Cuando Sándor Márai esperaba a las tropas rusas
En Liberación (Editorial Salamandra), su última novela publicada en España, el húngaro Sándor Márai (1900-1989) utiliza la técnica del narrador omnisciente. Con la perspectiva clásica de quien por arte de magia tiene acceso a todo lo que ocurre, pero también para meterse en la mente de su protagonista, de forma que la mirada es también la no menos frecuente del narrador en primera persona. La protagonista, Erzsébet, es una joven de Budapest, antifascista y antinazi no militante, que espera en 1945 el fin de la guerra desde el sótano en el que se hacinan en condiciones penosas decenas de personas. Por supuesto, desea que sean derrotados los ocupantes alemanes y sus cómplices húngaros, pero no tiene claro que la llegada de las tropas rusas, y el previsible cambio de régimen, vayan a suponer una auténtica liberación.
Esa misma duda asaltaba también a Márai, un escritor burgués que -por educación, mentalidad y sensibilidad- se sentía tan alejado de la utopía nazi como de la comunista, que ya por entonces habían dejado ver, ambas, su cara más brutal. “Los alemanes”, escribió constatando las atrocidades cometidas en la Hungría ocupada, “han hecho el milagro de que se espere a los bolcheviques como libertadores”. En ese sótano en el que la promiscuidad, la ansiedad y el fondo más negro de la naturaleza humana hacen que la solidaridad brille por su ausencia, y en el que el egoísmo domina la vida cotidiana, Erzsébet espera (y teme) el día en que, por fin, lleguen los rusos y la vida vuelva a una esperanza de normalidad, aun repleta de incertidumbre.
Márai se las arregló para sobrevivir con el régimen que se hundía y con el que se construyó de sus cenizas. Su enorme popularidad (comparable a la de Thomas Mann) y su prestigio literario le protegieron de la persecución del régimen fascista, pese a mostrarse su declarado enemigo y haber publicado numerosos artículos contra Hitler incluso desde antes de que éste alcanzase el poder. Su fama le sirvió de coraza durante unos años frente a nueva legalidad comunista, pero su individualismo y humanismo, y su escritura “burguesa y decadente”, resultaron a la postre incompatibles con una sociedad muy alejada de la de entreguerras que él tanto amó y plasmó en una obra literaria excepcional.
Marginado más que purgado, partió en 1948 a un exilio que culminó 41 años después, pocos meses antes de la caída del Muro de Berlín, cuando -viudo reciente de su esposa judía durante 60 años, y enfermo incurable- se saltó de un disparo la tapa de los sesos en San Diego (California). En su Hungría natal, sus libros fueron prohibidos mientras el imperio soviético siguió en pie, aunque luego fue rescatado con todos los honores, hasta convertirse en una gloria nacional.
Salamandra lleva años recuperando una obra en la que el discurso, la introspección, la reflexión, la disección de los sentimientos, el retrato de personajes y ambientes, y ese estilo ‘centroeuropeo’ que hoy fascina aunque parezca anticuado, cuenta tanto o más que la acción. Eso ha llevado a algunos críticos a sostener que, en realidad, Márai escribió durante toda su vida una única y extraordinaria novela. No creo que sea cierto, y es precisamente Liberación el ejemplo más claro de que tenía más de un registro, ya que poco hay en esta obra que recuerde a, por ejemplo, El amante de Bolzano o Divorcio en Buda, excepto el recrearse en una situación muy concreta y extraer de ella conclusiones que rozan lo universal, propias de la naturaleza humana en estado químicamente puro, con independencia del lugar y la época en que se produzcan.
“¿Vale la pena vivir así?”, se pregunta Erzsébet en la angustia del sotano. “Siento que algo va a pasar. No soy bolchevique, pero lo noto (…); los rusos aportarán algo; cuando salgamos del sótano (…) judíos, cristianos, proletarios, señores, cuando volvamos al mundo, las cosas irán mejor. Porque, si no, ¿qué sentido habría tenido todo esto?” Márai terminó su libro en septiembre de 1945, a los pocos meses del cataclismo que evocaba en él. Pero su esperanza era tibia, y la preocupación se refleja nítidamente en la impresionante escena final, cuando un soldado ruso entra en el refugio subterráneo, abandonado ya excepto por la joven y un anciano enfermo que se oculta como un camaleón. A lo largo de 22 páginas, que aún se hacen cortas, Márai describe ese encuentro tantas veces esperado, tantas veces temido, metáfora de la transición entre un pasado odioso y un futuro quizás esperanzador pero que inquieta por incierto y desconocido. Una escena magistral, sólo al alcance de muy pocos grandes escritores.
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