En un país como la RD, donde los datos microeconómicos a nivel de empresas, localidades y factores productivos son más escasos que las cifras macroeconómicas sobre el déficit fiscal, el medio circulante o la balanza de pagos, es muy difícil calcular los aportes y costos de la inmigración haitiana.
Muchos dominicanos enfocan su atención sobre los innegables costos de esa inmigración en términos de gastos médicos, alojamiento, alimentación, educación, recogida de desechos, deforestación, salida de divisas, penetración cultural y otros efectos asociados.
Por otro lado, sin embargo, los inmigrantes han contribuido al desarrollo de varios sectores productivos fundamentales, algunos de ellos vinculados a las exportaciones y la generación de divisas para la economía nacional.
Pero a un nivel menos agregado, más puntual, la experiencia y la teoría económica indican que cuando ocurre un aumento en la oferta de un factor productivo cuya movilidad es restringida, la remuneración que ese factor recibe disminuye a corto plazo, y lo que le suceda a mayor plazo dependerá del efecto global sobre la economía.
En nuestro caso se reconoce que la mano de obra haitiana ha mantenido baja la remuneración de los trabajos menos calificados, pero su efecto va más allá. Se extiende a toda la gama de ocupaciones, porque al caer el atractivo de los empleos básicos, la oferta laboral dominicana se desplaza a otras ocupaciones, como el transporte, los servicios y la manufactura, en condiciones informales, sin seguridad social o acceso financiero.
Pero así como esos pierden, otros, como los constructores, los adquirientes de viviendas y los empresarios agropecuarios, han sido beneficiados por la inmigración. Sus costos han sido menores, han tenido que invertir menos en tecnología, maquinaria y equipos, y sus retornos han sido más altos. La distribución del ingreso, por esa causa, se ha hecho más desigual.
gvolmar@diariolibre.com
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