VIAJE POR LA HISTORIA
Cuidado del historiador al investigar documentos desclasificados
El Departamento de Estado, la Agencia Central de Inteligencia (CIA), el Buró Federal de Investigaciones y otros organismos norteamericanos no solo protegían a los dictadores de la región del Caribe sino que mostraban preocupación por su salud y daban seguimiento a los crímenes que estos cometían contra sus adversarios, sin condenarlos.
En archivos de Estados Unidos, el historiador Félix Ojeda Reyes encontró las inquietudes de la embajada de Estados Unidos en República Dominicana en relación con una operación que le practicarían a Trujillo en 1956, por un informe de confiabilidad que revela que el tirano sufría una invasión bacterial desde el colon, la próstata y otras glándulas. Decía: “No hay indicación de cáncer, pero la condición dificulta la cirugía inmediata”. Aprovecharían la presencia en “Ciudad Trujillo” del urólogo Gershom J. Thompson, quien participaría en un simposio de cirugía, para consultarlo.
Tres años después, el embajador Joseph Farland escribió a Ernest B. Gutiérrez, encargado de asuntos dominicanos en el Departamento de Estado: “El Generalísimo definitivamente no tiene cáncer de próstata. Con respecto a este asunto, deseo recordarle a usted la información que le di verbalmente de que el Dr. Oswald Jones, de New York, examinó a Trujillo y lo encontró bastante saludable para un hombre de casi 70 años”.
Pero además de Trujillo, los norteamericanos se interesaban por aquejos del dictador haitiano François Duvalier. En otro documento reportan haber enviado un cardiólogo de Guantánamo para examinarlo el 29 de mayo de 1959 y apuntan: “Tan pronto se divulgue la naturaleza verdadera de su enfermedad, la oposición haitiana podría utilizar la violencia en un esfuerzo por explotar la situación para su ventaja política, lo cual puede revertir el país a las condiciones caóticas del periodo después del régimen de Magloire”.
Esta condescendencia de los norteamericanos hace advertir al laureado historiador boricua: “Cuando estudia las fuentes que se originan en las agencias de seguridad de un Estado, el investigador debe abordarlas con mucho cuidado, pues en múltiples ocasiones tienden a desinformar con el propósito de adelantar las posiciones oficiales del gobierno en cuestión. A tales efectos debemos formular una pregunta de especial importancia: ¿hasta qué punto las fuentes de los servicios secretos de Estados Unidos expresan de una manera cierta los hechos de la historia?”.
Considera que el cronista no debe limitarse a copiar lo que tiene frente a los ojos. “Es necesario compulsar los documentos, someterlos a la crítica, abordarlos con mucho cuidado para establecer la veracidad y la integridad de la fuente. ¡Nada está escrito en piedra! Y sin ir más lejos debo añadir que tampoco se pueden descartar las fuentes que provienen de los medios hostiles, simplemente hay que saber separar el grano de la paja, distanciar los sucesos verdaderos de los rumores y la desinformación”.
En el libro inédito “Los que tumbaron a Trujillo”, Félix Ojeda reproduce considerable cantidad de documentos oficiales recientemente desclasificados, pero los interpreta. Sobre el asesinato de Mauricio Báez, por ejemplo, no solo publica lo que escribió la CIA, sino amplios antes y después del hecho. La agencia norteamericana informó: “Mauricio Báez, negro, exilado dominicano, líder sindical, fue secuestrado de su residencia en Cervantes 8, Reparto El Sevillano, La Habana, por tres individuos desconocidos durante la mañana del domingo 10 de diciembre de 1950… Aun cuando falta prueba, en círculos bien informados se cree que Trujillo, a través de ciertos emisarios, pagó una suma cuantiosa de dinero al grupo… de pandilleros… para disponer de Báez… Se cree que tanto Jesús González Cartas como Eufemio Fernández saben quien es el responsable de la muerte de Báez”.
Así procede Ojeda con otros informes, como ocurrió con la entrevista de Delio Gómez Ochoa con representantes de la misión norteamericana en el país, y con Sergio Bencosme, Andrés Requena, Jesús de Galíndez Suárez y otros opositores al régimen como con sicarios, agentes, chivatos, delatores y calieses trujillistas. Huellas de sus paisanos. Desde 2004, Félix Ojeda se esfuerza por documentar y reivindicar a David Chervoney Preciado, Gaspar Antonio Rodríguez Bou, Luis Álvarez, Luis Ramos Reyes, Juan Reyes y Moisés Rubén Agosto Concepción, compatriotas suyos que vinieron en las expediciones de junio de 1959.
Escribió en el periódico “Claridad” solicitando fotografías, recortes de periódicos, direcciones de familiares y otros documentos y aunque de inmediato le llovieron las llamadas fue poca la información recabada porque todos residían en Estados Unidos antes de ir a entrenarse en Cuba. Su trabajo se ha visto “lleno de obstáculos” pero pudo escribir perfiles y obtener algunas fotos.
Encontró documentación sobre la tiranía que le ha permitido escribir una de las obras más completas sobre el dictador y su régimen redactada con estilo elegante, presentada con la rigurosidad del experto historiador, académico, maestro. Es de contenido político, humano, social, que trata también el reinado de las dictaduras en Cuba, Haití, Venezuela, Guatemala, Nicaragua, “regímenes represivos y neoliberales de entonces” que fueron “bendecidos por los gobiernos de turno en los Estados Unidos, desde Truman hasta Kennedy”. De Trujillo también publica informes confidenciales.
David Chervoney, de El Polvorín, Hormigueros, murió heroicamente en Constanza, a los 17 años. Rubén Agosto, de 23, llegó por Maimón. Esbirros lo asesinaron frente al negocio de su compatriota Arsenio García. Miguel Ángel Menéndez Vallejo nació en Santo Domingo, hijo de puertorriqueño y dominicana. Vivió desde los cuatro años en San Antón, Carolina, y en 1955 emigró a New York. Cayó valientemente en Estero Hondo, a los 21 años. De los demás, Ojeda Reyes no obtuvo mayores detalles. A Gaspar Antonio lo cree sobrino del exrector de la Universidad de Puerto Rico, Ismael Rodríguez Bou.
“Puedo asegurar que aquellos jóvenes que ofrendaron sus vidas en las expediciones del 14 y 20 de junio de 1959 nunca fueron vencidos. Al caer atizaron la chispa que incendiaría toda la pradera dominicana”.
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