Carta, elegía a mi madre
Hoy celebramos el “Día de las Mad re s”,
el primero que nos toca celebrar sin tu presencia física terrenal, lo hago un
día para mi memoria personal como queriendo recuperar años en el territorio de
la feliz infancia donde tú, con tantos mimos y cariños nos brindaste en vida,
en el recordatorio de la cotidianidad amorosa vividos en un hogar de un
convivir casi sagrado.
Hoy en mi memoria no quiero aliarme a la
melancolía y prefiero “filosofar” sobre lo que es la vida, esa unidad que
consiste en dos cosas: la primera, “mater ia” sorprendente en su falta de
perpetuidad, su transitoriedad, lo efímero y frágil de la subsistencia misma.
Así podemos hablar de la vida en términos
de finalidad, adaptación y de función social. Pero no hemos encontrado en las
cosas vivientes artificios y trampas que logren burlar las leyes físicas de la
temporalidad.
Lo segundo, es el “espír itu”, encontramos
y espero que sigamos encontrando una coincidencia en que el amor es el bálsamo
más reconfortante para el alma, aceptamos que el amor de madre, este es el
superior de todos los amores terrenales, el más efectivo para: curar heridas,
desamores, desencuentros, tristezas y desenmarañar los misterios del vivir,
desde que ese embrión humano está en el antro materno hasta que esa madre viaja
a ignotas esferas siderales acompañada de una lluvia de estrellas sagradas.
He tratado en estos meses de tu ausencia
terrenal madre querida hacerte presente diariamente, y ante los amables
lectores me atrevo y pidiéndoles una venia gramatical compartir un acróstico a
tu nombre.
El nombre de mi madre no es común, según
la leyenda era el de una virgen indígena, Vaganiona: “Verte partir fue el mayor
desgarro de mi Alma, drama que inició en mí el sufrir como un Galeote, pues
como nunca Antes había padecido tanto el alma mía, esto hizo Nesgar las fibras
de mi corazón creándose entonces, un Intersticio entre esa triste realidad y el
yo negarme, que cual Ojiva que enlaza ese No querer aceptar que ya no estás y
sí te has ido con todo tu Amor y tu inmensa dulzura de una madre buena”.
En este filosofar sobre la vida y los
misterios de este tránsito terrenal, efímero, indescifrable y encarnado
sobresale un nombre: ¡madre! Inicio de la vida y del amor, ellas nos dejan la
herencia ineludible de venerarlas siempre, aún después de haberse ido a
territorios de sacrosantos cielos, iniciándose un diálogo intimista que no
termina nunca.
Ante la parca se pregunta uno como el
inglés en Hamlet, “To be or not to be”. ¿Ser qué? Pregunta de poeta, qué
pregunta porque la respuesta -su respuestava incluida en la pregunta y porque
lo que busca es que el lector -el hombre- responda conociéndose, en virtud del
signo que la poesía le hace “ser o no ser”, frase inmortal: lugar común o base
de todo pensar del hombre, porque esa fue y será la cuestión.
Quiere decirse: Shakespeare expresó
claramente la inquietud que todo hombre lleva dentro, y al evidenciarlo con el
famoso verso, dijo también otra cosa que sólo saben los poetas de verdad: que
la poesía es un frente a la muerte.
En Celeste, Carol y doña Ingrid, un abrazo
a todas las madres del mundo. ¡En paz querida Nona! El amor de madre es el superior
de todos los amores terrenales Carta, elegía a mi madre No quiero aliarme a la
melancolía y prefiero “filosofa r” s ob re lo que es la vida
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