sábado, 21 de septiembre de 2013

JUAN BOSCH: LA DEBILIDAD DE LA FUERZA

 las revoluciones las han perdido los más fuertes. 
Una revolución tiene su origen en fenómenos peculiares de su medio social, económico y político, y tiene su fuerza en el corazón, en el cerebro de las gentes. Ninguno de esos dos factores de una revolución puede ser medido por computadores electrónicos. Tradicionalmente, las revoluciones las han perdido los más fuertes.

 Las trece colonias americanas eran más débiles que Inglaterra, y le ganaron la revolución de Independencia; el Pueblo francés era más débil que la monarquía de Luis XVI y le ganó la revolución del siglo XVIII; Bolívar era más débil que Fernando VII, y le ganó la revolución de América del Sur; Madero era más débil que Porfirio Díaz y le ganó la revolución de 1910; Lenin era más débil que el Gobierno ruso, y le ganó la revolución de 1917. Todas las revoluciones triunfantes a lo largo de la historia, sin una sola excepción; han sido más débiles que los gobiernos combatidos por ellas. Una revolución, pues, no puede medirse en términos de poderío militar; hay que apreciarla con otros valores. 

Para saber si una revolución es verdaderamente una revolución y no un mero desorden o una lucha de caudillos por el poder, hay que estudiar sus causas, la posición que han tomado en ella los diferentes sectores sociales, y determinar su tiempo histórico. Una revolución, pues, no puede medirse en términos de poderío militar; hay que apreciarla con otros valores. 

 Al entrar en su tercer mes, la Revolución Dominicana, que había estado durante dos meses circunscrita a la capital de la república, comenzó a extenderse por el interior del país. Esto era inevitable, dado que una revolución no es una simple operación militar que pueda ser contenida por fuerzas militares dentro de límites determinados. Era inevitable, pero es inexplicable que en Washington nadie se diera cuenta de ello. Al embotellar la revolución dentro de una parte de la ciudad de Santo Domingo, el Gobierno de los Estados Unidos hizo cálculos en términos de fuerza: los revolucionarios son tantos hombres con tales armas, y por tanto podemos dominarlos e inmovilizarlos con tantos hombres y tal equipo. Llegar a conclusiones en términos de fuerza es fácil, sobre todo hoy, y sobre todo en los Estados Unidos, donde una batería de computadores electrónicos da las respuestas adecuadas a problemas de esa índole en pocos minutos y tal vez en pocos segundos. Pero una revolución es un hecho histórico que no ofrece posibilidad de cálculos de esa naturaleza, porque escapa a las definiciones aritméticas. Una revolución tiene su origen en fenómenos peculiares de su medio social, económico y político, y tiene su fuerza en el corazón en el cerebro de las gentes. Ninguno de esos dos factores de una revolución puede ser medido por computadores electrónicos.

 La de Santo Domingo fue —y es— una típica revolución democrática a la manera histórica de la América Latina y se originó en factores sociales, económicos y políticos que eran y son al mismo tiempo dominicanos y latinoamericanos. Para situarla en el contexto latinoamericano, su patrón más cercano en el tiempo es la revolución mexicana de 1910, aunque no debía ni debe esperarse que fuera exactamente igual a esa revolución de México. En términos históricos, nada es igual a nada... 

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