Danilo Medina y el retrato de la grandeza
El mejor retrato del nuevo Presidente acaba de ser colgado en la pared imaginaria de la conciencia nacional.
Prohibir que su fotografía forme parte del “decorado obligatorio” de las oficinas públicas sí que es un ejemplo de humildad y sencillez que engrandece a Danilo Medina.
Porque es el inicio para desterrar ñojalá que por siempreñ una práctica trujillista de la que no pudieron escapar los presidentes más sobrios del último medio siglo. Ni siquiera el profesor Juan Bosch.
Hasta ahora se consideraba uno de los símbolos innominados del Poder. Y por tradición la “foto oficial” de los jefes de Estado llega a las oficinas públicas algunas veces primero que los nuevos funcionarios.
Esta vez el presidente Medina lo acaba de prohibir terminantemente, sin apelación para aquellos funcionarios que a veces adelantan la iniciativa y que tendrán ahora que tomarse la molestia de retirar los retratos presidenciales que colocaron por su propia cuenta pensando que de esa forma agradaban al nuevo Presidente.
También se pone fin de ese modo a un negocio multimillonario a costa del Erario, como es la reproducción por miles de la foto oficial del Presidente, su enmarcado en fina cañuela y su distribución gratuita en las dependencias públicas, embajadas y oficinas consulares de todo el mundo.
La Era de Trujillo
En nuestro país la práctica luce odiosa porque viene del más rancio trujillismo lambiscón. Pero en casi todas partes del mundo la foto oficial del Presidente de la República decora las oficinas públicas.
El mejor ejemplo es el norteamericano. Es antológica la imagen del mayordomo de la Casa Blanca removiendo la foto del Presidente que sale y colocando la del Presidente que entra.
Esa imagen se repite como si fuera calcada cada ocho años ñcon muy contadas excepciones los presidentes norteamericanos son reelegidos por un segundo períodoñ, y en las sociedades monárquicas la foto del Rey o la Reina forma parte del inventario público, al igual que el retrato de la Familia Real que nunca es removido de su espacio privilegiado a los ojos del visitante.
Y en nuestro medio se había hecho familiar la foto del Presidente de la República en las recepciones de las oficinas públicas y en los despachos de los altos cargos.
A la herencia de Trujillo le siguió la foto del Presidente del Consejo de Estado, Rafael Filiberto Bonnelly, a pesar de lo odiosa que comenzó a resultar esa práctica obligatoria. Y luego vino la foto del presidente Bosch a adornar las paredes de las oficinas públicas, y hasta la del presidente de facto Donald Read llegó a ser colgada por algunos de sus contados simpatizantes entre octubre del 63 y abril del 65.
Todos los récords de colocación de la foto presidencial se batieron, sin embargo, en los 12 años de Balaguer.
Recuerdo a Boris
Boris Goico era un abogado pintoresco y locuaz, balaguerista furibundo ñfallecido bastante joven, hace ya décadasñ, que era el consultor jurídico de la secretaría de Agricultura cuando las hordas perredeístas llegaron a ese ministerio el 17 de agosto de 1978 acompañando a Hipólito Mejía, estrenando el gobierno de Antonio Guzmán que sustituyó la “dictadura yanqui-balaguerista”.
En el lobby del viejo edificio de Agricultura en la Feria había una enorme foto de Balaguer que llevaba allí colgada tantos años como el “ancient regime”. Los perredeístas enardecidos se disputaban tan apetecido trofeo para hacerlo añicos, pero estaba fuera de su alcance por la gran altura del lobby ministerial.
Boris pidió permiso a la turbamulta con mucho respeto y con la ayuda de un par de viejos empleados de mayordomía buscó una larga escalera, se trepó en ella y con el mayor cuidado descolgó el enorme retrato.
Tengo muy fresca en la memoria la frase ingeniosa de Boris Goico para calmar los ánimos caldeados que querían ver rodar la cabeza de Balaguer:
¡Déjenmelo a mí, que de este asesino me encargo yo...! Cuando poco después montaba el enorme retrato en su camioneta me dijo: “Ya verás, César... lo rápido que esta foto vuelve a estar en su sitio”.
Ocho años después buscó la misma escalera, volvió a treparse en ella y colgó de nuevo la foto del viejo caudillo...
¡A poco vino un fuego y arrasó con ‘tó...!
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