sábado, 21 de septiembre de 2013

Violencia, conductor y limpiavidrios

Los hombres no se educan en la paciencia, en el diálogo
Escrito por: TAHIRA VARGAS GARCÍA
El reciente crimen perpetrado por un conductor a un joven que limpiaba vidrios en una zona de la ciudad de Santo Domingo es un hecho de violencia que consterna y a la vez indigna.
En este hecho se conjugan dos situaciones que reflejan problemas no-resueltos en nuestra realidad social, la pobreza extrema que vive una gran parte de la población que empuja a niños, jóvenes y personas adultas a la calle a “buscársela en lo que sea” porque no existen en el país oportunidades de fuentes de ingresos estable para esta población. De ahí que encontremos cada vez más en las calles, vendedores/as ambulantes, limpiadores de vidrios, indigentes, entre otros…
Otro problema que devela el hecho es la reacción violenta de un conductor que resuelve una discusión destruyendo  una vida construida a base de sobrepasar muchas dificultades y situaciones de riesgos en su cotidianidad como toda persona en condición de pobreza.
La violencia del conductor no es un fenómeno aislado. Refleja una conducta muy presente en nuestro país en una parte de la población sobre todo del sexo masculino.
La violencia en nuestro país está masculinizada. Los hombres se socializan desde su niñez para “No hablar mucho” sino “actuar”. Esto se extiende a las relaciones personales. Los hombres no se educan en la paciencia, en la espera, en el diálogo. Por el contrario, se educan en el rechazo al diálogo y a las formas de resolución de conflictos que suponga “hablar mucho” porque ven esto como “cosas de mujeres”. La respuesta agresiva que tiene el hombre en nuestra sociedad es educada culturalmente.
Los hombres son más propensos que las mujeres a resolver los problemas con golpes y pleitos. Anteriormente los pleitos eran más frecuentes porque no se tenía acceso fácil a las armas de fuego, eran caras y difíciles de encontrar. Ahora, las armas de fuego se consiguen de cualquier forma, hay armerías en todos lados, no están prohibidas, son de fácil acceso y culturalmente se incentiva el porte de armas como medio de seguridad y estatus social.
Para erradicar la violencia necesitamos que el estado intervenga en forma directa en el desarme de la población. Este desarme debe estar acompañado de procesos educativos a través de los medios de comunicación de generación de confianza y seguridad y de intervenciones claras hacia una mayor seguridad ciudadana.
Tenemos que trabajar en la construcción de una nueva masculinidad, que esté basada en el desarrollo de capacidades de negociación y diálogo en la resolución de conflictos y que resquebraje las estructuras sociales y culturales que están asociadas al “honor” y la “vergüenza” desde la violencia.

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