza, y que Ghasmann recuerda como evidencia de ese asentamiento en la isla, son fruto de su imaginación y del hecho de estar imbuido de las tesis tan en boga en su tiempo. Ese investigador explicó que la casa de Anacaona, situada en dicha localidad, se asemejaba a las construcciones hebreas y que sus piedras cónicas representaban la letra Beth del alfabeto judío. Alberti Bosch y Ghasmann ignoran que la casa real de Anacaona estaba en San Juan de la Maguana y no en Constanza. Allí tenía un depósito de vasijas que Bartolomé Colón, el hermano del Descubridor y amante de la célebre cacica, usaba para diversos fines.
Es posible que Colón pensase, como escribe Luis Torres, que, una vez alcanzada China, localizaría a los emigrados de las diez tribus perdidas de Israel. También lo que es que intentara reunirlas bajo el manto del cristianismo. Y hasta no se debe descartar sin más la tesis de Salvador Madariaga, que considera a Colón un judeoconverso. Acusaciones e indicios no faltan al respecto. Sabemos que los roldanistas, rebelados contra los hidalgos y caballeros que rodeaban al Almirante, lo tacharon de serlo, razón por la cual tuvo que defenderse ante los reyes en mayo de 1499 arguyendo que querían perjudicarlo en su empresa con esa falsa imputación, cuando en verdad los rumores circulantes señalaban como judíos a sus detractores.
Más adelante, luego de que el comendador Bobadilla apresara a Colón, llevándolo a España, Fray Juan de Trastierra, en carta al cardenal Cisneros, le expone que, pues salvó la Española del poderío del rey Faraón, impida que ni él ni ninguno de su nación vuelva a las islas. El franciscano Trastierra llama a Colón “el rey Faraón.” En las Coplas del Provincial, se encuentran estos cuatro versos:
A ti, fraile bujarrón
Alvaro Pérez Orozco,
En la nariz te conozco,
Por ser de los de faraón.
Alvaro Pérez Orozco,
En la nariz te conozco,
Por ser de los de faraón.
Faraón es sinónimo de judío, de ahí el apodo que Tastierra le pone a Colón. En lo concerniente a las palabras “los de su nación”, resulta obvio que el fraile alude a la judía.
A mayor abundancia, en las once cartas que Colón escribió a su hijo Diego figura una rúbrica con los caracteres hebreos B H, abreviatura de Basach Haschem, que significa “Alabado sea el Señor”. ¿Confirman esas dos letras la tesis de Madariaga?
Por si esas denuncias no bastaran, podemos traer a colación la carta que Hernando de Talavera, prior de Santa María del Prado, dirigió a los Reyes Católicos en la cual tilda a Colón de criptojudío, agregando que si por desgracia le permitían ir a los dominios del gran Khan, su criminal viaje entregaría la Tierra Santa a los de su raza, razón por la que se puso en contacto con la Inquisición para que salvase el alma de semejante pecador.
Hernando de Talavera fue, según cuenta Las Casas, el más tenaz opositor del proyecto de Colón. Era confesor de la reina Isabel y no, como dice Ghasmann, Tomás de Torquemada, primer Inquisidor General. A Talavera se le conocía como judeoconverso y al final de su vida, el Tribunal del Santo Oficio quiso juzgarlo por judeizante, o sea, por practicar secretamente los ritos del judaísmo. La acusación de Talavera contra Colón no tiene nada de sorprendente. No pocos judíos se dedicaban a delatar a otros a fin de ganar crédito ante los cristianos viejos.
Lo que realmente sorprende son las fallas cronológicas en que incurrió Colón en el prólogo del Diario de su primer viaje. Escribe el Descubridor que el 2 de enero de 1492, los Reyes Católicos rindieron la ciudad de Granada y que ese mismo mes, después de haber expulsado a los judíos de sus reinos y señoríos, movidos por su celo de católicos, acrecentadores de esa fe y enemigos de la secta de Mahoma y de todas las idolatrías y herejías, lo mandaron a la India con el propósito de convertir al cristianismo los pueblos y tierras de ella.
Si bien es cierto que la conquista de Granada ocurrió en la fecha señalada por Colón, no lo es que en ese mismo mes los monarcas tomaron la decisión de enviarlo como embajador ante el Gran Khan. La última de las rupturas entre el genovés y los reyes se produjo en enero, mientras las Capitulaciones de Santa Fe se firmaron el 17 de abril. Por otra parte, el decreto de expulsión de los judíos se promulgó el 31 de marzo. Mal podían, pues, haber acordado en enero enviar a Colón a la India.
¿Por qué motivo menciona Colón la expulsión de los judíos en el prólogo citado? ¿Acaso los incluía entre los idólatras y herejes? La empresa del descubrimiento nada tenía que ver con el problema judío. ¿Lo impulsó el deseo de presentarse a los Reyes Católicos como un fiel y devoto cristiano?
Supongamos que los taínos descendieran de las diez tribus perdidas de Israel. De imaginar es la conmoción que habría podido producir tal hecho. Todos los españoles, hidalgos o no, se hubieran sentido mancillados por haber violado las normas religiosas que les prohibían tener relaciones carnales con los judíos. La asimilación de judíos que se habían vuelto idólatras- así se consideraba a los taínos- era políticamente inaceptable. De ninguna manera los Reyes Católicos los habrían considerado súbditos suyos.
CARLOS ESTEBAN DEIVE
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