martes, 26 de marzo de 2013

GENERAL ELOY ALFARO PARADIGMA DE LA REVOLUCIÓN CIUDADANA DEL ECUADOR

 
Este Eloy Alfaro es del Diccionario del Ecuador de la autoría del prestante intelectual Efrén Avilés Pino.


ALFARO, Gral. Eloy.- Revolucionario, militar y político nacido en Montecristi, provincia de Manabí, el 25 de junio de 1842, hijo del ciudadano republicano español Cáp. Manuel Alfaro González y de la Sra. Natividad Delgado López. Su educación fue muy modesta, y la recibió y terminó en su lugar natal, luego de lo cual se dedicó -aunque por poco tiempo-, a diferentes actividades comerciales.


«Durante su juventud se nutrió de doctrinas libertarias, de modo que al conocerse la noticia de que García Moreno proyectaba poner al Ecuador bajo la protección de una nación europea, se afilió de hecho a las filas liberales y se lanzó a la lucha armada» (A. Pareja Diezcanseco.-ob. cit. (1) tomo IV, p. 39)


General Eloy Alfaro 


Por esa época y bajo inspiración del Gral. José María Urbina, organizó sus primeras guerrillas para combatir al gobierno, e intervino en el movimiento revolucionario de mayo de 1865, en Guayaquil, que culminó con el triunfo gobiernista cuyas fuerzas,.dirigidas personalmente por García Moreno, derrotaron en Jambelí a los revolucionarios poniéndolos en fuga.
Alfaro logró escapar a Panamá donde estableció su residencia y en 1872 contrajo matrimonio con la Srta. Ana Paredes y Arosemena. Durante su permanencia en Centroamérica se dedicó nuevamente a las actividades comerciales importando y promocionando los sombreros de paja toquilla elaborados en Manabí, los que gracias a su esfuerzo lograron fama internacional, aunque fueron conocidos como «Sombreros de Panamá». Pudo así acumular una gran fortuna que puso a disposición de la causa revolucionaria. Por esa época protegió y apoyó -eficaz y económicamente-, al notable escritor y filósofo ambateño Juan Montalvo, publicando en Panamá la primera edición de su célebre obra «Las Catilinarias»
Volvió al Ecuador poco tiempo después del Asesinato de García Moreno ocurrido el 6 de agosto de 1875, e inmediatamente se dirigió al nuevo gobierno presidido por el Dr. Antonio Borrero solicitándole la convocatoria a una Convención Nacional. Al no ser aceptada su petición empezó a conspirar para fraguar una revolución que debía estallar el 5 de mayo de 1876, pero esta fue descubierta y tuvo que escapar nuevamente para evitar ser aprehendido.
Durante cuatro meses permaneció oculto hasta que el Gral. Ignacio de Veintemilla se levantó en armas contra el gobierno. Volvió entonces a la lucha y bajo las órdenes del Gral. Urbina tuvo destacada participación en los combates de Galte y Los Molinos, en los que el triunfo de los revolucionarios sirvió para llevar al poder al Gral. Veintemilla.
Posteriormente, y a causa de una publicación titulada «El Ejemplo es Oro», y que firmada por Montalvo llamaba la atención a las actuaciones de Veintemilla, éste desató una implacable persecución en contra de los liberales, por lo que fue capturado y mantenido en prisión durante largo tiempo, hasta finalmente ser desterrado a Centroamérica.
Allí permaneció varios años hasta que estalló en Esmeraldas la revolución del 6 de abril de 1882. Volvió entonces al Ecuador y luego de participaren algunas acciones de armas en que fue derrotado, tuvo que abandonar una vez más el país hasta el año siguiente en que regresó y fue proclamado Jefe Supremo de Esmeraldas y Manabí.
Durante la campaña de la «restauración» en contra de la segunda dictadura de Veintemilla, unió sus fuerzas a las del Gral. Francisco Javier Salazar que avanzaba desde la sierra hacia Guayaquil donde el dictador se había hecho fuerte, y luego de sitiar la ciudad asistió a todos los combates que culminaron el 9 de julio de 1883 cuando las fuerzas veintemillistas capitularon y el dictador huyó hacia el Perú.
Tres meses más tarde, la Asamblea Nacional Constituyente reunida en Quito -pese a estar conformada mayoritariamente por sus opositores políticos-, en acto de verdadera justicia le confirió el grado de General de la República.
El 18 de febrero de 1884 se inició en el Ecuador el período llamado ( Progresismo, cuando el Dr. José María Plácido Caamaño -elegido por la Asamblea Constituyente-, asumió la Presidencia de la República; pero cuando este, sin considerar que para su elección había contado con respaldo de los liberales, adoptó una política garciana opuesta a los principios de la revolución, se produjo la indignada reacción de los liberales que inmediatamente comprometieren al Gral. Alfaro para que acaudille la oposición.
Comandó entonces una serie de conspiraciones y movimientos revolucionarios en las provincias de Manabi, Guayas y Los Ríos, donde se levantaron las famosas «montoneras» que fueron perseguidas con ferocidad y dureza por las fuerzas del gobierno.
Uno de los episodios culminantes de su campaña en contra del gobierno de Caamaño fue el célebre Combate Naval de Jaramijólibrado entre el 5 y el 6 de diciembre de 1884, cuando a bordo del buque Alajuela enfrentó a las naves gobiernistas «9 de Julio» y «Huacho». Derrotado en desigual combate, y después de ordenar que la nave sea incendiada para que no caiga en manos del enemigo, se arrojó al mar aferrado aun barril y luego de varias horas pudo al fin llegar a la playa, agotado por el terrible esfuerzo de mantenerse a flote; pues no sabía nadar. Inmediatamente tuvo que huir para evitar ser capturado por las fuerzas del gobierno.


«Escapó soportando grandes penalidades, pasando por Colombia hacia Panamá. Entonces el Ecuador se dio cuenta que Alfaro era un soñador y un héroe, y desde ese momento el alfarismo creció rápidamente en el país, aunque los conservadores intentaron desprestigiarle llamándole peyorativamente El General de las Derrotas» (A. Pareja D- idem).

Alfaro se radicó nuevamente en Panamá donde permaneció hasta 1888 en que finalizó el gobierno de Caamaño. Volvió entonces para participar en la lid electoral, pero a pesar de haber recibido el respaldo multitudinario de los pueblos de la costa y especialmente de Guayaquil, el triunfador fue el Dr. Antonio Flores Jijón, por lo que para evitar nuevas persecuciones por parte de los «progresistas», partió de inmediato hacia los Estados Unidos, pasando por varios países centroamericanos en los que tuvo la oportunidad de hacer amistad con notables personalidades como José Martí y Antonio Macedo, ideólogos y caudillos de la libertad de Cuba.
A principios de 1895, al denunciarse La Venta de la Bandera se desató contra el gobierno del Dr. Luis Cordero una reacción populara través de diferentes movimientos armados suscitados en todo el país, que luego de la renuncia del presidente culminaron en Guayaquil -el 5 de junio- con el triunfo de la Revolución Liberal y su proclamación como Jefe Supremo de la República.
Al recibir en Managua, Nicaragua, la noticia del triunfo liberal y de su proclamación como Jefe Supremo, envió al Sr. Ignacio Robles -Jefe Civil y Militar de Guayaquil-, un expresivo cablegrama en el que, entre otras cosas, le dice:


«Gloria a Dios y honra al pueblo ecuatoriano por su elevado civismo... el programa de mi gobierno será de reparación, nunca de venganza, nada de resentimientos... Dios y Libertad» (El Telégrafo, junio 5/49, p. 14, R. Rites M.). Pocos días después -el 19 de junio- llegó a Guayaquil donde fue recibido apoteósicamente.

Inmediatamente hizo un llamado a la paz y la concordia nacional, pero el Dr. Vicente Lucio Salazar -Encargado del Poder ante la renuncia del presidente Cordero-, no hizo caso de sus requerimientos y por el contrario se preparó para enfrentar con las armas al movimiento liberal, encargando el mando del ejército al Gral. José María Sarasti, quien a más de su gran experiencia militar contaba con superiores recursos en armas y hombres. A pesar de estar en desventaja, Alfaro avanzó con sus fuerzas hacia la sierra y venció a las gobiernistas en los célebres combates de Chimbo, Gatazo y Socavón, pudo entonces entrar triunfalmente en Quito el 4 de septiembre de 1895, donde fue recibido entre aclamaciones por el pueblo y las personalidades más representativas de la ciudad.
El primer gobierno de Alfaro se desarrolló en dos etapas definidas muy claramente: La primera como Jefe Supremo, desde su proclamación en 1895 hasta que se reunió la Asamblea Constituyente en octubre de 1896; y la segunda como presidente Constitucional elegido por dicha asamblea, y que se extendió desde el 17 de Enero de 1897 hasta el 31 de Agosto de 1901.
Como hombre, Alfaro era accesible a todos, cualquiera ganaba su confianza; de caracter sencillo y atrayente, pero firme en el cumplimiento de la palabra dada, era de todos reverenciado y admirado.
En los primeros días de su gobierno atendió personalmente a todas las personas que llegaban hasta él, especialmente a los pobres a quienes dedicaba algunas horas. Hombres, mujeres, ancianos, desvalidos, indios, enfermos, todos pedían verle y a todos recibió, menos a los borrachos. Odiaba la embriaguez como el peor de los hábitos. Sus amigos y colaboradores le hacían notar la pérdida de tiempo que eso significaba, pero él respondía:


«Yo, para todo me alcanzo; no es ocupación despreciable enseñar a nuestros compatriotas infelices que todos tenemos iguales derechos. Quizás nunca hablaron con el presidente las personas que ahora se agolpan por hablarme». Y daba por sí mismo y por medio de otros abundantes limosnas en dinero» (Roberto Andrade.- Vida y Muerte de Eloy Alfaro).

Durante este mandato se preocupó de manera especial por la reorganización política del Estado. Impulsó y financió la construcción del ferrocarril Guayaquil-Quito y dictó los decretos por medio de los cuales se suprimió la tributación indígena. Decretó además la libertad de cultos, la libertad de prensa y la hermandad de todos los ecuatorianos. En lo político-militar tuvo que combatir a las fuerzas organizadas por el Dr. Vicente Lucio Salazar, que derrotadas y dispersas por todo el territorio ecuatoriano continuaron asediando y procurando desestabilizar al gobierno: Ricardo Cornejo por el norte; Pedro Lizarzaburu, Melchor Costales y Pacífico Chiriboga por el centro; y los coroneles Antonio Vega Muñoz y Alberto Muñoz Vernaza por el sur, lo hostilizaron constantemente sin darle un solo minuto de reposo. A todo este se sumó la tenaz resistencia que le opusieron el clero y los obispos ecuatorianos acusándolo de ateo e invitando al pueblo católico a la rebelión Sólo la sabia intervención del clérigo e historiador Monseñor Federico González Suárez logró poner fin a las diferencias entre la Iglesia y el gobierno.
Desarrolló también una intensa actividad destinada a mejorar la educación, para lo cual creó en Quito el Instituto Nacional Mejía, el Instituto Normal Manuela Cañizares para mujeres y el Normal Juan Montalvo para varones, el Conservatorio Nacional de Música, la Escuela de Bellas Artes, y por decreto del 11 de diciembre de 1899, el colegio militar que hoy lleva su nombre.
Antes de finalizar su mandato convocó a nuevas elecciones, pero basándose en la filosofía de que


«No podemos perder con papelitos lo que hemos ganado con fusiles» (E. Muñoz B. ob. cit. (1) p. 261),

respaldó la candidatura del Gral. Leonidas Plaza Gutiérrez para que éste ascienda al poder. Finalmente y a pesar de los problemas militares, políticos religiosos y sociales que debió enfrentar, su gobierno terminó, de acuerdo con la Constitución, el 31 de agosto de 1901.
Poco tiempo después surgió el distanciamiento entre Alfaro y Plaza debido a varias circunstancias de orden ideológico y político, y sobre todo porque se había descubierto cierta relación que comprometía a Plaza con los conservadores, por estas razones, Alfaro prefirió permanecer alejado de toda actividad política o militar, más aún cuando supo que Plaza había ordenado mantenerlo estrictamente vigilado.
Al finalizar su gobierno el Gral. Plaza convocó nuevamente a elecciones presidenciales, y sin considerar la opinión del Gral. Alfaro respaldó y llevó al poder al Sr. Lizardo García, quien asumió la primera magistratura del país el 1 de septiembre de 1905.
Sólo cuatro meses duró el gobierno del Sr. García, pues en la noche del 31 de diciembre, mientras en la casa presidencial se celebraba el advenimiento del nuevo año, el Gral. Emilio María Terán, jefe de la guarnición militar de Riobamba, envió un telegrama al presidente en los siguientes términos:


«Sr. Lizardo García: Saludo a usted y le deseo un feliz año nuevo, comunicándole, a la vez, que la guarnición de Riobamba está a mis órdenes, porque acaba de proclamar Jefe Supremo de la Nación al señor general Eloy Alfaro» (E. Muñoz B.- ob. cit (1), p. 271).

«La revolución encabezada por Alfaro desde Guayaquil, en donde se encontraba bajo vigilancia, era realidad. Muchas quejas tenía don Eloy contra su antiguo Ministro de Hacienda de 1895, entre otras, de haberle traicionado, de haber «pactado» con los conservadores, y sobre todo que el presidente, llevaba al derrotero de un fracaso irremediable la obra del ferrocarril del sur. Burlando la vigilancia de la policía de Guayaquil, marchó el Viejo Luchadora , Riobamba donde se le había proclamado, el 1 de enero de 1906, Jefe Supremo de la República» (E. Muñoz B.-ídem).

Las fuerzas leales al gobierno intentaron sofocar el movimiento alfarista, pero unas pocas acciones militares libradas por el propio general, especialmente en los campos de Chasqui, acabaron con la resistencia gobiernista y le permitieron, el 17 de enero de 1906, entrar una vez más aclamado y triunfante- en la ciudad de Quito.
A los pocos meses convocó a une nueva Asamblea Constituyente que se instaló en Quito el 10 de octubre de ese año. Esta asamblea expidió -el 23 de diciembre-, la Constitución No, 12 de la República, y lo eligió, ese mismo día, Presidente Constitucional para un segundo mandato.
Alfaro asumió el poder el 1 de enero de 1907, iniciando un período que se caracterizó por el intenso clima de agitación y violencia política que azotó al país. Diariamente los principales periódicos -especialmente de Quito-, se llenaban de ataques contra el gobierno, y obedeciendo a dichas consignas, el 23 de abril una enorme multitud acudió al palacio de gobierno para protestar ante el presidente por el indebido proceder de algunos altos militares. Dos meses más tarde -en Guayaquil-, el 17 de julio se llevó a cabo un violentísimo motín en el cual inclusive se intentó acabar con su vida. Afortunadamente el intento criminal fue descubierto a tiempo y los principales cabecillas fueron capturados y fusilados.
1908 fue un año de relativa paz y sus esfuerzos por unir la costa y la sierra se vieron premiados el 25 de junio, cuando en la estación de Chimbacalle el pueblo quiteño, entre vivas y aplausos al presidente, vio llegar por fin el primer tren a la ciudad de Quito.
Negros nubarrones cubrieron el cielo ecuatoriano a mediados de 1909, cuando se empezaron a producir presiones y roces internacionales relacionados con el problema limítrofe que el Ecuador mantiene -desde los primeros años de su vida republicana-, con el vecino país del sur, los mismos que a principios de 1910 tomaron proporciones alarmantes.
Ante la presencia de tropas peruanas que amenazaban con mancillar el territorio nacional, Alfaro asumió personalmente el mando del ejército, y marchó hacia la frontera sur mientras la voz de «Túmbez, Marañón o la Guerra» se hacía escuchar por todo el país. La patria toda reaccionó indignada ante la felonía peruana y el llmo. González Suárez, en esos momentos de terrible peligro, arengó a los soldados y al pueblo con su histórica proclama:


«Si ha llegado la hora de que el Ecuador desaparezca, que desaparezca; pero no enredado en los hilos de la diplomacia, sino en el campo del honor, al aire libre, con el arma al brazo; no lo arrastrará a la guerra la codicia, sino el honor».

Sólo la imponente presencia del Gral. Alfaro y el coraje y determinación de los ecuatorianos pudieron detener las aspiraciones expansionistas de los peruanos, pues en esa época, la única superioridad que tenía su ejército era numérica, y esa no era suficiente para frenar el valor y la bravura del soldado ecuatoriano.
Convencido de que el país había sufrido mucho con los gobiernos militares, y que debía ser gobernado por un civil, al acercarse la fecha en que terminaría su mandato constitucional convocó a nuevas elecciones presidenciales, y presentó para el caso la candidatura del Sr. Emilio Estrada, que lógicamente resultó elegido.
Poco tiempo después Alfaro descubrió que Estrada sufría de una grave dolencia cardiaca que no le permitiría cumplir adecuadamente con sus funciones presidenciales, pues la altura de Quito y el tener que viajar constantemente a Guayaquil podrían afectarlo peligrosamente. Ante esta situación trató de que Estrada se excuse, pero éste supo afirmarse en sus propios atributos, y apoyado por sus coidearios y simpatizantes se negó rotundamente a renunciar. Este intento de Alfaro y la reacción de sus opositores que lo aprovecharon para soliviantar y arengar al pueblo en su contra, provocaron un levantamiento militar que culminó con su derrocamiento el 11 de agosto de 1911, cuando sólo faltaban veinte días para que cesara en sus funciones. Se asiló entonces en la legación de Chile donde firmó su renuncia antes de abandonar el país.


«El 11 de agosto de 1911 se iniciaría el comienzo del fin para el liberalismo radical. La errada elección del guayaquileño Estrada a la Presidencia de la República y el tardío arrepentimiento de Alfaro, fermentaron una situación preparada con gran antelación. El conservadorismo y el ala placista se fusionarían prácticamente a nombre de un falso constitucionalismo, creando las bases para la destrucción física de Alfaro y sus más estrechos seguidores» (R. Andrade.- ob. cit. tomo I, p. 35).

Cuatro meses después de asumir el gobierno y tal como Alfaro lo temía, el presidente Estrada murió violentamente, víctima de un paro cardiaco que le sobrevino mientras viajaba a Guayaquil.
Inmediatamente asumió el Poder el Presidente del Senado Dr. Carlos Freile Zaldumbide, y en la misma noche el Gral. Leónidas Plaza recorrió los cuarteles de Quito, acompañado del Ministro de Guerra, para asegurarse la lealtad de los mismos.
Esta actitud de Plaza ocasionó en la ciudadanía un gran malestar, que se agravó pocos días después cuando se publicó en Quito su candidatura presidencial. Las reacciones en su contra se levantaron en varias ciudades, especialmente en Esmeraldas y Guayaquil donde se proclamaron las jefaturas supremas de los generales Flavio Alfaro y Pedro J. Montero, respectivamente
Ante esta situación la guerra civil pareció inevitable, por lo que los liberales llamaron a don Eloy -exiliado en Panamá- para que venga a tomar el mando de su ejército.
El viejo y cansado general llegó a Guayaquil el 4 de enero de 1912. Su arribo 


«conmocionó al país, todos se imaginaban que asumiría el mando y que, como en 1906, el ejército de todo el país se pasaría a su comando; mas Alfaro no asumió el mando, sino que se presen­tó como mediador, promoviendo un gobierno civil» (E. Muñoz Vi­cuña.- ob. cit. (2), p. 58).

Un día después de su llegada, y buscando el reencuentro y la paz del país, expuso un documento en el que entre otras cosas decía: «Hoy más que nunca deben posponerse las aspiraciones personales ante la necesidad de unificar la acción patriótica de cimentar la paz de la República... En el desgraciado caso de encenderse la guerra civil hasta el punto de ir a los campos de batalla, elementos le sobran para triunfar a la jefatura suprema proclamada en esta ciudad. Esto está en la conciencia pública, pero el patriotismo, la humanidad, el buen nombre de los ecuatorianos y los altos intereses del país, exigen que se procure a todo trance una solución pacífica a la par que decorosa para todos... Procedamos con la cordura que las circunstancias reclaman y no sólo daremos una prueba de civilización, sino que escribiremos una bella página en la historia ecuatoriana».
La propuesta de Alfaro no fue escuchada por Freile Zaldumbide, quien por alguna obscura razón puso al Gral. Leónidas Plaza al mando del Ejército Nacional, para que enfrente de inmediato a los alfaristas.
Mientras el Viejo Luchador buscaba portados los medios la forma de evitar las trágicas consecuencias de una nueva guerra civil, las tropas de Plaza avanzaban presurosas hacia la costa para iniciar la lucha, por lo que Montero y Flavio Alfaro tuvieron que salir a su encuentro para evitar que éstas lleguen a Guayaquil. Los dos ejércitos se enfrentaron en los campos de Huigra, Naranjito y Yaguachi,donde en sangrientos y epopéyicos combates -en los que ambos bandos lucharon con valor, coraje y heroísmo, dejando los campos de batalla cubiertos de sangre y gran número de muertos-, las fuerzas alfaristas, al no poder resistir la inmensa superioridad del ejército regular, fueron finalmente derrotadas.


«Entonces, en plena derrota, con el ejército enemigo ya en Duran, frente al puerto, por un acto de ejemplar heroísmo y con el anhelo de lograr todavía un arreglo pacífico, Eloy Alfaro, el anciano fatigado de setenta años, aceptó la responsabilidad de ser desig­nado director general de la guerra. Un ambicioso cualquiera hu­biera tomado la única decisión lógica: Abandonar el campo; salir del país» (A. Pareja Diezcanseco.- ob>. cit. (1) tomo II, p. 213)

La paz se acordó el 22 de enero por medio del Tratado de Durán, que firmado por los generales Pedro J Montero, por los alfaristas, y Leonidas Plaza, por los gobiernistas, garantizaba la vida y bienes de los generales vencidos y de todas las personas -civiles o militares-, que hubiesen tomado parte en el movimiento revolucionario.
Al caer la tarde los generales alfaristas se retiraron a sus hogares a Guayaquil, situación que fue aprovechada por el Gral. Plaza para capturarlos uno a uno sin la menor resistencia. Consumada la traición se ordenó el enjuiciamiento militar del Gral. Montero, quien fue cobardemente asesinado durante el proceso, en la tarde del 25. Al caer la noche, de acuerdo a lo planeado, los otros prisioneros fueron llevados a Durán a bordo de una pequeña embarcación, y luego, en el mismo ferrocarril que Alfaro había construido con tanto sacrificio y esperanza, fueron enviados a Quito, al altar de la inmortalidad.
En las primeras horas del día siguiente el fúnebre convoy inició su macabro viaje; viaje que había sido cuidadosamente planeado para que el pueblo quiteño tuviera los ánimos exaltados en contra de los prisioneros. Primero llegaron a Quito los soldados placistas con sus muertos y sus heridos; y luego, cerca del mediodía entraron los generales vencidos, y entre gritos, vejámenes e insultos proferidos por los cobardes, malandrines y asalariados de Freile Zaldumbide y su gobierno títere, fueron conducidos al Panóptico y encerrados en celdas individuales.


«El coronel Alejandro Sierra, con su batallón y más un piquete despachado por el Ministerio de Guerra, condujo a los presos hasta la penitenciaría misma. Los entregó al director contándolos: Uno, dos, tres, cuatro, cinco, y este último, Eloy Alfaro, seis. A ese mismo coronel se le atribuyen estas palabras pronunciadas al salir, y dirigiéndose ya al populachovociferante que llenaba el atrio del sombrío y pétreo edificio.
-Yo ya he cumplido con mi deber: lo demás es cuestión de ustedes» (O. E. Reyes.- ob. cit. tomo II, p. 256)

Inmediatamente comenzó la sangrienta faena. La barbarie, el sadismo, el crimen y la venganza se dieron la mano con el pueblo quiteño en el horrendo festín, y juntos escribieron una de las páginas más vergonzosas de la historia del Ecuador. El pueblo, arengado por los politiqueros, gobernantes y oportunistas, asaltó el presidio e inició la inmolación de los mártires.


«A Eloy Alfaro, un desalmado cochero, después de ultrajarle con palabras soeces le descargó un garrotazo, tendiéndolo en el suelo y rematándolo después con un tiro de rifle, para luego ser precipitado por matones a la planta baja entre puntapiés y griterías» (J. Pérez Concha.- ob. cit. p. 425)

Uno a uno todos fueron asesinados, y sus cuerpos, mutilados y ensangrentados, precedidos por prostitutas, matarifes, clérigos y cocheros, fueron arrastrados por las calles de Quito hasta El Ejido. Ahí estaban tomando parte del festín: José Cevallos, José Chulco, la Pacache, la Piedras Negras y Las Potrancas; los hampones y los canallas; mientras en algún rincón de la casa de gobierno, Freile Zaldumbide simulaba ignorar lo que estaba sucediendo.




«El espectáculo superó a las palabras. Sencillamente fue inenarrable, en el más auténtico sentido. Prostitutas y matarifes, hampones y chiquillos desaprensivos, mujeres sedientas de sangre y paroxismo iniciaron el itinerario que debía conducir los cadáveres a El Ejido para su incineración. Los orientadores, los impusadores, los solemnizadores, no aparecieron en parte alguna. Tampoco asomaron los fieles servidores del régimen, los beneficiarios del crimen, los que imploraban justicia y los que pedían venganza. Menos aún aparecieron por allí los escritores de la oposición, los ideólogos, los malos consejeros de los vencidos. Lo que es más cruel, no apareció ningún defensor» (G. Cevallos García.-ob. cit. (1)tomo2,p. 190).

«Cuando los despojos humanos de don Eloy y su plana mayor llegaron a El Ejido, el salvajismo y la barbarie adquirieron caracteres plásticos de una escena dantesca. Rociaron los cadáveres con gasolina y los incineraron mientras ese enjambre de rameras y gandules, danzaban grotescamente en torno de la pira en contorsiones hiperbólicas, que reflejaban instintos bestiales liberados en su primitivez repugnante» (C. De La Torre.- ob. cit. (2) p. 608)

Perpetrado el Asesinato de los Héroes Liberales, el pueblo, los homicidas, los gestores del crimen, todos se retiraron pacíficamente a sus casas como si nada hubiese pasado mientras en El Ejido los martirizados cuerpos eran consumidos por el fuego de La Hoguera Bárbara.
Fue el 28 de enero de 1912.


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