Memorias de aquellas cosas inútiles que debemos olvidar
A lo largo del tiempo, no nos preparan para tener una educación emocional, que nos permita afrontar todas las cosas que luego tenemos que vivir, sino que vamos aprendiendo en el camino. Sin embargo, se hace evidente que el peso de los años, sus alegrías y sus tizones, nos van colocando en la ruta de entender que debemos hacer una grata memoria de las cosas inútiles que debemos olvidar.
Por ejemplo, debemos olvidar a los amigos simuladores, esos que se nos convierten en atracciones fatales, que uno suele tolerar porque imbuidos de vergüenza ajena, no tenemos más remedio que asumirlos, aún cuando sabemos que haciendo de la licencia amistosa una carta de tráfico y maldad, suelen llamarnos y escribirnos, como si esas relaciones fueran normales y espléndidas.
Cuando en el camino eso con inteligencia se desecha, nos sentimos mejor, porque el tiempo de la vida no puede aguantar esos largos y tediosos suicidios de la alegría y la tranquilidad.
Son cosas inútiles que debemos olvidar, pero para ello, aguzar el olfato del alma será necesario y vital, literalmente. En ese balance de interioridades, nos hacemos tribu, pequeña, reducida, los amigos terminan sentándose en la barra de la casa, el censo no sería posible ni aparatoso, porque un simple dedo daría cuenta de los sentados en aquel banquete de sala larga y emulo de espacio romano, sin columnas decisivas.
Nos hacemos tribu porque los grandes espacios están contaminados, y porque cuando las relaciones económico-sociales de un país corroen comportamientos y viejas formas de vida, la sociedad te obliga a opciones, algunas previsibles otras no.
Entonces, comienza ese balance sereno que se hace para ahorrarle al tiempo por venir mejores alegrías, temporadas lúdicas apreciables, volcadas en las mejores formas de prolongar la vida, en un espacio y tejido social cada vez más violento aunque asumido en lo cotidiano como algo normal, país en vías de desarrollo que “va bien con sus cositas normales”.
En la República Dominicana, los patrones de relación de todo género han cambiado y prometen además cambiar más pero para peor, porque no es posible cambiar nada, desde el punto de vista del discurso social, si en el fondo lo que se quiere es administrar miserias para crear parásitos de rápidas respuestas electorales, zombis de tarjetas asistenciales alfabetizados, oda al populismo ramplón y acechador de las peores desgracias humanas, para exhibirlas a tiempo y con esmero, como los viejos circos romanos.
Habrá que olvidar entonces como algo inútil también, todas aquellas palabras y discursos de hace más de 8 años, que hoy son una vergüenza nada práctica, porque no nos sirven de nada.
El carnaval de lo insólito continúa y nos ofrecen una bella noticia dominical: Eureka, han salvado la “Piltrafa” y debería reinar una gran conmoción de alegría porque sin quererlo nos han convertido en el conejillo de Indias de los viejos ensayos del viejo Goebbels.
Quienes gobiernan no quieren entender que esa larga cuesta del hastío no va aguantar mucho más, quizás porque en el fondo los gobiernos de carácter democrático en apariencia, tienen siempre la reserva del garrote, como instancia esencial para la preservación de “la paz” y la institucionalidad.
+La orgía del poder continúa, con otros nombres y otras puestas en escena
Todo aquello ya es inútil, como las viejas cosas habrá que olvidarlo también, en otras palabras, de seguir el inventario, habrá que olvidar hasta la esperanza, porque ante la realidad que se vive es un embuste mayúsculo y ofensivo a cualesquier utopía esperpéntica, sucio andamio para pensamientos teñidos de cielos y arriesgadas gaviotas.
Son estados del alma que ayudan a mirar y cuando se mira, no es una mirada simple, la gente y la ciudad tampoco las miras igual...
Un pasaje de música clandestina se cuela de sorpresa, para variar, sonatas para piano, preferiblemente Mozart, que con trino inconfundible aligera emociones pero es inevitable que su sonoridad sea una lujosa banda sonora para la visible derrota del espíritu en un país a la deriva, que pretende seguir a su aire como si no estuviera herido y tuviese que hacer un alto en la vereda, para continuar entre los espejismos de Oasis paradójicos, plagados de sacrificios que son vendidos como obligación de todos, sin que los oropeles vulgares del pasado actúen sobre el presente.
En ese cansancio vital que el país produce inmerso en sus mosaicos de realidades, habrá que olvidar muchas cosas inútiles, todas aquellas que nos impiden vivir la mejor extensión de nuestros días.
La clase política dominicana, ciega y torpe, apenas avista estos estados interiores cuya serenidad permiten mirar el país ellos no logran mirarlos: postrado sin proyección de ilusiones que lo blasonen, en la búsqueda al menos de una meta humana.
Al escribir esas memorias de aquellas cosas inútiles que debemos olvidar, tampoco podría dejar de nombrar, el odio que nunca podrá ayudarnos a mirar con ojos claros de ilusión, lo que aún debemos amar.(CFE)
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