Mediocracia: ¿crisis de la representación o representación de la crisis?

COMO CREAR LOS CAUCES PARA HACER POSIBLE UNA VERDADERA PARTICIPACIÓN
por Maryclen Stelling-Macareño


Fascinante discusión que nos remite al análisis de la relación entre medios de comunicación y democracia. Intención inicial que nos ha llevado a levantar una serie de interrogantes que no sabemos si seremos capaces de responder: ¿Democracia, gobierno del pueblo o gobierno de los partidos?; ¿mediocracia, qué es?; ¿es un sistema de gobierno?; ¿es la mediocracia el gobierno de los medios o, se trata más bien del gobierno de los mediocres? ¿Es esto una democracia o una mediocracia? y, de manera aún más cruda y directa, ¿vivimos los venezolanos en una democracia o en una mediocracia?

En todo caso, es necesario señalar que esta discusión nos planta ante una realidad donde mediocracia y democracia convergen en la arena pública en la búsqueda del poder. Nos hemos ubicado en el ámbito de la relación entre el poder político y los medios de comunicación. Espacio en donde el rol de los medios de comunicación es creciente y tiene como contrapartida el deterioro de otras institucionales estatales y públicas.

El papel de los medios parece entonces haber crecido paralelamente a los errores propios del sistema político, al agotamiento de la oposición política y al descrédito de las instituciones en general; sin olvidar un clima político de desle-gitimación y de pérdida de lealtades que alimenta una relación escindida de la ciudadanía con el poder.

La arena pública en constante crecimiento gracias a la impresionante influencia de los medios de comunicación quienes desempeñan actividades múltiples y han sobrepasado ampliamente la canalización de la información, para extenderse a la producción de acontecimientos políticos y de naturaleza pública.

Presenciamos la era de la espectacularización de la política. Los líderes políticos con miras a alcanzar posiciones de poder y lograr los anhelados beneficios electorales, se dan a la tarea de producir una apropiada teatralización de sus mensajes.

En la búsqueda de presencia pública y, por supuesto, de poder en su ámbito específico, igual acontece con líderes provenientes de otros ámbitos sociales (judicial, artístico y literario, empresarial, sindical, etc.) Capturado el ámbito público por los medios, la teatralización de la vida pública constituye el escenario «natural» para el ejercicio del juego democrático del poder y para las batallas ideológicas que han de librarse. Allí, en esa puesta en escena, los comunicadores y periodistas fungen de educadores, productores de conocimiento, representadores de la realidad, pero también de fuentes de autoridad y de legitimación política.

Los medios, convertidos en escenarios donde se pierde o se gana el poder, se desbordan más allá de sus fronteras mediáticas. Son empresas mercantiles, son agentes socializadores y transmisores de la cultura; son mediaciones y mediadores, a la vez que instrumentos de control social.

Es importante destacar que esta influencia de los medios no obedece a un fanático ataque violento, más bien ha ocurrido mediante, lo que algunos autores denominan, «una sutil complicidad por ausencia o carencias». Ausencias cómplices de leyes que normen su funcionamiento; inexistencia de otros mediadores -la escuela o la familia- que contrarresten la influencia mediática; ausencia más allá de los medios de otras de alternativas de distracción para las audiencias.

Desde otra perspectiva, como venezolanos y como ciudadanos de una democracia, preocupa la tendencia creciente a la concentración de los medios. Es un hecho incuestionable que la concentración de los medios se ha constituido en una de las voces más poderosas, quizá la más potente, seductora, irresistible y arrolladora de la sociedad actual. Este fenómeno sin embargo, ha disminuido la oportunidad que como ciudadanos tenemos de expresar nuestros diversos y alternativos puntos de vista y en este sentido, no podemos ni debemos olvidar que la democracia supone un mercado libre de intercambio de ideas, sentimientos, pensamientos, juicios y opiniones.

Como acotamos anteriormente, el análisis de la relación entre medios de comunicación y democracia no puede abordarse únicamente a través de la vía de «los males mediáticos», sobrevaluando así su poder en las distorsiones que pueda sufrir esta forma de gobierno. Es conveniente iniciar cualquier estudio desde una perspectiva de conjunto y así, además de la influencia de los medios, se deben considerar otras dificultades que confronta la democracia venezolana de carácter económico, social y político, tales como:

La corrupción, 
La profundización de la pobreza y la exclusión, 
La falta de justicia e impunidad, 
Las élites disfuncionales 
Las élites políticas cada vez mas separadas de los gobernados 
El distanciamiento entre la estructura social y el comportamiento político, 
El incumplimiento de programas de gobierno, 
El desempeño de la sociedad civil, y 
La crisis de representación.

Condiciones éstas que hacen imposible a vastos sectores de venezolanos ejercer de manera efectiva los derechos que la democracia asegura formal e informalmente a sus ciudadanos.

Nos centraremos entonces en la crisis o el declive de representación que parece habernos conducidos a la mediocracia, el problema que hoy nos ocupa.

Por crisis de representación se entiende el proceso donde entran en conflicto los sujetos representados con sus representantes y en consecuencia, se niega o se dificulta el establecimiento de una relación de delegación.

Por tanto, en términos generales, estamos en presencia de una crisis en el sistema representativo, cuando, como ha sucedido en Venezuela, los representados pierden la confianza en sus representantes y por ello se niegan a cederles su representación.

Es innegable que en los últimos años Venezuela ha asistido al declive de su sistema de representación. Crisis que involucra, no solo a los partidos políticos, sino a diferentes actores políticos y a diversas instancias, como intentaremos destacar a continuación:

Asistimos a un alejamiento de los ciudadanos de los asuntos públicos, expresado en una apatía generalizada de la"sociedad civil" en relación a la "sociedad política". 
Asistimos a una participación política que podemos calificar de pasiva o de no-participación efectiva. 
Asistimos a la incapacidad de los partidos políticos de encarnar en sí los valores comunes de toda la sociedad 
Asistimos a un debilitamiento del sistema político, expresado de acuerdo a indicadores tradicionales en el incremento regular de los indecisos y en el descenso regular de votantes, la abstención. 
Asistimos a una crisis de coyuntura que se refiere a la pérdida relativa de credibilidad hacia los políticos, acusados de "corruptos" y de defender sus intereses particulares. 
Asistimos a una crisis de coyuntura que se refiere a la pérdida relativa de credibilidad en algunas instituciones estatales (Asamblea Nacional, Sistema Judicial, etc.). 
Asistimos a una crisis global del sistema de representación en la cual no solo se han visto involucrados los partidos políticos, sino todas las instituciones sociales y políticas (sindicatos, ONG’S y grupos de interés, etc.). 
Asistimos a la consolidación de un ciudadano-votante, actor político que no garantiza con su participación al sistema político su propia legitimidad. Suerte de de "ciudadanía en fuga del cumplimiento de sus deberes políticos" 
Asistimos a una situación ambigua en la que resulta difícil definir claramente quién representa a quién. 
Asistimos a la desaparición de una concepción de la política en tanto que gesta emancipadora y redentora, vinculada a una militancia y al concepto de sujeto histórico. 
Asistimos al fortalecimiento de una concepción de la política en tanto que gestión, dirigida a cumplir con alta eficacia los servicios que se le demandan. 
Asistimos a la extinción de las antiguas formas y liderazgos ideológicos. 
Asistimos al declive o desaparición de la democracia representativa 
Ingresamos a un sistema de democracia de opinión, en donde la televisión, la radio, los diarios, un individuo, un grupo o un líder carismático tienen más influencia que un partido político. 
Asistimos a la prescindencia o exclusión de la mediación, al abandono de la representación y al aumento consecuente del directismo. 
Asistimos al vaciamiento del pensamiento político, producto de "la decadencia del campo donde tradicionalmente se ejercía la gestión de los colectivos identitarios de largo plazo", las instituciones políticas. 
Asistimos a la consolidación del campo de los medios, orientado esencialmente a «la gestión de los colectivos de corto plazo».

Frente a la innegable crisis de representación arriba descrita y ante el poder incuestionable que han ido alcanzando los medios en la arena política, es imperante que levantemos una nueva interrogante: ¿Nos hemos convertido entonces, los venezolanos en ciudadanos de una mediocracia?

Ante el debilitamiento y decadencia del sistema político, los medios no se han resistido a la tentación de llenar ese espacio y sustituir a los partidos. Se han ido imbricando cada vez más en el entramado del poder político, hasta establecerse como actores centrales y cambiar las relaciones tradicionales entre el poder político, los propios medios de comunicación y el resto de los actores socio-políticos.

En consecuencia, los medios de comunicación se constituyen gradualmente en el lugar de convergencia de la vida pública y es innegable la enorme influencia que ha cobrado la industria de la comunicación en la arena política. Igualmente indiscutible, la credibilidad cada vez mayor que se les ha ido otorgando, en particular a la radio y a la televisión y que tiene como contrapartida el deterioro en la imagen de otras instituciones estatales y públicas.

Los venezolanos confrontamos actualmente una realidad política donde mediocracia y democracia convergen en la búsqueda del poder y quizá no sería errado afirmar que, cual ejércitos, se baten en la arena política en la procura de la victoria.

Este innegable predominio e influencia de los medios de comunicación que trasciende lo mediático y se proyecta a lo económico, lo político, lo educativo, ha provocado que la democracia en nuestros días se denomine «mediática, de espectáculo, o de sondeos, video democracia» o mediocracia.

¿Qué se entiende por mediocracia? Ante esta nueva interrogante, podemos transitar dos vías para responderla. La primera se refiere al gobierno de los medios o controlado por los medios y, la segunda, nos conduce al gobierno de los mediocres, que es aquel donde se impone «la regla de los mediocres».

En el gobierno de los medios, la política cautiva y mediatizada es víctima y asume los rasgos de esta nueva lógica:

Una gran concentración de la propiedad. 
Una tecnología informativa altamente compleja . 
Una estandarización y uniformidad de la comunicación y la cultura. 
Un discurso unidimensional orientado a un target determinado. 
Una información que se nos presenta homogéneamente manipulada, un entubamiento de la información política relevante que consumimos los ciudadanos de este sistema. 
Una información a la vez desigual y desequilibrada. 
Una información mercantilizada que obedece a la lógica del marketing. 
Una lógica orientada al corto plazo y a la creación de identidades igualmente cortoplacistas. 
Una lógica que impide la construcción de proyectos de largo plazo y de un colectivo asociado e identificado a este largo plazo.
Una lógica del espectáculo a la cual debe ajustarse todo discurso: instantaneidad, espectacularización, fragmentación, simplificación, teatralización de golpes de efecto, banalización de la información. 
Una información al servicio de determinados intereses políticos y económicos. 
Una información sobre la crisis de representación condicionada a la preservación de los intereses propios. 
Una representación de la crisis interesada y partidaria.

Convertidos en ciudadanos de una mediocracia, nos transformamos en prisioneros de una información mediatizada que se concibe como una mercancía sometida a la lógica del mercado de consumo y participamos del show como sistema político. La política mediatizada, al servicio de estos nuevos actores y de legitimidades que trascienden el ámbito de lo político, nos confronta a una praxis que limita nuestras posibilidades como ciudadanos de una democracia, que es la de elegir libremente.

Bien podríamos entonces estar en presencia del gobierno de los medios mediocres.

Por otra parte, es indudable que confrontamos una crisis de representación, pero estos nuevos actores políticos que juegan a partidos políticos, los medios de comunicación, buscan y encuentran la crisis de representación en la representación de la crisis. Es por ello, que iniciamos esta reflexión planteando como eje central de la discusión, Mediocracia: ¿crisis de la representación o representación de la crisis?

Ya para finalizar, y con el ánimo de suavizar cualquier posición apocalíptica, creemos necesario cerrar levantando otra serie de interrogantes que apuntan hacia un nuevo tipo de ciudadanía activa y movilizada.

¿Qué hacer ante esta mediocracia que juega a la representación de la crisis ajustada a sus propios intereses?

¿Apagar nuestros aparatos de radio y televisión, desconectarnos de Internet, no leer la prensa y hacernos los sordos a la información mediatizada?

¿Continuar manteniendo una participación marginal, una participación pasiva o una no-participación en el juego político entre democracia y mediocracia?

Sólo tenemos a título de respuesta más interrogantes:

¿Existe una tercera vía que nos permita constituirnos en un colectivo capaz de generar nuestros propios mensajes y que circulen por el espacio social a través de las redes de comunicación?

¿Cómo crear los cauces para hacer posible una verdadera participación? ¿Utilizando los medios y los canales ya existentes o creando nuevas vías de expresión?

¿Qué hacer para que no se oigan sólo las voces de los grandes imperios de la comunicación de masas?

¿Cómo controlar los abusos del poder?

¿Cómo lograr que los medios de comunicación sean un medio para que una sociedad activa y movilizada gane y ejerza el espacio de poder de nuestra sociedad?

Para cerrar, recordemos a Popper (1993), quien afirma que son las propias sociedades, específicamente audiencias, las que tendrían la posibilidad de llevar a la práctica la sugerencia de poner bajo control a los medios.

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