lunes, 9 de octubre de 2017

La escuela hostosiana removió la conciencia social, el pensamiento



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Eugenio María de Hostos revolucionó la cultura en República Dominicana, introdujo ideas liberales con hondo sentimiento social, como lo quiso Juan Pablo Duarte y lo planteó Gregorio Luperón. Estableció el autonomismo de las Antillas, fue la cumbre del movimiento intelectual de Latinoamérica de fines del siglo XIX y marcó en el país la orientación de las reformas en el campo educativo e intelectual.



Esas afirmaciones están contenidas en el libro “Documentos para la historia de la educación moderna en la República Dominicana (1879-1894)” del historiador Raymundo González, uno de los investigadores que más ha estudiado la historia de la enseñanza nacional y la vida del maestro puertorriqueño en Santo Domingo.


El magisterio de Hostos removió la conciencia social y representó un cambio de las formas de sentir, pensar y actuar de las personas, sobre todo en las ciudades, consigna González. Su labor, agrega, “dejó la más profunda huella en el pensamiento del siglo XX”.


Vivió aquí 14 años en tres ocasiones diferentes y dejó sentadas las bases en los sectores que buscaban con la transformación política la superación de los problemas que aquejaban a la República.
Pedro Henríquez Ureña lo definió “fuerte y original en todo. Como pensador y como escritor, fue más lejos de su magisterio: se encargó de fundar y dirigir la primera Escuela Normal, en 1880, a la vez que de enseñar en el Instituto Profesional”.


Con Hostos, el cambio de la vida intelectual del país fue total: coincidía con el floreciente despertar de las energías mentales que se revelaba entonces en la literatura, anota Henríquez Ureña “y se destaca su difusión de la instrucción, fundarla sobre bases de certidumbre racional”.
González apunta que la capacitación de Hostos no se limitaba a “las cuatro reglas” sino que “la escuela preparaba ciudadanos y ciudadanas con deberes y derechos que debían ser practicados en lo cotidiano, a veces contrastando con las costumbres tradicionales”.


La iglesia católica, la sociedad conservadora, lo combatieron. Porque el insigne educador, escritor, sociólogo, político, de gran nombradía en Hispanoamericana, abogaba por el final de la esclavitud, la emancipación de la mujer, el progreso tecnológico, la democracia moderna.


La clerecía lo enfrentó y levantó una campaña de intrigas en su contra, como las que se atribuyen al presbítero Francisco Gregorio Billini que, sin embargo, “pronto sería un aliado del método normalista”.


Monseñor Fernando Arturo de Meriño y Ulises Heureaux “lo empujaron al exilio”. Salió en diciembre de 1888. El primero creó la revista “El criterio católico”, para contrarrestar el avance del normalismo y polemizar contra las doctrinas cientificistas”, asevera Raymundo. Y añade: “El discurso religioso no pudo sustraerse a los cambios que la reforma hostosiana había producido en la sociedad dominicana”.


Hostos propugnaba por la educación científica de la mujer que, según su criterio, debía prepararse para actuar no solo en el hogar sino fuera de él. El Instituto de Señoritas fundado por Salomé Ureña adoptó el sistema de enseñanza racional de Hostos para quien era “ley eterna de la naturaleza, la igualdad del hombre y la mujer”.


Discípulos de Hostos.- Eran la clase privilegiada, respetada, admirada por unos, envidiados y detractados por otros. Se formaron en la Escuela Normal, en el Instituto Profesional y en el Instituto de Señoritas pero “fueron los normalistas los que alcanzaron un mayor espíritu de grupo”. Publicaron periódicos como “El Normalista” y “El Maestro” y dice Raymundo González que “polemizaron con quienes se oponían a los cambios educacionales que promovía la Normal sobre todo en cuanto a la pedagogía y las ideas científicas como fundamentos de la enseñanza moderna”.


“Se decía que “llevaban la frente muy alta”, lo que disgustaba a diversos sectores urbanos que veían en ello el desarrollo de un cierto elitismo en el grupo de los normalistas”, declaró Raymundo, entrevistado por HOY.


Significó que “todos desarrollaron y expresaron una gran veneración a Hostos, al que llamaron siempre el Maestro, por su sabiduría y ejemplo”.
Asegura que este sentimiento de gratitud “perduró más allá de su muerte”, sin embargo, el doctor Emilio Arnaldo Cabral, escribió en 1942 que en sus últimos días el Maestro no era visitado ni por sus discípulos y que desdeñaba por orgullo las dádivas de algunos. Pasaba hambre y fue víctima de una gran depresión.


En la vida y la obra de Hostos solo han profundizado miembros de la intelectualidad. Es un desconocido para jóvenes y adultos. En 2003 se le erigió una tarja con motivo del centenario de su muerte, en la casa donde vivió y murió. Está prácticamente abandonada.


Entre los discípulos de Hostos que descollaron están Emilio Prud-Homme, Félix Evaristo Mejía, Francisco J. Peynado, Arturo Grullón, Rafael Justino Castillo, Rafael M. Moscoso, Luis E. Weber, Ángel M. Soler, Jacinto Bienvenido Peynado, Osvaldo García de la Concha, Arístides García Mella, Pelegrín Castillo, Eladio Sánchez, Luisa Ozema Pellerano, Leonor Feltz, Mercedes Laura Aguiar, Ana Josefa Puello, Altagracia Henríquez Perdomo, Catalina Pou, Barón y Rodolfo Coiscou, Alberto Zafra, Emilio C. Joubert, Arístides Robiou, J. Arismendy Robiou, Agustín Fernández, Pablo Pichardo.


Una buena parte continuó en la labor de formación de nuevos maestros en la Escuela Normal y en el Instituto profesional. Hubo matemáticos, científicos, editores, traductores, destacados juristas…
“Algunos estudiantes de la Normal se integraron a la política caudillista del momento, lo que también formó parte de las turbaciones que Hostos debió sufrir en los últimos meses de su vida”, manifestó Raymundo.
Dijo que con la Ocupación Norteamericana de 1916 se produjo una división entre los normalistas. “Si bien la mayoría apoyó la causa nacionalista, una minoría colaboró con el gobierno militar de ocupación de los Estados Unidos, sobre todo aquellos que servían como abogados de las corporaciones bancarias y azucareras de esa procedencia. Como ejemplo extremo, el acuerdo de desocupación llamado “Hughes Peynado”, rechazado por el nacionalismo cuya dirigencia estaba nutrida de hostosianos, llevaba calzada la firma de uno de sus discípulos”.


Hostos, quien estudio derecho en la Universidad Central de Madrid y aquí fue también catedrático de derecho constitucional e internacional, llegó al país por primera vez el 30 de mayo de 1875. Ideó el plan de Escuelas Normales y se inició en la profesión de magisterio. Salió y retornó en 1879 y en 1880 inició su labor cívica y educativa abriendo la Escuela Normal de Santo Domingo en la calle Los Mártires (Duarte) número 34.
En una graduación, Federico Henríquez y Carvajal expresó que Hostos dotó al país “de una legión de profesores instruidos, de ciencia y de conciencia, a quienes cumple divulgar el método racional de enseñanza y evangelizar con el consejo y el ejemplo, con el deber y la verdad, a la niñez del presente que es la generación del futuro”.



El ilustre Eugenio María de Hostos

Por: Ángela Peña

e-mail: a.pena@hoy.com.do

Aunque no enfermó de gravedad hasta 1903, año en que murió, Eugenio María de Hostos vivía a menudo con quebrantos en su salud y lastimada su moral. Dormía poco, le dolían frecuentemente la envoltura del cerebelo y el costado izquierdo, decía. Padecía fiebres bastante altas. Pero sus dolencias mayores eran anímicas: su espíritu estaba cansado de tanta lucha. Experimentaba honda mortificación por las guerras intestinas de nuestro pueblo y el dominio de las potencias sobre países de América por cuya independencia sacrificó su vida. Los médicos que lo trataron resumieron que “su enfermedad fue más moral que física”.

Estos datos sobre el insigne maestro puertorriqueño que consagró su existencia a la enseñanza y la conquista de la libertad, están contenidos en el trabajo inédito “Enfermedad mortal de Eugenio María de Hostos” presentado por el entonces estudiante Emilio Arnaldo Cabral Guzmán el 14 de marzo de 1942 como requisito para la materia historia de la medicina que impartía Heriberto Pieter. Realizó sus conclusiones basándose en correspondencias de Hostos, su Diario, la extensa bibliografía ya existente sobre el prócer y entrevistas a los doctores Barón Coiscou, Arturo Grullón y Federico Henríquez y Carvajal.
Una de las calles más antiguas de la Ciudad Colonial lleva el nombre de Hostos desde 1904 al igual que infinidad de centros escolares. Con el tiempo han aumentado las publicaciones en torno a su preclara obra política, moral, social, cultural, sus aportes al magisterio pero, paradójicamente, disminuye el conocimiento sobre su labor y su vida de la cual, una buena parte estuvo dedicada a Santo Domingo donde residió y murió.

El doctor Cabral refleja su activismo, sus malestares, preocupaciones y desencantos.

“La vida agitada, con cambios de nutrición y de clima del señor Hostos, probablemente influyeron en sus trastornos gastrointestinales (estreñimiento, dispepsia), y este estreñimiento hecho crónico produjo una intoxicación constante de su organismo, que se traducía en sus cefalalgias e insomnios”, apunta.

Añade que a pesar de que los médicos que le asistieron no hicieron este diagnóstico, “el cuadro clínico durante su vida, y más aún el cuadro de su muerte, corresponde a un cáncer del intestino, que dado el orden de frecuencia, probablemente se trataba de un Epitelioma del recto o del sigmoide”.
Hostos no se quejaba únicamente de los padecimientos que le ocasionaba el cambio de clima y temperatura, hablaba también de su estrechez económica “que le privaba en ocasiones de lo más indispensable, inclusive alimentación y abrigo”, significa.

“Estoy tan dolorido de cerebro que no me atrevo a escribir”; “no gozo de la salud ni de las prosperidades”, “de salud mal”, “yo que no sabía lo que eran días de postración los he tenido, aunque en pie y trabajando”, “cerebro y corazón me duelen con frecuencia”, “echo de menos el clima”, escribía.
“Vivo siempre enfermo de ánimo”, “por enfermo no puedo escribir más”, “mi salud está profundamente quebrantada”, “no estoy bien, “no duermo, el sueño, que era mi única fortuna, me abandona también, a veces siento debajo del cráneo una especie de onda eléctrica semejante a la que he experimentado en mis transportes de entusiasmo, pero lejos de ser agradable es muy doloroso”, apuntó Hostos.

Dice que estaba “durmiendo muy poco y no teniendo más que un sobretodo de verano y unos zapatos infernales para combatir el frío”. Y añadía: “paseo, al regreso tomo café, es decir cuando lo tengo. No teniendo me encuentro feliz de tomar tamarindo, una bebida tropical a propósito para la dispepsia que tengo que combatir y que preparo mezclando el tamarindo con agua caliente endulzada.

En la última página de su diario, el 6 de agosto de 1903, anotó: “Me prescriben descanso completo”.
Comenta el autor de esta investigación que desde 1885 Hostos sufría de trastornos gastrointestinales frecuentes “pero la enfermedad que le molestó hasta el fin de su vida fue una constipación exagerada… Permanecía hasta siete días sin efectuar una deposición a pesar de tomar continuamente tamarindo en grandes cantidades, conocidas por él las propiedades de laxante suave de esta fruta”.

El 6 de agosto de 1903, expresa Cabral, “comenzó la enfermedad que lo llevó a la tumba, o mejor dicho, el cuadro dramático que le postró para no levantarse más. Le asistieron los doctores Francisco Henríquez y Carvajal, Arturo Grullón y Rodolfo Coiscou.

“Olvidado hasta por sus discípulos”.- Eugenio María nació la noche del 10 al 11 de enero de 1839 en Mayagüez, hijo de Eugenio Hostos Rodríguez, escribano Real y secretario de la Reina Isabel II, y María Hilaria de Bonilla Cintrón. Recibió una educación profesional integral, tanto en su natal como en Europa. Siguió perfeccionándose al tiempo que escribía, pronunciaba conferencias, fundaba centros culturales, de enseñanza y recreo, combatía la esclavitud, se pronunciaba contra el régimen colonial de España en América, participaba en tentativas de expediciones, fundaba periódicos…

Ideó e introdujo su famoso plan de Escuelas Normales para la República Dominicana y continuó en su batallar por la independencia de Cuba y Puerto Rico.
En 1887 contrajo matrimonio en Caracas con la cubana Belinda Otilia de Ayala. Fue el padre de Eugenio Carlos, Luisa Amelia, Bayoán Lautaro, Adolfo José, Filipo Luis Duarte y María Angelina. El país tuvo el privilegio de tenerlo como a su hijo en diferentes domicilios, aunque constantemente viajó por el mundo en sus incansables conquistas libertarias.

Residió en Puerto Plata; en la hoy calle Duarte, en “San Carlos (La Esperilla), y a partir de 1900, cuando fue llamado por el gobierno para reorganizar la enseñanza, en la avenida Independencia.

“Olvidado hasta por sus discípulos, pasaba una vida casi de aislamiento completo, careciendo no solo de comodidades sino de los medios indispensables de vida. Su orgullo le hacía rehusar ciertas dádivas de sus amigos que enterados de su penosa situación trataban de ayudarlo en algo. Días hubo que hasta hambre pasara el insigne maestro”, afirma Cabral.

Señala que su estado general “era de una depresión extraordinaria, en pocos días se puso pálido y adelgazó y ni el uso de los sedantes le hacían conciliar el sueño… Presentaba ligero estado febril y un decaimiento general. El corazón se tocó, ruidos sordos y débiles”, significa. Murió el 11 de agosto de 1903. “En ningún momento perdió el uso de sus facultades”.

Tan extensa como su obra educativa y su producción intelectual es la historia de la calle que lo recuerda.
La calle.- El Ayuntamiento consideró que Eugenio María de Hostos “fundador de la Enseñanza Normal en Santo Domingo, ofrendó su vida y su virtud en aras del perfeccionamiento moral e intelectual de la República”, y el 15 de marzo de 1904 designó “Hostos” la antigua calle “Del Estudio”, de la ciudad colonial

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