domingo, 7 de octubre de 2012

Lo que representa Leonel Fernández



Namphi Rodríguez
El hombre que hace unos días fue distinguido como estadista del año por el Consejo Canadiense de las Américas es el político de mayor éxito de las últimas cuatro décadas de democracia en la República Dominicana.
Leonel Fernández no sólo ha tenido un largo ejercicio político exento de afrontas, sino que ha sido un amable componedor y tributario de un liderazgo dialongante capaz de fortalecer la democracia de su país y de la región.
Su obra política por antonomasia es la Constitución del 2010, en la que, pese a no compartir plenamente el criterio de la no repostulación inmediata, erigió la no reelección presidencial como un fundamento del Estado social y democrático de derecho que proclama la Carta Magna.
Una muestra más de la acendrada inteligencia política que posee para construir consensos que van más allá de los meros intereses coyunturales o de las apetencias personales.
Por esa razón, su personalidad sobria se ha ido afincando en los principales centros de pensamiento del mundo, desde Europa, Oriente Medio hasta los Estados Unidos, donde el ex presidente George W. Bush le reconoció como líder regional.
Previo a su distinción por el Consejo Canadiense de las Américas, la Universidad de Jordania, nación del “pequeño, pero gran rey Hussein”, anunció que creará su Centro de Estudios Latinoamericanos que llevará su nombre, “en reconocimiento a las grandes aportaciones que ha hecho el político y tres veces presidente de la República para impulsar reflexiones y debates sobre la realidad económica, política y social de Latinoamérica y el mundo”, en palabra de su rector, doctor Ekhlief Tarawneh.
Para quienes apreciamos la bonhomía y la decencia del doctor Fernández y para aquellos dominicanos que a pesar de adversarle no enraízan resentimientos en sus corazones, las distinciones al ex mandatario deben ser un motivo de orgullo que abren un abanico de posibilidades al país y a la región de liderar procesos internacionales en la lucha contra la pobreza y el subdesarrollo.
Por ejemplo, su propuesta para regular la especulación financiera en los mercados a futuro del petróleo y los alimentos, aprobada por consenso en la asamblea general de las Naciones Unidas, puede ser retomada con mayor impulso desde la perspectiva de la sociedad civil, de manera que al colocarse en un plano personal de reconocimiento público, las distintas organizaciones que trabajan en el tema encuentran en Leonel Fernández un interlocutor potente para llevar a buen puerto sus reivindicaciones.
Por esa razón, sería plausible despojarnos de falsos ropajes, de verbalismos irredentos y de viejas querellas domésticas y formar un frente junto al ex gobernante en la ingente lucha contra la desigualdad social en los escenarios internacionales. ¡Haríamos algo así como agarrar el toro por los cuernos!
Ya el doctor Fernández en más de una ocasión ha hablado sobre el terrible desfase de organizaciones como la ONU y ha hecho énfasis en la necesidad de reformar instituciones como el Consejo de Seguridad para lograr una representación más equilibrada y acorde con las nuevas realidades mundiales.
Pero, también se ha referido al virtual secuestro por parte de Estados Unidos y Europa de organismos como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, en tiempos en que la hegemonía económica ya no es decida por tres, ni por cinco, sino por veinte ¡y cuidado!
Sin dudas son ideas novedosas que responden a la realidad de lo que llamó Mcluhan la “aldea global” y encuentran en Leonel y en su exclusivo club de amigos (Fernando Henrique Cardoso, Julio María Sanguineti, Ernesto Samper, etc) un excelente vehículo multiplicador.
Las tribulaciones del mundo actual demandan urgentemente respuestas al estrepitoso fracaso del mito del edén que nos vendió la alquimia neoliberal y el noeconservadurismo. Nosotros mismos, los dominicanos, tenemos por delante la asignatura pendiente de darle un significado al Estado social y solidario que plantea la Constitución.
Leonel Fernández, por suerte, apenas, frisa los sesenta años, y es un político en la mejor etapa de su madurez intelectual, ¿por qué no rezarle, entonces, el réquiem al resentimiento y arrimar el hombro en un esfuerzo mancomunado y sincero de solidaridad humanitaria junto a este hombre?

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