domingo, 9 de septiembre de 2012

Israel y Estados Unidos deshojan la margarita de la guerra



El Cairo, 7 sep (PL) Como si deshojara una margarita, Estados Unidos parece actuar ante la posibilidad de involucrarse o no en la muy proclamada decisión del Tel Aviv de lanzar lo que califican de "golpe demoledor" contra las instalaciones nucleares de Irán.

  A la hora de hacer el anuncio, el cálculo político del primer ministro israelí, Benyamin Netanyahu, y su ministro de Defensa, Ehud Barak, estuvo centrado en las presiones de Washington y sus aliados atlánticos para que Teherán abandone sus actividades nucleares, erigidas sobre esfuerzos y científicos propios.

Esa característica protege al proyecto de los mil y un obstáculos que podrían interponerse en su camino: la experiencia demuestra que la autarquía equivale a poder de decisión.

Las alegaciones de las potencias occidentales de que Teherán se propone fabricar armas atómicas han sido refutadas en decenas de ocasiones por las más altas personalidades iraníes, incluido el guía espiritual, Alí Jamenei.

En su alocución ante la recién concluida XVI Cumbre de los No Alineados, el ayatolá Jamenei, cuya palabra es ley en Irán, aseguró que la fabricación y posesión de armas de exterminio masivo son contrarias al Islam, la religión oficial iraní.

Para Tel Aviv la erradicación de Irán en tanto que potencia regional en el Levante es una prioridad, mucho más desde el estallido de rebeliones populares que desalojaron del poder a regímenes de fuerza como los de los expresidentes, Zine el Abidine Ben Alí, en Tunez, y Hosni Mubarak en Egipto.

Washington respondió a la pérdida de esos dos valiosos aliados, en especial el segundo, con un ataque frontal que terminó con el gobierno libio liderado por Muamar el Gadafi y con la guerra interna contra el del presidente sirio, Bachar El Assad, en lo que puede considerarse una operación de control de daños.

Pero siempre está Irán, cuyo gobierno islámico tiene un diferendo de más de tres décadas con Estados Unidos y, por supuesto, con Israel, país al que califica de "cáncer regional" en tanto que ejecutor de la política norteamericana en el Medio Oriente y opresor de los palestinos.

Si bien Washington asegura que Israel es su principal aliado en la zona, también es notorio que sus intereses de superpotencia en ocasiones chocan con decisiones israelíes, en especial las del equipo Netanyahu, caracterizadas por un extremismo expansionista con ribetes delirantes.

Aún resuenan los ecos de una conversación privada el año pasado entre el presidente Barack Obama y el entonces mandatario francés, Nicolás Sarkozy, en la cual Netanyahu era presentado como un interlocutor insufrible.

Sarkozy se lamentaba de las constantes presiones del primer ministro israelí y Obama lo consoló diciendo que él tenía que tratar todos los días con los mismos delirios del jefe de la coalición Likud.

Días atrás Estados Unidos anunció la disminución de su presencia en unos ejercicios militares coheteriles conjuntos con Israel, aunque de inmediato advirtió que no representa una disminución de su apoyo.

Portavoces en Tel Aviv desestimaron hipótesis de una disminución de la colaboración estadounidense, pero es obvio que existió inquietud por algún exabrupto coheteril israelí, presentado como error, que impactara en la República Islámica e involucrara al Pentágono.

Todo indica que los mandos militares estadounidenses desaconsejan cualquier forma de ataque a Irán, cuya dirección ha advertido que la respuesta a una acción semejante sería demoledora y en varias partes del mundo.

En Israel sectores militares y políticos tampoco comparten las alucinaciones bélicas de Netanyahu e insisten en recordar el fiasco de la invasión contra el sur de El Líbano en 2006, ocasionado por la acción del Hizbolá, el ente chiíta del pequeño país árabe, que se sumó a las advertencias de Teherán.

Es de suponer que el desagrado del Gobierno de Tel Aviv por la decisión estadounidense esté detrás de la visita a Israel del almirante James Winnefeld, vicejefe del Estado Mayor Conjunto, cuyo superior dijo la semana pasada que su país no quiere "ser cómplice de un ataque israelí a Irán".

Hablando ante Winnefeld, el ministro de Defensa israelí, Ehud Barak, recordó este miércoles que el sustento de Washington a su país es "extraordinario en su profundidad e integralidad aunque nuestras agendas no son las mismas y tenemos nuestras diferencias".

Es en esas contradicciones, armónicas, como quien dice, donde Washington y Tel Aviv deshojan la margarita: ¿Ataco? ¿No ataco? Siempre en la duda de lo que traerá un mañana que puede estar iluminado por el fuego de una conflagración de proporciones apocalípticas.


Por Moises Saab

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