Ciencia por error (Hallazgos casuales de la ciencia)
Ciencia por error (Hallazgos casuales de la ciencia)
Un viaje alucinante
En 1859, el astrónomo francés Leverrier cometió un error: creyó haber descubierto un planeta cercano al Sol que provocaba perturbaciones en la órbita de Mercurio. Lo llamó Vulcano, como el dios del fuego. Observadores de todo el mundo orientaron sus telescopios en busca del escurridizo y pequeño planeta y, sin querer, cada una de aquellas noches observaron intensamente y durante décadas la superficie del Sol. Jamás se encontró Vulcano, pero su búsqueda hizo que estudiaran nuestra estrella y las manchas solares que ya había observado Galileo (1612), aunque en su época le tacharan de hereje por afirmar que el Sol era impuro.
El error que cometió el químico suizo Albert Hoffmann en 1938 le hizo llegar a casa una noche navegando “en un delirio marcado por un grado extremo de fantasía”. Así lo relató él mismo. Se trataba de la primera experiencia conocida con el ácido lisérgico (LSD). Pero el objetivo de Hoffmann no tenía nada que ver con esta droga alucinógena. Quería desarrollar un fármaco para tratar las migrañas y produjo unos miligramos de la dietilamida del LSD. Entonces fue cuando el químico llegó a casa ‘flotando’. Después experimentó consigo mismo y así descubrió las propiedades del LSD. Su trabajo no mejoró en nada las migrañas, pero alentó la investigación química aplicada a las enfermedades mentales.
En busca de la Atlántida
En busca de la Atlántida
Según Platón ”la Atlántida ocupa el centro del mundo“. Con sólo esta pista, científicos de todo el mundo buscaron el continente desaparecido. A finales del siglo XIX descubrieron que algo en el centro del Atlántico se elevaba sobre el fondo marino como una muralla. Su error: creyeron haber encontrado la Atlántida. En los años cuarenta, en exploraciones con submarinos, vieron que se trataba de dos grandes cadenas montañosas creadas por el movimiento de los continentes. Fue el primer paso para descubrir que la corteza terrestre no era rígida, como se pensaba, sino que flota sobre una capa interior caliente y fluida llamada magma.
El planeta que nunca existió
Loco por un Cadillac
T. Midgley, investigador de la empresa Delco, sabía que el repiqueteo que se oía en el Cadillac de su jefe y en los coches se producía por una explosión retardada debida a la combustión incompleta de la gasolina. Pensó una teoría disparatada: si una planta florece temprano y sus hojas son de color óxido, quizá es porque este color absorbe mejor la energía del Sol. Así, añadió un colorante rojo a la gasolina –yodo– y para su deleite el problema se resolvió. Más adelante descubrieron que el color rojo no tenía nada que ver, pero sí que era cuestión de añadir algo. En 1921 dieron con el tetraetil del plomo que, disuelto en gasolina, produce etilo fluido y evita el repiqueteo. Fue el principal aditivo de la gasolina durante 70 años.
La aspirina olvidada
La aspirina olvidada
En el mundo se consumen cada día 216 millones de aspirinas, 2.500 cada segundo. Y eso que pudo no existir. En 1870, Bayer sintetizó el ácido salicílico buscando un componente contra las bacterias. Fue un fracaso: no mejoraba la infección y producía náuseas. Félix Hoffman, químico de la compañía, notó que el compuesto reducía la fiebre. Preparó una forma modificada y… ¡eureka! encontró la aspirina.
El color más caro
El color más caro
En 1856 sólo los reyes y los altos cargos de la Iglesia podían costearse un manto púrpura. Este color y sus derivados se extraía de caracoles y hacían falta 9.000 para un gramo de colorante. Pero el estudiante William Perkin logró popularizarlo. Quería sintetizar quinina en su laboratorio y experimentaba con anilina cuando notó que el agua del frasco se volvía morada. Produjo accidentalmente el primer colorante artificial. Envió una muestra a una fábrica que la probó en seda y algodón y dejaron en paz a los caracoles.
Señales extraterrestres
Señales extraterrestres
Año 1967. Universidad de Cambridge, Inglaterra. Un equipo de científicos detecta en el Universo una señal que se repite rítmicamente. Dura tres centésimas de segundo y reaparece cada 1,3. Nunca antes se había oído algo así y creyeron que era una señal de extraterrestres. Llamaron a su descubrimiento LGM, las siglas de Little Green Man (‘hombrecitos verdes’) pero no lo publicaron hasta el año siguiente, cuando ya habían encontrado tres fuentes similares más y eran conscientes del error cometido: en realidad habían descubierto los púlsares.
América fue un error
América fue un error
Colón buscaba una ruta hacia el Oriente navegando al Oeste, pero estaba equivocado. Aunque creía correctamente que el mundo era una esfera, subestimó su tamaño. Sus predicciones se apoyaban en el globo terráqueo que había diseñado Martin Behaim según la circunferencia de Ptolomeo, para quien la Tierra era un 25% más pequeña de lo real. Por eso, Colón murió creyendo haber encontrado la nueva ruta a las Indias.
Nadie buscaba la píldora
Nadie buscaba la píldora
El objetivo del químico Carl Djrerassi era sintetizar el estradiol, una hormona femenina utilizada en desórdenes de la menopausia. Pero se equivocó en el método y produjo accidentalmente una que era más parecida a la progesterona. Este compuesto, la 19-norprogesterona, contenía un átomo de carbono menos en la molécula y era más potente que la hormona natural. Había encontrado el primer anticonceptivo sintético.
El ‘Walkman’
El ‘Walkman’
Los ingenieros que lo fabricaron querían conseguir en realidad una mini-grabadora portátil que podría ser de gran utilidad para los periodistas. Los trabajadores de Sony en Japón lograron colocar en un chip los circuitos de reproducción de sonido, pero no los de grabación. Algo fallaba irremediablemente. Antes de tirar su prototipo a la basura, el presidente de la empresa, Akio Morita, decidió transformar aquella medio grabadora en un reproductor de cassete con audición mediante auriculares. Y así nació el ‘walkman’.
En 1859, el astrónomo francés Leverrier cometió un error: creyó haber descubierto un planeta cercano al Sol que provocaba perturbaciones en la órbita de Mercurio. Lo llamó Vulcano, como el dios del fuego. Observadores de todo el mundo orientaron sus telescopios en busca del escurridizo y pequeño planeta y, sin querer, cada una de aquellas noches observaron intensamente y durante décadas la superficie del Sol. Jamás se encontró Vulcano, pero su búsqueda hizo que estudiaran nuestra estrella y las manchas solares que ya había observado Galileo (1612), aunque en su época le tacharan de hereje por afirmar que el Sol era impuro.
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