A Miguel Cocco Guerrero


Se iniciaba la década de los ochenta cuando conocí a Miguel Cocco Guerrero. Trabajaba entonces en la redacción y confección del periódico Vanguardia del Pueblo, que se imprimía en los talleres de la editora de su propiedad, Alfa & Omega.
Era la mañana de un martes de 1981 cuando me encontré con él, por primera vez, en los vericuetos de los talleres de impresión de la editora, ubicada en el primer piso del edificio de la avenida José Contreras 69.
-Hola-, me dijo, al tiempo que hacía algo característico en Miguel: clavar en el rostro de su interlocutor su penetrante y sincera mirada. Me presenté y le comuniqué que trabajaba con Diómedes Núñez Polanco en el periódico del Partido de la Liberación Dominicana.
-Mi nombre es Miguel, a tus órdenes-, me dijo. La segunda ocasión que me encontré con él fue en el segundo piso del departamento de fotomecánica de Alfa & Omega, frente al escritorio de su madre, doña Gisela. Me saludó con el amor que solo un hombre de su calidad humana podía hacerlo, tomándome la cabeza con sus dos manos para estamparme dos besos en las mejillas izquierda y derecha. Me ruboricé, pero traté de disimular hasta que me acostumbré a esos saludos cargados de afectos de Miguel, que ofrecía a todos por igual.
-¿Te sientes bien?, me preguntó, para a seguidas decirme: ¿Diómedes te trata bien?
-Sí, Don Miguel. No me diga Don ni usted, por favor; dime Miguel.
Miguel Cocco Guerrero me inspiraba tanto respeto y, luego que le conocí, admiración que para un novel en la política como quien suscribe me resultaba difícil tutearlo. Me corrigió eso hasta los últimos momentos en que tuve la fortuna de encontrarme con él. -Te he dicho que no me diga usted-, reiteraba.
En su trayectoria de lucha política por las mejores causas de esta Patria, Miguel demostró una entereza poco común. Era de la estirpe de Camilo, a quien admiró y en memoria de quien hizo grandes hazañas. Cuando la situación política se tornaba difícil para él y sus compañeros, durante aquellas luchas clandestinas, Miguel no solo estaba en primera fila para acometer hechos en los que arriesgaba su vida, sino que fue capaz de aportar el más lúcido de los juicios para buscar una salida en medio de la adversidad.
Miguel Cocco Guerrero demostró ser un extraordinario ser humano, por su alto sentido de solidaridad. Son incontables las historias que uno escucha, cuando estuvo en vida y tras su muerte, acerca de los servicios que brindó a personas, instituciones y familias sin que nadie se enterara de ello. A sus compañeros de la lucha clandestina, los acogió como actúan los padres para proteger a sus hijos.
Su franqueza lo llevó a tener que decirle lo que pensaba a sus aliados y contrarios de ideas, no importa que se tratara de Juan Bosch, su ídolo, o al propio presidente Leonel Fernández, que lo designó en tres ocasiones como Director General de Aduanas, donde jugó un rol de principalía en su modernización. Esa sinceridad, que nace de ideas independientes y sólidas, hacía de Miguel un hombre con un carácter recto, Las falsedades no tuvieron cabida en la vida de Miguel. Lo demostró en innumerables oportunidades con quienes teníamos que abogar ante él con alguna gestión para favorecer un tercero. Como funcionario demostró tener sentido de la gestión (sus éxitos están ahí), al tiempo que se convertía en un acorazado cuando se trataba de hacer cumplir la ley. Son muchos los titulares de periódicos que recogieron noticias por las persecuciones al contrabando de mercancías de chiquitos y grandes.
Miguel Cocco Guerrero no era de los hombres que se prestaba a bajezas humanas. Frontal, de cara al sol, como pregonaba uno de sus ídolos del continente José Martí. Al propio tiempo, Miguel era magnánimo, escuchaba, orientaba a sus funcionarios y empleados como si se tratase de un consejo paterno. Cuando asumía ese rol, lo hacía con tranquilidad, la voz baja y la mirada profunda de sus ojos claros.
Su generosidad le llevó a ganarse mucho aprecio. Recuerdo que cuando hacía vida cultural en el Círculo Literario José Martí, se me encomendó la responsabilidad de la edición de su periódico "Manigua". Tuve que tocar las puertas de la editora, para explicarle a Miguel que los jóvenes del barrio, sin un centavo en los bolsillos, nos propusimos editarlo mensualmente.
En su oficina, rodeado de libros, hermosas pinturas, colecciones de armas de guerra y de pequeñas estatuillas, Miguel me dijo:
-¿Cuánto ustedes tienen?
-60 pesos-, le respondí. En 1982 significaba mucho para activistas culturales, mantenidos por sus padres, que no trabajábamos y solo estudiábamos. El periódico cultural se imprimió hasta que los directivos del Círculo Literario quisimos. Se hizo siempre en la editora de Miguel, con la misma disposición que se dispensaba a los grandes clientes de aquella empresa.
Fanático de la lectura y del arte, autor de varias obras y padre ejemplar; sus ojos le brillaban cuando hablaba de sus cuatro hijas. Recuerdo cuando le hablé de Yaruska, que venía de estudiar del exterior, a quien le comentaba sobre su carisma y gracia, heredadas de él.
Como servidor público ejemplar que fue, al cumplirse cuatro años de su partida, a contrapelo de sus convicciones sobre divinidades, le pido al Todopoderoso que Miguel Cocco Guerrero descanse en paz, y que su ejemplo de integridad, decoro y servicio al país nos sirvan siempre de inspiración.

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