"QUERER ES PODER":Las viudas de guerra levantan un barrio
Las viudas de guerra levantan un barrio en Kabul con sus propias manos
KABUL.- En el este de Kabul hay un grupo de casas, humildes y desperdigadas, construidas con barro y piedras en la cumbre de una colina: es el barrio de las viudas de guerra, que lo han levantado con sus propias manos.
Para llegar al lugar hay que alejarse unos catorce kilómetros del centro de la capital afgana y subir a pie una serie de cuestas empinadas que remontan un cementerio, entre abandonados aparatos bélicos y maquinaria del Ejército.
Una vez allí se vislumbran viviendas como la de Nazoko, construida por ella misma. "No podía permitirme tener puertas en las habitaciones y el patio y es muy duro vivir aquí durante el invierno", explica esta mujer de 60 años, cubierta por un pañuelo.
Como las otras casas del barrio, la de Nazoko dispone ahora de agua corriente y servicio eléctrico pero es menos que modesta.
Se encuentra en un extremo de la colina, tiene un pasillo y una habitación, sin puertas ni colchones para dormir, y con una alfombra donada por un vecino como único elemento decorativo.
La historia de esta mujer refleja el drama vivido por millones de personas en las últimas tres décadas en Afganistán, un país asolado por la violencia y la guerra, y donde el Estado es aún incapaz de proporcionar bienestar alguno a sus ciudadanos.
"Durante la guerra civil mi marido y mi hijo mayor murieron, y los 'hazara' (una de las etnias del país) me robaron mis propiedades, así que tuve que emigrar al norte", cuenta la mujer.
Tuvo tres hijas, ya casadas, y otros dos hijos, que viven con ella pero que son incapaces de ganarse el futuro porque, dice, quedaron trastornados tras sufrir una paliza a manos de un grupo de pistoleros.
En el año 2006 volvió a Kabul "sin esperanza" y vivió en una tienda de campaña junto a los dos hijos varones que le quedan hasta que se decidió a construir una casa en este barrio conocido como "Zanabad" (casas hechas por mujeres).
"Trabajé sola durante tres meses para construir esta habitación y este pasillo", comenta mientras enseña su vivienda.
Las mujeres que se animan a construir sus casas tienen que sobreponerse, primero, a su desconocimiento técnico, pero también a la pobreza, su falta de acceso a materiales de construcción y de agua, que hasta hace poco subían hasta la zona a lomos de un burro.
La mayoría de los hombres del barrio -también los hay- trabajan como albañiles o empujan carretillas, mientras que los muchachos se ganan la vida vendiendo chicles, periódicos o lavando coches en los aparcamientos de los terratenientes.
"No tenía dinero, así que la casa la construí yo misma, aunque mis vecinos me ayudaron y alimentaron a mis hijos mientras yo trabajaba", asegura Nazoko.
El inicio del despliegue militar internacional, en 2001, llevó consigo un flujo inversor en cooperación de miles de millones de dólares, pero la mayoría de la población sigue sumida en la pobreza y algunos sectores, como las viudas, son objeto de discriminación.
Nazoko trabajó hasta 2006 en un puesto de control policial, donde se dedicaba a registrar a mujeres, y desde su retiro, a falta de ayudas gubernamentales, solo recibe un saco de harina procedente del Programa Mundial de Alimentos (WFP).
Por eso, cuenta entre lágrimas, su alimentación diaria se basa en mezclar pan con té, a veces sin ni siquiera azúcar, y tampoco tiene dinero para tratamiento médico pese a sus dolores en los huesos, por lo que depende de la ayuda de sus vecinos.
Las viudas de Zanabad han pedido en ocasiones al Ministerio de la Mujer que envíe un equipo a la zona para comprobar cuáles son las necesidades de estas mujeres, hasta ahora sin resultado.
"A nosotros nos bastaría con que el Gobierno instale una puerta en nuestra casa, porque en invierno pasamos mucho frío", cuenta sentado junto a Nazoko su hijo Jan Mohammad, de 30 años.
En Zanabad hay unas mil viudas con sus familias, abocadas a vivir sin servicios médicos o una escuela, y cuando llega el invierno el barrio queda casi incomunicado por la mala calidad de los accesos, afirma Alá Gul, encargado administrativo del lugar.
Al menos, suspira Nazoko, a ella le queda la satisfacción de tener "una casa propia".
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