¡Ojalá pase algo!


Otro mundo no solo es posible sino seguro y, más aun, necesario
Escrito por: Manuel Domínguez Moreno (betisalai@manueldominguezmoreno.net)
Estoy convencido de que es posible cambiar el mundo, incluso en medio de esta crisis pertinaz que, como la lluvia fina, acaba opacando el horizonte y empapando toda esperanza, al tiempo que condiciona la existencia y determina el futuro hasta límites difícilmente soportables. Decía Flaubert que es preciso siempre esperar cuando se está desesperado y dudar cuando se espera. ¡Claro que se puede cambiar el mundo! Es el objetivo más cierto que nadie puede proponer cuando todo se pone en solfa, la razón está en entredicho, los valores morales, la ética, la dignidad y la conciencia parecen espejismos de otra época, de un tiempo pasado en el que el valor de un hombre se medía por la fortaleza de sus principios y la limpieza de sus actos. ¡Qué lejos parece todo esto ahora!
Hemos endiosado la corrupción hasta tal punto que la transparencia y la honradez mueven a sonrisa socarrona, a silencio cómplice, y se hace necesario no solo servir a dos o tres señores sino venderse al mejor postor porque, además, es de imbéciles arrostrar sin cobardía la deshonestidad y la traición. No digamos ya poner la otra mejilla. Este donquijotesco talante no está de moda porque al final va a resultar que en efecto los molinos de viento no eran sino gigantes y no está el horno para los bollos de batallas singulares. Se hace de la necesidad virtud hasta el punto de que la reputación rinde pleitesía a la fama. No cabe un espíritu noble en el alma de un pícaro. Agua estancada no mueve molino y la sociedad actual sufre tal opilación que resulta ya imposible camuflar el hedor y la podredumbre.
Otro mundo no solo es posible sino seguro, y más aun necesario. Nadie me va a convencer de lo contrario. Es el tiempo lo que me preocupa, el tiempo en sentido metafísico, su transcurso inexorable, la constatación de que no se puede volver atrás y aun si pudiésemos cometeríamos los mismos errores. El tiempo es la única amenaza cuando resulta evidente que hay que transformarlo todo, derribar tanto pedestal que soporta la mediocridad y la intolerancia de quien no tiene más luces que el pensamiento único sin acompañarle el sentido común ni la conciencia  de quien se asusta de la crítica incapaz de alumbrar una idea. No quiero que nadie me redima ni me salve, rechazo la caridad del codicioso y la solidaridad de la envidia. ¡Ya está bien de tanta vanidad, de tanta pompa! Soy celoso de mi tiempo y solo pretendo que me dejen ser libre eso sí, con dignidad…, que nadie me diga lo que tengo que hacer. Que me dejen luchar contra la intolerancia y el miedo, con la fuerza de la razón sin miedo, esa gota de agua persistente capaz de horadar la roca. Que me permitan señalar la mentira, convencido como estoy de que cuando la hipocresía comienza a ser ridícula y convierte la vida en un esperpento es la hora de proclamar la verdad. El espejo solo nos devuelve la imagen que queremos ver, la realidad que nos gustaría vivir. Hay que profundizar, escarbar hasta encontrar el alma auténtica de las cosas, la conciencia social, la verdad desnuda, insoslayable, la que el tiempo no pueda cambiar ni camuflar ni maquillar ni enterrar en la sima del olvido.
Al final era cierto y la vida no es sino aquello que nos sucede mientras estamos pensando en otra cosa, como cantaba John Lennon mientras intentaba darle otra oportunidad a la paz. ¡Ojalá pase algo!… Lennon encontró el verdadero significado del tiempo al mirar el oscuro cañón de la pistola que le apuntaba. Lo vivió suspendido en un instante que se hizo eterno, como si el tiempo se hubiese ralentizado, a cámara lenta. No le dio tiempo a mirar a la cara a su asesino. Al sonar la quinta detonación empezó a comprender el sentido de las cosas y supo entonces, iluminado por una claridad meridiana que estalló en mil pedazos en lo más profundo de su ser, que al mundo se le puede dar la vuelta, pero al tiempo no.

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