El regreso al pasado
Pedro Justo Castellanos Hernández
Dedico la primera parte de este artículo a José Luis Taveras, autor de sendos editoriales de Gaceta Judicial, una revista especializada en temas jurídicos que ha sabido ganarse el gusto de muchos jóvenes por el gran valor de su contenido.
Mi reconocimiento para usted, José Luis Taveras, porque pocos hoy en día piensan y escriben en sus términos.
(Una pequeña ronda de aplausos.) La segunda parte de este escrito se refiere en un tema derivado de uno de esos editoriales, que tiene especial importancia para mí, a pesar de que soy muy joven. Muy sencillo: la política hoy es meramente reaccionaria. Si miramos atrás, al liderazgo presente en las diferentes potencias mundiales en épocas de guerra y posguerra, yéndonos por un momento hacia la Gran Depresión de 1929, nos daremos cuenta de que, con el transcurso de las generaciones, hemos sufrido un retroceso ideológico. A pesar de que hoy se vislumbra una diversidad mayor de posiciones políticas dentro de las ya existentes (en el republicanismo, por ejemplo, hay un ala izquierda, la más alejada de la ideología de Jefferson y Madison), todas se ven degradadas, cada una a su manera y bajo sus propias circunstancias, debido, entre otras razones, a la crisis económica y al consecuente descontento social que caracteriza la vida de los países de la periferia europea. Por citar un caso en particular, me parece que la derecha de Marine Le Pen es útil para este análisis.
No critico ideologías, pues me considero más tecnócrata que político, pero he aquí una situación singular, aunque no nueva: se agrava la crisis en Europa y los partidos radicales, xenófobos y nacionalistas viven un boom y escalan en porcentajes de apoyo popular. No solo el partido de Le Pen es un ejemplo perfecto de esto: el partido del comediante Beppe Grillo en Italia y los neonazis griegos.
Todos son ejemplos de la clásica “tercera opción”: aquella que desconocemos, pero que tomamos en cuenta porque la primera (el oficialismo) se ha visto desfasada y agotada por la crisis, y la segunda (la oposición) se ha visto en necesidad de: a) armar un gobierno de coalición con el oficialismo, por lo que se ve “embarrada” por la crisis; b) se opone radicalmente a todo lo que aplique el gobierno, y, en vez de ayudar, crea desbalance social, huelgas y protestas (como en el caso de España, con la UGT y las CC OO). Todo esto provoca desconcierto y, en el maremágnum de cosas a tomar en cuenta o a analizar, surge una visión un poco extraña y que aún no me queda clara: la tecnocracia, en algunos casos, puede representar una llamativa “cuarta opción”.
Se dio el caso, en noviembre, de la subida al poder político en Italia de Mario Monti, tecnócrata y economista, que llegó “para saldar las cuentas del Estado”. Ha pasado también en Grecia, con Andonis Samarás. A estas pueden llamárseles tendencias, pero yo le llamo iniciativa. Iniciativa a considerar los problemas desde otro punto y, por tanto, llegar a una solución diferente o menos dolorosa. El sacrificio cuesta, y mucho, pero a veces se puede amortiguar al máximo, sin que las repercusiones sean demasiado graves.
Por eso, en cierta forma, elogié al señor Monti por su actitud frente a la canciller alemana, Angela Merkel, en mi último artículo, (Monti, Merkel y la Unión, domingo 22 de julio de 2012) pues me parece que el Primer Ministro italiano ha hecho lo que tenía que hacer, no solo en materia económica sino en el ámbito político: ha recuperado el espacio de Italia en el mapa, el que había perdido bajo el mandato de Silvio Berlusconi.
Samarás, el recientemente electo primer ministro griego, aún no ha demostrado nada, pues acaba de resultar ganador de los últimos comicios.
Y, aún viéndose amenazado por Syriza, la coalición de izquierdas de Alexis Tsipras que, hasta el último momento, se hacían ganadores de las elecciones, tiene cosas por hacer, muchas, pero bajo un apretado margen político y fiscal.
En situaciones como éstas, generalmente se mira hacia atrás para tener un punto inicial, una meta, un proceso, un ejemplo, una referencia, y, en la mayoría de los casos, estos ejemplos y referencias son los líderes de antaño, aquellos que lideraron en tiempos de conflictos y de crisis, y que supieron marcar la política a través de decisiones que a la larga marcarían, a su vez, la manera de pensar de las nuevas generaciones.
François Mitterrand, Gerhard Schröder, Felipe González y Mijaíl Gorbachov son todos hombres por los cuales miramos atrás y anhelamos el regreso al pasado, aquel que fue tan fructífero y maduro, a diferencia del estéril e inmaduro quehacer político que, en general, caracteriza nuestros días.
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