Intelectual haitiano responde artículo de Manuel Núñez sobre Dessalines

7DIAS.COM.DO

SANTO DOMINGO (R. Dominicana).- El arquitecto y artista plástico haitiano Robert Paret, responde en una extensa carta publicada en el periódico Le Nouvelliste un artículo de Manuel Núñez, vocero del neonacionalismo dominicano.
 Por tratarse de temas que se apartan de la discusión coyuntural de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre la nacionalidad y se adentran en la historia entre la República Dominicana y Haití, 7días.com.do tradujo la carta de Paret, con la autorización del cual se publica.
Sr. Manuel Núñez
Escritor, historiador y profesor universitario
Señor:
Desde la decisión del Tribunal Constitucional de su país que priva de la nacionalidad dominicana a sus compatriotas de ascendencia haitiana, presto una atención particular a la evolución de la situación creada por esta medida discriminatoria, tanto en el plano externo que en el interno. También me informo cotidianamente a través de la prensa de mi país y de artículos que me llegan de todas partes, sobre todo de la República Dominicana, de las reacciones de los principales protagonistas, de los dirigentes locales así como también de miembros de la sociedad civil dominicana. Sigo igualmente con asiduidad los revuelos causados por las protestas de los organismos internacionales de derechos humanos por este problema. Es esta perspectiva global sobre el expediente lo que me llevó a leer con minuciosidad su artículo publicado en uno de los periódicos dominicanos, esperando encontrar más información. El solo dato complementario que me permitió descubrir es que usted apoya sin reservas la sentencia 168-13 del TC. Confieso que me fue difícil comprender las razones que justifican tal posicionamiento. Viniendo de un historiador y profesor, me sorprende. Sus argumentos no son un análisis racional y juicioso del texto de la sentencia que pueda convencer a sus lectores –al menos a mí— de la justeza de su opinión. Por el contrario, sus opiniones llevan a creer que usted reacciona impulsado por emociones mal controladas y sentimientos incongruentes que nada tienen que ver con la justificación objetiva de la aludida sentencia. En ese sentido, usted se sitúa al lado de los ultranacionalistas extremistas cuyo escandaloso fervor en el apoyo de esta medida inicua y discriminatoria deserta de la objetividad.
Su discurso suena hueco, y por su tono agresivo parece una diatriba contra el pueblo haitiano.
Me hubiera eximido de dirigirle esta carta si no fuera por la necesidad de corregir algunas de sus alegaciones y por el deseo de restablecer la verdad de determinados hechos históricos que parecen escapársele. Su discurso suena hueco, y por su tono agresivo parece una diatriba contra el pueblo haitiano. Así, sigue usted el camino de quienes han escrito la historia con la pluma de sus rencores y sus desilusiones. Aquellos cuyos textos babean calumnia y perfidia y quisieran cubrir con el manto de la vergüenza la epopeya de 1804 de la que el pueblo haitiano se siente orgulloso. Fue como advertencia a los detractores de la nación haitiana que el gran etnólogo haitiano, doctor Jean Price Mars, debió lanzar, en la introducción de su fabuloso ensayo sobre las relaciones de los dos Estados que comparten la isla Kiskeya, “La República de Haití y la República Dominicana”, este grito de alerta: “Posiblemente no haya en la historia universal un drama más patético que el que confronta el pueblo haitiano. Durante mucho tiempo, su existencia de comunidad independiente fue una paradoja en el mundo y casi siempre un reto a las fuerzas antagonistas que lo han combatido abierta o solapadamente”. Destino preñado de consecuencias que sacudieron la humanidad, cambiaron el curso de la historia y restauraron la dignidad humana. 
Destino preñado de consecuencias que sacudieron la humanidad, cambiaron el curso de la historia y restauraron la dignidad humana. 
Sin querer minimizar su saber ni cuestionar su competencia de historiador, me place recordarle que la libertad de los negros ocurrió por primera vez bajo el cielo de Ayiti. Fue el camino trazado por Toussaint Louverture et Jean Jacques Dessalines, dignos hijos de esta tierra,  el que permitió liberar del yugo español a muchos países latinoamericanos y abrir el mundo a los ideales de libertad y progreso. Por esta razón varias repúblicas nos están agradecidas y saben probar este agradecimiento. Es este ejemplo de compromiso y heroísmo el que guió a iconos de la talla de Mahatma Gandhi, el pastor Martin Luther King y el abogado  Nelson Mandela a continuar la obra de sus predecesores bajo otros cielos. La elección de un presidente negro en los Estados Unidos de América es el símbolo viviente de la emancipación de la raza negra gracias a estos hombres excepcionales. Que hoy en día pueda usted, siendo negro, transitar sin restricción alguna por diversos puntos del planeta, es un mérito de los héroes haitianos. Debería ser consciente de ello y agradecerlo.
En su discurso, la idea de oponer a Jean-Jacques Dessalines a Nelson Mandela es absurda y solo complace a aquellos para quienes la historia solo ocurre a través de la traición. Historia escrita por hombres cuya estatura y reflexión no han podido nunca elevarse a la altura de las grandes conquistas de la humanidad. Es este engaño en detrimento de la verdad lo que lo conduce a usted a malinterpretar los hechos, al punto de confundir su valor simbólico. Esta postura contradice la ética de la profesión de profesor que usted ejerce.
Es este engaño en detrimento de la verdad lo que lo conduce a usted a malinterpretar los hechos, al punto de confundir su valor simbólico.
Yerra usted al intentar enfrentar a dos grandes figuras de la historia universal cuyos méritos están escritos con letras de oro en el panteón de la humidad. Su tentativa de presentar a Jean-Jacques Dessalines como un bárbaro sanguinario y a Nelson Mandela como un civilizado moderado es una superchería inaceptable por gente culta. Además, como historiador, debería usted saber que es tan riesgoso establecer paralelismos entre hechos históricos como comparar sus protagonistas. A cada época corresponde su coyuntura. A cada actor, sus medios y sus métodos. De manera que Mandela no podía ser Dessalines, ni Dessalines hubiera podido ser Mandela. Usted ha captado tan bien la personalidad de Madiba que no hay nada qué decir. Salvo que ha olvidado mencionar que su combate tuvo varias fases, pasando de la lucha armada a la resistencia pacífica. Él tuvo también la inteligencia de adaptarse a todas las coyunturas.
En cuanto a Jean-Jacques Dessalines, a quien usted desprecia, peca por ignorancia o por mala fe. Yerra cuando olvida voluntariamente su historia heroica. Lo hace cuando no menciona las contradicciones de época y, sobre todo, cuando silencia que no le fue ofrecida ninguna otra alternativa, contrariamente a Mandela. La única opción que quedaba era la lucha armada hasta la liberación de un pueblo que languidecía bajo el yugo infame de la esclavitud desde hacía tres siglos.  Ese combate lo libró Dessalines con coraje y determinación, proponiéndose extirpar el mal de raíz. Los abusos que usted reprocha a este héroe haitiano se encuentran en todos los levantamientos revolucionarios de este tipo, cuando los opresores deben hacerse responsables de sus crímenes. Pese a esta tendencia de recurrir a la Ley del Talión: “ojo por ojo, diente por diente”, en parecidas circunstancias, un buen número de opositores a la causa revolucionaria escaparon a la muerte gracias a la clemencia del comandante en jefe del ejército revolucionario haitiano. Algunos de sus adversarios terminaron siendo cercanos colaboradores. Es decir, los sentimientos racistas que usted imputa al Emperador Jacques 1ro. están desprovistos de todo fundamento.
Yerra cuando olvida voluntariamente su historia heroica. Lo hace cuando no menciona las contradicciones de época y, sobre todo, cuando silencia que no le fue ofrecida ninguna otra alternativa, contrariamente a Mandela.
Al intentar denunciar el carácter violento de Jean-Jacques Dessalines, usted pone de manifiesto la duplicidad de su personalidad. De un lado, señala ciertos hechos que le parecen horribles y, del otro, ignora otros que, sin embargo, han bañando nuestra isla con la sangre de miles de inocentes. Cualquier lector interesado por la historia puede preguntarse: “¿cómo puede usted condenar los actos de un revolucionario obligado por enemigos irreductibles a defenderse, mientras no dice una palabra del genocidio cometido, sin razón, por Cristóbal Colón y sus acólitos contra la población autóctona de Kiskeya? Igualmente, ¿cómo puede usted silenciar la masacre perpetrada por el dictador dominicano Rafael Trujillo Molina en 1937 contra más de 20,000 trabajadores haitianos indefensos? ¿Es así que dos de los principales genocidas de esta tierra quedan enterrados en su memoria?
Puesto que se trata de cuestiones que han vinculado a las dos partes de la isla, permítame restablecer la verdad de ciertos hechos que usted aborda con sorprendente indiferencia. Esta precisión tendrá la ventaja de preservar la objetividad histórica, y de permitirle rectificar, en beneficio de sus estudiantes, los datos falsificados. Lo invito a tomar nota.
En enero de 1802, un cuerpo expedicionario de 7,000 hombres comandados por Toussaint Louverture, gobernador general de la colonia de Saint-Domingue, llega a Santo Domingo con la finalidad de tomar posesión de esta parte del territorio cedido a Francia por España en virtud del Tratado de Basilea, firmado en 1795. Entra pacíficamente y recibe de las autoridades establecidas los honores debidos a su rango. Don Joaquín García, alcalde de Santo Domingo, le entrega las llaves de la ciudad.
Entra pacíficamente y recibe de las autoridades establecidas los honores debidos a su rango.
En 1805, el emperador Jean-Jacques Dessalines reitera esta misma voluntad en virtud de la Constitución haitiana de ese año que establecía la unidad de la isla. Esto entra en la lógica de conservar la soberanía del nuevo Estado sobre la totalidad del territorio, en vista de que el general francés Ferrand y sus tropas se habían refugiado en el lado este después de la derrota, en noviembre de 1803, del cuerpo expedicionario conducido por el general Leclerc. Estratégicamente, la empresa permitía a los dirigentes haitianos controlar el flanco oriental de la isla y protegerse de un eventual regreso de los franceses.
En 1822, la población del Este había expresado su voluntad de unirse al pueblo haitiano, antes que permanecer bajo la dominación española. El presidente haitiano Jean-Pierre Boyer toma en consideración esta demanda y penetra en Santo Domingo el 19 de febrero de 1822, aclamado por una muchedumbre entusiasta. Fue recibido por el alcalde José Núñez de Cáceres quien le entrega las llaves de la ciudad.
Desde 1861, el presidente haitiano Fabre Nicolas Geffrard se entregó en cuerpo y alma a ayudar a los revolucionarios dominicanos que luchaban por reconquistar la libertad de su país.
De los hechos relatados se desprende que las diversas intervenciones del ejército haitiano en el antiguo territorio español eran totalmente regulares y de pleno derecho en virtud del Tratado de Basilea, cuyas cláusulas nunca fueron derogadas por ningún otro acuerdo.
En su propósito, usted consideró conveniente ocultar un hecho importante y las relaciones de los dos Estados. ¿Lo hizo para no aludir al sentimiento de solidaridad que supo expresar el pueblo haitiano hacia el pueblo dominicano en un momento crítico de su historia, cuando España, bajo la instigación del general dominicano Pedro Santana, reconquistó su antigua colonia? Cualesquiera que hayan sido sus razones, permítame que le recuerde los detalles de este evento.
Desde 1861, el presidente haitiano Fabre Nicolas Geffrard se entregó en cuerpo y alma a ayudar a los revolucionarios dominicanos que luchaban por reconquistar la libertad de su país. A resultas de esta colaboración, les proveyó armas, municiones, soporte logístico y material e incluso una posición estratégica para entrenarse y retirarse en territorio haitiano. Además, la diplomacia haitiana fue una de las más activas y eficaces a favor de la causa de los revolucionarios dominicanos. Es así como se produce lo que usted llama “la segunda independencia”.
Las relaciones entre los Estados se desarrollan siempre mediante un intercambio complejo, teniendo en cuenta los intereses económicos y políticos que las atraviesan. Se tornan aún más intrincadas cuando se establecen entre Estados limítrofes. Qué decir, entonces, cuando atañen a dos naciones que comparten un territorio insular de apenas 76,480 Km2 para una población global de cerca de veinte millones de habitantes. Dos pueblos que se distinguen en diversos planos: cultural, étnico, sociológico. De ahí las divergencias que han marcado las dos entidades independientes de la isla Kiskeya. Toca a las elites dirigentes de ambas naciones dar prueba de inteligencia en la creación de las condiciones necesarias para el establecimiento de un clima de paz favorable al desarrollo de dos comunidades condenadas a vivir por toda la eternidad en este pedazo de tierra.
En un país donde el negro se convierte en “indio” para renegar de sus orígenes y tratar de borrar su color, cuídese de ser víctima de las mismas humillaciones que sufren sus compatriotas de piel de ébano.
Es deplorable constatar que esta misión, que debería ser llevada a cabo por los dirigentes responsables de los dos lados de la frontera, sea siempre contrariada por el espíritu perverso de ciertos políticos y empresarios ávidos de poder cuyo único objetivo es garantizar sus intereses personales o por intelectuales con conflictos de identidad. De ahí la aplicación de esta medida inicua que no encaja con los principios universales de los derechos humanos y que se opone a las convenciones internacionales firmadas por el Estado dominicano. Esta desviación de las normas reconocidas por el mundo es la que ha valido a su país la condena unánime de todas las instancias internacionales de derechos humanos, de la Caricom, la Unión Europea y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Es lamentable que usted no haya podido hacer de ella el análisis que corresponde a todo hombre despojado de espíritu partidista. Su calidad de historiador debió servirle de protección.
En un país donde el negro se convierte en “indio” para renegar de sus orígenes y tratar de borrar su color, cuídese de ser víctima de las mismas humillaciones que sufren sus compatriotas de piel de ébano, así como sus congéneres haitianos. Tenga cuidado, porque las medidas racistas de ese tipo ya han golpeado, en su país, a personalidades que creíamos al abrigo de tales afrentas. El ejemplo más llamativo continúa siendo el complot perpetrado contra el gran líder José Francisco Peña Gómez para impedirle llegar al poder.
Cuídese de que el grito de los desheredados lo encierre en la guarida del diablo.
No malinterprete el coraje del pueblo haitiano, que ha vertido tanta sangre para ayudar a la causa de los pueblos oprimidos que ha salido debilitado. Sin embargo, sus recursos fecundos e  inagotables todavía le permitirán sorprender al mundo.
Robert Paret
(Publicada en Le Nouvelliste el 7 de enero de 2014)

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