Con Santana, la República cae “Bajo el imperio del sable”
El despotismo de Santana no do- blegó la dignidad, la inexpugnable fortaleza moral de Duarte
Escrito por: MINERVA ISA (m.isa@hoy.com.do)
Duarte procuró integrarlo a la causa. Santana se empecinó en destruirlo. Aniquilar las ideas de soberanía, eliminar de su entorno político y militar al único líder en quien veía un rival, enterrarlo en la nada del olvido.
La proclamación de Juan Pablo Duarte a la Presidencia desbordó el encono de Pedro Santana contra los duartianos, iracundia que comenzó a descargar sobre el aguerrido héroe del trabucazo, Matías Ramón Mella, a quien, al apresarlo, sus esbirros ultrajaron, arrancándole las charreteras.
Primero de muchos actos de represión y deshonra del dictatorial gobierno santanista, que instaura el caudillismo y el despotismo, manchando la Primera República con la persecución política y el crimen de Estado.
Éxito efímero. Prominentes ciudadanos que mostraron veneración al Padre de la Patria se adhirieron por conveniencia o temor al hatero del Prado, consagrado desde entonces como encarnación del poder, el cacique de afilada garra política. ¡Venció!
Triunfó la fuerza bruta sobre la razón, el despotismo ante las ideas democráticas. ¡Venció! No para la posteridad. Sólo temporalmente como otros dictadores que nos legaron un autoritarismo -de origen colonial-, que moldea nuestra conducta y aún nos priva de una auténtica cultura democrática.
Victoria efímera, como la de quienes desaforadamente buscan el éxito material, en un culto al poder y al dinero que induce a una laxitud moral, al pragmatismo y relativismo que todo lo permite.
Un “éxito” medido en ganancias económicas y consecuente poder, que desencadena una fiera competitividad, infla la ambición y el individualismo, desdeñando el interés colectivo.
Consistencia moral. Santana estaba decidido a librarse de Duarte, único líder que por su carisma y autoridad moral podía entorpecer su propósito de asumir el poder.
Su plan se aceleró con la expulsión de la Junta de Tomás Bobadilla y otros conservadores, rebosando su ira las ovaciones al patricio en el Cibao, detonante que lo condujo a Santo Domingo al frente de su ejército.
La capital se alarmó. La Junta, presidida por Francisco del Rosario Sánchez, envió emisarios conminándolos a acatar su autoridad, mientras tropas al mando de José Joaquín Puello se aprestaban a la defensa.
Eustache Juchereau de Saint Denys, cónsul francés, forzaba un desenlace a favor de Santana. Amenazó con retirarse a Francia si lo destituían, e influyó en Puello, que rehusó resistir.
Sánchez se entrevistó en San Cristóbal con el insubordinado caudillo, quien, bajo una máscara de docilidad, se comprometió a entregar sus tropas y retirarse a El Seibo.
Promesa violada. Ante una ciudad aterrorizada, el ejército del Sur entró a Santo Domingo el 12 julio, recorriendo las calles al son de cornetas y tambores. En la fortaleza, proclamaron a Santana jefe supremo de la República, invistiéndolo de facultades dictatoriales.
Impotentes, los miembros de la Junta seguían en palacio. Los capitaleños los apoyaban, pero carentes de armas, adoptaron el jazmín de Malabar como símbolo del ideal trinitario.
Las mujeres lo prendían en su cabellera y los hombres en la solapa, un desafío romántico a la fuerza bruta.
Ebrio de poder, Santana llegó a la plaza rodeado de oficiales y tropas.
__Abajo los filorios. Abajo la Junta! ¡Viva el jefe supremo!, gritaban tras toques de saludo. Sánchez, Pina y Pérez bajaron a hablar con el caudillo, pero sables al aire lo impidieron.
Era tal la majestad de su porte y la serenidad de sus semblantes -evocará Rosa Duarte- que a pesar de querer destruirlos, no se atrevían a tocarlos.
Ellos, los dignos hijos de mi amada patria, los que tantas pruebas tenían dadas de valor, abnegación y patriotismo, sin darse cuenta del peligro que corrieron, atravesaban las turbas retirándose a sus casas. Al fin el terror invadió la ciudad; todo era confusión y espanto. El pueblo temblaba bajo el imperio del sable.
En una proclama, Santana enfatizó que no quería la autoridad ilimitada conferida, sí la suficiente para reorganizar la Junta. Juró no cansarse de gritar a sus conciudadanos:
Amigos, hermanos, indulgencia, paz, unión.
Nueva falacia, como en el discurso de políticos actuales, plagados de demagogia y populismo.
Al asaltar el palacio, un día después, contradecía sus palabras. El ruido de espuelas y sables anunció la presencia del caudillo.
__¡Esta Junta no existe desde que el general Santana fue proclamado jefe supremo!, gritó el coronel Juan Ruiz. Ciego de indignación, Juan Isidro le lanzó duras diatribas. Ruiz respondió desafiante. Desenvainaron espadas y, en un forcejeo, Pérez dirigió la suya hacia Santana, cuya escolta blandió machetes y trabucos.
—¡Asesinan al general Santana!, vociferaban las tropas, abalanzándose sobre Pérez, salvado por Felipe Alfau.
Toma el poder. En medio del terror, el 16 de julio Santana formó una nueva Junta. Lejos de la “paz y unión” prometida, desplegó una tenaz persecución contra Duarte y los trinitarios.
El 18 detuvo a Sánchez, encarcelado junto a Pina y Mella, apresado el 28, día en que el patricio sufrió la vejación de ser excomulgado por el arzobispo Tomás de Portes e Infantes, jefe de la Iglesia Católica.
¡Triunfó Santana! No para la posteridad, como es la ganancia de Duarte, proyectado en el tiempo como el dominicano de más alta talla moral.
No obstante, la gran victoria duartiana sigue pendiente. Espera por una ciudadanía que bajo sus lineamientos políticos, cívicos y morales edifique una auténtica sociedad democrática libre de sectarismo y del imperio de la ley del más fuerte -como hoy ocurre-, no con bayonetas, sino con papeletas.
Aguarda una conducta ciudadana sin rastros de las tendencias autoritarias reproducidas a través del paternalismo, burocratismo y conformismo, una traba al fortalecimiento de aperturas democráticas que sustentan el estado de derecho.
Y que, prestos al diálogo y condescendientes con la pluralidad de ideas, depongamos la actitud impositiva que vulnera y obstruye el desarrollo individual, familiar e institucional en un marco de respeto a la dignidad humana.
Persecución contra los duartistas
Las cárceles llenas
De probos patricios,
Y a algunos condena
A oscuros suplicios,
Mientras otros expulsos
Del suelo natal,
Maldicen convulsos
Al Genio del mal.
(Juan Pablo Duarte)
Ante la sublevación de Santana, el ejército del Cibao, comandado por Mella, se proponía enfrentarlo. La guerra civil era inminente, y Duarte procuraba evitarla, instando a la concordia, a la unidad.
Mella recapacitó, acogió una iniciativa del presbítero Manuel González Regalado, y encabezó una comisión que partió hacia Santo Domingo para proponer elecciones con Duarte y Santana como candidatos a la Presidencia y Vicepresidencia. En su ausencia, Pedro R. de Mena, seguidor de Bobadilla, influyó en comandantes del Cibao para que respaldaran a Santana.
Ajenos al terror imperante, la comisión llegó el 28 de julio. Al entrar a la capital, Mella fue amarrado y conducido ante el caudillo militar. Indignado por la arbitrariedad contra él y su séquito, protestó enérgicamente, siendo encarcelado junto a Sánchez y Pedro A. Pina.
Al calabozo enviaron mensajeros insinuándoles que se librarían de la muerte o el destierro si renegaban de Duarte. Enfáticamente, todos rechazaron. Pina les respondió: “Dígale al general Santana que prefiero no sólo el destierro sino la muerte, antes que negar al hombre que reconozco como caudillo de la Separación”.
LOS VALORES
1. Dignidad
Valor supremo, expresión de grandeza propia de un alma noble, por la que alguien como Duarte goza de especial estima. Ganar esta cualidad superior implica ser respetuoso, honesto, tolerante. La persona digna es auténtica, se conoce a sí misma, crece en sus fortalezas y supera sus debilidades.
2. Tolerancia
Valor fundamental para la convivencia pacífica, ausente en el absolutismo y soberbia de Santana. El tolerante respeta a los demás, reconoce su derecho a ser aceptados en su individualidad, opiniones y acciones. No apela a la violencia al solucionar conflictos, dialoga, concilia. No significa ser pasivo. Hay situaciones en que no debemos callar, que procede protestar con serenidad y firmeza, como JPD. Este valor es vital en la educación de los hijos, exige aprender a pasar por alto pequeñas fricciones cotidianas. No es desentenderse, sino darles ejemplo de serenidad, comprensión y cariño.
ZOOM
Salta de su asiento
Los coroneles Juan Luis Franco Bidó y Domingo Mallol llegaron a la capital el 24 de julio para notificar a la Junta la exaltación del Padre de la Patria a la Presidencia, en un pliego fechado el 19, cuando ya Santana había tomado el poder.
Al leerlo, el caudillo saltó de su asiento, y se dirigió a la fortaleza. Formaron el ejército en la Plaza de Armas, y sonando las fanfarrias, un oficial o leyó una proclama en la que el gobierno condenaba lo ocurrido en el Cibao, y declaraba traidores a la patria a Duarte, Sánchez, Pina y Pérez, y a cuantos apoyaban la Presidencia del patricio.
Duarte procuró integrarlo a la causa. Santana se empecinó en destruirlo. Aniquilar las ideas de soberanía, eliminar de su entorno político y militar al único líder en quien veía un rival, enterrarlo en la nada del olvido.
La proclamación de Juan Pablo Duarte a la Presidencia desbordó el encono de Pedro Santana contra los duartianos, iracundia que comenzó a descargar sobre el aguerrido héroe del trabucazo, Matías Ramón Mella, a quien, al apresarlo, sus esbirros ultrajaron, arrancándole las charreteras.
Primero de muchos actos de represión y deshonra del dictatorial gobierno santanista, que instaura el caudillismo y el despotismo, manchando la Primera República con la persecución política y el crimen de Estado.
Éxito efímero. Prominentes ciudadanos que mostraron veneración al Padre de la Patria se adhirieron por conveniencia o temor al hatero del Prado, consagrado desde entonces como encarnación del poder, el cacique de afilada garra política. ¡Venció!
Triunfó la fuerza bruta sobre la razón, el despotismo ante las ideas democráticas. ¡Venció! No para la posteridad. Sólo temporalmente como otros dictadores que nos legaron un autoritarismo -de origen colonial-, que moldea nuestra conducta y aún nos priva de una auténtica cultura democrática.
Victoria efímera, como la de quienes desaforadamente buscan el éxito material, en un culto al poder y al dinero que induce a una laxitud moral, al pragmatismo y relativismo que todo lo permite.
Un “éxito” medido en ganancias económicas y consecuente poder, que desencadena una fiera competitividad, infla la ambición y el individualismo, desdeñando el interés colectivo.
Consistencia moral. Santana estaba decidido a librarse de Duarte, único líder que por su carisma y autoridad moral podía entorpecer su propósito de asumir el poder.
Su plan se aceleró con la expulsión de la Junta de Tomás Bobadilla y otros conservadores, rebosando su ira las ovaciones al patricio en el Cibao, detonante que lo condujo a Santo Domingo al frente de su ejército.
La capital se alarmó. La Junta, presidida por Francisco del Rosario Sánchez, envió emisarios conminándolos a acatar su autoridad, mientras tropas al mando de José Joaquín Puello se aprestaban a la defensa.
Eustache Juchereau de Saint Denys, cónsul francés, forzaba un desenlace a favor de Santana. Amenazó con retirarse a Francia si lo destituían, e influyó en Puello, que rehusó resistir.
Sánchez se entrevistó en San Cristóbal con el insubordinado caudillo, quien, bajo una máscara de docilidad, se comprometió a entregar sus tropas y retirarse a El Seibo.
Promesa violada. Ante una ciudad aterrorizada, el ejército del Sur entró a Santo Domingo el 12 julio, recorriendo las calles al son de cornetas y tambores. En la fortaleza, proclamaron a Santana jefe supremo de la República, invistiéndolo de facultades dictatoriales.
Impotentes, los miembros de la Junta seguían en palacio. Los capitaleños los apoyaban, pero carentes de armas, adoptaron el jazmín de Malabar como símbolo del ideal trinitario.
Las mujeres lo prendían en su cabellera y los hombres en la solapa, un desafío romántico a la fuerza bruta.
Ebrio de poder, Santana llegó a la plaza rodeado de oficiales y tropas.
__Abajo los filorios. Abajo la Junta! ¡Viva el jefe supremo!, gritaban tras toques de saludo. Sánchez, Pina y Pérez bajaron a hablar con el caudillo, pero sables al aire lo impidieron.
Era tal la majestad de su porte y la serenidad de sus semblantes -evocará Rosa Duarte- que a pesar de querer destruirlos, no se atrevían a tocarlos.
Ellos, los dignos hijos de mi amada patria, los que tantas pruebas tenían dadas de valor, abnegación y patriotismo, sin darse cuenta del peligro que corrieron, atravesaban las turbas retirándose a sus casas. Al fin el terror invadió la ciudad; todo era confusión y espanto. El pueblo temblaba bajo el imperio del sable.
En una proclama, Santana enfatizó que no quería la autoridad ilimitada conferida, sí la suficiente para reorganizar la Junta. Juró no cansarse de gritar a sus conciudadanos:
Amigos, hermanos, indulgencia, paz, unión.
Nueva falacia, como en el discurso de políticos actuales, plagados de demagogia y populismo.
Al asaltar el palacio, un día después, contradecía sus palabras. El ruido de espuelas y sables anunció la presencia del caudillo.
__¡Esta Junta no existe desde que el general Santana fue proclamado jefe supremo!, gritó el coronel Juan Ruiz. Ciego de indignación, Juan Isidro le lanzó duras diatribas. Ruiz respondió desafiante. Desenvainaron espadas y, en un forcejeo, Pérez dirigió la suya hacia Santana, cuya escolta blandió machetes y trabucos.
—¡Asesinan al general Santana!, vociferaban las tropas, abalanzándose sobre Pérez, salvado por Felipe Alfau.
Toma el poder. En medio del terror, el 16 de julio Santana formó una nueva Junta. Lejos de la “paz y unión” prometida, desplegó una tenaz persecución contra Duarte y los trinitarios.
El 18 detuvo a Sánchez, encarcelado junto a Pina y Mella, apresado el 28, día en que el patricio sufrió la vejación de ser excomulgado por el arzobispo Tomás de Portes e Infantes, jefe de la Iglesia Católica.
¡Triunfó Santana! No para la posteridad, como es la ganancia de Duarte, proyectado en el tiempo como el dominicano de más alta talla moral.
No obstante, la gran victoria duartiana sigue pendiente. Espera por una ciudadanía que bajo sus lineamientos políticos, cívicos y morales edifique una auténtica sociedad democrática libre de sectarismo y del imperio de la ley del más fuerte -como hoy ocurre-, no con bayonetas, sino con papeletas.
Aguarda una conducta ciudadana sin rastros de las tendencias autoritarias reproducidas a través del paternalismo, burocratismo y conformismo, una traba al fortalecimiento de aperturas democráticas que sustentan el estado de derecho.
Y que, prestos al diálogo y condescendientes con la pluralidad de ideas, depongamos la actitud impositiva que vulnera y obstruye el desarrollo individual, familiar e institucional en un marco de respeto a la dignidad humana.
Persecución contra los duartistas
Las cárceles llenas
De probos patricios,
Y a algunos condena
A oscuros suplicios,
Mientras otros expulsos
Del suelo natal,
Maldicen convulsos
Al Genio del mal.
(Juan Pablo Duarte)
Ante la sublevación de Santana, el ejército del Cibao, comandado por Mella, se proponía enfrentarlo. La guerra civil era inminente, y Duarte procuraba evitarla, instando a la concordia, a la unidad.
Mella recapacitó, acogió una iniciativa del presbítero Manuel González Regalado, y encabezó una comisión que partió hacia Santo Domingo para proponer elecciones con Duarte y Santana como candidatos a la Presidencia y Vicepresidencia. En su ausencia, Pedro R. de Mena, seguidor de Bobadilla, influyó en comandantes del Cibao para que respaldaran a Santana.
Ajenos al terror imperante, la comisión llegó el 28 de julio. Al entrar a la capital, Mella fue amarrado y conducido ante el caudillo militar. Indignado por la arbitrariedad contra él y su séquito, protestó enérgicamente, siendo encarcelado junto a Sánchez y Pedro A. Pina.
Al calabozo enviaron mensajeros insinuándoles que se librarían de la muerte o el destierro si renegaban de Duarte. Enfáticamente, todos rechazaron. Pina les respondió: “Dígale al general Santana que prefiero no sólo el destierro sino la muerte, antes que negar al hombre que reconozco como caudillo de la Separación”.
LOS VALORES
1. Dignidad
Valor supremo, expresión de grandeza propia de un alma noble, por la que alguien como Duarte goza de especial estima. Ganar esta cualidad superior implica ser respetuoso, honesto, tolerante. La persona digna es auténtica, se conoce a sí misma, crece en sus fortalezas y supera sus debilidades.
2. Tolerancia
Valor fundamental para la convivencia pacífica, ausente en el absolutismo y soberbia de Santana. El tolerante respeta a los demás, reconoce su derecho a ser aceptados en su individualidad, opiniones y acciones. No apela a la violencia al solucionar conflictos, dialoga, concilia. No significa ser pasivo. Hay situaciones en que no debemos callar, que procede protestar con serenidad y firmeza, como JPD. Este valor es vital en la educación de los hijos, exige aprender a pasar por alto pequeñas fricciones cotidianas. No es desentenderse, sino darles ejemplo de serenidad, comprensión y cariño.
ZOOM
Salta de su asiento
Los coroneles Juan Luis Franco Bidó y Domingo Mallol llegaron a la capital el 24 de julio para notificar a la Junta la exaltación del Padre de la Patria a la Presidencia, en un pliego fechado el 19, cuando ya Santana había tomado el poder.
Al leerlo, el caudillo saltó de su asiento, y se dirigió a la fortaleza. Formaron el ejército en la Plaza de Armas, y sonando las fanfarrias, un oficial o leyó una proclama en la que el gobierno condenaba lo ocurrido en el Cibao, y declaraba traidores a la patria a Duarte, Sánchez, Pina y Pérez, y a cuantos apoyaban la Presidencia del patricio.
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