viernes, 30 de noviembre de 2012


¿Por que se dice que “el perro es el mejor amigo del hombre”?

01DIC

¿Por que se dice que “el perro es el mejor amigo del hombre”?

Cuantas veces habremos escuchado la expresión: El perro es el mejor amigo del hombre’.

El autor de esta frase fue el abogado George Graham Vest y la pronunció el 23 de septiembre de 1870 durante un juicio en el que había sido contratado para representar a un cliente cuyo perro de caza llamado Old Drum había sido asesinado por Leónidas Hornsby, un granjero vecino. El propietario del can solicitaba una indemnización de 150 dólares (la mayor cuantía permitida por la ley).
En el argumento final, Graham Vest, pronunció un discurso frente a la corte que pasó a denominarse “El Elogio al perro” :
El dinero que un hombre pueda tener también podrá perderlo, se volará en el momento que más lo necesite.
La reputación de un hombre quedará sacrificada por un momento de locura o debilidad.
Las personas están dispuestas a caer de rodillas para honrar nuestros éxitos, serán los que arrojen la primera piedra, cuando el fracaso coloque nubes sobre nuestro porvenir.
El único, absoluto y mejor amigo que tiene el hombre en este mundo egoísta, el único que no lo va a traicionar o negar, es su PERRO.
Caballeros del jurado, el perro de un hombre está a su lado en la prosperidad y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad. Dormirá en el frío piso donde sopla el viento y cae la nieve, sólo para estar junto a su amo.
Besará la mano que no tenga comida para ofrecerle, lamerá las heridas y amarguras que produce el enfrentamiento con el áspero mundo.
Si la desgracia deja a su amo sin hogar y amigos, el confiado perro solo pide el privilegio de acompañar a su amo para defenderlo contra todos sus enemigos.
Y cuando llega el último acto, y la muerte hace su aparición y el cuerpo es enterrado en la fría tierra, no importa que todos los amigos hayan partido. Allí junto a la tumba, se quedará el noble animal, su cabeza entre sus patas, los ojos tristes pero abiertos y alertas, noble y sincero, más allá de la muerte.
El jurado decidió en forma unánime castigar a Leónidas Hornsby con una multa de 550 dólares (400 dólares más de lo que marcaba el límite legal) y la frase “El perro es el mejor amigo del hombre”se hizo popular para siempre.
Dicho discurso tomó tanta fama que incluso, frente a la Corte Suprema de Missouri, se erigió una estatua del perro Old Drum con el texto pronunciado por George Graham Vest.

JUAN BOSCH HABLA DEL POETA NACIONAL PEDRO MIR

01DIC
Pedro Mir
 Pedro Mir, el poeta social esperado/Juan Bosch
Al enviarnos para su publicación estos hermosos versos, Juan Bosch nos dice del poeta: “Aquí está Pedro Mir. Empieza ahora, y ya se nota la métrica honda y atormentada en su verso. A mí, con toda sinceridad, me ha sorprendido. He pensado: ¿Será este muchacho el esperado poeta social dominicano?”.
De la página literaria del Listín Diario, en ocasión de publicar los primeros poemas de Mir, el 19 de diciembre de 1937.
Si la vida de un poeta se inicia en realidad, no cuando nace sino cuando se publican por primera vez algunos de sus versos, la de Pedro Mir comienza al terminar el año 1937; para ser más precisos, el 19 de diciembre de ese año, día en que en la página literaria del Listín Diario aparecieron tres poemas titulados A la carta que no ha de venir, Catorce versos y Abulia.
En ese momento Pedro Mir se encaminaba hacia sus veinticinco años, pues había nacido el 3 de junio de 1913 en San Pedro de Macorís, que era el punto de la República Dominicana en que podían apreciarse a simple vista manifestaciones de desarrollo capitalista en su etapa industrial porque la ciudad estaba rodeada de ingenios de azúcar que habían empezado a instalarse allí desde 1879, año en que empezó a moler el Angelina, que fundó Juan Amechazurra, cubano de los que habían abandonado su tierra a causa de la guerra llamada de los Diez Años. Treinta y cuatro años después, al nacer Pedro Mir, su padre, el cubano Pedro Mir, trabajaba en uno de los ingenios que circundaban la ciudad petromacorisana, y es en la presencia de esos ingenios azucareros que poblaban con sus chimeneas humeantes y sus campos de caña sus años infantiles donde hay que buscar las raíces de la poesía social del autor de Hay un país en el mundo.
Los ingenios no eran nada más chimeneas coronadas de humo y campos de caña por cuyos caminos rodaban con dolorosa lentitud las carretas cargadas de la dulce gramínea. Por sí solos, esos caminos tenían que impresionar a un niño que había traído al mundo ojos para ver y oídos para oír el dolor desde muy temprano; el dolor de los boyeros harapientos que acompañaban a las carretas y se movían al compás de ellas amasando el barro de los caminos con los pies descalzos, y el dolor de los bueyes que mugían de manera desesperada cuando los boyeros les clavaban las puntas de hierro de las largas garrochas, instrumentos de tortura a los cuales Pedro Mir aludirá en el primero de los tres poemas publicados en el Listín Diario.
En ese poema Mir identifica al país con el guarapo de la caña, ese jugo que sube por el tallo de la noble gramínea, e identifica a la caña, el fruto de la cual será el azúcar, con el sufrimiento de los que trabajan en producirla, sean hombres, sean bueyes; y lo hace desde el primer verso, en el que pide:
Tráeme el sabor ardiente de la tierra
que se viene en guarapo.
¡Sangre de espalda en tormento!…
…Tráeme el trajín de la zafra…
…Tráeme el rumor del molino…
El molino es el conjunto de grandes cilindros dentados de acero que se mueven encajados unos en otros en direcciones opuestas y muelen con el peso de sus masas la caña que va llegando al ingenio; y el ingenio, máquina de varios departamentos o secciones, lleva en los primeros versos del Pedro Mir, y sobre todo en ése de que estamos hablando, el vetusto nombre de trapiche.
El tema del sufrimiento del trabajador azucarero y con él el de los bueyes que cargaban sobre sus patas, al cabo de cada zafra, miles y miles de toneladas de caña, aparece en ese primer poema de Pedro Mir dicho de esta manera:
…la loma baja un triunfo de esmeraldas,
un triunfo de sudores,
un triunfo de trabajo…
…la baba fecundante de la yunta
urgida de garrochas
torturada de sangre.
¡Hay que llegar al trapiche
antes que el sol levante!
Me detengo en ese primer poema de Mir porque quiero que el lector se haga consciente de que la preocupación social del poeta no es una máscara con la cual sale por esos mundos a estrenar una moda. Es auténtica y la lleva en la entraña como lleva el animal su sangre, ese líquido de cuya existencia depende la vida; es tan auténtica que la extiende del hombre -el que trabaja, no cualquier hombre- al buey, el que atado a un compañero forma la yunta, ésa que fecunda la tierra con su baba, palabra que en el poema de Pedro Mir adquiere una dignidad insospechada, absolutamente nueva.
Cuando doce años después Pedro Mir escribe Hay un país en el mundo, retornará a su punto de partida y en la primera estrofa dirá que ese país al que alude en el título, el suyo, el territorio donde «¡Hay que llegar al trapiche antes que el sol levante!», está «Colocado en un inverosímil archipiélago de azúcar y de alcohol». El ingenio azucarero de sus años infantiles está ahí, en esa azúcar y ese alcohol, y con el ingenio está la explotación de los que siembran y cortan y acarrean la caña y convierten su jugo en azúcar, pero está también la explotación de ese país suyo en el que habita un pueblo «Sencillamente triste y oprimido».
Pero el lector debe tener presente que entre A la carta que no ha de venir, el primero de los poemas de Pedro Mir, y Hay un país en el mundo, que escribirá en Cuba en los primeros meses de 1949, hay expresiones de poesía social que no tienen relación con los ingenios de azúcar y sus trabajadores, y escribir versos que llevaran en su música mensajes sociales no era tarea fácil en la República Dominicana de Trujillo, sobre todo cuando esos mensajes sociales se confundían con los de carácter político, aunque éstos fueran encubiertos, según se advierte en Poema del llanto trigueño, entre cuyos versos estallan exclamaciones como ésta: «…¡y dondequiera, ordeñada como una vaca mi tierra!». El ordeñador era Trujillo, que además de jefe militar y jefe político del país, había usado esa doble jefatura para convertirse también en su jefe económico, en monopolizador de todo lo que podía producir riqueza.
Pedro Mir consiguió salir de la República Dominicana a mediados de 1947, casi diez años después de haberse publicado por vez primera versos suyos. Iba a Cuba, donde al llegar encontró que los exiliados dominicanos de la región del Caribe y de Estados Unidos estaban reuniéndose en Cayo Confites, un islote situado sobre la costa norte de esa isla, para organizarse en una fuerza de combate destinada a hacerle la guerra a Trujillo, y el poeta fue a dar a Cayo Confites. Los expedicionarios de Cayo Confites fueron apresados en el Canal de los Vientos por la marina cubana; los que habían llegado a Cuba desde Puerto Rico, Venezuela, Nueva York, retornaron a sus lugares de origen, pero el poeta Pedro Mir no podía volver a la República Dominicana a menos que quisiera consumir el resto de su vida en una cárcel, y pasó a figurar en la lista de los exiliados dominicanos que vivían en Cuba.
Para un poeta que llevaba en el alma una carga emocional que brotaba de la situación de su pueblo, de la explotación de los trabajadores y de la tierra que fecundaban con su esfuerzo, el exilio iba a tener un poder transformador parecido al que tienen los toneles en que se añejan los vinos; lo tendría por dos motivos: porque en aquél en quien se reflejan los dolores colectivos, esos dolores se concentran y se subliman con distancia y el tiempo; y si quien los padece es un poeta de ellos se alimenta la mejor poesía, sobre todo si el nuevo medio en que se ha situado el poeta es como era Cuba, al mediar el siglo en comparación con República Dominicana. El desarrollo cubano superaba en todos lo órdenes el de nuestro país, y el lector debe tener presente que en 1949 no había en Cuba nadie que pensara siquiera en la posibilidad de que Fulgencio Batista volviera al poder, y mucho menos mediante un golpe de Estado; y fue al comenzar el año 1949 cuando Pedro Mir escribió Hay un país en el mundo, sobre el cual el poeta y crítico Ángel Augier, de calidad y seriedad respetables en ambos oficios, escribiría en los primeros días de junio de ese año un artículo cuyo título, a la vez que era una paráfrasis del que llevaba el poema, daba una definición de la categoría que con él alcanzaba Pedro Mir. Este título era Un nuevo poeta en el mundo.
Hay un país en el mundo se publicó en La Habana (el colofón dice que terminó de imprimirse el 5 de mayo de 1949), y fue la primera publicación individualizada de un poema de Pedro Mir. En el poema aparece de nuevo el ingenio como sustanciación -porque no podría decirse personificación- de los peores males nacionales, pero esta vez toma cuerpo en ese poema una tendencia que se traslucía en el verso «…la loma baja un triunfo de esmeraldas» de A la carta que no ha de venir. En su antología de poetas dominicanos publicada en Madrid en 1953 y reeditada en Santo Domingo en 1982, Antonio Fernández Spencer refiere que «En una conversación que, de modo incidental, sostuvimos una vez, me confesaba Mir que si Rubén Darío estuviese vivo, y su poesía vigente, él se dedicaría a hacer poemas a la manera del autor de Era un aire suave».
¿Qué aspecto de la poesía de Darío le llamaba la atención a Pedro Mir?
Cuando le hice esa pregunta el autor de Hay un país en el mundo dijo que la cadencia rítmica del gran poeta nicaragüense, y agregó: «No olvides que yo era músico».
Y he aquí que las palabras usadas no sólo por lo que significan sino al mismo tiempo por la manera como suenan y la atmósfera que crean cuando se conjugan su valor objetivo, que es el sonido, y su valor subjetivo, que es su significación, juegan un papel singular en Hay un país en el mundo y en todo lo que después del ese poema va a escribir Pedro Mir.
Me adelanto a decir que no debe confundirse ese uso de las palabras que hace Pedro Mir con lo que Alfonso Reyes llamó jitanjáforas, dato que debo a la gentileza del profesor Abelardo Vicioso. Jitanjáfora, explicó el profesor Vicioso, quiere decir palabras sin sentido que se combinan con agradable sonoridad, tal como las combinaba Zacarías Espinal, de quien recuerdo un verso, uno solo; aquel de «hierosimilitanan su heráldica poyura».
El uso de los valores musicales de las palabras que son al mismo tiempo valores conceptuales, pero este último de manera independiente dentro del curso de la oración poética, es característico de la poesía miriana al partir de su poema Hay un país en el mundo, incluido éste, pero al mismo tiempo es una superación del uso de la musicalidad propia de la poesía que hallamos en los versos de Rubén Darío. Pedro Mir escribe versos que si se aíslan de su contexto parecen violaciones de las reglas gramaticales, y sin embargo esos dichos que por si solos no tienen sentido, esas violaciones de las reglas aportan a su poesía una cualidad reiterativa tan convincente que el lector no se da cuenta ni de su carencia de sentido lógico ni de su violación de las reglas que debe seguir una oración. He aquí una prueba extraída de Hay un país en el mundo.
Plumón de nido nivel de luna
salud del oro guitarra abierta
final de viaje donde una isla
los campesinos no tienen tierra.
Decid al viento los apellidos
de los ladrones y las cavernas
y abrid los ojos donde un desastre
los campesinos no tienen tierra.
Hay un país en el mundo es un poema singular en la historia de la poesía dominicana porque es una pieza clave en el proceso creador que va dándose en su autor debido a que en ese poema cristalizan los jugos ocultos que estaban en forma larvada en sus facultades poéticas; cristalizan y brotan con tal naturalidad que quien no haya estudiado de manera acuciosa la obra anterior a Hay un país en el mundo no puede relacionar con ella ese poema clave; en cambio, el que haya leído Hay un país en el mundo y lea los poemas que le han seguido puede advertir con relativa claridad la forma en que va avanzando en desarrollo la capacidad del poeta para usar las palabras por sus valores musicales y al mismo tiempo por sus valores conceptuales, conjugando los dos de manera tan cabal para crear un clima poético que hace de esa manera de poetizar una característica, definitoria de su obra.
Después de Hay un país en el mundo, quizá al año o al año y medio, viviendo todavía en La Habana, Pedro Mir escribe Contracanto a Walt Whitman, que se editaría en 1952 en Guatemala, a donde fue el poeta a vivir. Ese Contracanto está entre las mayores piezas poéticas que se han escrito en la lengua española. Supera la Oda a Roosevelt de Darío como supera el Amazonas a los grandes ríos, y todo lo que seguirá al Contracanto será de calidad extraordinaria porque las facultades poéticas de Pedro Mir pasaron a señorear la lengua a partir de Hay un país en el mundo, como si dijéramos, a partir del momento en que adquirieron la suma de la libertad que le proporcionó al poeta su exilio.
La obra de Pedro Mir ha sido corta en términos de cantidad y extraordinaria en términos de calidad. Esa calidad debió llevar sus versos a otras lenguas, pero sólo ha sido traducido, y nada más al inglés, el Contracanto a Walt Whitman. De haber sido leído en Suecia, Pedro Mir sería Premio Nobel. Si no lo es, no se debe a que su poesía no tenga la calidad necesaria para igualar a la de Neruda; se debe a su condición de dominicano. Neruda tenía la dimensión de Chile y Chile tenía tanto peso en el mundo de la poesía que Gabriela Mistral, chilena y poeta como Neruda, recibió el Nobel antes que Neruda.
A Neruda está dedicado el último de los poemas de Pedro Mir. Fue escrito a finales de 1975. Su autor lo tituló El huracán Neruda, y es un huracán de poesía; un huracán que saca de raíz el corazón de quien lo lea. Si Neruda pudiera volver a la vida, sólo durante el tiempo indispensable para leer ese poema, reconocería en Pedro Mir lo que es: uno de los más altos poetas de la lengua española; y lo juzgaría por la calidad de su poesía, no por la cantidad de poemas que haya escrito.
Juan Bosch
Santo Domingo, 31 de agosto, 1983.

DOCTRINA Y MORAL DEL PENTAGONISMO EN LA OCUPACION MILITAR SANTO DOMINGO Y VIETNAM

30NOV
El Pentagonismo no es el producto de una doctrina política o de una ideología; no es tampoco una forma o estilo de vida o de organización del Estado. No hay que buscarle, pues, parecidos con el nazismo, el comunismo u otros sistemas políticos.
El Pentagonismo es simplemente el sustituto del imperialismo, y así como el imperialismo no cambió las apariencias de la democracia inglesa ni transformó su organización política, así el Pentagonismo no ha cambiado —ni pretende cambiar, al menos por ahora— las apariencias de la democracia norteamericana. historiaLo mismo que sucedió con el imperialismo, el Pentagonismo fue producto de necesidades, no de ideas. El imperialismo se originó en la necesidad de invertir en territorios bajo control los capitales sobrantes de la metrópoli, y para satisfacer esa necesidad se crearon los ejércitos coloniales. En el caso del Pentagonismo el fenómeno se produjo a la inversa. Por razones de política mundial los Estados Unidos establecieron un gran ejército permanente y ese ejército se convirtió en un consumidor privilegiado, sobre todo de equipos producidos por la industria pesada, y al mismo tiempo se convirtió en una fuente de capitales de inversión y de ganancias rápidas; una fuente de riquezas tan fabulosa que la Humanidad no había visto nada igual en toda su historia.
Ahora bien, como el imperialismo invertía capitales en los territorios coloniales para sacar materias primas que eran transformadas en la metrópoli, la colonia y la metrópoli quedaban vinculadas económica y políticamente en forma tan estrecha que formaban una unidad. El imperialismo no llegó a descubrir que podía obtener beneficios mediante la implantación de un sistema de salarios altos en la metrópoli —y si alguno de sus teóricos alcanzó a verlo debió callárselo por temor de que los pueblos coloniales reclamaran también salarios altos—; el imperialismo seguía aferrado al viejo concepto de que cuanto menos ganara el obrero más ganaba el capital, y para mantener ese estado de cosas el imperialismo tenía en sus manos el poder político tanto en la metrópoli como en las colonias.  Pero el Pentagonismo se dio cuenta de que los altos salarios contribuían a ampliar el mercado consumidor interno y se dio cuenta de que no necesitaba explotar territorios coloniales; le bastaba tener al pueblo de la metrópoli como fuente de  capitales de inversión y como suministrador de soldados, pero reclamó tener el control de la política exterior de la metrópoli porque a él le tocaba determinar en qué lugar y en qué momento usaría los soldados, qué iban a consumir esos soldados, en qué país del mundo debía crearse un ejército indígena y qué productos se le entregarían.
Mucho tiempo después de estar operando, el imperialismo creó una doctrina que lo justificaba ante su pueblo y ante su propia conciencia; fue la de la supremacía del hombre blanco, que tenía la “obligación” de derramar los bienes de su “civilización” sobre los pueblos “salvajes”. En los Estados Unidos esa doctrina tomó un aspecto particular y se convirtió en la del “destino manifiesto”: esto es, la voluntad divina había puesto sobre las espaldas de los norteamericanos la obligación de imponerles a los pueblos vecinos su tipo especial de civilización, eso que ahora se llama el american  way of life.
Pero sucedió que Hitler atacó a los países imperialistas en nombre de la superioridad de la raza germana, y esos países tuvieron que defenderse bajo la consigna de que no había raza superior ni razas inferiores. La batalla fue tan dura que hubo que contar con la ayuda de las colonias y de los ejércitos indígenas; de manera que la llamada doctrina de la supremacía del hombre blanco quedó destruida; fue una víctima de la guerra.
Ahora bien, al formarse, y al pasar a ocupar el sitio que había ocupado el imperialismo, el pentagonismo se dio cuenta de que tenía que seguir los métodos del imperialismo en un punto: en el uso del poder militar. El Pentagonismo, como  el imperialismo, no puede funcionar sin ejercer el terrorismo armado. En ambos casos el eje del sistema está en el terrorismo militar. Luego, el Pentagonismo, como el imperialismo, tenía que llevar hombres a la guerra y a la muerte, y nadie puede hacer eso sin una justificación pública. Ninguna nación puede mantener una política de guerras sin justificarla a través de una doctrina o una ideología política. Esa doctrina o esa ideología pueden ser delirante, como en el caso del nazismo; pero hay que formarla y propagarla. En algunas ocasiones la doctrina o ideología fue predicada antes de que se formara la fuerza que iba a ponerla en ejecución, pero el Pentagonismo no estaba en ese caso; el Pentagonismo se organizó sin doctrina previa, como una excrecencia de la gran sociedad de masas y del capital sobredesarrollado.
Una vez creado el nuevo poder, ¿cómo usarlo sin una justificación?
Los Estados Unidos son una sociedad civilizada, con conocimiento y práctica de valores y hábitos morales. Al hallarse de buenas a primeras con un poder tan asombrosamente grande instalado en el centro mismo de su organización social y económica —y sin embargo fuera de su organización legal y de sus tradiciones políticas—, los jefes del país tuvieron que hacer un esfuerzo para justificar su uso. Ya se sabía, por la experiencia de las dos guerras mundiales de este siglo, que cuando el país ponía en acción grandes ejércitos la economía se expandía y el dinero se ganaba a mares. El gran ejército había sido establecido y había que ponerlo en acción. Era necesario nada más elaborar una doctrina, un cuerpo de ideas falsas o legítimas, que justificara ante el pueblo norteamericano y ante el mundo la existencia y la actividad extranacional de ese gran ejército.
Ya no era posible hablarle a la Humanidad de fuerzas ofensivas o agresivas. Desde el asiático más pobre y el africano más ignorante hasta el californiano más rico, todo el mundo sabía —después de la guerra de 1939-1945— que cualquier agresión militar, sobre todo si partía de un país poderoso y se dirigía contra uno más débil, era un crimen imperdonable, todo el mundo sabía que los jerarcas nazis habían terminado en la horca de Núremberg debido a que la guerra de agresión quedó catalogada entre los delitos que se castigan con la última pena, y que esta innovación jurídica había sido incorporada al derecho internacional. Había que inventar algo completamente opuesto a las guerras de agresión u ofensivas. Y como lo contrario de ofender es defenderse, la doctrina del Pentagonismo tenía que elaborarse alrededor de este último concepto. Si los Estados Unidos iban a una guerra en cualquier parte del mundo, y especialmente contra un país débil; o si usaban sus ejércitos como un instrumento de terror internacional, sería para defender a los Estados Unidos, no para agredir al otro país. Se requería, pues, establecer la doctrina de la guerra defensiva realizada en el exterior.  Pero había un conflicto intelectual y de conciencia que debía ser resuelto de alguna manera. Una nación hace una guerra defensiva para defenderse de un enemigo que ataca su territorio, y jamás se conoció otro tipo de guerra defensiva.  ¿Cómo convertir en guerra defensiva la acción opuesta? ¿Cómo era posible trastrocar totalmente los conceptos y hacerles creer al pueblo americano y a los demás pueblos del mundo que defensa quería decir agresión y agresión quería decir defensa?
Al parecer el conflicto no tenía salida, y sin embargo el Pentagonismo halló la salida. La doctrina que justificaría el uso de los ejércitos pentagonistas en cualquier parte de la Tierra, por alejada que estuviera de los Estados Unidos, iba a llamarse la de las guerras subversivas. Esta vino a ser la doctrina del Pentagonismo.
¿Cuál es la sustancia de esa doctrina y cómo opera el método para aplicarla?
La sustancia es bien simple: toda pretensión de cambios revolucionarios en cualquier lugar del mundo es contraria a los intereses de los Estados Unidos; equivale a una guerra de subversión contra el orden norteamericano y en consecuencia es una guerra de agresión contra los Estados Unidos que debe ser respondida con el poderío militar del país, igual que si se tratara de una invasión armada extranjera al territorio nacional.
Hasta hace pocos años esa doctrina se llamaba simplemente el derecho del más fuerte a aplastar al más débil; era la vieja ley de la selva, la misma que aplica en la jungla del Asia el tigre sanguinario al tímido ciervo; había estado en ejercicio es de los días más remotos del género humano en todos aquellos sitios donde el hombre se conservaba en estado salvaje y parecía increíble que alguien tratara de resucitarla en una era civilizada. Pero a los pentagonistas les gustó tanto —debido a que era imposible inventar otra— que quisieron honrarla dándole el nombre de uno de sus bienhechores, y la llamaron doctrina Johnson.
El método para aplicar la nueva ley de la selva o doctrina de las guerras subversivas o doctrina Johnson es tan simple como su sustancia, y también tan primitivo. Consiste en que el gobierno de los Estados Unidos tiene el derecho de calificar todo conflicto armado, lo mismo si es entre dos países que si es dentro de los límites de un país, y a él le toca determinar si se trata o no se trata de una guerra subversiva. La calificación se hace sin oír a las partes, por decisión unilateral y solitaria de los Estados Unidos. Como ya hay precedentes  establecidos, sabemos que una guerra subversiva —equivalente a una
agresión armada al territorio norteamericano— puede ser una revolución que se hace en la República Dominicana para restablecer el régimen democrático y liquidar treinta y cinco años de hábitos criminales o puede ser la guerra del Vietcong que se hace para establecer en Vietnam del Sur un gobierno
comunista. Guerra subversiva es, en fin, todo lo que el Pentagonismo halle bueno para justificar el uso de los ejércitos en otro país.
Cuando Fidel Castro declaró que Cuba había pasado a ser un país socialista el Pentagonismo era ya una fuerza respetable, pero no era todavía un poder con la coherencia necesaria para imponerse a su propio gobierno. Aun después de haber alcanzado la coherencia que le faltaba, necesitaba una doctrina que le proporcionara el impulso moral para actuar. El presidente Kennedy titubeó en el caso de Bahía de Cochinos porque no tenía una doctrina en que apoyarse, y tal vez se descubra algún día que ese titubeo colocó al gobierno de Kennedy —es decir al poder civil del país— en una situación de inferioridad frente al poder pentagonista que fue decisiva para los destinos norteamericanos. No se conocen pruebas documentales de lo que vamos a decir, pero cuando se dedica atención al proceso de integración del Pentagonismo se intuye que su hora determinante, la de su fortalecimiento, está entre Bahía de Cochinos y el golpe militar que le costó el poder y la vida a Ngo Dinh Diem.
Es fácil darse cuenta de que al elaborar la llamada doctrina de las guerras subversivas estaba pensándose en Vietnam, pero tal vez más en Cuba y en Bahía de Cochinos. La idea de que Fidel Castro se dedicaba a organizar guerrillas en la América Latina y que algún día habría que invadir Cuba para eliminar a Fidel Castro palpita en el fondo de ese engendro denominado doctrina de las guerras subversivas. La verdad es que Cuba comunista hizo perder el juicio a los Estados Unidos; llevó a todo el país a un estado de pánico inexplicable en una nación con tanto poder, y ese pánico resultó un factor importante a la hora de crear la justificación doctrinal del Pentagonismo.
Los actos de los pueblos, como los actos de los hombres, son reflejos de sus actitudes. Pero sucede que la naturaleza social es dinámica, no estática, de donde resulta que todo acto provoca una respuesta o provoca otros actos que lo refuercen. Ningún acto, pues, puede mantenerse aislado. Así, la cadena de actos que van derivándose del acto principal acaba modificando la actitud del que ejerció el primero y del que ejecuta los actos-respuestas. Esa modificación puede llevar a muchos puntos, según sea el carácter —personal, social o nacional— del que actúa y según sean sus circunstancias íntimas o externas en el momento de actuar.
El pánico al comunismo cubano provocó en los Estados Unidos cambios serios en su actitud mental. En el primer momento decidieron intervenir en Cuba secretamente, a fin de no violar en forma abierta su política de no intervención, y  para eso se valieron de la CIA. Pero un régimen de libertades públicas no puede actuar en secreto, y además Castro respondió a esas actividades secretas con fusilamientos públicos de los agentes enviados a Cuba, de manera que las actividades ocultas acabaron siendo conocidas en el mundo entero. Cogidos en el delito e incapacitados para enfrentarse con su miedo irracional al comunismo cubano, los Estados Unidos se convirtieron en un país de suspicaces, y acabaron creyendo que todo cambio político, en cualquier parte del mundo, era en fin de cuentas un cambio hacia el comunismo. Puesto que así había sucedido  en Cuba, así sucedería en otros lugares.
Del miedo al comunismo y de su fracaso en Bahía de Cochinos, los norteamericanos pasaron a temer a cualquier cambio en cualquier sitio, y de este temor pasaron a vigilar el mundo. En suma, el final de la madeja de nuevas actitudes y de actos derivados de esas nuevas actitudes tenía que ser —y fue— que los Estados Unidos terminaran pensando que debían convertirse en la policía del mundo.
¿Pero qué clase de policía? ¿La que pone orden por mandato de la ley, donde los ciudadanos desordenan, o la que persigue ideas y actividades políticas que se consideran peligrosas para la sociedad; es decir, lo que en todas partes se llama policía política?
Los Estados Unidos se dedicaron a ser la policía política del mundo; y esa tenía que ser la derivación natural de la llamada doctrina de las guerras subversivaspuesto que la palabra subversiva tiene una clara implicación política; describe el esfuerzo que se hace para cambiar un orden político, una forma de Estado o un gobierno.
En un país capitalista las ideas y las actividades políticas peligrosas para la sociedad son, lógicamente, las comunistas, ya que ellas están dirigidas a cambiar el orden económico, social y político, la forma del Estado y el sistema de gobierno.  Pero en un país comunista las ideas y las actividades políticas peligrosas son las capitalistas, porque se dirigen a restablecer el orden económico, social y político que fue derribado y sustituido por el comunismo. De manera que a la hora de actuar como policía política del mundo el país pentagonista tiene por delante una tarea difícil, porque no puede ser al mismo  tiempo policía política para impedir cambios en el mundo capitalista y para impedirlos en el mundo comunista; debe
conformarse, pues, con ser policía política en el mundo capitalista. Y efectivamente, los Estados Unidos son la policía política del mundo capitalista.
Ahora bien, ¿qué cuerpo ejerce esa labor de policía política  mundial?
Algunos pensarán que es la CIA; pero no es la CIA. Esa agencia husmea las novedades, se entera de donde hay posibilidades de que estalle un movimiento revolucionario, y nada más. La labor policial propiamente está a cargo de las fuerzas armadas norteamericanas. Esta no es una afirmación caprichosa. Lo dice el Pentágono en el libro Guerrilla Warfare and Special Forces Operations (FM 31-21). Desde las primeras páginas, ese candoroso documento pone en evidencia el poder pentagonista como fuerza que actúa siguiendo un plan propio. Así, declara en la “Introducción” que “la guerra de guerrillas es una responsabilidad del ejército de los Estados Unidos” y que “dentro de ciertas áreas geográficas señaladas —llamadas áreas de operaciones guerrilleras— el ejército de los Estados Unidos tiene la responsabilidad de dirigir los tres campos de actividad que se relacionan entre sí en la medida en que afecten las operaciones de guerra de guerillas” Ahora bien, ¿por qué esa es una responsabilidad del ejército de los Estados Unidos?  No se sabe. El libro Guerrilla Warfare… dice sólo que “la responsabilidad para algunas de esas actividades ha sido delegada”,y da a entender que la delegación ha sido hecha por algún poder superior y que tal delegación significa que los Estados Unidos son los encargados del asunto. ¿Dónde, en qué parte del mundo? Tampoco se dice, y desde luego se entiende que en cualquier parte de la Tierra.
Las páginas que tienen valor político en ese libro alusivo y a la vez peligroso aparecen en su lengua  original y traducidas al español en el Apéndice I. Recomendamos que se lean cuidadosamente. Al leerlas, el lector quedará confundido y creerá que en esas páginas hay bastante oscuridad o que faltan párrafos, y pensará que con esa falta se pierde el sentido de lo que se quiso decir. Efectivamente, hay bastante oscuridad. Pero se trata de una oscuridad elaborada cuidadosamente. Por momentos Guerrilla Warfare… parece una navaja de dos filos, y al lector le resulta difícil darse cuenta de si el libro fue escrito para enseñar a combatir actividades guerrilleras anti-americanas o para enseñar a dirigir guerrillas proamericanas. Esto se debe a que el manual fue escrito para servir los dos propósitos y el último no podía ser expresado abiertamente. Es posible que cuando se escribió se estuviera pensando en organizar guerrillas proamericanas en algún país; quizá en la América Latina; tal vez en la Cuba de Fidel Castro. En todo caso, la conclusión que va a sacar el lector es que Guerrilla Warfare… es un libro altamente subversivo. En apariencia  fue redactado para enfrentarse a guerras que los Estados Unidos consideraban —o podían considerar— dentro de lo que ellos califican como subversivas, esto es, peligrosas para sus intereses. Pero la verdad es que ese libro se escribió para organizar la subversión en otros países. En este sentido, Guerrilla Warfare… es un documento de valor inapreciable. Un país que mantiene en sus fuerzas armadas una organización destinada a subvertir el orden político en otras naciones debería  ser considerado como una amenaza para la paz del mundo.
Como los que elaboraron el manual sabían que se corría el riesgo de que hubiera acusaciones internacionales, sostenidas por otros gobiernos, basadas en Guerrilla Warfare… —que es un documento oficial— procedieron a redactarlo con esa oscuridad que resulta al fin tan luminosa para conocer la intimidad del pentagonismo. Como manual para instruir oficiales y seguramente miembros de todos los niveles de las llamadas fuerzas especiales, el libro parte de un principio básico: los Estados Unidos tienen derecho a intervenir en cualquier país del mundo, o para combatir guerrillas o para organizar guerrillas.
En ningún  párrafo de Guerrilla Warfare… se pone en duda la legitimidad del derecho de intervención. Los oficiales, las clases y los soldados educados con él creerán siempre, ciegamente, que están actuando dentro de la más rigurosa ley internacional y que van a salvar a otros pueblos amenazados por un enemigo feroz.
Cuando el libro fue redactado no se soñaba con una revolución en la República Dominicana ni con el incidente del Golfo de Tonkín. El presidente Kennedy había tomado el poder ese año y probablemente ni siquiera llegó a sospechar
nunca que bajo su gobierno se había compuesto y editado un libro como Guerrilla Warfare… Guerrilla Warfare… es, evidentemente, parte importante de un programa que se adoptó para organizar un cuerpo de policía política mundial. Mediante el uso de esa policía el pentagonismo pretende impedir cambios en la porción capitalista de la Tierra.  Pero sucede que esa porción capitalista de la Tierra está compuesta por pueblos ricos y pueblo pobres, por pueblos sobredesarrollados, desarrollados y sin desarrollo alguno; por pueblos que viven al nivel de la gran sociedad de masas, como los propios Estados Unidos, y al nivel de la tribu, como varios de África. La pretensión de mantener inmóvil a ese conglomerado de contradicciones sólo puede caber en una cabeza delirante. Y efectivamente, el pentagonismo y su doctrina de las guerras subversivas son productos delirantes de gentes que han perdido al mismo tiempo el sentido de las proporciones y la conciencia  moral.
A los nazis les sucedió eso y su final fue catastrófico. Desde luego, en el campo político hay una relación estrecha entre el sentido de las proporciones y la conciencia moral, y si se pierde el primero la segunda queda afectada. Casi siempre ocurre lo opuesto, que el sentido de las proporciones se pierde porque antes se había perdido la conciencia moral. Por otra parte, el afán de lucro en cantidades tan fabulosas como las que se ganan en los negocios pentagonistas conduce necesariamente a la pérdida del sentido de las proporciones. Parece natural, pues, que el pentagonismo haya producido esos  efectos y sin duda hubiera sido contrario al orden de la naturaleza que no los hubiera producido. Todo poder se convierte en origen de transformaciones, o lo que es lo mismo, todo poder tiene efectos en el medio en que actúa, y el Pentagonismo no podía ser una excepción.
Ahora bien, lo que no parece lógico es que esos efectos lleguen a ciertos límites. Hay apariencias que todo gran país debe mantener. Poner al presidente de los Estados Unidos a decir mentiras es degradar el país ante el mundo, y eso ha hecho el pentagonismo; poner a los más altos funcionarios de la nación a decir hoy lo contrario de lo que dijeron ayer es colocar al Gobierno en una posición ridícula y de mal gusto, y eso lo hace constantemente el Pentagonismo.
Durante la intervención pentagonista en la República Dominicana se puso al presidente Johnson en la situación más penosa que ha tenido ningún jefe de Estado en muchos años. Se le hizo decir, primero, que estaba desembarcando el  28 de abril (1965) un número limitado de tropas para proteger la vida de los ciudadanos norteamericanos, y tres días después entraban en la ciudad de Santo Domingo miles de hombres de la infantería de marina de los Estados Unidos  con equipo tan pesado como el que se llevó al desembarco de Normandía; se le hizo decir que disparos de francotiradores estaban entrando en el despacho del embajador norteamericano en Santo Domingo y que las balas cruzaban por encima de la cabeza del embajador en el momento mismo en que hablaba con el señor Johnson, y resultaba que dada la situación del despacho del embajador eso era físicamente imposible aun en el caso de que alguien estuviera disparando sobre la embajada, cosa que no ocurrió en ningún momento; se le hizo decir que en las calles de la capital dominicana había miles de cuerpos decapitados y que las cabezas de esos cuerpos eran paseadas en puntas de lanzas, y nadie pudo presentar siquiera la fotografía de una cabeza cortada; se le hizo decir que la revolución era comunista y luego se presentó una lista de 51 comunistas dominicanos, lo que provocó una risotada en todo el mundo.
Pero de todos modos, y a pesar de lo lamentable que resultaba el espectáculo de oír al presidente del país más poderoso de la Tierra diciendo cosas que los periodistas de ese mismo país que se hallaban en el teatro de los acontecimientos tenían que desmentir en el acto, había algo más serio que lamentar, y era la violación abierta y sin pudor de compromisos que los Estados Unidos habían contraído, en la mayor parte de las veces por inspiración suya y después de haber luchado largamente para convencer a las demás partes; se trataba de pactos que el gobierno norteamericano había propuesto a los demás gobiernos de la América Latina, que él había elaborado, discutido, aprobado y que por último estaban incorporados a las leyes norteamericanas porque habían sido aprobados por el Congreso federal.
Todo eso lo hizo el Pentagonismo sin denunciar previamente esos pactos, con lo que estableció un nuevo precedente.
Es más, todavía los Estados Unidos siguen manteniendo esos pactos, como si no hubiera pasado nada, y la Organización de Estados Americanos —la OEA—, que fue el órgano producido para tales pactos, sigue funcionando, también como si no hubiera pasado nada.  Esto sólo podía hacerse —y se hizo— después de haberse perdido la conciencia moral, y como la conciencia moral está vinculada al sentido de las proporciones, éste faltó también cuando se lanzó sobre la pequeña, inerme República dominicana un poderío militar más grande que el que en ese mismo momento —finales de abril del 1965— tenía el Pentagonismo en Vietnam del Sur.  Se ha querido presentar la historia de la intervención norteamericana en la República Dominicana como un modelo de acción internacional bienhechora; pero la historia es muy diferente; es una dolorosa historia de abusos, de asesinatos y de terror que se ha mantenido silenciada mediante el control mundial de las noticias. Bastarán unos pocos datos para que se entrevea la verdad: desde las 9 de la mañana del 15 de junio de 1965 hasta las 10 de la mañana del día siguiente, sin una hora de descanso ni de día ni de noche, la ciudad de Santo Domingo fue bombardeada por las fuerzas de ocupación de los Estados Unidos. En esas 25 horas de bombardeo los hospitales no daban abasto para atender a los cuerpos desgarrados por los morteros pentagonistas.
Hasta ahora no se ha dicho la verdad sobre el caso dominicano, pero se dirá a su tiempo. El pentagonismo ha hecho circular su verdad y cree que eso basta. Pero lo cierto es que la intervención en la República Dominicana es un episodio que todavía no se ha liquidado. Ese abuso de poder tendrá consecuencias en la América Latina y en la propia República Dominicana, y esas consecuencias obligarán a los Estados Unidos a actuar en forma más descabellada que en abril de 1965. Sin embargo, como cada hecho produce un efecto relacionado
a su magnitud, es en la intervención de los Estados Unidos en Vietnam, mucho más amplia y cruda que en la República Dominicana, donde podemos hallar la medida de lo que ha sucedido en el país pentagonista en términos de conciencia moral.
En Vietnam se ha recurrido a todas las formas de matanza y destrucción en masa para aterrorizar a los combatientes del Vietcong y a los gobernantes del Vietnam del Norte. ¿Y por qué se les quiere aterrorizar? Los personajes políticos, los periodistas y los comentaristas norteamericanos lo han dicho varias veces: para obligar a Ho Chi Minh a sentarse ante una mesa de conferencias, es decir, para forzarle a negociar. La frase se ha repetido tanto que se ha hecho usual en los Estados Unidos.
¿Puede concebirse una expresión que denuncie más claramente la falta de conciencia moral? ¿Es que los personajes, los funcionarios, los comentaristas de los Estados Unidos no alcanzan a darse cuenta de lo que están diciendo? ¿Es que para ellos se ha vuelto moral el uso del terror para alcanzar fines políticos? ¿Qué diría uno de los señores que se expresan tan a la ligera si en su propio hogar se presentara un hombre armado de ametralladora y matara a uno de sus hijos para infundir miedo en el resto de la familia y obligarla a hacer lo que se propone el asaltante?
Pues bien, en principio no hay diferencia entre lo que hacen y dicen los funcionarios pentagonistas para justificar el bombardeo de Vietnam del Norte y lo que haría el bandido que asaltara una casa y diera muerte a un niño para obtener lo que busca.
Supongamos que los Estados Unidos tienen razón cuando se atribuyen el papel de policía del mundo; supongamos que dicen la verdad cuando aseguran que ellos están combatiendo en Vietnam sólo para evitar que el Sur de ese país sea agredido por el Norte; supongamos, pues, que hay coherencia entre el papel de policía del mundo que desempeñan los norteamericanos y los bombardeos de Vietnam del Norte, es decir, que ellos persiguen en Vietnam del Norte a varios criminales que han cometido crímenes en Vietnam del Sur. Pues bien, aun si aceptamos todas esas falsedades nos quedan por hacer algunas preguntas.   ¿Tiene la policía derecho a penetrar en una casa donde se ha refugiado un criminal y dar muerte a los niños de esa casa para obligar al criminal a rendirse? ¿Puede hacer eso la policía aun en el caso de que los niños muertos sean los hijos del criminal perseguido? ¿Qué diría el ciudadano promedio de New York si la policía de esa ciudad actuara en esa forma?
¿Lo encontraría justo, razonable, lógico; le parecería moral? Debe hallarlo moral, puesto que eso es lo que su gobierno está haciendo en Vietnam.
De la falta de conciencia moral a la corrupción intelectual no hay distancias. El catálogo de las falsedades que se dicen en los documentos oficiales norteamericanos para justificar la intervención en Vietnam y los bombardeos a ciudades abiertas de Vietnam del Norte es ya grande. Hoy se afirma algo mañana se desmiente, y los funcionarios ni siquiera tratan de justificar esas contradicciones. Al mismo tiempo que se ha hecho un hábito mentir oficialmente, se ha establecido todo un aparato para desacreditar a las instituciones y a los hombres que no se someten al pentagonismo y para enaltecer a los que le sirven. En esta tarea se sigue un método ya probado: se dice una mentira que será luego repetida por “liberales” conocidos, de manera que a poco la mentira queda convertida en verdad propagada por los supuestos abanderados de la verdad.
En esto, los difamadores del pentagonismo han mejorado las enseñanzas del maestro Goebbels. La doctrina del pentagonismo es deleznable, pero la moral pentagonista no tiene nada que envidiarle.
El ex embajador de los Estados Unidos ante mi gobierno, John Bartlow
Martin, elaboró uno de esos documentos de encargo para justificar la intervención
de su país en la República Dominicana sobre la base de que yo era un
loco que vivía lleno de miedo.

HISTORIA DE LOS MAS FAMOSOS GANSTER DE LOS ESTADOS UNIDOS

01DIC

Al Capone/El más famoso gánster de los Estados Unidos

Su nombre era Alfonso Gabriel Capone. Vivió siempre al margen de la ley; aprovechando la prohibición de la venta de alcohol en EE.UU., armó un grandioso negocio clandestino con el que consiguió una importante fortuna. En 1931 fue detenido por evadir el pago de impuestos, ya que nunca se pudo demostrar su participación en otros hechos delictivos. Nació el 17 de enero de 1899 en Brooklyn -EE.UU.-, hijo de emigrantes italianos. Su padre era italiano que sabía leer y escribir y había conseguido trabajo en una tienda y su madre cocía para ayudar a llegar a fin de mes. A los 5 años comienza el colegio público y le cuesta adaptarse a las normas severas de disciplina y estudio. Siempre hubo prejuicios hacia los inmigrantes italianos, por lo que le fue difícil su relación con otros compañeros. De todas maneras, fue un buen alumno hasta sexto grado cuando, por un altercado con un maestro, es expulsado del colegio. La familia se muda a Garfield Place. En el nuevo barrio conoce a un delincuente llamado Johnny Torrio y comienza a trabajar para él, ganando día a día su confianza, aprendiendo los secretos de esta actividad y se relaciona con otras bandas, iniciando una vida de pequeños robos, apuestas ilegales, vandalismo y peleas. También trabajó en una fábrica de municiones y fue considerado un gran trabajador.
En 1917 Frankie Yale (Francesci Ioele) abre el bar “Harvard Inn” en Coney Island y contrata a Al como barman, siguiendo el consejo de Torrio. Al es apreciado tanto por su jefe como por los clientes, hasta el día en que dice un piropo fuera de lugar a una chica y su hermano, que iba con ella, se levanta y le pega. Aunque intenta defenderse, le propinan varias puñaladas, algunas en la cara. Las cicatrices de estas heridas le valdrán el alias de “Scarface” (cara de cicatriz). Al se convierte en el protegido de Yale, un hombre violento que enseña al joven a llevar un negocio a fuerza de usar la violencia. En 1918, Capone se casó con Mae Coughlin -una chica irlandesa-, con quien tuvo ese mismo año un hijo, Albert “Sonny” Francis Capone. Johnny Torrio será el padrino. La pareja vivió en Brooklyn durante un año. Capone aún formaba parte de la banda comandada por Frankie Yale y se dice que cometió al menos dos asesinatos cuando fue enviado a Chicago en 1919. Luego, se muda a Baltimore, donde se hace contable.
Mientras tanto, en Chicago, “Big Jim” Colissimo quien fuera el jefe más importante de la prostitución, es asesinado por Franck Yale para robarle el negocio, pero nunca lo consigue ya que Torrio se adelanta y se hace del control del mismo. Al vuelve a Chicago y reinicia sus actividades delictivas junto a su amigo Torrio, quien está al frente de miles de prostíbulos y bares clandestinos. Al se convierte rápidamente en socio de Torrio y se une al imperio criminal. Compra una casa en Prairie Avenue y se instala allí con su mujer y su hijo, además de su madre y hermanos. En 1923 un nuevo alcalde, William Denver, quiere reformar la organización municipal. Torrio decide alejarse por un tiempo y viaja a Italia, quedando Al Capone con el control total del negocio y conquistando la ciudad sin grandes obstáculos. La creación de más negocios ilegales y los problemas con otras bandas criminales terminaron en una guerra, ocasionando la muerte de 135 personas. Los peores enemigos de Al son “Hymie” Weiss y Bugs Moran. Dos semanas después que este dúo fallara en una tentativa de asesinato, Torrio vuelve a Chicago y acaba en un hospital, después que el dúo le agrediera. Al poco tiempo Torrio es encarcelado y, después de salir, considera que es hora de retirarse, dejando todo en manos de Capone, quien comienza a actuar como el personaje importante en el que se convirtiría. Se vuelve amable y caritativo y comienza a interesarse por la política.
Dos enemigos declarados, Billy McSwiggin y “Klondike” O´Donnel, salen de copas al bar Cícero regenteado por Al, lo que fue considerado como un insulto territorial, por lo que los hombres de Capone los matan a tiros. Todos saben quien es el responsable de esta masacre pero no se presentan pruebas para acusarlo. Al desaparece durante el verano y no hay manera de encontrarlo, a pesar de que se pone en marcha una investigación exhaustiva. Comienza a ganarse una reputación de benefactor entre la comunidad italiana, ya que emplea a numerosos inmigrantes para sus negocios de contrabando. Capone comienza a pensar en en el retiro de su vida de criminal; se entrega a las autoridades, pero como la policía no tiene suficientes pruebas para detenerlo, queda en libertad. Empeñado en convertirse en un hombre de paz, propone a Weiss un negocio en este sentido, quien rechaza la propuesta y aparece muerto al día siguiente. Más tarde, organiza una conferencia por la paz en la que pide a los contrabandistas el cese de la violencia, petición que tiene éxito por dos meses en los que no hay asesinatos relacionados con el contrabando. Luego, abre un comedor de beneficencia para aquellos que han perdido su empleo a causa de la depresión.
Frank Yale traiciona a Capone -que se había radicado en Miami- en un negocio de whisky y es asesinado al poco tiempo. Al, junto a su amigo McGurn, planea matar a Moran y eliminar su banda, para lo que simulan la negociación de un licor a bajo precio que debía ser entregado el 14 de febrero. Los hombres de McGurn se visten de policía y se esconden en el garaje. Los contrabandistas son pillados con las manos en la masa y los cuatro hombres vestidos de policía abren fuego, asesinando a todos los traficantes menos a uno. Todo se desarrolla según lo previsto, salvo que Moran, el objetivo principal, no había venido. Ese día se conoce como “La Matanza de San Valentín”, pero Capone estaba en Florida, y nadie lo acusa de asesinato a pesar de que toda la nación sabía perfectamente quién estaba al mando de la operación. Posterior a esta masacre, en una conferencia en Atlanta City, los gánsteres de todo el país hablan de cooperación y dividen el país en zonas de influencias.
Por el gran alboroto generado en la noche de San Valentín, Al arregla una detención por tenencia ilegal de armas con el comisario local, por lo que es puesto en prisión por 10 meses, aunque sale antes por buena conducta. Mientras estuvo preso, la policía logró infiltrar agentes dentro de la banda, y uno de ellos, que había trabajado en uno de los casinos de Cícero, consigue información que compromete a Capone. En Marzo de 1931 un gran jurado federal se reúne y lo inculpa por no pagar a Hacienda de $32.488,81 -para el año fiscal de 1924-. El jurado decide esperar a encontrar las pruebas para los demás años antes de juzgarlo públicamente; luego lo inculpa de 22 cargos de evasión de impuestos por $200.000 y a 68 miembros de su banda los acusan de cometer 5,000 violaciones de prohibiciones, por lo que Capone se enfrenta a una posible pena de más de 30 años de prisión, al menos que se declare culpable, lo que reduciría su condena a 5 años.
Al Capone compra a potenciales miembros del jurado y decide esperar el juicio, pero se encuentra que el jurado está conformado por gente de la zona rural, lo que nunca pensó. El 17 de Octubre de 1931 es declarado culpable de algunos de los cargos de evasión de impuestos. El 24 de octubre es condenado a once años de cárcel, $50.000 de multa y $30.000 por gastos del juicio. El gobierno decide no perseguirlo por violación de la prohibición. En 1933 la prohibición es cancelada. Después de estar preso en Atlanta, donde disfrutaba de privilegios, es trasladado –en 1934- a Alcatraz, donde acaban estos. Antes de haberse casado con Mae, Capone se había contagiado de sífilis, y su salud empeoró aceleradamente durante su encarcelamiento. Su mujer lo lleva a un hospital en Baltimore donde muestra una ligera recuperación, pero ya su salud estaba en pleno deterioro. Ella permanece a su lado hasta el momento de su muerte. El 21 de enero de 1947 sufrió un derrame cerebral, muriendo, tres días después, de neumonía.
John Dillinger/El enemigo número 1 de los años treintas en los Estados Unidos
John Dillinger, el delincuente más buscado de los años treintas, fue mierto a la salida del cine “Biograph”, después de haber visto Drama en Manhattan, protagonizada por Clark Gable. Ese edificio, el del “Biograph”, existe aun, lo mismo que los árboles de un bosque cercano, allí, en Chicago, donde pueden verse los huecos de las balas de uno de sus episodios con el FBI. En su momento, Dillinger fue temido y admirado. Miembro de una clase media que empezaba a empobrecer, se especializó en robos de bancos. Había nacido en 1903 en Indianápolis, en el hogar de un tendero viudo que abandonó a sus hijos a su suerte hasta que, en 1912, contrajo segundas nupcias. En 1915 el pequeño John (12 años) ya encabezaba una pandilla de golfillos autobautizados como «los doce sinvergüenzas», lo que le llevó, por primera vez, ante un tribunal de menores. Cuando estuvo de nuevo en la calle, participó en una violación junto a otros niños (tenía entonces 13 años), y con 16 años abandonó las aburridas aulas de la escuela y se decidió por la mecánica, para la que parecía bien dispuesto. A los 20, se alistó en la Marina, aunque desertó muy pronto. Su ídolo por entonces era el bandido Jesse James. Se casó a los 21 años, acontecimiento que coincidió con su primera pelea con un policía, que lo llevaría a estar entre rejas durante diez años. Su flamante esposa pidió el divorcio.
En la cárcel fue un alumno aventajado y entusiasta de un personaje siniestro -y con poderes parece que irresistibles- que engatusó al joven preso: se trataba de Harry Pierpont. En 1933 salió de la cárcel y descubrió un país diferente, azotado por la gran crisis iniciada en 1929 y que aún continuaba. Le acobardó la posibilidad de unirse a los más de cuatro millones de parados producidos por los momentos difíciles que se vivían en Estados Unidos y en todo el mundo por la recesión. Así que, ya sin duda alguna, eligió una profesión arriesgada pero con buenos resultados económicos inmediatos: la de gánster. A partir de ahí, y hasta su muerte, iniciará y desarrollará una carrera frenética que lo convertirá en una leyenda en vida. Comenzó con un atraco a un banco, y siguió por el robo a dos supermercados, una tienda de 24 horas y una fábrica. Al final, cayó y de nuevo fue encerrado, pero Pierpont le facilitó la huida.
Junto a su «padrino», reanudó sus locas aventuras al margen de la ley, haciendo que medio país lo persiguiera en enloquecidas carreras de automóviles que los llevaban de un estado a otro, de una capital a una aldea perdida, de Indiana a Wisconsin y de aquí a Illinois, para quedarse en Chicago. Allí, el 15 de enero, disparó sobre un policía llamado O’Maley, a quien mató. De nuevo fue detenido en Tucson (Arizona), donde «visitó» de nuevo otra prisión, la de Lake Country, de donde se volvió a escapar tras dejar en su celda, maniatados, a una docena de agentes. En su afán por escapar otra vez, robó un coche y cruzó la frontera de otro estado, lo que le convirtió en un delincuente federal y obligó a participar en su persecución al FBI. Para entonces, la prensa y todo el país lo habían bautizado como «el enemigo público número 1». Se le sumó Baby-Face Nelson, quien, a su vez, llegó acompañado por un tal Horace van Meter. Todos juntos robaron un banco, y de nuevo lograron escapar. En Iowa atracaron de nuevo, repitiendo la forma de huir ilesos ya experimentada anteriormente, y que consistía en obligar a los rehenes capturados en el banco a viajar en el estribo de su automóvil utilizándolos como escudos contra los disparos de la policía que los perseguía y que, obviamente, no disparaba contra ellos. En Saint Paul, un lugar típicamente mafioso, el gánster pensó que estaba a salvo junto a su amante Billie Erechette, pero el FBI llegó hasta allí y estuvo a punto de cogerlos. No obstante, fue herido en una pierna, huyó y se ocultó en casa de su padre.
Una nueva reyerta con los agentes se produjo en La Petite Boheme, un albergue en el que descansaban Dillinger y los suyos. Sorprendidos por la policía, fueron cercados. Se inició un tiroteo en el que sus compinches lograron saltar por las ventanas y ponerse a salvo, pero dejaron atrás a las mujeres que les acompañaban, las cuales fueron detenidas. La bola de nieve de la ubicuidad del gánster aterrorizó a medio país, haciendo cada vez más difícil que alguien lo escondiera o ayudara. Su cabeza ya tenía precio: 10.000 dólares. Y John Dillinger acudió a un cirujano plástico que le cambió la cara. Reinició sus atracos, ahora en Indiana. Cada vez más acorralado, huyó con su última amante, Polly Hamilton, y ambos llegaron a Chicago, donde alquilaron un apartamento con nombre falso. Pero la dueña del mismo los denunció, llegando la policía a las proximidades del lugar con un impresionante número de agentes y vehículos. Antes de todo esto, Dillinger y Polly habían sacado sus entradas para el cine Biograph y, al abandonar la sala, ignoraban todo lo que había montado en el exterior. Sin tiempo para sacar su pistola, Dillinger cayó acribillado por una lluvia de balas a la puerta del cine. Junto al cadáver aún caliente, la gente se arremolinó, algunos mojaron pañuelos en la sangre del malhechor y, a partir de ese momento, se puso en marcha la leyenda de que aquel cadáver no era Dillinger y que el auténtico «enemigo público número 1» había logrado escapar una vez más.

Lucky Luciano/Padre del crimen organizado actual y cerebro del auge de las drogas

Lucky Luciano/Padre del crimen organizado actual y cerebro del auge de las drogas
Lucky Luciano (Salvatore Lucania). Nació el 24 de noviembre de 1897 en Sicilia, Italia. Falleció el 26 de enero de 1962, en Nápoles, Italia. Se le considera el padre del crimen organizado tal como se conoce hoy en día. Fue el cerebro del gran auge del tráfico de heroína en la postguerra.
Nació en Lercara Friddi, una ciudad siciliana conocida principalmente por sus minas de azufre. Su familia emigró a los Estados Unidos en 1907. A su llegada a la Isla de Ellis, punto de recepción de los emigrantes, las autoridades sanitarias le diagnosticaron viruela, enfermedad que le dejaría marcado el rostro de por vida. Tras pasar la preceptiva cuarentena, Luciano empezó a vivir con su familia en un barrio judío de Nueva York, y se dice que allí conoció a los que más tarde serían sus socios: Meyer Lansky y Bugsy Siegel.
En 1911 fue detenido por primera vez por robo, pasando sus primeros meses en una correccional. En 1915 ya tenía su propia banda en East Harlem. A los 18 años fue sentenciado a 6 meses por vender heroína y morfina. A la salida del reformatorio comenzó su carrera criminal en la banda “Five points gang”, con Frank Costello.
Hacia 1920 Luciano ya conocía a muchos de los peces gordos de la Mafia, incluyendo a Vito Genovese y a Frank Costello, y se dedicaba con ahínco al negocio del alcohol en la época de la prohibición en las áreas de Nueva York y Filadelfia. Eran tales sus conexiones que importaba directamente whisky de Escocia y Canadá y ron del Caribe. También controlaba el negocio del juego.
Gracias a esta banda conoció a Al Capone. Comenzó su propio negocio de prostitución con Joe Adonis como socio a principios de 1920, y en 1925 ya controlaba a la mayoría de las prostitutas con sede en Manhattan. En 1927 ya era considerado un hombre millonario. Usaba como expediente la narcoprostitución, es decir, hacía a las prostitutas adictas a la heroína y les pagaba con droga.
Pronto Luciano se unió a la banda de Joe Masseria, que era por entonces el Don más poderoso de Nueva York. Sin embargo, esta asociación duró muy poco ya que ambos tenían puntos de vista divergentes a la hora de manejar los negocios. Masseria era un “Pete Mostacho” (Mustache Pete, en el original) que deseaba preservar los viejos ideales de la Mafia siciliana tales como el “honor”, la “tradición”, el “respeto”, y la “dignidad”. En cambio, Luciano era un “joven turco” que pertenecía al grupo de los nuevos mafiosos que querían un cambio radical en el orden establecido (turco era en relación a la Mafia Judía, especialmente a Meyer Lansky, ya que por esos días Palestina era parte del Imperio Otomano.).
El grupo no quería trabajar con nadie que no fuese siciliano o, al menos, italiano. Luciano y los “jóvenes turcos” pensaban, en cambio, que lo importante era ganar dinero sin que importasen los orígenes de los socios. Le parecía sorprendente, por ejemplo, que se refiriesen al Don Frank Costello como el “sucio calabrés”.
Un día de 1929, Luciano fue obligado a entrar en un coche a punta de pistola por tres hombres. Fue golpeado, marcado en la cara con una navaja y, finalmente, abandonado en una playa de la bahía de Nueva York. Su socio Lansky averiguó que el secuestro y tortura había sido ordenado por Salvatore Maranzano, enemigo de Masseria. Debido a este incidente, Luciano resolvió que estaba en el bando equivocado, decidiendo deshacerse finalmente de Masseria y tomar el control de la banda.
Esta guerra transcurrió de 1928 a 1931 entre familias rivales y finalizó cuando Masseria fue asesinado en un restaurante de Coney Island. Los asesinos eran hombres de Luciano: Bugsy Siegel, Vito Genovese y Joe Adonis. Tras este hecho, Luciano tomó el control de la banda e hizo las paces con Maranzano quien le nombró su mano derecha.
Maranzano convocó a una reunión, a las cinco familias de Nueva York, en el Bronx, garantizando la paz. Durante la reunión se autoproclamó “jefe de jefes” o “capo di tutti i capi”, lo que significaba que cada Don habría de compartir los beneficios con él.
Como Maranzano sabía que la única forma de mantener su poder era eliminando a aquellos que pudieran arrebatárselo, Luciano se convirtió de facto en su primer objetivo. Este se enteró de los planes de su jefe por medio de Lansky y decidió adelantarse a los hechos. Para tal fin organizó un grupo de sicarios que, disfrazados de policías, ejecutasen a su jefe. Este grupo entró en la oficina de Maranzano quién creyó que estaba siendo arrestado: según el informe policial dejaron su cuerpo cosido a balazos. En su huida, el grupo se encontró con Mad “Dog” Cull, el asesino que tenía la orden de matar a Luciano, que sufrió la misma suerte.
Luciano se había salido con la suya y estaba en la cumbre del poder: tenía participación en numerosos negocios por todo el territorio de los Estados Unidos. Pronto organizó La Comisión, de la que eran miembros los más importantes jefes de la Mafia norteamericana, siendo él mismo el líder sin discusión. A La Comisión acudían los Don y miembros relevantes de las “cinco familias” de Nueva York, el grupo de Chicago, “la oficina” de Nueva Jersey, y de las familias criminales de Kansas, Los Angeles y Detroit.
Al mismo tiempo, reorganizó su propia familia nombrando a Vito Genovese como su segundo y a Frank Costello consiglieri. Caporegimes suyos eran Michael Coppola, Anthony Strollo, Joe Adonis y Anthony Carfano, mientras que Lansky y Siegel cumplían la función de consejeros especiales. Luciano organizó La Comisión con los máximos ejecutivos de la Mafia, convirtiéndose en su líder indisputado. La Comisión era el equivalente de la Mafia a la Corte Suprema, y manejaba todas las disputas entre gánsteres. Fue llamada la innovación más importante de Luciano.
Si un individuo era un Mafioso independiente, su Don tenía que ir ante La Comisión para delimitar responsabilidades y asuntos de honor. La Comisión estaba constituida de representantes de las cinco familias de New York City, la Familia criminal de Philadelphia, la Familia criminal de Buffalo, y el Chicago Outfit de Al Capone; más tarde, la Familia criminal de Detroit, la Familia criminal de Los Angeles y la Familia criminal de Kansas fueron agregadas. Todos los jefes tenían el mismo poder y supuestamente valían un voto, pero en realidad Luciano era el primero entre iguales.
El reinado de Luciano fue relativamente breve, ya que muy pronto sufriría el acoso del Fiscal Especial Thomas E. Dewey. En 1936, Dewey consiguió una acusación formal contra Luciano por proxenetismo. Luciano se fugó a Hot Springs (Arkansas) pero, finalmente, fue encarcelado. Aún desde la prisión, Luciano continuó al mando de los negocios de la familia a través de su segundo Vito Genovese quien, en 1937, tuvo que huir a Nápoles para evitar ser encausado por asesinato, ocupando Costello su lugar.
A Luciano le fue propuesto un trato por el gobierno de los Estados Unidos: a cambio de su ayuda a la invasión aliada en Sicilia, le ofrecieron la deportación a Roma. Ya en Roma, se enteró de que la marcha de sus negocios andaba de capa caída, lo que le hizo reunirse, urgentemente, con Siegel, a quien hizo asesinar meses más tarde, debido a las sospechas de que éste robaba dinero de la familia con la excusa de financiar su hotel-casino, el Flamingo Las Vegas. Tiempo después Luciano fue visto en La Habana y las autoridades norteamericanas lo deportaron a Italia.
La conferencia de La Habana de 1947 fue un histórico encuentro de la Mafia estadounidense y líderes de la Cosa Nostra en La Habana, Cuba. Supuestamente fue organizada por Charles “Lucky” Luciano; la conferencia se celebró para discutir asuntos políticos, normas de actuación e intereses de negocio. A la conferencia acudieron delegaciones representando a las familias del crimen de todos los Estados Unidos. Se celebró durante la semana del 22 de diciembre de 1946 en el Hotel Nacional. Se considera a esta conferencia como el encuentro más importante desde la conferencia de Atlantic City de 1929.
Una vez en Italia, Luciano se radicó en Nápoles, donde era una celebridad especialmente con los turistas y los marineros norteamericanos. Allí en Italia pensó escribir sus memorias e incluso que se hiciera una película sobre su vida pero, en el momento de reunirse con un productor de cine, Luciano, justo antes de estrecharle la mano en el aeropuerto de Nápoles, se echó la mano al pecho y falleció de un infarto. Sus restos fueron finalmente enterrados en la cripta familiar de los Lucania en Nueva York, en el país que siempre añoró y que consideraba como su verdadero hogar. Durante años, el Buró Federal de Narcóticos trató infructuosamente de construir un caso contra Luciano sobre tráfico de drogas desde Europa.

Frank Costello/Ocupó uno de los puestos más altos del mundo del crimen, controlando el juego

Frank Costello/Ocupó uno de los puestos más altos del mundo del crimen, controlando el juego
Frank Costello -nacido Francesco Castigliaro-: 26 de Enero, 1891 – 18 de Febrero, 1973. Fue un mafioso italoamericano que ascendió a los puestos más altos del mundo del crimen, controlando un vasto imperio del juego a lo largo de los Estados Unidos y teniendo una influencia política como ningún otro jefe de La Cosa Nostra.
Apodado el “Primer Ministro del Hampa”, se convirtió en uno de los más poderosos e influyentes jefes de la Mafia en la historia americana. Nació en Lauropoli, Calabria, Italia en 1891. En 1895, a la edad de cuatro años, se embarcó hacia los Estados Unidos junto con su madre y su hermano Edward. La familia estaba ansiosa por reunirse con el padre, quien había inmigrado varios años antes. Viviendo en el East Harlem de Nueva York, el hermano mayor de Francesco, Eddie, lo introdujo en actividades de bandas. Con 13 años, Francesco se había convertido en miembro de una banda local y había comenzado a usar el nombre de Frankie. Continuó cometiendo pequeños crímenes y fue a la cárcel por asalto y robo en 1908 y 1912.
En 1915, con 24 años, volvió a la prisión durante 10 meses por llevar un arma. Justo antes de ir a la cárcel, Frank Castiglia se había casado con Lauretta Giegerman, una chica judía que era la hermana de un amigo suyo muy cercano. Tras ser puesto en libertad, el joven Frank decidió emplear su inteligencia para prosperar en el mundo del hampa. Soslayando el uso de la violencia como camino hacia el éxito y la riqueza, Frank no volvió a ser encarcelado en los siguientes 37 años.
Tras su salida de la cárcel en 1916, comenzó a trabajar con Ciro Terranova, un poderoso mafioso del East Harlem. Frank se convirtió en miembro de una banda que controlaba el juego, la extorsión, el robo y los narcóticos en Manhattan y el Bronx. Mientras trabajaba para la banda de Terranova, Castiglia conoció y formó equipo con Lucky Luciano, entonces conocido como Salvatore Lucania, el líder siciliano de la banda del Lower East Side de Manhattan. Los dos italianos congeniaron inmediatamente. Juntos, y con otros jóvenes italianos -Vito Genovese y Gaetano Lucchese, y judíos asociados como Meyer Lansky y Benjamin Siegel-, la banda se vio envuelta en todo tipo de acto reñido con la ley.
El éxito de los jóvenes italianos les permitió diversificarse y hacer negocios con los líderes judíos e irlandeses criminales de la época, incluyendo a Arnold Rothstein, Arthur Flegenheimer, Owney Madden y William Dwyer. Rothstein llegó a ser el mentor de Castiglia, Luciano, Lansky y Siegel mientras ellos dirigían el negocio del contrabando con el barón de la cerveza del Bronx. En 1922, Castiglia, Luciano y sus más próximos asociados italianos se unieron a la mafia siciliana conducidos por Joe Masseria, un capo de la mafia italiana. Hacia 1924, Frank Castiglia se había convertido en un cercano asociado de los jefes irlandeses del Hell’s Kitchen Dwyer y Madden. Frank estuvo envuelto en sus operaciones de contrabando de alcohol. Esto motivó que Castiglia se cambiara el apellido por uno cuya sonoridad fuese más irlandesa, siendo Costello.
En 1926, Bill Dwyer fue declarado culpable de sobornar a un oficial de los guardacostas y fue sentenciado a dos años de cárcel. Tras esto, Costello asumió el cargo de las operaciones con Owney Madden. Esto causó fricción entre Madden y el teniente de Dwyer, Charles Higgins. Frank Costello murió como un hombre retirado. Se rodeó en sus últimos años con personas que estaban fuera del círculo de la mafia; se destacó la amistad especial con el actor Anthony Quinn hasta el final de sus días. En sus honras fúnebres le acompañaron no más de 50 personas; la mayoría no tenía relación con el mundo del crimen ni de la mafia.

"Cómo funciona el capitalismo"

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